10/03/2008

TRES MUJERES HABLAN DEL 68, DRESSER, LOVERA Y TREJO.

EL PASADO PRESENTE.

DENISSE DRESSER
PROCESO

¿Qué pasaría si hoy se repitieran los eventos del 2 de octubre de 1968? ¿Qué ocurriría si al hijo de cualquier lector lo acribillaran mañana en la calle? ¿Cómo respondería el sistema jurídico en estos tiempos? ¿Qué tipo de investigación emprendería el Ministerio Público? ¿Cuál sería el comportamiento de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o de la PGR?
¿Qué posición asumirían la Comisión Nacional de Derechos Humanos y su titular, José Luis Soberanes? ¿Qué tipo de cobertura le darían las televisoras al caso? ¿Acaso el andamiaje institucional actual reaccionaría ante la impunidad de manera distinta a como lo hizo entonces?

Probablemente no, y ese es el problema que aqueja a México 40 años después de un episodio que muchos han querido enterrar. Pero al hacerlo contribuyen a que el pasado sea presente. A que la impunidad de antes se repita ahora.

Alguna vez Vaclav Havel escribió que para poder ver las estrellas había que descender hasta el fondo del pozo. Para cambiar la realidad es necesario conocer la verdad sobre ella y eso implica saber de dónde venimos y cómo llegamos hasta aquí. Pero en México el escrutinio del hoyo negro en el cual se ha convertido nuestro pasado es aún una tarea pendiente.

Ante la guerra sucia del pasado prevalecen las incógnitas del presente. Ante los abusos de ayer persisten los abusos de hoy. Al lado de las familias deshechas de 1968 está parada de la familia de Fernando Martí, entre tantas más. Pasa el tiempo y el esclarecimiento se convierte en una demanda de ciudadanos ignorados, en una colección de hojas marchitas, en una amnesia obligada.

Una amnesia peligrosa, porque como dice la frase célebre de George Santayana, "aquellos que se olvidan del pasado están condenados a repetirlo". En México hubo y hay muertos y heridos producto de la violencia desde el Estado. En México hubo y hay perseguidos y desaparecidos.

Allí están sus rostros desfigurados, sus narices rotas, sus ojos amoratados, sus familiares desesperados. Aunque Miguel Nazar Haro lo niegue, aunque Luis de la Barreda lo haya logrado eludir, aunque Luis Echeverría no quiera reconocerlo, aunque Ulises Ruiz haya logrado escabullirse, aunque la Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado haya fracasado, aunque los responsables de Atenco no hayan pagado un precio por lo que provocaron.

La impunidad persiste a 40 años del 68 porque nunca ha sido verdaderamente combatida. Porque nunca se dieron las consignaciones a los responsables de la matanza del 10 de junio de 1971. Porque nunca hubo asignación de responsabilidades a Luis Echeverría y a Mario Moya Palencia y a Pedro Ojeda Paullada y al Ejército Mexicano.

Porque Fiscalía Especial nunca obtuvo los recursos humanos y materiales que necesitaba; nunca obtuvo el acceso a los documentos desclasificados que requería; nunca obtuvo la cooperación prometida por parte del Ejército; nunca obtuvo la actuación eficaz de la Agencia Federal de Investigación, encargada de encontrar a aquellos contra quienes se habían girado órdenes de aprehensión. Porque nunca hubo un rompimiento claro con el pasado.

Cuando el fiscal Ignacio Carrillo Prieto aceptó el puesto, preguntó si iba a ser posible encarar a todos los responsables de la guerra sucia, aunque hubieran estado en la punta del poder. Y se le dijo: "todos son todos". Pero al final del día todos fueron sólo uno: Miguel Nazar Haro y nadie más. Otros están prófugos, otros tienen protección política. Y entonces -como se preguntó Human Rights Watch- ¿para qué se creó la fiscalía especial si estaba condenada al fracaso?

Más allá de lo que hizo o no hizo, Carrillo Prieto se enfrentó a un pecado original, a un problema de origen. La fiscalía dependía de las instancias a las que investigaba: dependía de la buena voluntad del Ejército para obtener información sobre su comportamiento, dependía de la colaboración de las corporaciones policiacas para denunciar a quienes antes operaban dentro de ellas, dependía del apoyo del Estado mexicano para averiguar qué hizo mal en el pasado.

Y de allí su parálisis. De allí su falta de resultados. La opción mexicana para lidiar con el pasado sugiere que nunca hubo una voluntad real de hacerlo. A la fiscalía no se le dio la autonomía que necesitaba, el poder que requería, los recursos que hubieran hecho viable su gestión.

Por ello, su desempeño constata que fue creada para fracasar. Que fue creada para prevenir la confrontación. Que fue creada sólo para permitirle a Vicente Fox decir que existía. Que fue una opción suave para evadir una opción dura. Como argumenta Sergio Aguayo, la Fiscalía Especial contribuyó a que el gobierno de Vicente Fox le otorgara una amnistía de facto a los perpetradores del viejo régimen.

Porque el escrutinio del pasado a muchos incomoda. A muchos asusta. A la élite empresarial y a los políticos que promueve. Al Ejército y a los culpables que protege. A los priistas con la conciencia intranquila y las manos sucias. A los cómplices, a los callados, a los represores, a los culpables, a los que actuaron sin límites en el pasado y no quisieran revivirlo. A los que no quieren responder a la pregunta persistente: "¿Y mi hijo? ¿Sabe algo?".

Todos los defensores del statu quo argumentan que perseguir el pasado colocaría a México al borde del abismo, polarizaría al país, generaría un alto grado de incertidumbre, impediría las reformas estructurales, debilitaría al Estado, acorralaría a la Presidencia.

Pero paradójicamente todos esos escenarios ya están ocurriendo. Se están dando. México ya está parado en un lugar precario, ya enfrenta la polarización, ya vive la incertidumbre, ya padece un Estado débil, ya presencia las reformas postergadas, ya sufre una Presidencia acorralada. Lo único que ha producido el esfuerzo por enterrar al pasado es la perpetuación de sus peores prácticas en el presente.

Basta con pensar en Vicente Fox y Marta Sahagún abrazados bajo un árbol, presumiendo su rancho. Roberto Madrazo con los brazos en alto, celebrando su triunfo en el maratón de Berlín. Mario Marín en una reunión reciente de la Conago, sonriendo mientras platica con sus contrapartes. Ulises Ruiz de la mano de su esposa, paseando por un hotel de lujo en la playa. Arturo Montiel, en un resort invernal, esquiando de cuesta en cuesta. Emilio Gamboa sentado en la Cámara de Diputados, negociando las reformas a la medida del priismo desde allí.
Personajes impunes, progenitores de la desconfianza, patrones de la trampa, emblemas de la nación, faros de la mentira e iconos de la República. Protagonistas del país que reproduce lo más criticable del pasado, una y otra vez.

El país donde siempre hay corruptos señalados pero nunca corruptos encarcelados. Y donde todo esto es normal. Los errores, los escándalos y las fallas no son indicio de catástrofe sino de continuidad.

El coyotaje practicado por la primera dama o la pederastia protegida por un gobernador o la fortuna ilícita acumulada por un candidato presidencial o las negociaciones turbias entre un senador y un empresario no son motivo de alarma sino de chisme. No son síntoma de un cáncer a punto de metástasis, sino de una urticaria con la cual el país se ha acostumbrado a convivir.

La permanencia en el poder público de quienes violan sus reglas más elementales desde 1968 es lo acostumbrado, tolerado, aceptado.

Porque en todos los casos de impunidad, no importa la evidencia sino la coyuntura política. La correlación de fuerzas en el Congreso. El calendario electoral. Las negociaciones entre los partidos y sus objetivos de corto plazo. La relación entre el presidente y la oposición que busca acorralarlo. Las conveniencias coyunturales de los actores involucrados. Los intereses de los medios con agenda propia y preferencias políticas particulares.

En un contexto así, el combate a la impunidad con la cual cargamos desde 1968 se vuelve una variable dependiente, residual. No es un fin en sí mismo que se persigue en aras de fortalecer la democracia, sino una moneda de cambio usada por quienes no tienen empacho en corroerla. Hay demasiados intereses en juego, demasiados negocios que cuidar, demasiados personajes que proteger.

Desde la elección de 2000 se nos dice que ahora sí, la impunidad terminará. Ahora sí, la Secretaría de la Función Pública -de verdad- actuará. En el gobierno del "México ganador" -de verdad- los juicios políticos ocurrirán. Todos los esfuerzos se encaminan en esa dirección, afirman los vendedores de la inmunidad gubernamental.

El gobierno de la República trabaja para ti -anuncian- mientras parece hacerlo siempre para ellos, los mismos de siempre. Los Echeverría o los Salinas o los Cabal Peniche o los Madrazo o los Montiel o los Marín o los Ruiz o los Gamboa o los Bribiesca Sahagún.

Desde hace décadas, el gobierno como la explotación organizada, como la depredación institucionalizada. Así se vive la política en México. Así la padecen sus habitantes, víctimas involuntarias de una clase política que como sentencia el Financial Times, "sigue sirviéndose a sí misma".

Y precisamente por ello, a 40 años del 68 no son tiempos de olvidar y archivar. Siguen siendo tiempos de esclarecer y sancionar. No son tiempos de perdón y olvido. Siguen siendo tiempos de justicia y memoria. No son tiempos de celebrar lo mucho que México ha cambiado. Siguen siendo tiempos de reconocer cuánto le falta por hacerlo. No son tiempos de celebrar la transición electoral como un avance. Siguen siendo tiempos de exigir que quienes gobiernan tengan un mínimo de decencia.

No son tiempos de aplaudir que por los menos hay "paz social". Son tiempos de gritar que los mexicanos se merecen más que Luis Echeverría y Miguel Nazar Haro y Arturo Montiel y Roberto Madrazo y Mario Marín y sus facsimilares a lo largo del país. No son tiempos de punto final. Son tiempos de renglón seguido.

Porque como ha escrito Gilberto Rincón Gallardo sobre quienes murieron aquella tarde del 2 de octubre de 1968: "Podían haberlos detenido. Podían haberlos consignado. Podían haberlos juzgado". Y ese sigue siendo el reto ante quienes participaron y siguen participando en actos de violencia y corrupción y encubrimiento estatal. Denunciarlos, detenerlos, juzgarlos, castigarlos. Hoy y siempre, para que el pasado no empañe al presente.


LA NACHA RODRIGUEZ UN PRIVILEGIO SEGUIR VIVA

OCTUBRE 68
S.TREJO
PROCESO

MÉXICO, DF, 2 octubre (apro-cimac).-Detenida tres veces por participar en el movimiento estudiantil de 1968 y encarcelada durante dos años en Santa Martha Acatitla, Ignacia La Nacha Rodríguez es un referente en la movilización que emprendieron las mujeres hace cuatro décadas.

En entrevista, la exbrigadista afirma que las mujeres que participaron en las movilizaciones y tenían como consignas la libertad y el cese a la represión, no han sido reconocidas debidamente.

En 1968, Ignacia Rodríguez tenía 24 años, recién había concluido la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se aprestaba a iniciar su tesis.

-- ¿Cómo se da tu participación en el Comité de Lucha de la Facultad de Derecho?

--Participé en la sección de finanzas. Me encargaba de conseguir los materiales para las actividades que hacían las brigadas, pero decidí unirme formalmente al movimiento cuando el Ejército entró a Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre, y fui detenida junto con otras 41 mujeres durante 72 horas en Lecumberri. Fue por la violación a la autonomía universitaria y por todo lo que hicieron que decidí unirme formalmente.

-- ¿Qué pasó durante esa primera detención?

-- El Ministerio Público me interrogó. Los agentes me hicieron preguntas alrededor de lo que fue un mito: se hablaba de un complot comunista por parte de los estudiantes, quienes, según los agentes, queríamos derrocar al gobierno e impedir la celebración de las Olimpiadas. Me preguntaron cuántas veces había ido a Cuba o a la Unión Soviética. Yo les dije que sí había ido a Cuba y también a Estados Unidos, pero únicamente les importaba si había ido a países comunistas. También preguntaron que si leía a Marx o a Lenin. Yo no estudiaba nada de eso.

"Como había mucha presión por parte de compañeras, compañeros, maestras y maestros, nos liberaron. Fue una de las más grandes emociones que he tenido en mi vida. Al verlos afuera de Lecumberri, al observar esas puertas tan grandes abiertas, nos vitorearon y nos cargaron."

-- Pero este no fue un movimiento únicamente estudiantil; en general había un descontento social ¿no es así?

-- El movimiento de 1968 se dio en varias partes del mundo y creo que cada país demostraba su necesidad de libertades democráticas. Los seis puntos del pliego petitorio tienen un marco social y entre ellos estaba la derogación del Artículo 145 y 145 bis, porque consideraban un delito el que incluso cinco personas se reunieran y te podían detener. Además, se pedía la desaparición de los cuerpos de granaderos; básicamente queríamos vivir en un clima de libertad, nos hacía falta.

"Era la época en la que acababa de darse la píldora anticonceptiva, estaba la revolución cubana, la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, había una efervescencia libertaria. A los hombres de pelo largo y a las mujeres de minifalda se nos veía mal.

"Además, hay que destacar que no fue únicamente el 2 de octubre, sino que esto inició desde el 22 de julio y termina hasta 1969, cuando compañeras y compañeros somos secuestrados".
-- ¿Cómo fue la liberación sexual para ti?

-- La liberación sexual formó parte de este contexto. Había una frase que se volvió popular entre nosotros: "la virginidad provoca cáncer". Y esto viene a colación porque era una posición contra la forma en que se daba la crianza. En mi familia me inculcaron que tenía que ser virgen para casarme de blanco y ser una muchacha decente, cuando nada tenía que ver la vagina para ser una mujer digna o decente.

-- ¿Cómo recuerdas el 2 de octubre?

-- Después de la primera detención trabajé con las brigadas, hacía pintas, informábamos a la gente qué era lo que pasaba. Ese día, 2 de octubre, asistí con el colectivo de la Facultad de Derecho, incluso salimos en uno de los videos que fue difundido posteriormente. Traíamos una manta con la palabra libertad y el nombre de la institución de donde veníamos.

"Me acuerdo que había un helicóptero y de él cayeron tres luces. David Vega fue el último orador. Estábamos en frente del edificio Chihuahua y de repente vi un brazo con un guante blanco que le tapó la boca a Vega y lo echó para atrás. Ahí empezó la ráfaga de balas.

"No podía creer lo que estaba viendo, oía balas por todas partes. Una amiga me dijo: '¡vente, porque nos van a matar!'. Todavía tenía la manta en mis manos. '¡Déjala, no seas tonta, nos van a alcanzar!'. En ese tiempo las ruinas no estaban enrejadas y salimos por ahí, corrimos agazapadas, nos caímos, llevábamos las rodillas lastimadas. Logramos salir porque en este momento el Ejército estaba haciendo lo que se llama una operación peine, donde apenas iban a cerrar los accesos, por eso pudimos salir".

-- ¿Qué paso después? ¿Qué pasaba por la mente de alguien que sobrevivió a estos hechos?

-- Esa noche me quedé en el departamento de un amigo que era doctor, me dijo que no saliera porque había órdenes de aprehensión en contra de Tita (Avendaño) y contra mí. Me tuvo que sedar por que estaba muy inquieta.

"Al día siguiente pensé que por algo continué viva, para contar y denunciar todo lo que había pasado. Fui a la universidad a buscar a mis amigos y no había nadie, los teléfonos estaban intervenidos y las autoridades supieron dónde me refugié. Detuvieron a la esposa de mi amigo porque no me conocían, luego les dijeron que hasta que no me entregara no la iban a liberar. Regresé al departamento y ya estaban los agentes esperándome.

"Me llevaron a los separos de Tlaxcoaque, que ahora ya no existen, pero fue muy duro y triste, porque me tocó ver las torturas en contra de los preparatorianos ahí detenidos. Pasaron alrededor de dos semanas. Mientras, me mantuvieron en aislamiento, me liberaron y me dijeron que fuera a mi casa porque si no me iban a matar.

"Yo soy de Guerrero y me fui con mi familia allá. Era triste ver cómo los medios de comunicación celebraban la medalla de oro del 'Tibio' Muñoz, mientras nadie se acordaba de tantos muertos. Mi familia nunca supo entonces que pertenecí al movimiento, de otra forma nunca me hubieran dejado regresar.

"Para el 2 de enero ya estaba de regreso en la ciudad. Fui a mi departamento en Avenida Coyoacán 1625, que todavía existe, y estaba con otro compañero que se llamaba Antonio Pérez Sánchez, que por tener el cabello largo y ser apodado 'El Che' pasó dos años en la cárcel. Para ese momento también estaban secuestrando a Tita, que era dirigente del Consejo Nacional de Huelga, afuera de la escuela donde daba clases.

"Nos tuvieron vendadas de los ojos y maniatadas por aproximadamente dos semanas. Nos decían que nos iban a liberar, a dejar en un 'parquecito', y cuando nos dimos cuenta estábamos en Lecumberri, ahí pasamos más de 72 horas. Las celadoras nos torturaron psicológicamente, nos decían qué nos iban a hacer cuando nos trasladaran a Cárcel de Mujeres, en Santa Marta Acatitla. Nos enviaron para allá el 13 de enero de 1969 y salimos hasta el 24 de diciembre de 1970".

-- ¿De qué las acusaron?

-- Se nos acusó de 10 delitos, ocho comunes y dos políticos. Entre los comunes, por robo y homicidio. Y los otros eran por sedición e incitación a la rebelión.

"Tuvieron que violar la Constitución para meternos a la cárcel, nos condenaron a 16 años, y tuvieron que violarla otra vez para liberarnos. Únicamente se nos dejaron los delitos políticos, nos dieron libertad bajo protesta. ¿De qué? ¿De ya no hacer nada?".

Las mujeres alzan la voz

Ignacia Rodríguez, brigadista del movimiento estudiantil de 1968, integrante del Comité Nacional de Huelga (CNH), testigo de la masacre de Tlatelolco y presa política, afirma que partir de ese desenlace fatal del movimiento estudiantil, las mujeres tomaron un papel importante en la lucha por sus derechos y por su libertad, sobre todo con su cuerpo. Entonces comenzaron a organizarse.

Después del 68 -explica- surgieron varios movimientos y organizaciones no gubernamentales, que no había.

Abona:

"Para mí es muy importante la lucha que dieron, porque si bien antes participaron en movimientos como el ferrocarrilero y el de maestros, esa intervención era más bien centrada en el aprovisionamiento de víveres y comida o en la elaboración de material.

"Pero en 1968 las mujeres adquieren el carácter de participación política al igual que los hombres. Ellas también fueron a plazas, mercados, fábricas, autobuses y camiones, informando, porque la prensa estaba vendida. Nos tocaron golpes, corretizas y sustos, lo mismo que a ellos.

"La labor de las brigadas también fue muy importante. Sin éstas, el movimiento no hubiera tenido la resonancia que tuvo. Sin embargo, tanto algunas mujeres como las brigadas han quedado en el anonimato y, por lo tanto, no han sido resaltadas en la magnitud que merecieran tener".

-- ¿Por qué crees que sucede esto?

-- De 10 años para acá, algunas compañeras hemos tomado la voz para hablar de nuestra participación, pero muchas mujeres no se han animado a decir todo. Yo no lo hice antes porque me dediqué a cuidar a mis hijas. Hasta que ellas estuvieron seguras económicamente ingresé al Comité 68.

"Hay voces que permanecieron calladas porque les mataron a sus hijos, hermanos, padres, la represión fue brutal. Se sabe que a algunas de ellas les dijeron: 'te quedas callada, ya matamos a uno de tus hijos y podemos matar a los demás que te quedan'".

-- ¿Cómo fue la prisión?

-- Nuestro encierro fue difícil. Como eran más los hombres, estaban juntos en las crujías, todos eran presos de conciencia, por sus ideas. Nosotras éramos unas cuantas y por eso nos metieron con las comunes, ahí convivimos con La viuda negra o con La tamalera, casos muy tremendos.

"Cuando nosotras llegamos a la cárcel, el peor delito en ese momento era ser estudiante. Cuando preguntaban por qué estaba ahí, les decía: 'soy estudiante', y ellas contestaban: '¡uy! vas a tardar mucho tiempo en salir, y yo que maté, en un año ya estoy fuera'. Y así fue".
-- ¿Cuántas eran?

-- Éramos Tita, Nacha y Adela Salazar de Castillejos, madre de dos estudiantes. Ella fue detenida cuando fue a buscarlas en Ciudad Universitaria, no participaba en el movimiento, pero era activista obrera junto con su marido. Cuando Fidel Velásquez, líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), se entera que están ahí, los señala y por eso los encarcelan. También estaba Amada Velasco, esposa de un dirigente político, nada más. Y ahí conocimos a presas políticas de otros movimientos armados. Había varias por guerrilla, de las que nadie se había enterado, ni nosotras que participamos en el movimiento sabíamos de su existencia. O sea, las mujeres siempre están relegadas".
Perder ganando

-- Al revisar las entrevistas, a 40 años de estos hechos, unos dicen que se ganó mucho, otros que se perdió, ¿qué?

-- Personalmente, a nivel material perdí el departamento que tenía en Coyoacán. Al detenerme lo clausuraron y mi familia no hizo nada por recuperarlo, tenían miedo.
"A nivel físico, Tita (Avendaño), también del CNH, perdió a su madre cuando estaba dentro de la prisión, eso es un dolor muy grande. Y, pues, también nos enfermamos porque no puedes vivir ya de una forma normal ante un constante sobresalto en la prisión. Yo tengo dos enfermedades crónicas: diabetes e hipertensión.

"Están las pérdidas de vida, desaparecidos, sangre derramada, hubo bastantes pérdidas que lamentar y, después de salir, a nivel laboral también hubo represión porque no nos querían contratar.

"¿Ganancias? Muchas, porque al 68 se le debe que hoy en día, bien o mal, se tenga un gobierno de "izquierda" en el Distrito Federal y en otros estados. No ha sido gratuito. Se crearon diversas instituciones democráticas al interior de la Universidad Nacional Autónoma de México: los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH).

Efeméride sin mujeres
-- Como participante del movimiento, ¿qué opinas de los actos conmemorativos?

-- Estamos aquí como iconos, a mí no me interesa, no estoy muy de acuerdo porque hay personajes que no deben estar, y no están personas que deberían. Por ejemplo, yo propuse para el Memorial de 1968 (en el centro cultural de Tlatelolco) que la participación de la mujer fuera debidamente acreditada. Tita aparece en unas fotos, quien la conoce la ubica, pero no hay un pie de foto con su nombre y no aparecen las lideresas políticas.

"No me siento satisfecha de salir en una pantalla, tampoco se trata de quedarse como piedras de museo, sino que se necesita un memorial activo. Estoy sorprendida porque hoy todo mundo quiere participar con documentales y entrevistas, quieren enterarse de qué pasó y lo que hay es bueno para que las personas tengan un acercamiento general".

¿Vuelve el 68?

-- Este movimiento no fue sólo de estudiantes, había un descontento social. ¿Habría alguna comparación con lo que se vive actualmente, derivado de la inseguridad?

-- La represión continúa, sigue siendo sistemática, sobre todo hay un abuso marcado hacia las mujeres para amedrentar. "Tú te metes y te vamos a violar, a matar".

-- Hoy, el Comité de 1968 sigue luchando para que se castigue a los culpables ¿Cómo se ha desarrollado este proceso?

-- Cuando se cumplieron 30 años de la matanza, las autoridades quisieron cerrar el caso, decían que el delito ya había preescrito, por eso interpusimos la demanda legal en contra de los responsables. El genocidio es un delito de lesa humanidad y nunca prescribe.
"Echeverría está arraigado en su casa, pero el pueblo continúa pagando su nómina, tiene guardaespaldas, ese dinero se podría canalizar a gente que lo necesita. No lo metimos a prisión porque hay una ley en México que estipula que no se encarcelará a los mayores de 70 años, pero esto desde el punto de vista del poder, porque si yo tuviera 70 y cometiera un crimen, me meterían a la cárcel como lo hicieron con Ignacio del Valle, preso político de Atenco y condenado a más de 100 años de cárcel.

"A 40 años todo mundo sabe que nosotros no fuimos culpables, que fuimos víctimas. A 40 años, la impunidad continúa. Hay que seguir luchando para que se castigue a los culpables. A mí no me interesa una comisión de la verdad, lo que queremos es un castigo a los militares aún libres".

A sus 64 años y a ocho de la ausencia de su amiga Tita, Nacha habla de lo que le ha tocado vivir después de 1968:

"Yo no sé si para el 50 aniversario esté aquí, me da pena que la Tita se nos hubiera ido, sería bueno que viviera lo que yo estoy viviendo. Los últimos años de su vida fueron difíciles, se tuvo que ir a Colima, el clima ya no le favorecía. Vino a las últimas manifestaciones en silla de ruedas.

"Es una gran satisfacción ver que la Cárcel de Mujeres, donde estuvimos, se convirtió en una preparatoria. Fue muy emotivo ver que donde yo estuve presa hay un cubículo de un profesor. La comunidad de Iztapalapa se encargó de exigir una preparatoria y rechazar una cárcel. Es grato ver que donde padecieron tantas mujeres, ahora haya gentes jóvenes y se preparen profesionistas.

"Con mi estancia ahí supe que las cárceles del país son un submundo, todo se compra y se vende, hay una corrupción tremenda. En esos lugares no se rehabilita nadie, es una escuela de la delincuencia".

-- Al ver hacia atrás, ¿qué piensas del 2 de octubre?

-- Si realmente querían acabar con el movimiento, porque pensaban que el gobierno de Díaz Ordaz iba a caer, hubieran ordenado la detención de los líderes, llevarlos a prisión y hacerles un juicio. ¿Por qué dar la orden de tirar a matar? No tuvieron consideración de niñas y niños, mujeres, de personas de la tercera edad. Somos seres privilegiados de estar vivos a 40 años de esto...


LAS MUJERES DE AQUEL 68

SARA LOVERA
PROCESO

MÉXICO, D.F., 2 de octubre (apro).- Una violación o su simulacro une la esfera política con los miedos que existen en la vida cotidiana.

Ximena, Marina y Lulú rememoran su experiencia en el 68. Lo hacen en una reunión de un pequeño grupo y con las mujeres de Atenco, que estuvieron presas.

Forman parte del Colectivo el Legado de las Mariposas (2006 La Jornada), donde también participan las presas y perseguidas durante la guerra sucia.

Mariana reconoció que es precisamente la ambigüedad entre ambos aspectos: la política, su represión, y la condición de las mujeres en la vida cotidiana lo que dificulta la comprensión de lo que hoy se conoce como violencia de género, sobre todo la de muchos integrantes de los movimiento sociales que no lo pueden entender. Que lo banalizan.

Cuarenta años después de la brutal represión de un segmento de mi generación, de las y los estudiantes, de esa terrible experiencia de Tlatelolco, se me llena de hiel el alma, al ratificar la sospecha.

Me pasa todavía. A veces, sin proponérmelo, retumba en mi memoria el silbido de las balas. Oigo como un eco la caída sistemática de las gotas que resbalan de un tinaco de agua horadado por las balas o el rumor nocturno de las carreras de mis camaradas, y veo en mi recuerdo todos los zapatos que quedaron regados en la plaza.

Lo peor es la imagen fugaz y profunda: la cara sudada y feroz de un hombre vestido de militar. Y el miedo. Ahí estaba tirada boca abajo entre periodistas en el edificio Chihuahua. Y vi un par de heridos. Y sólo tenía miedo de perder la vida.

Y, entonces, regresa a la memoria, el militar, el detalle del guante blanco, las carreras y el sonido del ulular de las ambulancias, un silencio en eco se difumina en la mente.

Pero ese dolor es social, colectivo, es saber que nunca se supo cuántos y cuántas cayeron, cuántas y cuantos se fueron a la guerrilla, a las islas del campus de la UNAM a fumar mariguana; cuántas y cuántos se fueron a hacer el amor y no la guerra y crearon sus colectivos.

Pero no ¡saber hoy! de Ximena, Mariana y Lulú duele e indigna.

"Lulú estaba sentada frente a la ventana mientras compartía sus memorias sobre su encarcelamiento, relacionando su experiencia cuatro décadas atrás con las de las presas políticas de San Salvador Atenco, Estado de México".

Otras mujeres de la generación posterior a la de Lulú, habían invitado a exguerrilleras a hablar de la época de la llamada \"guerra sucia\", a la que ellas se referían como el terrorismo de Estado.

Ahora se sabe bien a bien que usar el cuerpo de las mujeres es tortura venga o no del Estado, como lo hicieron los policías federales en Atenco (mayo 3 y 4 de 2006), como documentó Soledad Jarquín, 86 casos, desde 1956, cuando incursionó el Ejército en la Zona Triqui a 2006 en Castaños, Coahuila, donde hubo abusos y violaciones.

Por ello, saberse botín de guerra, no consuela.

Cuatro décadas después no hay nada. No se sabe, aunque se presiente, cuántas de mis compañeras de marchas, plantones, toma de edificios universitarios y noches corriendo sin parar para evitar que te alcanzara una tanqueta militar, pudieron ser mancilladas esa madrugada del 3 de octubre, que les pasó al ser obligadas, con ellos, a ponerse frente al muro de piedra de la iglesia de Tlatelolco, construida en el siglo XVI.

Para Lulú, fueron las denuncias públicas de agresiones sexuales y de violaciones sufridas por 45 de las 47 mujeres detenidas en Atenco las que resignificaron su pasado, que fue escrito en un artículo de La Jornada:

\"También en el 68 hubo violaciones, pero nadie lo dijo. Cuando alguien me preguntó: '¿A ustedes les hicieron lo mismo, también las violaron?' Dije que no, afortunadamente. Y me dijo una compañera: '¿A ti no te quitaron la ropa y te manosearon? A nosotras sí, a mi grupo, sí.' Yo me quedé sorprendida porque ahora me entero. ¡Hasta ahora! Las compañeras no lo dijeron porque no se atrevieron a decirlo.\"

Yolanda, otra presa política, coincidió con lo expresado por su excompañera de celda. Ella también vivió varios años de su juventud detrás de las rejas, detenida por haber pertenecido a un movimiento armado, y agregó:

\"En mi caso, cuando me detuvieron, sí tuve simulacro de violación que por suerte no se llevó a cabo. Me desnudaron simplemente para obligar a un compañero a hablar; a él lo pusieron enfrente. Pero ahora sí que salen las violaciones.

"Recuerdo en ese entonces que yo le restaba importancia. Fue un mecanismo de defensa, o algo así, pues decía: 'no me está pasando a mí, no pasa nada'. Era un tipo de autismo, no recuerdo oponerme a que me desnudaran para que el compañero hablara. Toda la vida le resté importancia.\"
Yolanda me ha hecho recordar a mí, que toda la memoria del 68, incluido el último libro Memorial del 68/UNAM, los testimonios de las mujeres no existen. Hay, como en la independencia, tres heroínas, otras que testimonian de oídos, pero las que marchaban, hacían pegas, corrían en las persecuciones, hacían el café y la comida en las escuelas en huelga, asistían a las asambleas, las que pasaron por la cárcel después de la toma de las prepas, no se sabe cómo y qué sufrieron. Esas nos deben palabras.

Recordar el 2 de octubre desde la condición femenina, duele doble. Las que ahí cayeron que no pudimos enterrar ni homenajear, y las que se quedaron sin compañero de vida y se hicieron viudas prematuras, y las que perdieron a sus hijos e hijas y las que todavía tienen el corazón compungido porque no soportan el ulular de una sirena ni el olor de metralla, ni la bota que ahora amenaza en cada recodo de este herido y sangrante país.

De esas hay que acordarse estos días, porque muchas de ellas construyeron el feminismo de la segunda ola, y esta sensación de que hemos avanzado, a pesar de las asesinadas a diario y las perseguidas y presas, es nuestro hoy.

saralovera@yahoo.com.mx

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