5/18/2010

Los datos duros y la percepción de la violencia

Javier Flores

Amí nunca me ha gustado el término datos duros, como tampoco el de ciencias duras. El primero se emplea a menudo para referirse a las estimaciones numéricas o estadísticas en las que se basa la descripción o la interpretación de algo. En el segundo caso se usa para diferenciar las disciplinas científicas, por ejemplo, a la física y las matemáticas de la biología o las ciencias sociales y humanas. No me gusta porque, si unas son duras, en contraposición, las otras, ¿acaso serán blandas? En la biología o la filosofía de la ciencia se recurre a menudo a complejas operaciones matemáticas para entender las funciones de los seres vivos, o para comprender la historia y la evolución del conocimiento humano.

Pero, en fin, hablar de datos duros parece estar de moda, aunque al hacerlo se introducen subrepticiamente otros elementos, pues se pretende hacer creer que existe una equivalencia entre lo verdadero y algunos registros numéricos y estadísticos seleccionados ad hoc. Por ejemplo, se afirma que en México existe un error de percepción, pues mientras los medios de comunicación magnifican los hechos violentos derivados de la guerra contra el narcotráfico, la realidad es otra, pues los datos duros muestran que la violencia se ha reducido en nuestro país.

Cuando se hacen estas afirmaciones, que a todas luces contrastan con lo que la mayoría de los mexicanos observamos y vivimos, se corre el riesgo de que alguien se asome a revisar las fuentes para ver en realidad qué está pasando, o sea, qué tan duros son en realidad los datos que se emplean con el objetivo, creo, de minimizar los efectos nocivos de esta guerra insensata.

Hay un trabajo estupendo que últimamente es muy citado. Se trata del libro El homicidio en México entre 1990 y 2007: aproximación estadística, escrito por Fernando Escalante Gonzalbo con la colaboración de Érick E. Aranda García, publicado en 2009 conjuntamente por El Colegio de México y la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Uno de los resultados más importantes de este estudio es que, de acuerdo con datos del entonces Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (Inegi), la tasa de homicidios en nuestro país (es decir, el número de homicidios por cada 100 mil habitantes) se ha reducido a partir de 1992, al pasar de 20, en ese año, a solamente ocho en 2007. Visto así, parecería incuestionable la tesis de que existe un error en la percepción que todos tenemos sobre la violencia.

Pero hay varias interrogantes que pueden formularse con relación a estos datos y especialmente sobre las interpretaciones que se derivan de ellos. La primera pregunta es acerca de la validez de establecer una correlación entre homicidios y violencia. Por ejemplo, aun en el caso de que la tasa de homicidios hubiera descendido, ¿cómo entender la restricción de libertades y la imposición de auténticos estados de sitio en algunas partes del territorio nacional? ¿Cómo evaluar el grado de crueldad asociado a los asesinatos en los años recientes, con cuerpos mutilados y colgando en los puentes, como sólo podía verse en las guerras intestinas en algunas regiones de África y en la Edad Media? ¿Qué decir de las víctimas inocentes durante el denominado fuego cruzado? En fin, ¿cómo evaluar a partir de esos datos el miedo? Quiero dejar muy claro que no culpo por estas omisiones a los autores del estudio citado, pues ellos reconocen en varias secciones de su trabajo que éste sólo es un punto de partida para entender el fenómeno.

Pero aun aceptando que los homicidios fueran un buen indicador –o incluso el mejor indicador– de la violencia, la pregunta clave sería: ¿es cierto que los asesinatos se han reducido en el periodo que cubre la guerra contra el narcotráfico? Aquí es necesario recurrir a algunos elementos numéricos, o duros para quienes gustan llamarlos así. Si examinamos ahora las fuentes que utilizan las fuentes, podemos encontrar cosas muy interesantes. Acabo de revisar los datos más recientes publicados por el Inegi. Muestran que en un solo año, entre 2007 y 2008, se ha producido un incremento muy importante de este tipo de crímenes en México. En este lapso, el número de homicidios pasó de casi 9 mil a 14 mil, y la proporción de éstos respecto del total de muertes violentas pasó de 16 al 23 por ciento, o sea que estamos ante una regresión.

Los datos en el trabajo de Escalante Gonzalbo llegan hasta 2007, es decir, sólo cubren el primer año de la administración de Felipe Calderón. ¿Qué ha pasado después? Los datos del Inegi para 2008 muestran un incremento brutal respecto del año previo, pues los homicidios aumentaron ¡58 por ciento! Esta tasa de crecimiento en un solo año es la mayor desde 1990, y quizá una de las más altas de la historia reciente. Estamos en 2010, en plena cúspide de esta guerra, y no conocemos los datos actuales. Esto convierte en algo aventurado llegar a conclusiones alegres sobre la reducción de los homicidios en nuestro país, y nos impide afirmar, desde un mínimo rigor intelectual, que exista un error en la percepción sobre la violencia en México.

¿Hacia una autopsia nacional?

Marco Rascón

El país no está hospitalizado ni en urgencias: se encuentra en el forense. Nos mienten cuando nos proponen medicinas o curas y sólo quisiéramos saber qué causas han matado a la nación; si fueron los intereses minoritarios, los monopolios, las políticas fiscales, la violencia oculta tras el paramilitarismo gubernamental, la partidocracia; si ha sido envenenamiento por entreguismo, por injusticia, por frustración, ineptitud o demagogia generalizada.

¿Quién mató al país? ¿Cómo lo hizo? ¿Quién levantará el testimonio de las heridas profundas, como la gran pobreza social y la descomposición de las conciencias? ¿Fue el puñal oxidado del viejo régimen o la bala moderna de los que ahora gobiernan? ¿Alguien podrá señalarnos que el bicentenario y el centenario no es un festejo, sino es funeral?

Se cree que el país está vivo porque lo mueven los gusanos. Los olores de la descomposición están por todas partes y hay un llanto seco para cada tema, cada caso, cada versión de violencia, robos al erario, ineptitud legislativa, discursos presidenciales, boletines oficiales y falta de alternativas. Con todas las tribunas, discursos y noticias se podría hacer un gran panteón donde se izara un paño negro en vez de la bandera tricolor, el águila y la serpiente.

¡La Constitución ha muerto!, dijeron hace cien años los magonistas, y el país resurgió de entre sus facciones, fraudes y tragedias. Hoy, el país sólo resurge los domingos, porque la clase política, los legisladores y los funcionarios no trabajan ese día. ¿Cómo resurgirá el país, tras esta muerte de la nación?

El caso de Diego Fernández de Cevallos ha abierto una nueva etapa: se han cruzado ya, de manera franca, la violencia sin adjetivos con la violencia política. Lo que asomaba hoy se hace presente más allá de cualquier versión oficial o desenlace.

El atentado llega, certero, en medio de las divisiones de los panistas, la perspectiva de carro completo de los priístas, el naufragio aliancista y sus múltiples precandidatos de fantasía, agudizando todas las percepciones. ¿Es Fernández de Cevallos rehén del crimen organizado? ¿Fue El Chapo o El Mayo Zambada en una nueva etapa politizada y con un alto sentido de la oportunidad antes de las elecciones estatales de julio? ¿Son el resultado de las versiones recientes de Alfonso Navarrete Prida, ahora diputado de Enrique Peña Nieto, sobre la narcoguerrilla? ¿Cuál es el mensaje de fondo y de quién para quiénes?

Más que la percepción ciudadana, la vulnerabilidad gubernamental es asombrosa gracias al desgaste de la credibilidad y al desparpajo de la administración de justicia en todos los niveles. Cualquier escenario tiene hoy amplias repercusiones sobre la gobernabilidad del país y, en el atentado a Diego Fernández de Cevallos, un desenlace corto o uno largo es parte ya de un hecho político, independientemente de los objetivos que se hayan propuesto los secuestradores.

La opinión pública pasará de investigar el caso Paulette, llevado al secreto luego de haberlo ventilado a los cuatro vientos, a ser el investigador colectivo de lo que se esconde sobre la desaparición-secuestro de Diego Fernández de Cevallos, hombre emblemático de la derecha mexicana.

Esto tiene como base los antecedentes de Diego no sólo como político, legislador y litigante, sino como representante de una disidencia frente al gobierno actual de Felipe Calderón, sumido en el pragmatismo. Hay que recordar que en el Partido Acción Nacional, a lo largo de estos 22 años, todas sus facciones han sucumbido al pragmatismo, desde la misma que encabezó Fernández de Cevallos en 1988 junto a Luis H. Álvarez en favor de Carlos Salinas; luego la de 1994, cuando se tiró al piso tras ganar el debate y desaparecer de la campaña para dar su lugar a Ernesto Zedillo; siguiendo con la de Vicente Fox que, tras anunciar la expulsión del PRI de los Pinos, terminó pactando con él. Felipe Calderón, entonces crítico, disidente y desobediente, cambió también la ortodoxia por los arreglos que no lo han hecho fuerte, sino vulnerable.

Hoy nuevamente el rumor tendrá más fuerza que las versiones oficiales; todo el país sin duda desarrollará su fantasía sobre las implicaciones de esta nueva vuelta de tuerca a la confusa situación nacional y el imaginario colectivo.

Asusta también que, mientras Felipe Calderón calificó su ofensiva de guerra contra el crimen organizado, uno de los principales jefes de ese ejército albiazul con verde olivo anduviera solo como simple ciudadano, a manera de deslinde, sin responsabilizarse de lo que él mismo representaba como objetivo. Hoy se puede ver claro, lo que no vieron los propios aparatos de inteligencia gubernamental, y se desprende de la subestimación de la que fue calificada de ridícula minoría por el mismo Calderón.

Con este caso queda claro que la violencia avanza hacia todas las esferas de la sociedad y alcanza a la clase política. Lo grave es que, de nuevo, no sabremos nada y todo acabará en el mismo molino de mentiras.

Diego Fernández, en esta coyuntura, será todo, menos un desaparecido.

La sociedad segregada: consecuencias

Jorge Carrillo Olea

Producto del desastre que es la seguridad pública en el país, se ha desatado una verdadera marea de información y análisis respecto de todo lo que con ello esté vinculado. Vamos desde la nota sobre asaltos, muertos, descuartizados, errores de las legiones oficiales, violaciones a derechos humanos, un Ejército arrinconado y enojado, un Legislativo que no acaba de legislar, hasta discusiones sobre la despenalización de drogas, los consejos que nos vienen del extranjero, el desprestigio nacional y más. Si debiera alcanzarse una conclusión válida para toda reflexión, ésa sería que nada, nada está mejor que a mitad de 2006.

Se consume menos droga, no. Se negocia menos droga, no. Se produce menos droga, no. El orden público y la paz social son mejores, no. El ánimo social está mejor que entonces, no. El prestigio del gobierno se ha consolidado, no. Hay menos flujos de dinero sucio, no. Nuestras relaciones con Estados Unidos son mejores, no. Nuestro prestigio internacional es mejor, no.

Nada está mejor, al contrario, todo está peor y esto es válido no sólo para las operaciones bélicas del Presidente, sino que, comparativamente, la declinación del Poder Ejecutivo es mucho más preocupante si se considera que, como resultado de tantos traspiés, hoy existe una terrible confusión en todas las esferas sociales. Ésta es altamente preocupante porque va desde las mesas de café a los recintos académicos, a la prensa descriptiva, a la de investigación y a la de análisis, al mismo gobierno, a los poderes Legislativo y Judicial y, por supuesto, a los observadores y medios extranjeros, de buena y de mala fe, para los que su encomienda divina es agregar algo al descrédito del país.

Toda esta confusión, que es parte natural en toda crisis, está alentada y aumentada por la falta de convocatoria y de información oficial racional e inteligente. En este momento de suma gravedad, que empezó su gestación tres años y medio atrás, se carece desde entonces de una campaña en busca del entendimiento social y su consecuente fomento de adhesión a los esfuerzos para someter un problema que se podía anticipar que crecería. Nada, se dejó que cada quien formara sus criterios con sus conocimientos previos y con sus propias interpretaciones de lo que los medios podían transmitir.

A diferencia de cualquier guerra, y ellos así la calificaron, faltó atención a múltiples requisitos, uno de los más trascendentales, conquistar la solidaridad social. A la dos cámaras legisladoras se les dejó en calidad de espectadoras y censuradoras, no se les dio participación corresponsable, como es en otros países. Se dejó al acaso que cada mexicano, con sus propios antecedentes y acceso a sus propias fuentes de información, adoptara la actitud que le pareciera más correcta para el caso. Al interior del Ejército, siendo ésa una de sus ciencias, no se promovió el entendimiento, no se fortaleció con sabios y atrayentes mensajes el elevamiento y sostenimiento de la moral hoy en pleno quebranto, requerimiento si se pudiera decir, que es más que esencial. Así se decidió o peor, ante el vacío de iniciativas, así resultó.

Hoy la sociedad se siente segregada de todo el problema y las más claras consecuencias son: 1. Ver de lejos las tareas del gobierno, y realizar sistemáticamente críticas negativas sobre algo de lo que nunca se sintió parte. Su única vivencia es el dolor y la preocupación, nunca la adhesión solidaria, la comprensión consecuente o indulgente, nunca el ánimo predispuesto a la comprensión. 2. El resultado, lo que estamos viviendo, lastima y preocupa a ella, pero el problema se percibe como que es de Calderón, la sociedad no se siente parte en ningún término. 3. Ha sido segregada del más lastimoso problema nacional de muchas décadas, luego. 4. No tiene ninguna responsabilidad moral o formal de participar en una solución a la que nadie le convocó y que nadie explicó.

Así, la guerra, su comandante y sus legiones están en el peor de los mundos, el del aislamiento, el de la insolidaridad, de la incomprensión y como consecuencia, el de la indefensión ante el denuesto y reprobación del pueblo. Los llamamientos a participar han sido escasísimos y totalmente vacíos. No convocan a nada ni a nadie, nadie se siente aludido, menos comprometido. Se ha alcanzado, como si fuera un fin buscado, convertir un problema de máxima importancia en una tarea ajena, inexplicada, incomprendida y sí, por esa vía se ha logrado la total reprobación. No se ha visto u oído una sola frase de comprensión, de indulgencia hacia el gobierno, no, y así aun si hubiera logros mecanicistas en su guerra, éstos serán siempre incomprendidos.

Es de esto que el horizonte se va cerrando día con día, crece la angustia por la violencia y sus consecuencias de todo orden, crecen las dudas, se agiganta la desesperanza y todo ello se concreta en una ausencia de concepción y conducción atinadas, y para ellas lograr la comprensión y adhesión de la sociedad. Nada se hizo, así fue decidido.

Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
Diego: tiro de precisión

Él ha sido hombre de oscuridades. Así que a la medianoche alguien le quitó su libertad. Esa de que ha gozado los 69 años de su vida este sembrador de vientos y cosechador de tempestades, al que muchos han querido ver preso o, peor aún, muerto.

Del viernes pa
ra acá asombran igual quienes le desean que se pudra en los infiernos que quienes lo alaban por la doble hazaña de ser un viejo güevudo y un cabrón bien hecho. En el recuento de los primeros, le atizan por una larga cola de eventos: en el 88 cuando promovió la quema de los paquetes electorales que pudieron documentar el fraude de Salinas sobre Cuauhtémoc; luego cuando en pago a su solidaridad recibió 60 mil metros de terreno en Punta Diamante; en el 94 al rajarse como candidato a la Presidencia luego de ganarles el debate a Zedillo y a Cárdenas; ya en el zedillismo su apoyo al Fobaproa para asumir como deuda pública el quebranto por un millón de millones de pesos de los bancos; más tarde cuando el senador-litigante le quitó al gobierno foxista de su partido primero 1600 millones por devolución de IVA a Jugos Del Valle y luego 1200 de indemnización abusiva por unos terrenos a particulares. Maniobras que le dejaron al menos mil millones de pesos en honorarios para él y sus socios de despacho. Fue entonces que alcanzó el mote de El Jefe, porque no había pleito que no pudiera ganar.

En sentido contrario, se pronuncian también quienes han tomado nota puntual de sus proezas: el haber negociado, desde el Senado, la aprobación de una ley indígena que provocó el rompimiento del diálogo con el EZLN; al final de su periodo como factor clave para la promulgación de la llamada ley Televisa, que luego fue echada abajo por la Corte; pero sin duda alguna las gestas más celebradas por sus aplaudidores —que los hay— son la maquinación de los videoescándalos y el asesoramiento a los propietarios de El Encino, que intentaron frenar y luego desaforar a AMLO en la carrera por la Presidencia en el 2006.

Que no se engañen, ni nos engañen: trátese de secuestro interesado, levantón del crimen organizado, conflicto pasional o mensaje político de un grupo extremo; en cualquier caso, las pesquisas deben incluir a los señores Gómez Mont, Lozano Gracia y Hamdam, que junto con El Jefe Diego han amasado grandes fortunas en la doble y jugosa vía del litigio y la política. Nadie mejor que ellos saben sobre los enemigos de quien por cierto —y ante la flaca caballada blanquiazul— querían volver a hacer candidato a la Presidencia.

Por lo pronto, el tiro realizado desde la oscuridad ha sido de una precisión absoluta.


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