Como era previsible también, la competencia ha echado mano de la segunda división. La italiana La nostra vita (Nuestra vida), de Daniele Lucchetti, podría verse como el lado light de la misma propuesta de Biutiful, de González Iñárritu: un albañil sufre la muerte de su esposa cuando ella da a luz a su tercer hijo. Eso lo lleva a un ataque de ambición. Para volverse capataz de la construcción de un edificio, bajo el mando de un empresario chueco, el hombre pide prestado dinero a un proxeneta/vendedor de droga, alquila obreros ilegales y, además, oculta la muerte accidental de un vigilante rumano en una obra previa. La premisa amenaza con derivar en un tremendo melodramón al estilo italiano.
Pero Lucchetti ha decidido darle una resolución de cuento de hadas, no muy distante a la conclusión candorosa de Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). Todos los problemas del protagonista se van resolviendo gracias a la ayuda generosa de su familia y los personajes que prometían ser sus antagónicos; él se vuelve padre ejemplar de sus tres pequeños hijos. Aunque se agradece que Lucchetti no haya caído en el lugar común, uno se pregunta cuál es el sentido de tanta bonhomía dentro de un planteamiento realista.
La última película hollywoodense en Cannes y única en competencia le tocó ser a Fair Game, del rutinario Doug Liman, autor de El Sr. y la Sra. Smith (2005). La película narra la historia real de Valerie Plame (Naomi Watts), investigadora de la CIA que intenta comprobar si es cierta la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, para justificar la intervención armada. Para ello recibe la ayuda de su marido diplomático Joe Wilson (Sean Penn, en piloto automático), quien desmiente esa sospecha. Uno de los ejecutivos del presidente Bush se encarga de filtrar la revelación de la identidad de Plame, y le provoca una crisis. El resultado no pasa de ser la didáctica y solemne ilustración de uno de tantos atropellos a los derechos civiles cometidos en la administración Bush
Aquí hay una paradoja. A pesar de sus valores cinematográficos, Carlos, de Olivier Assayas, fue motivo de controversia por sus orígenes televisivos. Fair Game, en cambio, parece una de esas correctas, bienpensantes producciones de HBO que reconstruyen episodios de la vida reciente de la sociedad estadunidense desde una postura liberal. Esta sí encontraría un espacio mucho más adecuado en la pantalla doméstica.
Tanto La nostra vita como Fair Game cumplen labores de relleno de una programación armada con desesperación. Según se sabe, Route Irish, la reciente realización de Ken Loach, fue añadida a la competencia en el último minuto, literalmente. Tan tarde, que no figura en el catálogo del festival ni en el programa de las proyecciones, y se le tuvo que abrir un hueco en la recta final. Por si no fuera suficiente, un boletín informa que se ha añadido a la sección oficial una proyección excepcional
del documental Making Fuck Off, de Benoît Delépine y Gustave Kervem, rodada en súper 8 sobre el rodaje de Mammuth, la película francesa que, a su vez, sirvió de relleno en los últimos días de la Berlinale de este año. ¿Qué estará sucediendo?
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