normalidadcriminal, aunque por sí mismo el secuestro ya tiene implicaciones políticas y afectará de un modo u otro la estrategia presidencial, la conducta de los partidos en el Congreso y las ya muy erosionadas actividades de los cuerpos de seguridad y procuración de justicia.
Por lo pronto, la desaparición del abogado y ex senador puso en entredicho la visión optimista del presidente Calderón, justo cuando más se esforzaba por presentar una imagen idílica de México tras la prolongada crisis que acompaña a su gobierno. De nuevo, ante los medios europeos, el mandatario reviró contra todos aquellos que, dentro o fuera del país, muy insistentemente en Estados Unidos, plantean un viraje racional, multivalente, en la estrategia de guerra contra el narcotráfico, en particular en relación con la participación de las fuerzas armadas, con los plazos y con el estatus jurídico que debe prevalecer para asegurar el respeto a los derechos humanos. No deja de ser preocupante el fracaso para aprobar las leyes referentes al secuestro, a la seguridad nacional o el retraso para reformar el fuero militar, pues nada hay peor que la improvisación cuando se trata de sacar las fuerzas armadas a las calles. El gobierno no se puede dar el lujo de que crezca la especulación en torno al supuesto malestar de los altos mandos, pero la ciudadanía no entiende cómo se declara fuera de México que la violencia decrecerá en seis meses y a la vez se elude la obligación de informar con verdad a la ciudadanía en casos emblemáticos como son los de Monterrey y Tamaulipas. En rigor, nadie ha pedido que el Estado renuncie al uso de la fuerza legítima, pero sí se le exige a la autoridad una exposición sistemática y amplia de sus planes, menos simplificación ideológica y más eficacia operativa. Llevando el argumento al absurdo, Calderón respondió que sus críticos esperan una conversión de los malos como si por arte de magia los criminales se conviertan en santos varones, (y) se les aparezca como a san Pablo, Jesucristo, y se conviertan, (pero) no va a ser así
. Esta obstinación traslada a la opinión pública –y a los medios– la confusión entre las causas de la violencia (la actividad delictiva) y los efectos (la violencia asociada a la persecución y el castigo de los criminales), y atribuye a la mala fe de los discrepantes el aumento disparatado de la sensación de inseguridad, incluso cuando las cifras confirmarían el descenso de las actividades criminales. Para las autoridades, el miedo, fomentado desde los medios (así, en general), habría creado un monstruo, un dragón tan peligroso como el cáncer delictivo que le da sustento, pues debilita o devora la confianza y con ello sirve al enemigo. No se ven, asegura, los avances consignados por las estadísticas.
El tema, sin embargo, no son sólo las cifras, incluso si las oficiales fueran confiables. La oleada de violencia que sacude a México desde hace ya más de 20 años se distingue de la criminalidad de otras épocas por el auge de un tipo de delito que presupone, por así decirlo, una calidad distinta, un grado superior de sofisticación y, a la vez, la emergencia de formas de crueldad que nos remiten al pasado más oscuro de la humanidad. La mercantilización
de la vida humana, impulsada por la llamada industria del secuestro, no es un fenómeno sólo citadino o rural, pues su expansión en paralelo al narcotráfico y otros delitos depende de la capacidad de la bandas para vampirizar a cualquiera que tenga los medios para pagarles el rescate. El delincuente traslada a la víctima la responsabilidad por su integridad física, pues en esta alucinante inversión moral de los papeles la diferencia entre la mutilación o la muerte es la capacidad que ésta tenga de pagar por ella. La proliferación del llamado secuestro exprés, la incidencia de las extorsiones y plagios virtuales a través del teléfono, la convergencia de los asaltos y robos con violencia van creando una sensación de inseguridad colectiva que alcanza niveles de sicosis, como ocurrió hace poco en Cuernavaca, donde, como en el resto del país, a la corrupción se une la complicidad de quienes deberían, justamente, proteger la seguridad de la ciudadanía. Cuerpos colgados y ametrallados en los puentes, cabezas mutiladas, ataques con granadas y otras armas de alto poder, videos con narraciones de atropellos sin fin, todo sirve para crear el ambiente ominoso, perturbador, en que tratamos de sobrevivir. O sea, la barbarie. El resto de la historia corre por cuenta de la impunidad. Hay miedo, por supuesto.
Por eso, a querer o no, el plagio de Diego Fernández de Cevallos refuerza la percepción
de que en la batalla contra la delincuencia el crimen lleva la ventaja: golpea donde quiere y a quien quiere. Y lo hace bajo el paraguas de la impunidad que le ofrece la corrupción. Si eso ocurre con un personaje encumbrado, ¿qué no pasará con los demás ciudadanos, inermes ante las bandas que asuelan barrios, dominan regiones, gobiernan municipios e imponen su ley sin más argumentos que la violencia y una suerte de populismo salvaje y delincuencial? ¿Y la política? Pronto veremos los efectos…
A ver: yo jamás he deseado la muerte de nadie. Y sin el menor asomo de ironía espero de todo corazón que Diego Fernández de Cevallos aparezca vivo y bien. Y no se trata sólo de frases hechas —y a veces huecas— de los sentimientos humanitarios o moralinos. No. He visto y cronicado demasiada violencia en mi vida profesional y por ello estoy plenamente convencido de que los crímenes son siempre injustificables.
Lo que sí he dicho —como muchos mexicanos— es que el recuento de los daños que Diego le ha hecho al país es muy grande. Hoy añado que esa es la razón fundamental por la que sus raptores han ejecutado un tiro de precisión al poder político en México: secuestran a un hombre no sólo polémico, sino odiado por muchos, lo que —aunque suene muy cruel— tiene un aire justiciero y hasta reivindicatorio; lo hacen en un momento de exactitud matemática, en vísperas de un viaje presidencial con lo que le quitan argumentos a Felipe Calderón y le restan credibilidad a su discurso sobre todo en Washington; la intencionalidad desestabilizadora también es evidente cuando faltan apenas seis semanas para el 4 de julio; además, se llevan a un personaje archiconocido pero en estos momentos sin protección oficial. Quien no quiera aceptar estas circunstancias se engaña a sí mismo.
Está claro que hoy la pregunta es quién. O quiénes llevaron a cabo un operativo quirúrgico para levantar con tal rigor a un hombre tan poderoso y calculando que el secuestro se sepa largas ocho horas después. Dónde puede estar ahora. Qué han hecho con él. Por qué no se han comunicado con la familia. Por qué nadie ha reivindicado el hecho. Todas son preguntas sin destino.
Por lo pronto, el deslinde del EPR es un signo importante. De no ser ellos, se puede descartar la hipótesis de cualquier otro grupo extremista. Y si me apuran también la de una banda común de secuestradores a menos que sean tan estúpidos de no anticipar el lío en que se metían. Tampoco parece el modus operandi de una venganza personal o pasional. Así que —ya lo dijo hasta Rodríguez Zapatero— todo apunta al crimen organizado. La pregunta aquí sería qué pretenden. Una respuesta al encarcelamiento fugaz de la ex esposa de El Chapo, parece desproporcionada. Un canje por la presunta captura de Nacho Coronel, no deja de ser un rumor. Ahora que si el recado es “para que vean quién manda” resulta lapidario.
Lo único que por ahora está claro son los múltiples mensajes: las reglas del juego —si las hubo— están rotas; en este país hay mexicanos de primera —como Diego— que movilizan a todo el gabinete y mexicanos de segunda, de quinta o de milésima porque son miles los levantados que el gobierno ni ha volteado a ver; también en el panismo es normal que sus hombres y mujeres del poder se hagan inmensamente ricos y hasta respetados por ello; nada ha cambiado y el nuevo PAN es idéntico al viejo PRI; se trata de un disparo al corazón no sólo del gobierno sino de un panismo enfermo de gravedad, casi casi un tiro de gracia. Y de precisión también.
Rosario Ibarra
En los últimos días, a partir del hecho del secuestro, la desaparición o lo que resulte en el caso del licenciado Diego Fernández de Cevallos, se ha desatado un torrente incontenible de opiniones, unas sensatas, cuerdas, otras crípticas, algunas conmiserativas y otras, de muy variada índole y de variantes también en el tono. Para nosotros, integrantes del Comité ¡Eureka! de familiares de desaparecidos políticos, el hecho es cruel, sean su origen y su finalidad los que sean. Nosotros, con preciso conocimiento del delito de desaparición forzada de personas, catalogado como crimen de lesa humanidad, comprendemos perfectamente lo que ello significa en el ámbito familiar, y algunos, no pocos, llevamos en las almas un sedimento de dolor inmenso. Las madres de los detenidos desaparecidos, a partir del primer caso en 1969 y después, en todos los sexenios del priísmo, sobre todo en el de Luis Echeverría, sentimos y sufrimos “los más crueles rigores de la tiranía”, como los sintieron y lo sufrieron en toda la América Latina miles de mujeres y miles de hogares, víctimas de la enorme vastedad de los perversos designios de los gobernantes y dictadorzuelos ensoberbecidos de cada país. Nosotros pues, no deseamos a nadie que sufra víctima de esa infamia, de ese fustazo lacerante que maltrata cuerpos y espíritus con la crueldad inaudita que destilan las almas maleficiadas de los personajes entronizados en el poder... y ayer, en los inicios del mal llamado “gobierno del cambio”, las cosas que tienen que ver con el delito infame, no cambiaron y los familiares sufrieron al igual que nosotros antaño, el silencio desdeñoso de las autoridades obligadas por ley a procurar justicia, una justicia que nunca llegó, acto malévolo que ha hecho a los familiares rodar por los declives del más doloroso desánimo.
Nosotros, ¡Eureka!, nunca hemos rodado por esa pendiente, ni hemos albergado en nuestros espíritus el sentimiento de lo imposible. La esperanza de recuperarlos nos ha movido a hacer escudos contra la saña de la demagogia; a construir un muro contra el engaño y diques contra la falacia. Hemos cerrado nuestros oídos a las emanaciones de vulgaridad que infectan su lenguaje engañoso.
Hemos aprendido a luchar sin odio, como lo hicieron nuestros hijos, esposos, hermanos y compañeros, que en acatamiento a sus convicciones, se lanzaron a una lucha justa contra el mal gobierno, a sabiendas de que algunos dejarían en algún sitio, su “inamortizable cuota de sangre”... o que otros sufrirían penas de cárcel, pero no imaginaron la crueldad de la desaparición forzada, el encierro injusto en las cárceles clandestinas de campos militares y bases navales, después de las despiadadas torturas a las que los sometían sádicos enfermos mentales, mal llamados policías, cuya enorme vastedad de ambición les empequeñecía las almas.
Desde 1969 los familiares de los desaparecidos, luchamos contra ese crimen, cada quien desde la época en la que le tocó ser víctima de la dolorosa pérdida. Desde 1977, luchamos juntos en el Comité ¡Eureka!, todos los que nos pudimos reunir y apoyar a quienes fueron sufriendo a consecuencia de esa práctica infame que (vergüenza da decirlo), se dio aquí en México, antes que en Argentina, Chile, Uruguay y todos los otros países víctimas de dictaduras sanguinarias. En Haití y Guatemala, sí se inició antes que en México ese malévolo engendro de la mente humana.
El nombre de nuestra organización en el inicio, era largo y poca gente lo decía o lo escribía bien. Se llamaba Comité Pro-Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México. Al correr del tiempo, cuando gracias a la lucha unificada de cientos de organizaciones que formamos el Frente Nacional Contra la Represión y luchamos por una amnistía, logramos no sólo la libertad de más de mil presos políticos, sino que fueron liberados de esas cárceles clandestinas 148 desaparecidos... fue entonces cuando brotó sin dificultad alguna, sino llenos de gozo la palabra eureka (he hallado, he encontrado), y jubilosos nos llamábamos diciendo: “eureka en Jalisco, eureka en Sonora, eureka en Guerrero y vimos los rostros llenos de felicidad al abrazar a sus seres queridos, los que tuvieron la suerte de que los liberaran.
Hacemos un llamado a los familiares de los desaparecidos de los sexenios panistas para que no caigan víctimas del desánimo, para que luchen —de ser posible— unidos. Y para que juntos todos podamos hacer realidad (como ha sido en el pasado) nuestro grito de batalla:
Dirigente del comité ¡Eureka!
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