Mario Campa
“No somos de izquierda ni de derecha. Somos la generación que se cansó de agachar la cabeza”, se lee en una de las publicaciones de la cuenta de Instagram “Somos Generación Z México”. Por la atención puesta en ella, se trata de una jugada defensiva ante las sospechas de que detrás de la marcha convocada del 15 de noviembre mecen la cuna intereses partidistas. ¿Cuál es la verdad? ¿Actúa la espontaneidad o algún titiritero? En tiempos de presuntas burbujas, donde se debate si la inteligencia artificial cumplirá las altas expectativas, cabe preguntarse si los llamados ‘zoomers’ son solo aire —del tipo FRENA— o, en cambio, emergen como fuerza política disruptiva.
Elemental para cualquier análisis es comenzar por el cuadro clínico a escala global. A diferencia de los millennials, los también llamados ‘centennials’ nacieron en la edad del internet masificado. Son nativos digitales que consumen rutinariamente videos en TikTok e Instagram, socializan menos en persona y más desde un teléfono o una consola de videojuegos, y enfrentan múltiples riesgos de precariedad en un mundo de incertidumbres. Son víctimas recurrentes del estrés y la ansiedad. Cultivan y rehúyen la soledad. Heredaron de sus padres la desconfianza en las instituciones y los gobiernos, y ponen sus esperanzas de cambio sistémico en la tecnología. Por supuesto, caben matices en la pluralidad. El diablo habita los detalles idiosincráticos.
Como en otros países, la Generación Z México usa íconos de la cultura popular para visibilizar causas. Por ejemplo, adoptó como emblema una calavera con sombrero de paja del popular manga japonés One Piece, donde los ideales de libertad frente al Gobierno Mundial movilizan al protagonista Luffy y su tripulación. Ciertamente, la importación de símbolos sugiere un legítimo sesgo urbano cosmopolita. Un rasgo común en las generaciones jóvenes es el aprovechamiento de las bajas barreras de entrada a otras culturas para abrazar valores universales. Esa naturalidad de contacto con el exterior no debe ser subestimada por quienes coleccionan canas.
Existe un diferenciador clave entre la Generación Z global y su célula mexicana. En el exterior, las demandas materiales son recurrentes. En Perú, protestó contra la reforma de pensiones de la impopular expresidenta Dina Boluarte. En Marruecos, se manifestó contra la desigualdad y la precariedad de los servicios de salud y educación. En Madagascar, se movilizó por la falta de agua y electricidad. En Francia, repudió la austeridad. Más allá de excepciones como las protestas por los derechos reproductivos en Estados Unidos y contra la corrupción en Nepal, cabe una pregunta: ¿por qué en México la dimensión material no detona un estallido social juvenil?
Existe una pista para tantear el ánimo político de la Generación Z. A diferencia de sus contrapartes en Perú y Nepal, los centennials aprueban la labor de los presidentes morenistas. Mendoza Blanco —la encuestadora más atinada en la elección presidencial— registró en uno de sus últimos levantamientos preelectorales (2024) una aprobación general de 75 por ciento para López Obrador, menor al 87 por ciento del grupo etario de 18 a 24 años y el 80 por ciento entre los de 25 a 34 años. Ya en el sexenio de Claudia Sheinbaum, una encuesta de Mitofsky con motivo del Primer Informe arrojó 73 por ciento en el grupo de 18 a 29 años de edad. En pocas palabras, los centennials no parecen tener por enemigo natural a la cabeza del gobierno mexicano.
¿Qué explica la alta aprobación? Una hipótesis es que los centennials comparten con otros grupos etarios más demandas de lo que se asume. Una alternativa es que las políticas públicas importan, tanto las del pasado neoliberal que a nivel global los zoomers rechazan, como las nuevas que Morena abandera. Esta segunda línea es plausible: el sexenio de López Obrador ofertó programas específicos a las juventudes. Para muestra, solo el programa Jóvenes Construyendo el Futuro registra 3.4 millones de beneficiarios acumulados. Al sumar los aumentos al salario mínimo, juntos ayudaron a que la tasa de desempleo juvenil de 15 a 24 años bajara del 6 por ciento este año, cuando entre el 2009 y el 2014 promedió casi 10 por ciento, de acuerdo a la OCDE. Ya después, para acompañar las políticas contra el desempleo juvenil, Sheinbaum aumentó el número de becas universitarias y acciones de vivienda, con nuevas ganancias de bienestar esperadas.
Con todo, la cúpula digital de la Generación Z no es un grupo monolítico. Prueba de ello es el comunicado publicado en Instagram: “Generación Z adopta una postura neutral, pero solidaria, respecto a la marcha convocada en la Ciudad de México. Reiteramos que no somos los organizadores”. Otra publicación en X delata división: “Ya hay intereses de derecha intentando intervenir en la marcha; se colgaron de algo real y genuino. Como no lograron conectar con nosotros, ahora intentan aprovechar el movimiento”. La marcha convocada será una prueba de legitimidad y dará color sobre sus demandas concretas, allende llamados prematuros a una revocación de mandato. Para medir en sitio el grado de espontaneidad, la recurrencia de consignas dirigidas contra Morena, la izquierda o la presidenta sería una bandera roja de artificio; en ese caso, el hedor a intereses partidistas evocaría al de un cadáver.
En síntesis, el activismo de un sector de la Generación Z es más incierta realidad que burbuja. No logra apelar aún al gran público y enfrenta un alcance acotado por la legitimidad del gobierno. Una nueva camada más politizada sería noticia grata para el progresismo, aunque los intereses zopiloteros son un disuasivo clave. Si bien las tasas de aprobación presidencial son altas entre los jóvenes, en parte por las políticas contra la precariedad laboral y la pobreza, los reclamos podrían tocar más una dimensión no material, como la corrupción o la inseguridad, si bien el pasado deslegitimado crea un comparativo fácil. Pero más allá del aire oportunista inyectado por chavorrucos urgidos de victorias propias o ajenas, un gobierno sensible en un mundo intimidante debe ser capaz de ignorar las ramas secas de los árboles mayores e implantados que ocultan el bosque. Sin esas maderas, libres de polilla, los nuevos pisos de una transformación social quedarían desamueblados. El PAN y el PRI lo olvidaron, y así les fue.
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