1/27/2018

Inventoras de galaxias

Rompiendo roles de género
  

La ciencia ficción propicia imaginar universos libres de sexismo y utopías que trascienden el binarismo de género.

“No es solo, ni especialmente, la Enterprise, Star Wars o las tropas del espacio. La ciencia ficción significa experimentar con la imaginación, responder preguntas que no tienen respuesta. Cada viaje es irreversible”. Lo dijo en una ocasión Ursula K. Leguin, una de las autoras más reconocidas de este género.
Mundos imaginarios, ficción científica, anticipar un futuro prometedor, catastrófico, que asusta, conmueve o estremece. Imaginar hacia dónde vamos, o dónde estamos sin saberlo, de la mano de la ciencia, suponer o elucubrar sobre la acción de las personas sobre la Tierra y lejos de ella… La ciencia ficción es mucho más que naves espaciales y sus autores no son solo hombres con gafas y carrera de Física teórica. Hay más mujeres escribiendo ciencia ficción de lo que se cree, pero a menudo sus obras son catalogadas como “fantasía”, como si no fueran racionales, científicas o tecnológicas.

“Frankenstein”, considerada de manera casi unánime la primera obra de ciencia ficción moderna, fue escrita por una mujer de veintiún años. Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851) describe el deseo del ser humano de crear vida y las consecuencias que trae esta osadía. Con “Frankenstein”, Shelley sienta una temática recurrente: la criatura artificial que se rebela contra el creador. Desde entonces le han seguido novelas como “La isla del doctor Moreau”, de H.G. Wells, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, o sagas de la gran pantalla como “Matrix”. En un alarde de humildad, ella llegó a decir que sus sueños “eran más fantásticos y magníficos” que sus escritos.
También escribió “El último hombre”, editada, ridiculizada y vilipendiada en 1826. No se reeditó hasta 1965, más de un siglo después de la muerte de la autora. En ella cuenta la desaparición de la especie humana a finales del siglo XXI a consecuencia de una plaga. Se considera la primera novela postapocalíptica, una temática central de la ciencia ficción que será revisitada hasta el aburrimiento a partir de entonces.

Shelley, esa lúcida pionera, recurrió al anonimato para publicar, pero otras muchas, para salvar los prejuicios de editores, lectores y compañeros de profesión, camuflaron sus nombres tras pseudónimos masculinos. Robert Silverberg, escritor de ciencia ficción, dijo en una ocasión sobre el aclamado autor James Tiptree Jr.:
“Se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones”.
Pues esa “absurda” teoría era cierta: tras James Tiptree Jr. se escondía Alice Sheldon (1915-1987), autora, entre otras de “En la cima del mundo” (1978). En ella, describe un intento de invadir la Tierra por parte de seres con avanzadas habilidades telepáticas del planeta Tyree.
En “Houston, Houston, ¿me recibe?” narra cómo un grupo de astronautas masculinos viaja unas décadas al futuro para descubrir que una plaga ha acabado con todos los hombres del planeta y las mujeres se reproducen ahora por clonación. Cada integrante de la tripulación se plantea el regreso de los hombres a la Tierra, para finalmente descubrir que las mujeres viven perfectamente felices sin ellos y que en ningún momento se han planteado rescatarlos.
No sería justo relacionar esta temática con el acontecimiento final de su vida. Con 71 años, Alice Sheldon mató a su marido de 84 y luego se suicidó. Las autoridades que investigaron el caso determinaron que la pareja había hecho un pacto suicida en el que acordaron que ambos se darían muerte si su vida se volvía difícil y dolorosa. Ella padecía una enfermedad pulmonar crónica y él se estaba quedando ciego.

Ese mismo año, 1987, moría C.L. Moore (1911-1987). Ella, que firmaba con sus iniciales para ocultar su género, fue una mujer en un mundo masculino y machista: la literatura pulp. Debutó en 1933 con el relato “Shambleau”, publicado en la mítica Weird Tales, y le arrancó elogios al mismísimo H.P. Lovecraft. En “Shambleau” nace Northwest Smith, su personaje más conocido, un piloto de astronaves aventurero que aparecería en muchos de sus escritos y que inspiraría personajes tan archiconocidos como Han Solo. Por los condicionantes de la época, sus títulos solían publicarse firmados solo por Henry Kuttner, su marido, o bajo distintos pseudónimos masculinos.
Su coetánea, Alice Mary Norton (1912-2005), empezó a firmar sus obras como Andre Norton, algo más masculino, en 1934 para que esto le ayudara a publicar. Ese mismo año consiguió publicar una novela por primera vez. Su obra más conocida es la saga “Witch World”, donde relata las historias de personajes femeninos que protegen su virginidad para no perder sus poderes. Su visión sobre la ciencia y la tecnología era retrógrada según la crítica, pero su aportación literaria es innegable.
Fue la primera mujer en recibir el premio Gran Maestro, la máxima distinción que en literatura de ciencia ficción.

AÑOS 60: LA CIENCIA FICCIÓN FEMINISTA
Con el empuje de la segunda ola del movimiento feminista, las mujeres occidentales aumentaron su protagonismo en espacios que hasta entonces, con la honrosa excepción de las pioneras, habían sido monopolizados por los hombres. Es el caso de la ciencia ficción, dominada por pistolas, cohetes, héroes espaciales cargados de testosterona y mujeres secuestradas en las garras de extraterrestres. Las escritoras de ciencia ficción de la década de 1960 y 1970 encontraron en las hojas en blanco una oportunidad para subvertir el orden establecido. Este medio se convirtió en un aliado del feminismo, por su capacidad para construir realidades alternativas, mundos libres de sexismo o utopías que trasciendan el género.
Ursula K. Le Guin es tal vez la autora de ficción científica más prestigiosa y, sin duda, el máximo exponente de la ciencia ficción social. Feminista, anarquista, taoísta, conservacionista, ecologista y comprometida con la literatura, para ella la ciencia ficción es una inmensa metáfora y, por eso, en sus obras ha especulado sobre cuestiones sociales.
Lo hace en “Los desposeídos”, una utopía ambigua, donde plantea las posibles contradicciones de una sociedad anarquista. La mano izquierda de la oscuridad, su obra maestra, está ambientada en un planeta en el que todos los individuos son hermafroditas y pueden concebir vida. A sus dos premios Hugo, cuatro Nébula y cinco Locus se suma el mérito de ser la segunda mujer en ser nombrada Grand Master de la Sciencia Fiction Writers of America (SFWA), la asociación norteamericana de escritores de ciencia ficción. Solo hay cuatro mujeres que lo hayan recibido desde la creación del galardón en 1975.
La obra de Octavia E. Butler (1947-2006), mujer negra, disléxica, tímida, retraída, y criada en una familia de estricta moral baptista, invita a analizar la influencia de la raza, el género y la sexualidad en la conformación de las identidades sociales. Se acercó a la ciencia ficción a través de revistas pulp como “Galaxy” o “Fantasy and Science Fiction”. Con dos premios Hugo y dos Nébula, su obra disponible en castellano incluye la trilogía Xenogénesis.

ESPAÑA: ALUCINADAS

La profunda tradición literaria realista en España explica que este género haya sido poco cultivado y que las mujeres no se abrieran paso en él hasta los años ochenta. Eso sí, cuando lo hicieron, taparon muchas bocas.
Rosa Montero jugó por primera vez con él en 1990 con su obra “Temblor”. En ella se pregunta qué pasaría si hubiera un mundo que solo existiera si alguien lo pensara. Dicen de esta novela que es su obra más original y, desde luego, supuso un cambio de dirección en su camino. La novela posee una intensa atmósfera legendaria y la delicadeza que con la que Montero sabe espolvorear todo lo que toca.
Montero volvió a disparar con acierto en “Lágrimas en la lluvia”, título que extrae de la archiconocida escena de Blade Runner. Esta vez, su protagonista es una replicante en un contexto distinto y le sirve como excusa para hablar de la corrupción, del racismo o del miedo a la muerte.
En España, la escritora de ciencia ficción por excelencia es Elia Barceló. “Es fácil ser la mejor porque soy prácticamente la única”, bromea. Filóloga anglogermánica y doctora en Literatura Hispánica, ha publicado novelas, ensayo y más de veinte relatos en revistas españolas y extranjeras. Se dio a conocer con “El mundo de Yarek”, un clásico de género protagonizado por un especialista en vida alienígena que pasa veinte años en un planeta deshabitado y estéril.
Aporta un relato asombroso y genialmente construido al compendio Mañana todavía, donde varios autores imaginan, al estilo de Black Mirror, lo que depara el futuro: la dependencia de los móviles o internet, los peligros de las redes sociales, las catástrofes naturales, el problema de los recursos energéticos, las derivas políticas radicales o los riesgos del progreso científico en materia de reproducción, genética y salud.

Y, siguiendo con libros corales, “Alucinadas” recoge la variedad de estilos narrativos y de temáticas de las autoras de ciencia ficción que participaron en un certamen. La antología se abre con el relato ganador, “La Terpsícore”, de la autora argentina Teresa P. Mira de Echeverría, que se centra en el viaje de su protagonista, la capitana Stephana Yurievna Levitánova, en una nave cuyo cerebro artificial está encarnado en el cuerpo de un adolescente muerto. Este relato está enmarcado en la ciencia ficción cuántica porque el viaje se realiza sin que la nave despegue, reuniendo en su interior versiones de la capitana procedentes de otras dimensiones.
Iniciativas como estas invitan a cuestionar el estereotipo extendido y aceptado de que la ficción científica es un mundo de hombres y para hombres. Ahora que ya no son necesarios los pseudónimos para publicar (o eso queremos pensar), el siguiente peldaño es lograr igualdad en los reconocimientos que reciben los autores y las autoras. La propia Mary Shelley lo resumió del siguiente modo: “No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas”.

*Este artículo fue retomado del portal Pikara Magazine
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Emilia Laura Arias Domínguez*
Cimacnoticias | Bilbao, Esp .-

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