¿Qué es ser mujer?
Por Juana Eugenia Olvera*
México, DF, 11 oct 11 (CIMAC).- El encargado de la cocina occidental, creo que se llamaba Pierre, era un devoto francés dedicado a la ciencia en su vida profesional.
Él insistía en que le dijera cuánto pesaba una bolita de masa y yo le explicaba que nunca pesaba las bolitas, simplemente tomaba un poco de la masa, hacía la bolita, la aplastaba y se colocaba en el comal a fin de que se cociese.
Igual con el jitomate, el arroz, el frijol, las rajas, etcétera. Pierre insistía para poder calcular la cantidad de harina que necesitaríamos para preparar 100 platillos. Él fue haciendo los cálculos aproximados de lo que íbamos a necesitar.
La cena consistía de arroz a la mexicana, rajas poblanas, guacamole, chilaquiles y frijoles refritos Como mencioné, no había aguacate, entonces Pierre cocinó una barbaridad de ejotes, los pasó por un colador y le puso el chile, la cebolla y el cilantro finamente picados y les juro que era guacamole y no otra cosa.
Tampoco conocían los chiles poblanos, pero había pimiento morrón verde que se prepararon como auténticas rajas poblanas y los chilaquiles que quedaron para chuparse los dedos. Bueno así los sentí y me permitieron que dejara de sentir nostalgia por mi comida.
La noche que nos reunimos en la cocina occidental a preparar las tortillas, ya se podrán imaginar la fiesta que armamos: habíamos tres personas haciendo tortillas, ya que había tres maquinitas para ello.
Algunos de los cocineros de la comida hindú vinieron a ver lo que hacíamos, y uno de ellos con el que luego platicaba, me comentó que en un estado al norte de la India, también hacían esa especie de tortilla que ellos le llaman de otra manera, que ahora no recuerdo. Los chapatis están hechos de harina de trigo y son los que acompañan la comida cada día.
Junto a la nostalgia de la comida, llegó la nostalgia por la música y aunque cantábamos bajito, empezamos a cantar nuestras canciones mexicanas.
De pronto se nos apareció Gurumayi; creo que sí cantábamos algo alto. Tuve que dar la cara y le expliqué que para uno de los platillos de la cena del día siguiente se necesitaban las tortillas. No nos dijo nada, solamente ese movimiento de cabeza que parece un vaivén como de aprobación y regresó, junto con sus perros, por donde había llegado.
Al terminar no recuerdo cuántos montes de tortilla hicimos, las despegamos y bien envueltas las guardamos en el refrigerador. Al otro día tenía permiso para faltar a mis otras Sevas, ya que me tocaría guisar el arroz, los frijoles y todo lo programado para el menú.
Empecé por dorar las tortillas, mientras ponía a remojar el arroz, limpiar los chiles y todo lo necesario. Desde luego Pierre supervisaba que se empleara lo justo.
Antes de irme al Darshan vespertino dejé apartado mi platillo, que ni siquiera recuerdo cuánto costó, pero en verdad que valió la pena porque a todos les gustó, dado que el picante no fue excesivo, sino simplemente para marcar el sabor. Aunque se engrandezca el ego, Gurumayi me mandó a felicitar.
Recién había iniciado el año nuevo se avisó que Gurumayi dictaría un intensivo de meditación de dos días. Había cola para reservar espacio. Aunque casi fui una de las primeras, ya no alcancé espacio para estar en el salón donde ella estaba y me tocó ir a otro salón pequeño donde había unas televisiones grandes en donde se repetía por circuito cerrado el evento.
Como siempre ya iba a empezar a rezongar, cuando una de mis compañeras dijo que tendría que entender que no solamente junto a ella se sentía su energía, que me iba a dar cuenta de ello. Ya no supe si ella solamente se dedicó a cantar el OM o si fue guiando la meditación.
Yo recuerdo unas breves recomendaciones para respirar y de pronto me vi transportada como en una barca que flotaba y navegaba sobre un mar naranja, dorado, donde el OM permanecía como un fondo reverberante. Veía el horizonte, sin embargo no había un arriba o un abajo. Un movimiento sin principio ni fin, como la creación misma, eterna, imperecedera.
* Narradora oral, astróloga y terapeuta.
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