A poco más de un mes de precampaña, Meade sigue enfrentando el
problema de la identidad política con los priistas, que no lo han hecho
suyo como les pidió en el arranque de su carrera por la presidencia.
Atorado en el tercer lugar de las preferencias electorales, detrás de
Andrés Manuel López Obrador y de Ricardo Anaya, el precandidato priista
sigue siendo una figura inasible para los militantes del PRI, que no
saben si tratarlo como un arribista o como un impostor.
La estrategia de posicionamiento, que se preveía sería exitosa en el
primer mes de precampaña, no ha tenido los resultados positivos que se
esperaba porque José Antonio Meade navega entre las aguas del PRI y el
PAN, causando ambigüedad y conflicto interno en la base priista.
A este problema de identidad se le suman las dificultades de
coherencia en su discurso cuando habla de temas como la corrupción, la
seguridad y la pobreza, que son el talón de Aquiles para el gobierno de
Peña Nieto, principal impulsor de la carrera política de Meade.
Sin saber cómo enfrentar y resolver estos dos temas – la identidad y
la lucha contra la corrupción, la violencia y la pobreza– Meade tampoco
ha logrado conectarse con la ciudadanía, que no siente sinceras sus
propuestas, venidas de un gobierno que no cumplió las promesas de una
mejoría con las reformas energética, laboral, educativa y hacendaria.
Además, Meade sufre las consecuencias de la desorganización de su
equipo y la falta de acuerdos con la dirigencia nacional del PRI, que
caminan por senderos distintos y eso genera inconsistencia e
irrelevancia en el mensaje del precandidato.
Entre el PRI y su equipo, Meade tiene cinco voceros que todos los
días salen a dar declaraciones y mandan mensajes en las redes sociales
priorizando su perfil al del precandidato. Pareciera que para esos
voceros es más importante su mensaje que el del precandidato.
Así mientras en el caso de Andrés Manuel y Ricardo Anaya sólo ellos
manejan sus mensajes frente a la ciudadanía y militancia, en el caso de
Meade su mensaje queda supeditado o en segundo lugar, después del que
emiten sus voceros.
La suma de todos estos conflictos es la que tiene atorado a Meade en
su precampaña y para salir del atolladero no será suficiente cambiar la
estrategia a un discurso conciliador, sino tendrá que dar un mensaje de
fuerza para reducir la distancia que ya le lleva Andrés Manuel López
Obrador y Ricardo Anaya, que siguen ganando apoyos a mes y medio de que
arranque la campaña.
Por cierto… Hasta ahora la actual precampaña se parece a lo que
ocurrió en el año 2000, cuando Vicente Fox sumaba apoyos de todos los
sectores sociales en una especie de bola de nieve que creció sin parar y
a pesar de los esfuerzos del PRI. Ese fenómeno se llamaría después el
“voto del cambio”. A ver si la bola sigue creciendo o se desbarranca en
algún despeñadero.
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