4/30/2012

La cárcel del diablo, de EU, modelo para México

Esta prisión de Nuevo México fue escenario de uno de los más sangrientos motines penitenciarios en EU a principios de los ochenta. Ahora es un centro modelo, analizado por la Secretaría de Seguridad Pública para importarlo a nuestro país.


Vista exterior del Centro Correccional de San Fe, en el desierto de Nuevo México.
Vista exterior del Centro Correccional de San Fe, en el desierto de Nuevo México. Foto: Cortesía The New Mexican

SANTA FE, Nuevo México.- Hace 32 años esta cárcel era todo, menos algo digno de presumirse. Si por algo se le conocía era por su propensión a producir cadáveres y tolerar fugas. La mejor descripción de la Penitenciaría de Santa Fe de los viejos tiempos hubiera sido decir que era una institución de puertas abiertas para sus reos.

Con un largo expediente de motines, prácticas corruptas y escapatorias espectaculares en su haber, la correccional estatal de Nuevo México estaba muy lejos de ser un modelo a seguir. Llegó incluso a ser bautizada en los medios como “la prisión más notoria de Estados Unidos (EU)” y se ganó un lugar en los anales de ese país por ser escenario del peor motín penal en la historia carcelaria estadunidense, ocurrido en 1982, con saldo de 33 muertos y cientos de heridos.

No sólo eso: tiene el dudoso honor de ser una de las pocas instituciones carcelarias de la Unión Americana en las que se ha utilizado un helicóptero para facilitar la fuga de reos, incidente ocurrido en 1988, cuando una aeronave aterrizó en su patio, recogió a tres prisioneros y escapó en medio de una balacera cruzada.

“Hay torres de guardias que están vacías porque no se tiene ni el presupuesto para contratar personal que las ocupe de tiempo completo”, determinó posteriormente el gobierno estatal, al analizar las causas de la fuga. En buena medida, la cárcel más importante de Nuevo México pertenecía más bien al Tercer Mundo.

Soldados y bomberos en el penal de Santa Fe, luego del motín de febrero de 1982, que dejó 33 muertos.
Soldados y bomberos en el penal de Santa Fe, luego del motín de febrero de 1982, que dejó 33 muertos. Foto: Cortesía The New Mexican

Contra su reputación histórica, eso ha cambiado. Un cuarto de siglo después y varios millones de dólares más tarde, la penitenciaría se ha transformado en una de las instituciones más duras pero funcionales de toda la nación estadunidense, un experimento al que Washington invita a estudiantes de todo el mundo para aprender de las prácticas de ese sistema carcelario.

Es la prisión modelo de EU, que dentro de la Iniciativa Mérida hoy es objeto de un minucioso estudio por parte del gobierno mexicano para entender cómo una cárcel puede, en efecto, pasar de hoyo fétido a instalación de clase mundial en el periodo de una generación, en especial ante la crisis que vive el sistema penitenciario de México y la urgencia de resultados.

“Le hemos presentado este modelo a funcionarios del gobierno de México y varios países centroamericanos, y están muy interesados. Creemos que es uno de los modelos más progresivos en todo EU y que vale la pena analizarlo”, dice Colleen McCarney, directora de Clasificación del Departamento de Correccionales de Nuevo México.

Es un concepto que suena irreal y que a más de un funcionario ha sorprendido. “Cuando los mexicanos vienen y ven que nuestros presos están en la calle o trabajando en nuestras oficinas, no lo pueden creer”, comenta McCarney. Porque aquí, contra la ortodoxia, algunos presos están libres durante buena parte del día. Y hasta estudian sus licenciaturas en la universidad local.

¿Se imagina usted a un reo de algún Centro Federal de Readaptación Social estudiando en una universidad, digamos la UNAM? En Nuevo México esta práctica es común.

La lógica detrás de este concepto es la siguiente: con los malos hay que ser duros en extremo; con los no tan malos, no tanto.

Destrozos en las instalaciones del centro penitenciario luego del motín de 1982, el peor en la historia carcelaria de Estados Unidos.
Destrozos en las instalaciones del centro penitenciario luego del motín de 1982, el peor en la historia carcelaria de Estados Unidos. Foto: Cortesía The New Mexican

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“El motín y las fugas cambiaron todo”, asegura el capitán Michael Lawton, del Departamento de Correccionales de Nuevo México. Supervisa un recorrido para M Semanal por una de las crujías de supermáxima seguridad de la Penitenciaría (un ala a la que se llama únicamente “la Supermax”). “Ahora no permitimos a los reos más peligrosos convivir con nadie y los tenemos muy controlados. Diría que aquí no pasa nada”, añade.

La crujía A, con nueve celdas en total, es un ambiente estéril, protegido desde lo alto por un equipo de guardias con armas pesadas. Como otros cinco módulos similares, está reservado para presos de máxima seguridad y se le denomina “la vaina de los guisantes”. Y es que el mejor símil para describir la segregación de sus ocupantes es el de chícharos: están en el mismo lugar, pero por separado. El 80 por ciento son mexicanos.

Por razones de seguridad, cada reo está confinado a su propio habitáculo, un cuarto de dos metros cuadrados con una cama, un retrete, un escritorio de cemento y una ventanilla de cristal blindado y enrejado a través de la que no puede verse prácticamente nada. Se es vigilado por cámaras en todo momento y hay revisiones cada hora para verificar que los prisioneros sigan en sus celdas. Cuando deben bañarse, lo hacen en otro módulo individual, esposados de las manos. Es un entorno casi espartano, muy similar al que se envió al capo Miguel Caro Quintero, en “la Supermax” de Colorado (“La vida en el infierno nevado”, M Semanal, dos de junio de 2011).

Durante 23 horas al día, este es el hogar de los reos más peligrosos de Nuevo México, desde sicarios y narcotraficantes hasta asesinos seriales y pandilleros de alto nivel. La restante hora es utilizada para ejercicio en el patio, en jaulas a las que los guardias han apodado “Parque Jurásico” por su similitud con el zoológico en el que se mantenía atrapados a los pterodáctilos en la novela de Michael Crichton. Una jaula tiene un aro de basquetbol. Otra, una barra para hacer ejercicio. Nada más.

El ambiente de las jaulas, rodeadas por una larga extensión de desierto repleta de alambre de púas, es deprimente. Y en honor a la novela de Crichton, hasta el techo tiene reja. El único momento en el que los prisioneros pueden ver el cielo es durante el traslado de vuelta a sus celdas, una corta caminata de no más de tres minutos que realizan escoltados por un guardia armado.

Según explica el capitán Lawton, otra de las peculiaridades del sistema “Supermax” de Nuevo México es la ausencia de contacto humano. Bajo el reglamento de la prisión, no se permite a los prisioneros tocar a nadie ni recibir visitas. En las contadas ocasiones en que pueden ver a alguien —un abogado, un familiar durante una emergencia— los reos deben permanecer al otro lado de una pantalla de plástico, comunicándose sólo por un teléfono.

“De todas formas, no es aconsejable estar demasiado cerca de ellos. ¿Ve esos guantes que llevan los guardias?”, pregunta el capitán. Se refiere a uno de los escoltas, que lleva a un reo de vuelta a su celda. “Usan guantes de látex porque aquí el 80 por ciento de los presos están infectados de hepatitis”.

Es el aislamiento llevado a su extremo.

Imagen del exterior del penal modelo de Santa Fe, en Nuevo México.
Imagen del exterior del penal modelo de Santa Fe, en Nuevo México. Foto: Especial

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La crujía de máxima seguridad de Nuevo México no siempre fue un ambiente controlado. El incidente que inició su proceso de cambio fue el peor motín carcelario en la historia de EU, ocurrido el tres y cuatro de febrero de 1982. Para cuando el levantamiento terminó, 33 reos yacían muertos, mutilados brutalmente en los pasillos de la penitenciaría.

Las crónicas periodísticas del motín detallan que luego de recuperar el control de las instalaciones, las autoridades ingresaron a lo que parecía una zona de guerra. En los pisos había fragmentos de cuerpos y varias crujías prácticamente quedaron reducidas a cenizas. Algunos cadáveres estaban tan deteriorados que jamás fue posible reconocerlos: fueron decapitados con hachas, sus cráneos y manos incinerados con sopletes para que nadie pudiera identificarlos.

“Fue la carnicería del diablo”, consideraría más tarde Roger Morris, un escritor que investigó sobre el tema. La crisis estremeció al sistema carcelario de EU y evidenció que el modelo penitenciario de Nuevo México estaba agotado.

Los reportes de lo sucedido detallan que el motín estuvo marcado por una violencia hobbesiana: la situación en las crujías rápidamente degeneró en enfrentamientos de pandillas, toma de rehenes, ejecuciones en masa y hasta la violación de varios guardias, a los que se torturó por horas. Se perdió el control de la cárcel de forma rápida y rotunda.

Tras 36 horas de anarquía, fue necesario que tropas estatales y federales tomaran por asalto el bloque de máxima seguridad de la prisión para recuperar el control de la penitenciaría. Las instalaciones quedaron severamente dañadas y hubo zonas enteras que debieron ser demolidas.

Marcas de hachazos sobre la pared del penal.
Marcas de hachazos sobre la pared del penal. Foto: Especial

Hoy, aunque todavía es posible ver las marcas que dejaron las hachas usadas por los reos para consumar las ejecuciones en algunos muros, la prisión es un modelo de tranquilidad, y de no ser por la historia del levantamiento, sería difícil creer que algo así pasó en sus pasillos.

Pero el cambio fue gradual. Tras el motín, a las autoridades de Nuevo México les tomó 10 años y varios episodios vergonzosos —como el escape en helicóptero de 1988— poner a la cárcel de pie. Todo comenzó por el sistema de clasificación: a decir del Departamento de Correccionales, eliminó de golpe el control que tenían los reos más poderosos y violentos sobre los más débiles. De tajo, se les anuló la idea de que tenían autoridad tras de las rejas.

“Lo que hicimos fue entender que no podíamos tener a los reos más peligrosos junto a personas que no tenían antecedentes violentos, porque sólo les estábamos dando poder”, menciona McCarney. “Por eso creamos un sistema de graduación: para separar a unos de otros”.

Después del desastre de 1982, la cárcel fue reconfigurada a su forma actual: seis módulos separados por niveles de peligrosidad, con el hasta entonces inédito sistema de graduaciones, es decir, la posibilidad de que los reos mejoren sus condiciones y pasen de una zona de seguridad estricta a una de vigilancia mínima si es que se demuestra buena conducta.

Los niveles uno y dos están reservados para criminales de poca monta, generalmente ladrones, defraudadores, personas sin antecedentes penales. Duermen en barracas tipo militar —sin estar segregados— y reciben una serie de beneficios encaminados a “estimular” su eventual reinserción social. Incluso se les permite convertirse en estudiantes universitarios.

“Nuestros reos del nivel uno pueden salir a trabajar o estudiar en la universidad y sólo deben regresar por la noche a continuar su condena”, expone McCarney. Son reos que están a uno o dos años de ser liberados y que pueden trabajar en las oficinas de Albuquerque y ganar un salario normal. Por la noche, serán recogidos por una camioneta del estado para regresarlos a sus barracas.

Para los reos del nivel dos, el trabajo es más intenso: ataviados de trajes naranja fosforescente, se les lleva a limpieza de caminos, plantas de procesamiento de basura, combate de incendios en bosques locales y limpia de grafitis. En el Departamento Correccional de Nuevo México son el staff encargado del mantenimiento. Por supuesto que pueden también tomar el camino inverso: si su conducta se deteriora, corren el riesgo de ser enviados a los módulos más estrictos, en compañía de criminales duros.

La amenaza funciona como un gran incentivo. “Este muchacho, por ejemplo”, me dice McCarney. “¿Vienes a recoger la basura, no es así?”. Le habla a un preso que espera, educadamente, a entrar a su oficina. Su respuesta es sumamente cortés. Es un hombre enorme marcado con tatuajes en el rostro: “Sí, señora. ¿Me la puedo llevar?”.

Dentro del sistema de graduación de la penitenciaría de Nuevo México también están aquellos a los que progresivamente se trata con más dureza: los niveles tres y cuatro. A esos se les confina ya en celdas más pequeñas y por lo general tienen encima delitos federales y sentencias más largas, lo que eleva su posibilidad de escape. Pero aun a ellos se les trata de seducir con la posibilidad de, algún día, reducir su nivel al dos y eventualmente al uno.

Después vienen los niveles no graduables, el cinco y, sobre todo, el seis. “El nivel cinco es para pandilleros como los Barrio Aztecas y la Mexican Mafia. Las restricciones son mucho más elevadas por seguridad”, añade McCarney. Son reos con antecedentes de violencia, quizá un intento de escape

Al lado de la oficina de McCarney, otro reo camina por la zona administrativa de la cárcel. Lleva un carrito de lavandería. Es un nivel dos y está trabajando para eventualmente llegar al nivel uno, a la posibilidad de ir a la universidad comunitaria de Nuevo México.

“Con permiso, señor”, dice, con la voz baja, la mirada clavada al suelo, mientras se aleja empujando el carrito de ropa sucia.

Traslado de un reo luego de una hora de ejercicios en el patio.
Traslado de un reo luego de una hora de ejercicios en el patio.

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En su momento y antes del sistema de graduación, la penitenciaría cumplía con el tradicional mote de “escuela del crimen”: reos peligrosos mezclándose con prisioneros sin antecedentes por igual. Ahora, la cárcel estatal se ha reconvertido en otro tipo de escuela. A unos metros de la prisión, una generación de policías carcelarios mexicanos se encuentra estudiando. Son 31 hombres y mujeres del Servicio Penitenciario Federal, invitados por el gobierno de EU a aprender del modelo de la prisión en Nuevo México.

“Esto forma parte de una sociedad entre el Departamento Correccional de Nuevo México y el Departamento de Estado. Se nos pidió entrenar a cadetes internacionales dentro de la Iniciativa Mérida”, detalla Mark Myers, el director de la Academia de Entrenamiento. La idea es invitar a guardias mexicanos para que se entrenen dentro de los muros de la “Supermax”.

“Diría que no es tan peligroso”, sentencia Myers. “En el nivel seis los prisioneros están separados y se les tiene controlados. Es en otros niveles en los que hay que tener más cuidado”.

Los alumnos mexicanos, cuyas clases concluirán la última semana de abril, han recibido entrenamiento de instructores de la academia durante casi dos meses. En ese lapso, trabajaron como celadores en la prisión de Nuevo México para absorber parte de las costumbres penitenciarias que llevaron a que la cárcel pasara de desastre a modelo.

“Aquí reciben todos los elementos básicos, como tácticas defensivas, habilidad física y procedimientos sobre cómo administrar una prisión”, señala Myers.

Uno de los aprendizajes a que se ha sometido a los cadetes mexicanos —en trabajo de campo— es identificar a quienes los expertos denominan “reos manipuladores”, prisioneros que tienden trampas psicológicas de largo aliento a los guardias.

Antonio, uno de los entrenadores en la cárcel, lo explica. “Comienza con el reo pidiendo un día un lápiz. Luego pide algo más grande, quizá comida. Y va progresando, hasta que un día el preso pide sexo, un arma o drogas, y tiene al guardia acorralado”, narra.

No sólo guardias carcelarios han pasado por los pasillos de la penitenciaría de Nuevo México. Desde 2009, varios funcionarios administrativos del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social han visitado la cárcel, para determinar si es viable de aplicar su modelo en territorio mexicano.

La decisión de si será aplicado o no, está en manos del gobierno mexicano.

Custodios en un pasillo de la prisión.
Custodios en un pasillo de la prisión.




Cárceles y presos

Al cierre de diciembre de 2011, la población total del sistema carcelario en México era de 230 mil 943 personas, de las cuales sólo 10 mil 619 eran mujeres, según las Estadísticas del Sistema Penitenciario Federal de la Secretaría de Seguridad Pública. El Distrito Federal es la entidad con mayor número de presos: 41 mil 60, seguido del Estado de México y Baja California, con un poco más de 28 mil y 16 mil, respectivamente.

Del total, 183 mil 127 están presos por delitos del fuero común y 47 mil 816 por delitos del fuero federal. En el primer caso, el 47.34 por ciento de la población ya fue sentenciada y en el segundo sólo el 9.67 por ciento.

En todo el país había hasta finales de diciembre pasado un total de 418 centros penitenciarios, de los cuales 306 corresponden a los gobiernos estatales y 90 a los municipales. El gobierno federal tiene 12 y el gobierno del Distrito Federal 10.

Un punto importante de las estadísticas es que la capacidad de estas cárceles es de 187 mil 752 personas, pero se reconoce que hay una sobrepoblación de 43 mil 191 en 204. El Distrito Federal y sus centros penitenciarios tienen una sobrepoblación de 76.52 por ciento, y le siguen el Estado de México de 74.03, Jalisco de 73.15, Nayarit de 72.32, Morelos de 60.84 y Tabasco de 57.26 por ciento.
(Redacción M Semanal)




Las siglas en inglés del Departamento Correccional de Nuevo México, sobre el uniforme de un preso.
Las siglas en inglés del Departamento Correccional de Nuevo México, sobre el uniforme de un preso.

Nuevas prisiones

En febrero de este año el presidente Felipe Calderón reconoció que el sistema penitenciario en algunos estados tiene un deterioro de “por lo menos 20 años”, que hay crisis en Tamaulipas y Nuevo León, y que se pondrán en funcionamiento en los próximos meses 10 nuevas cárceles.

Cada cárcel tendrá un costo aproximado de cuatro mil millones de pesos y tendrán capacidad para recluir a 20 mil personas. Se prevé que vivirán entre nueva tecnología de vigilancia, y que en lugar de recibir visitas, tendrán videoconferencias con abogados y familiares.

Adicionalmente, un grupo de guardias carcelarios de México han tomado cursos especializados en Estados Unidos para recuperar el control de los penales del país, dentro de los programas que apoya la Iniciativa Mérida. Desde 2009 se han graduado 250 custodios mexicanos, y lo que se pretende es aplicar sus conocimientos en el control de motines, escapes y riñas, traslado de reos peligrosos y rescate de compañeros que estén sometidos como rehenes.

De acuerdo con la información disponible sobre las empresas constructoras, ICA construirá dos penales, en Sonora y en Guanajuato; Prodemex lo hará en Michoacán y Durango; Homex en Morelos y Chiapas; GIA en Oaxaca; Arendal en Chiapas, y Tradeco en Monclova, Coahuila.

Eustaquio de Nicolás, presidente de Homex, dijo que su empresa entregará las construcciones en el tercer trimestre del año, y que esta rama representa un buen negocio. En esta actividad incursionó con la construcción de casas en las Islas Marías, y se dieron cuenta de que para edificar una cárcel se pueden utilizar los mismos moldes, pero con “más concreto maduro y más varilla”.
(Redacción M Semanal)




Libertades otorgadas

5 Aplicación de los artículos 68 y 75

223 Beneficios de libertad anticipada despachados del fuero federal en la República Mexicana

228 Total de libertades otorgadas por el órgano administativo desconcentado prevención y readaptacíon social

Traslados internacionales y extradiciones

43 Total de traslados internacionales

0 Total de extradiciones

Incidencias registradas

179 Total de incidencias

287 Total de población involucrada

Víctor Hugo Michel, enviado

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