José Antonio Crespo
Un abrazo póstumo a Miguel Ángel Granados Chapa, en agradecimiento a su verticalidad periodística (un bien escaso), su gran calidad humana y su amistad. Dejas un enorme vacío, querido Miguel Ángel.
Durante el debate público sobre el movimiento del voto nulo en 2009, yo sostenía (no puedo hablar por los demás) que mientras los ciudadanos no tuviéramos mecanismos de control sobre nuestros representantes (como la reelección consecutiva y la revocación de mandato) nuestro voto por cualquier partido o candidato se traducía en un visto bueno, una aceptación implícita para todo lo que después hicieran o dejaran de hacer. Pueden elevarse impunemente el financiamiento público, salarios estratosféricos, prestaciones y viajes de lujo. No importa si cumplen promesas, si asisten a comisiones o al pleno (o si lo hacen abotagados y crudos), si protagonizan escándalos o generan burlas a los ciudadanos (como poco después ocurrió con el lamentable caso de las Juanitas, o ahora con el atorón del IFE). Al fin que no necesitan regresar a su distrito a explicar o consultar nada a sus “representados”, pues su carrera política no depende de nosotros. Decía entonces que, por eso, mientras no tuviéramos algún mecanismo eficaz de control yo no votaría por ningún partido para evitar extenderles un visto bueno, un cheque en blanco a legisladores y partidos. Proponía también anular el voto como protesta frente a esos y otros abusos, y como presión para transformar la partidocracia en genuina democracia representativa.
Como una variante al movimiento del voto nulo, surgió la propuesta “Voto comprometido”, sufragar por los candidatos que hicieran una serie de compromisos para oxigenar el sistema de partidos y de representación política, entre los que se encontraba justo la reelección consecutiva de legisladores. Primero lo propuso Denise Maerker en su espacio radiofónico. Más tarde surgió un movimiento más organizado, encabezado por Alejandro Martí (y respaldado por Televisa), que parecía orientado a contrarrestar el movimiento del voto nulo. Varios candidatos de distintos partidos aceptaron firmar esos compromisos, sea con Denise o con Martí. Los anulistas replicamos que dar el voto a cambio de una promesa, a estas alturas, equivalía a volverle a prestar dinero a quien ya se le había prestado varias veces sin que pagara su deuda. Decíamos que en tal caso, era más racional exigirle que primero saldara su débito antes de prestarle más dinero. Martí respondía que su fórmula era adecuada, pues si quienes se comprometían no cumplían no se volvería a votar por ellos. Pero en ese razonamiento había una contradicción: si no cumplían no habría manera de sancionarlos, precisamente porque no era posible hacerlo sin mecanismos de control ciudadano.
Para sorpresa de nadie, muchos de quienes se comprometieron a impulsar y respaldar la reelección consecutiva, miembros del PRI y del PVEM, echaron abajo esa posibilidad en la Cámara de Diputados, por no convenir así a Enrique Peña Nieto, su candidato. Sugieren que las cosas funcionan mejor en México que en más de 180 democracias con reelección consecutiva. ¿En serio? ¿Sus elevados salarios y privilegios, por encima del resto del mundo, no tendrá algo que ver con la falta de esos mecanismos de control? Dicen también que no estamos preparados para la reelección consecutiva; en tal caso tampoco lo estaríamos para el sufragio efectivo ni la rendición de cuentas, es decir, para la democracia representativa (la cual sin alguno de esos componentes es como un automóvil sin llantas o motor).
Quedó confirmado nuevamente que los candidatos, durante las campañas, están dispuestos a ofrecer lo que sea, que una vez electos no necesitan ya de nosotros para continuar con su carrera política; pueden simplemente dejarnos con un “palmo de narices”, que les es absolutamente igual. El fiasco de los legisladores que buscaron el “voto comprometido” refleja muy bien lo que implica no contar con mecanismos de control; el incumplimiento impune de las ofertas y compromisos de campaña. En tanto no tengamos mecanismos de control sobre nuestros representantes, quienes por ellos voten no deben llamarse a engaño o sorpresa cuando constaten sus abusos, sus privilegios, prepotencia e indiferencia hacia sus electores. Con su voto les habrán dado su visto bueno para eso y más.
MUESTRARIO: Aseguró Felipe Calderón a Javier Sicilia que la reducción del consumo de drogas no estaba entre los objetivos de su estrategia contra el narco. Entonces, ¿a qué se refería el slogan “Para que la droga no llegue a tus hijos”, con que se publicitaba dicha estrategia?
Facebook: José Antonio Crespo Mendoza.
Investigador del CIDE
Aziz Nassif
La brújula extraviada
A la memoria de Miguel Ángel Granados Chapa, una voz indispensable
Cada día se comprueba que el sistema político mexicano está atrapado y que no hay el más mínimo interés de hacer cambios a fondo para transformarlo. Cada intento de reforma se queda en buenas intenciones ante la dinámica de intereses partidistas o poderes fácticos. Los políticos y sus partidos han perdido la brújula para conducir al país y representar a la ciudadanía.
Durante los últimos días las experiencias han sido contundentes. Primero se dejó incompleto al IFE, porque el PRI quiso quedarse con dos de los tres espacios, pero PRD y PAN no lo dejaron. Después vino la propuesta de gobiernos de coalición, que no es lo mismo que alianzas electorales, sino un procedimiento para integrar gabinete y agenda legislativa. Más adelante llegó la revisión de la reforma política en comisiones de la Cámara de Diputados, que cada vez tienen menos piezas importantes y, al paso que va, llegará a aprobarse sin un cambio relevante, y su aplicación será para dentro de varios años. La semana terminó con un gran desencuentro entre el Movimiento por la Paz y Calderón, en donde quedó establecido que hablan de dos mundos irreconciliables. Y como remate conocimos la nueva versión del “peligro para México”, Calderón inició la guerra sucia del año 2012: sugirió que el PRI, o por lo menos algunos, estarían dispuestos a pactar con el narco. En este cuadro de figuras deformadas, casi cubistas, podemos reconocer las obsesiones y las taras de la clase política que se ha extraviado en sus intereses, y que ha perdido de vista al país que quiere gobernar.
El caso del IFE mocho es la expresión más acabada de que el proyecto de tener instituciones autónomas y fuertes, con capacidad para arbitrar los procesos democráticos, se ha cancelado en el cálculo de cuotas partidistas. El caso del PRI es enfermizo: quiere representantes orgánicos, no consejeros independientes. ¿A qué le teme si se siente tan seguro y sobrado de ganar la Presidencia? Quieren ganar el partido y que el árbitro sea de ellos, lo cual habla de que no tienen la más mínima idea de lo que es el juego limpio y el respeto a la legalidad. Ese mismo partido en San Lázaro se ha encargado de dinamitar la reforma política. Ese PRI, que sigue las órdenes de Enrique Peña, el joven precandidato con hábitos de viejo dinosaurio, es el que fue contra la reelección y la revocación de mandato. Es de tal naturaleza el adelgazamiento de la reforma política, que ha dejado de tener sustancia. Si ese es el consenso, mejor que se queden con su reforma, porque todo indica que habrá que esperar mejores tiempos y más fuerza de una coalición progresista para establecer reglas y salir del pantano.
En esa perspectiva, se ha propuesto un gobierno de coalición. Es necesario dejar claro que lo más sano es pensar las reformas de forma independiente a los actores para establecer instituciones sin carga de intereses específicos. La figura de gobiernos de coalición es sólo una pieza para generar mecanismos que formen mayorías no artificiales y saquen adelante una agenda legislativa. En Brasil, donde hay un presidencialismo de coalición, desde la Constitución de 1988 se facultó al presidente para formar una coalición de gobierno, en donde se integran diversos partidos al mismo gabinete y se forman mayorías, como un sistema cercano al parlamentarismo europeo.
En México llegó la competencia y la alternancia; entramos a la época de gobiernos divididos y minoritarios desde 1997, lo cual dejó al presidencialismo mexicano sin los mecanismos para funcionar sin mayoría en las urnas. Otro caso es el de Argentina, que tiene un presidencialismo que funciona a través de decretos, una medida extrema que se regularizó en el funcionamiento cotidiano. Con este procedimiento se ha gobernado en las últimas décadas. Aquí en México no tenemos mayoría, ni coalición, ni decretos, por eso el presidencialismo mexicano de minoría se ha vuelto muy ineficiente para gobernar.
Una de las más urgentes necesidades del país es recuperar la brújula y establecer los cambios necesarios, recuperar la autonomía de las instituciones, hacer políticas de Estado en desarrollo, que nos permitan salir de la actual parálisis y mediocridad y poner en el centro a la gente. Recuperar la brújula supone ir a una nueva opción, no el PAN, que ya probó su incapacidad, y menos regresar al PRI, que ya sabemos cómo gobierna, sólo hay que ver hacia el Estado de México, Oaxaca, Puebla, Coahuila o Veracruz.
Investigador del CIESAS
No hay comentarios.:
Publicar un comentario