En esta temporada seguiremos viendo declaraciones de funcionarios de
instituciones financieras privadas, las cuales formarán parte de la
campaña electoral. Ninguna de esas negociaciones dirá claramente que
apoya a tal o cual candidato, pero todas van a ubicar a Andrés Manuel
López Obrador como irruptor de la actual política económica y, por
tanto, promotor de la recesión y el desastre: un peligro.
En esta semana han destacado un par de declaraciones reproducidas por
varios medios. En una de ellas, de Casa de Bolsa Finamex, Guillermo
Aboumrad alerta que el triunfo de Morena podría retraer la inversión
privada y provocar recesión.
En la otra, de BBVA, Juan Ruiz nos habla desde Madrid de los
“riesgos” mexicanos: elecciones y TLC. En cuanto a la contienda, este
economista bancario dice que le preocupa “en términos de crecimiento
potencial” la suerte de la reforma energética”, es decir, “la liberación
del sector y las subastas de los campos petrolíferos”.
En 1982-1983, cuando no hubo cambio de partido en el gobierno,
vivimos una crisis profunda. En 1994-1996 se produjo otra fuerte
recesión bajo el mismo esquema PRI-PRI, cuando Ernesto Zedillo sustituyó
a Carlos Salinas.
El país vivió entonces una caída brutal de la economía que, además,
le costó, sólo por concepto de rescate de la banca (Fobaproa), 100 mil
millones de dólares, de los que todavía se debe la mayor parte y se
pagan los intereses por la vía del Presupuesto. Hubo inflación
escandalosa, marcada disminución de los salarios reales, quiebra de
numerosas empresas y monstruosas tasas de interés activas.
En relación con las inversiones petroleras, habría que decir que la
participación de capitales extranjeros no está del todo definida y que
no se sabe de qué tamaño será durante el presente año. Lo que sí se sabe
es que, desafortunadamente, el Estado se ha replegado en este sector y,
por tanto, la economía sufre.
La disminución del crecimiento anual de la inversión extranjera es
consecuencia de tendencias recesivas. Por tanto, la participación
foránea en las industrias de energía no va a sustituir la baja de
reinversiones de empresas trasnacionales en México. Lo que ha salvado la
situación, hasta cierto punto, son los posibles aumentos en las
exportaciones manufactureras hacia Estados Unidos.
El incremento de la deuda no pudo ser atemperado con las subidas de
la recaudación porque el gasto político y otros despilfarros del
gobierno han alcanzado niveles inmanejables para cualquier
administración responsable y porque el crecimiento esperado de la
economía no llegó jamás. Ahora ya tenemos superávit primario, el cual es
recesivo.
La inflación aumentó en 2017 por culpa del gobierno
(Peña-Videgaray-Meade). Con la idea de que es preciso cobrar impuesto
porcentual (IVA) más impuesto de tasa flexible (IEPS) a las gasolinas y
que debe subir el precio del gas doméstico, debido a la depreciación del
peso y el aumento del petróleo, se ha impactado severamente una
economía que a duras penas venía amortiguando diversos eventos
desfavorables.
Todo, para satisfacer el dogma neoliberal de que el Estado tiene que
forzar la concurrencia energética, aunque ésta implique el mayor costo y
se entreguen riquezas nacionales.
Ahora, en estos días, cuando bajan el dólar y la cotización del
crudo, los precios de las gasolinas y el gas no disminuyen o siguen
creciendo.
El salario mínimo para 2017 aumentó más que otros años, pero la
inflación se duplicó, de tal manera que el deterioro salarial no se
detuvo. Lo mismo puede decirse respecto de los salarios contractuales
fijados a través del macabro sistema político de topes.
José Antonio Meade, según ha dicho, no quiere control de precios en
ninguna mercancía, excepto en esa especial mercancía que es la fuerza de
trabajo y cuyo precio es el salario. Eso se llama desvergüenza.
Seguir deprimiendo el mercado interno es el camino de la continuidad
desastrosa en la que ha vivido el país durante 30 años. ¿Esa es la
política que se quiere conservar para lograr una estabilidad que
“promueva” la inversión? Sí, es esa misma.
Es falso que el gobierno mexicano se encuentre preparado si Donald
Trump decide iniciar un proceso de denuncia del TLCAN. Ningún gobierno
podría prepararse para eso en un año. Pero menos cuando Peña y demás
gobernantes se dedican a decir que las cosas pueden ir bien.
No, no irán bien de ninguna manera. Si hubiera un acuerdo, de todas
formas se erosionaría el superávit comercial mexicano con Estados
Unidos. Además, ¿quién ha dicho que lo mejor para un país es tener un
abultado superávit comercial? El problema de México consiste en que es
demasiado deficitario con el resto del mundo.
El país tampoco está preparado para una corrida financiera si acaso
ésta se produjera como consecuencia de la existencia de inmensos
capitales que anidan en el mercado mexicano de capital-dinero.
Y no lo está (ni siquiera con el compromiso de solvencia del FMI)
porque el grado de volatilidad es demasiado costoso: el sistema de
financiamiento del país se encuentra en crisis. Eso es lo que no se
quiere reconocer porque no se desea cambiar nada.
El sistema de pensiones basado en las Afores ya tronó, absolutamente.
La pensión casi nunca será superior al 30% del último salario y la
mayoría no alcanzará ni el salario mínimo: tendrá que haber subsidio
público.
Sin embargo, el gobierno calla para defender al más canallesco
negocio financiero, establecido por ley, pero no social, sino
neoliberal. Dentro de tres años vendrá la explosión.
Que le pregunten a Peña, Videgaray o Meade, qué modificaciones deben
hacerse a la política económica, luego de lo cual los verán respondiendo
con evasivas o, de plano, cambiando de tema.
Mas los funcionarios de las empresas financieras no le preguntan nada
al gobierno. Están felices con la actual política. Tienen las mayores
tasas de ganancia en el escenario internacional. Es de entenderse que,
si nadie gana tanto como ellos, quieren que nada cambie.
El problema, sin embargo, es saber si la gente común y corriente
desea cambios para buscar otros senderos. Por lo pronto, hay que
rechazar los espantajos.
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