La respuesta de los
estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ante
la agresión sufrida el 3 de septiembre por alumnos del plantel
Azcapotzalco del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) fue una
concentración de más de 30 mil jóvenes en el mismo lugar en el que sus
compañeros fueron lastimados por grupos de choque. La admirable
respuesta de estos universitarios motivada por la indignación ante los
hechos de violencia ha abierto espacios más que a certezas a
innumerables especulaciones, así como a la intromisión de intereses que
se traducen en demandas alejadas de las que dieron origen a la
movilización y ahora pretenden desvirtuarla.
Una interrogante que ha surgido tiene que ver con la identidad de los
patrocinadores de los grupos de choque. Fue un ataque bien orquestado
que buscaba provocar algo grave, con uno o dos muertos (lo que por
fortuna no consiguieron), que revela la mente retorcidamente criminal de
los responsables intelectuales de esos hechos. ¿Quiénes son? Este
parece uno de los secretos mejor resguardados, pero los hilos que mueven
a los porros y a otros grupos violentos en la UNAM tienen orígenes
múltiples, algunos de los cuales comienzan a ser dilucidados; si
provienen de partidos políticos (derrotados en las elecciones) o del
gobierno a nivel local o federal, como han sugerido algunos analistas,
se trataría de sus últimos estertores, pues el presupuesto se les acaba
en diciembre. Pero si aquí aún no hay claridad, donde sí hay
coincidencia unánime es que el objetivo de la provocación es alterar la
transición y la llegada al poder de un nuevo gobierno respaldado por el
voto mayoritario de los mexicanos.
Ligado al factor externo, se ha postulado también que hay una
participación o colaboración de algunas autoridades universitarias con
los grupos violentos. El porrismo no es algo nuevo. Varias décadas
atrás, cuando fui estudiante en la Preparatoria 2 de la UNAM, mis
compañeros y yo sufríamos constantemente las agresiones de los porros y
me consta que esa complicidad existía. No dispongo de datos para afirmar
que eso mismo suceda hoy, pero si así fuera, el factor interno puede
erradicarse con facilidad si las altas autoridades de la universidad
tienen la decisión de hacerlo, pues en una investigación interna sería
fácil indagar en los distintos planteles quiénes colaboran con los
grupos porriles o qué autoridades están siendo obligadas o amenazadas
por ellos.
En este sentido resulta esperanzador el mensaje del rector Enrique
Graue del 4 de septiembre, en el que se comprometió ante la comunidad
universitaria y la nación a emprender acciones definitivas con el fin de
erradicar para siempre estas agresiones. En esta dirección se encuentra
la suspensión del coordinador operativo de vigilancia y el inicio de
una investigación interna por parte de la Comisión de Seguridad del
Consejo Universitario, la cual, si está bien orientada, podría conducir a
limpiar la casa y acabar con las complicidades donde existieran.
Hay, no obstante, algunas señales ominosas, como el
peloteoentre las procuradurías generales de la República y de Justicia de Ciudad de México, que sugiere que ninguna de las dos quiere asumir la responsabilidad en este caso, lo cual es una fuente de gran preocupación, pues ha tenido como resultado inicial la liberación fast track de dos personas presuntamente participantes en los hechos detenidas previamente por la instancia federal. Esta es una señal grave, ya que proyecta el riesgo de la impunidad, lo que va en el mismo sentido de la provocación.
Ahora, se quiere sepultar al incipiente movimiento en una modalidad
particular de asambleísmo en el que aparecen demandas que no tienen nada
que ver con la motivación original de los jóvenes, como exigir la
renuncia del rector, la elección de autoridades por votación, los
salarios de los profesores de asignatura, la adhesión a diversas
demandas populares, etcétera. Es una forma de control que ya hemos visto
antes, con técnicas que incluyen, entre otras, expulsar a los medios de
comunicación y alargar al infinito las sesiones para imponer una
agenda. Después de la provocación, es la pinza que se cierra con el
mismo objetivo, en la que la UNAM puede quedar atrapada.
Adicionalmente, hay entre algunos universitarios e intelectuales una
corriente que interpreta superficialmente los significados y alcances de
la actual movilización, a la que se exige y se le quiere ver como
segunda parte del movimiento del 68, con marcha del silencio incluida.
El contexto actual contribuye por inercia a justificar la búsqueda del
cambio. Pero el paralelismo entre el movimiento de hoy con lo ocurrido
hace 50 años carece de fundamentos objetivos. Se les exige a los jóvenes
algo que ya hicieron, pues su actividad creativa en las redes sociales,
por ejemplo, y su presencia en las urnas fueron elementos determinantes
para el avance democrático del país y para lograr la transición que hoy
en su nombre se pretende obstaculizar.
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