TribunaFeminista
Esta ideología banaliza con la agónica situación de las mujeres en situación de prostitución, pretende normalizar actividades delictivas y encima nos invita a aceptarlo acríticamente con la proclama “que hablen las putas”, como si algo le importasen. |
Cualquier fenómeno o práctica social con pretensión de permanecer en
el tiempo necesita de constantes procesos de legitimación, de
justificación de su existencia. Cuando hablamos de prostitución, estos
procesos se convierten directamente en excusas para seguir sin alcanzar
la liberación de la mujer que las feministas pretendemos.
Lo primero que
debemos señalar es que la prostitución, como explica la maestra Rosa Cobo,
es un fenómeno social que se desarrolla en el marco de tres sistemas de
dominio: el patriarcal, el capitalista neoliberal y el racial/cultural;
definición teórica perfectamente reflejada en la siguiente realidad
material: el 90% de las mujeres prostituidas en Europa son inmigrantes
pobres [1].
Muestra práctica del elemento patriarcal y el neoliberal de la
definición, es que tres millones de niñas entre 5 y 14 años sean
incorporadas anualmente al mercado del sexo, como cifra Naciones Unidas.
La nueva narrativa que se trata de imponer obvia realidades que
evidencian la explotación sexual y subordinación patriarcal que
representa la prostitución, para convertirla por obra y gracia del
lenguaje, en un “trabajo” empoderante, en una alternativa laboral como
cualquier otra. Así, los/as que abogan por la regulación de la
prostitución le llaman “trabajo sexual” a una de las formas más brutales
de violencia sobre la mujer.
Con este eufemismo, se quiera o no, se
deja de hablar automáticamente de la trata de seres humanos con fines de
explotación sexual. No se puede, como dicen sus defensores, diferenciar
prostitución de trata; sencillamente, porque la segunda existe para
servir de mujeres a la primera, ¿de qué forma sino se satisfaría la
pujante demanda?
El argumento de “trabajo sexual” pasa a ser ofensivo cuando se
intenta hacer pasar por transgresor y feminista, calificándonos además, a
quienes abogamos por la abolición de esta violencia como reprimidas o
mojigatas. No veo transgresión alguna en la defensa de un “trabajo” que
identifica nuestra sexualidad con el placer masculino, que la pone a su
servicio y que otorga libre acceso al cuerpo de las mujeres. Esta falsa
transgresión es petición de sometimiento, perpetuación de la conocida
clasificación patriarcal de las mujeres: o putas o santas.
Pues ni una
ni la otra, porque ambas son exigencias patriarcales. No podemos tolerar
que se siga retorciendo el lenguaje para beneplácito del status quo; la
proclama “mi cuerpo, mi decisión” se utiliza para liberarnos de lo
roles opresivos y de las explotaciones sexual y reproductiva, no para
mantenerlos.
Otro de los argumentos de la cultura o ideología de la prostitución es la “libre elección”.
Difícilmente se puede hablar de libre elección en sistemas sociales
asentados sobre diversas dominaciones. Esto lo sabe nuestro Derecho que
protege a las partes contractuales débiles, pero esta previsión legal
deviene insuficiente cuando hablamos de mujeres en situación de
prostitución. No pueden ser parte contractual; primero, porque son
tratadas como simple materia prima de la industria del sexo y segundo,
porque la violencia sexual no se puede regular, no se puede legitimar en
virtud de una libre elección que sabemos que no existe.
La inmensa
mayoría de mujeres llegan a la prostitución empujadas por circunstancias
personales asfixiantes o incorporadas mediante la trata. Es
irresponsable e injusto para las mujeres atrapadas en el sistema
prostitucional, dejar de señalar esto porque haya alguna mujer que
decida ser prostituta porque ella sí tiene alternativa laboral. Además,
es cada vez más evidente que muchas de las que se presentan como tal,
están haciendo en realidad labor de captación para el mercado de
mujeres.
¿Y qué pasa con el putero? Para estos la cultura
prostitucional les tiene reservado un lugar muy cómodo, la impunidad y
la no asunción de responsabilidad, como si la trata de mujeres fuera una
cosa que no va con ellos cuando son responsables directos con su enorme
demanda. Se (y los) justifican diciendo que solo son clientes de un
servicio, afirmación deshumanizante donde las haya. Las mujeres
prostituidas no son mera mercancía, ni cuerpos, ni agujeros prestando un
servicio, son mujeres que no desean acostarse con ellos. Basta entrar
en uno de los múltiples foros de puteros en la red y comprobar la
misoginia y machismo de sus comentarios.
Demuestran que ni quieren ni toleran la igualdad y claro, con las
mujeres prostituidas creen que no se tienen que andar con remilgos.
Ellos serían unos de los grandes beneficiarios de la regulación, pues se
legitimaría social e institucionalmente su abuso. De idéntica forma se
beneficiarían los proxenetas, que dejarían de ser así catalogados para convertirse, de la noche a la mañana, en empresarios;
eso sí, manteniendo sus misma actividad, la explotación de las mujeres.
Y si no lo creen, comprueben las consecuencias del modelo
regulacionista en los países donde se ha implantado.
Sucintamente, estas
han sido aumento de la trata de seres humanos con fines de explotación
sexual, aumento de la demanda de la prostitución, legitimación social
del “derecho” de acceso a nuestros cuerpos lo que a su vez implica
perpetuación de la deshumanización y cosificación de las mujeres, y
publicidad degradante y vejatoria de las mujeres en situación de
prostitución.
Aludo a una ideología o cultura de la prostitución porque las
expuestas hasta ahora y otras, conforman un conjunto de ideas que, como
decía al principio, buscan legitimar y normalizar la prostitución. Y
resulta obvio que a quienes favorecen estas narrativas son quienes las
construyen, esto es, la élite neoliberal y patriarcal, aquellos
hombres que no quieren perder su libre mercado de mujeres. Así, quienes
utilizan estas ideas en sus argumentaciones o bien están interesados/as
económicamente, o bien les excusa, o simplemente han caído rendidos/as a
la ideología prostitucional, como una suerte de nuevo obrero de
derechas.
Esta ideología banaliza con la agónica situación de las mujeres en situación de prostitución,
pretende normalizar actividades delictivas y encima nos invita a
aceptarlo acríticamente con la proclama “que hablen las putas”, como si
algo le importasen. Hemos escuchado a las supervivientes y por eso
defendemos la abolición. Este es además un problema que nos afecta a
todas, está en juego la pérdida de nuestra indemnidad y autonomía
sexuales, sobre todo la de las mujeres más vulnerables que se ven
obligadas a su renuncia por unos euros.
Ante esta banalización, las feministas debemos clarificar los
conceptos, como dice la teórica Celia Amorós, “conceptualizar bien para
politizar bien.” Tenemos pues, que afirmar con fuerza que la
prostitución es una violación de los derechos humanos incompatible con
la igualdad, una institución patriarcal que subordina y explota a las
mujeres y que como tal, reproduce la jerarquía sexual. Debe por tanto,
interpelarnos a todos y a todas. Después de siglos de lucha por la
igualdad, ¿vamos a permitir una sociedad donde los hombres tengan
derecho a comprarnos?
[1] Fondation Scelles, “Sexual Explotation. Prostitution and Organized Crime”, 2012.
Fuente: https://tribunafeminista.elplural.com/2018/09/la-cultura-de-la-prostitucion/
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