Ernesto Ladrón de Guevara Alafita*
Hace 24 años,
con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN), iniciamos una serie de transformaciones económicas,
políticas, sociales y ambientales que fueron determinantes para el
presente y futuro de nuestro país. El tratado promovido por los
gobiernos de los tres países para favorecer a las empresas
trasnacionales se presentó como la entrada de nuestro país al primer
mundo, cuando en realidad significó el abandono de los derechos de los
trabajadores y pequeños productores a cambio de inversiones que nunca
llegaron. En el campo esto se tradujo en un deterioro de las condiciones
de vida y el crecimiento de la pobreza.
Prueba de ello es que, en este periodo obtuvimos dos nada honrosos primeros lugares a escala mundial:
1. El primer lugar en obesidad, lo que la FAO ha llamado
la doble carga de la malnutrición, o sea la convivencia en una misma persona de obesidad y desnutrición a la vez.
2. También somos el país con más connacionales en el extranjero, 10
por ciento de los mexicanos han emigrado a Estados Unidos, por ello
constituimos el corredor migratorio más grande del mundo, y ahora las
remesas son la segunda fuente de divisas del país y en algunas zonas
rurales la principal fuente de ingreso o el motor de la economía local.
La apertura comercial generó cambios en el patrón de consumo que
ahora se expresan con graves daños a la salud y la economía familiar.
Así, la Secretaría de Salud declaró hace unos meses la primera
emergencia sanitaria originada por diabetes, siendo el primer caso que
se provoca por lo que comemos y no por una plaga o una enfermedad
contagiosa. Siendo la diabetes una enfermedad costosa (por la
alimentación especial, diálisis, hemodiálisis, amputaciones, entre otros
efectos), el sector salud considera que estas enfermedades causadas por
una mala alimentación, en breve podrían absorber la totalidad del
presupuesto del sector.
Con el modelo agroimportador que nos impusieron las empresas
trasnacionales, pasamos de tener una simple relación comercial de
apertura (donde se compra o se vende lo que se tiene o lo que se
requiere) a una relación de integración económico-productiva y de gran
dependencia alimentaria. Así se consumen en México los alimentos que son
considerados como desechos, subproductos o residuos de la comida de los
estadunidenses, donde ellos se comen la carne magra y nos envían las
patas, las vísceras, tripas, pescuezos, sebos, pastas y residuos.
Según un estudio realizado por la Comisión de Desarrollo Rural del
Senado de la República importamos más de 6 millones de toneladas de
productos de desecho que aquí se utilizan como alimento humano, lo que
representa 16 por ciento del total de las importaciones, significando un
monto de 61 mil 37 millones de pesos, cantidad superior a todo el gasto
productivo que nuestro país destina a los alimentos.
Podemos aseverar que las causas tradicionales de la obesidad
(como las fiestas decembrinas) han sido rebasadas, ahora el consumo
cotidiano y permanente de desechos alimentarios está en la mesa y en la
casa de cada uno de nosotros.
El tamaño en volumen y dinero de los desechos que importamos es
alarmante: en tripas, vejigas y estómagos de animales, con un valor de 3
mil 840 millones de pesos (mdp); en sebos (grasas y mantecas), un total
de 4 mil 672 mdp; en natas y sueros, con un importe de 6 mil 214 mdp;
en trozos y despojos de cerdo (cueros, hígados, pancetas) 7 mil 916 mdp;
de bovinos (lenguas, hígados) 3 mil 178 mdp; de pollo (carcazas y pellets)
6 mil 792 mdp; y de pavo 4 mil 461 mdp. Los residuos y desperdicios de
la industria alimentaria de la soya, con la impresionante cantidad de 16
mil 163 mdp y de 6 mil 962 mdp de desechos de maíz.
Significa que cada mexicano se come 50.7 kilogramos per cápita por
año de desperdicios y desechos importados, mezclados en quesos, lácteos,
productos procesados y comida chatarra.
Los desechos son malos no sólo por su nombre (aquí utilizamos sólo la
terminología de partidas establecidas en el TLCAN), lo malo de los
desperdicios y desechos alimentarios está en las siguientes cuatro
razones:
• Son productos con alto contenido de grasas (sebos) o bien de productos ultraenergéticos con graves efectos de obesidad.
• Su manejo industrial, transporte y almacenamiento en calidad de
desechos no reúne los requisitos sanitarios para el consumo humano.
• El elevado consumo de alta fructosa, estimado en un millón 227 mil
431 toneladas importadas, tiene un alto efecto obeso génico para los
mexicanos.
• Social y económicamente esos 61 mil millones de pesos destinados a
importar desechos bien podrían apoyar la producción nacional.
En resumen, importamos los desechos y desperdicios de Estados Unidos
porque así conviene a los intereses de las grandes empresas
agroalimentarias de ese país y porque no existe una política de parte
del Estado para defender la salud de los mexicanos.
*Secretario técnico de la Comisión de Desarrollo Rural del Senado
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