10/02/2008
HISTORIAS DEL 68.
PROCESO
LA BATALLA PERSONAL DE ROBERTA AVENDAÑO LA TITA
COLIMA, Col., 1 de octubre (apro).- En noviembre de 1969, la exdirigente estudiantil, Roberta Avendaño Martínez, La Tita, se encontraba presa en la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla, en la ciudad de México, cuando recibió la noticia del fallecimiento de su madre, Carlota Martínez.
Avendaño --profesora normalista, estudiante de leyes y una de las pocas mujeres integrantes del Consejo Nacional de Huelga--, había sido detenida el 3 de enero de ese año, tres meses después de la masacre de Tlatelolco, y condenada a 16 años de prisión, acusada de los delitos de sedición, invitación a la rebelión y asociación delictuosa, entre otros.
Aunque varias veces La Tita fue llevada de la cárcel al hospital a ver a su madre enferma, en una de las últimas ocasiones, angustiada ante la tardanza de otro permiso, había planeado fugarse de la prisión para verla nuevamente, pero la autorización llegó antes de que lo intentara.
Después del deceso de su progenitora, Avendaño recibió en su celda una carta en la que decenas de presos políticos recluidos entonces en la crujía "M" de la cárcel de Lecumberri --entre ellos el escritor José Revueltas y el filósofo Eli de Gortari--, le manifestaron su solidaridad.
Expresaron: "En casos como el que ahora sufres por la pérdida, tan dolorosa siempre, de una madre, sabes muy bien que las palabras son insuficientes para transmitir el cariño, la solidaridad, el cuidado, la atención de cada uno de los que te conocemos y de los que tú eres entrañable compañera.
En la lucha que es la causa misma de nuestras vidas debemos avanzar contra la tormenta tomados de las manos y sin desmayo alguno. Sufrimos contigo, por ti y por todo lo que para ti significa esta ausencia.
Nadie podrá llenarla, es cierto, pero nuestros corazones están a tu lado".
Un mes después, La Tita y sus compañeras Ana Ignacia Rodríguez, Amada Velasco y Adela Castillejos --también presas políticas--, recibieron un manuscrito de José Revueltas.
Con fecha de 26 de diciembre de 1969, el texto del escritor decía:
"Compañeras de la cárcel de mujeres: reciban nuestro saludo más entrañable. Nuestra lucha, por más ruda que sea, encontrará su recompensa en una sociedad nueva, libre y democrática. No desmayemos. Nadie desmaya. Nada que se realice con el corazón resulta nunca estéril. El mañana es nuestro porque estamos sembrando el hoy con nuestra voluntad inconmovible de combate. ¡Venceremos!"
Pese a la larga condena que pesaba sobre ellas, Avendaño y sus compañeras quedaron libres el 26 de enero de 1971, después de poco más de dos años de cautiverio, luego de que la Procuraduría General de la República (PGR) se desistió de la mayoría de los delitos que les imputaba.
Luego de salir de la cárcel, Roberta Avendaño, quien concluyó su carrera de Derecho en la prisión, se dedicó, junto con Ana Ignacia Rodríguez, a defender a otros presos políticos, y, posteriormente, se incorporó como catedrática al Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente.
Dos décadas después, por prescripción médica, Avendaño dejó el Distrito Federal y se trasladó, junto con su hijo Roberto García Avendaño, a la ciudad de Colima, donde vivió pensionada por la UNAM los últimos seis años de su vida. Falleció en agosto de 1999, a los 58 años de edad, en un hospital de Guadalajara, Jalisco.
Movimiento inacabado
Roberto García Avendaño, abogado como su madre y actualmente profesor de la Universidad de Colima, destaca, en entrevista con Apro, que tanto La Tita como muchas de las personas que participaron en el movimiento de 1968 tuvieron la capacidad de renunciar a todo en pos de un ideal y un proyecto.
Refiere:
"En el caso de mi mamá fue capaz de renunciar a su madre, porque mi abuela murió cuando ella estaba en la cárcel y esa fue la cruz con la que cargó muchos años, hasta su muerte: haber dejado abandonada a mi abuela y, aunque le dolía mucho, ella tuvo que renunciar a eso y a una vida de comodidades".
Sin embargo, a lo largo de su vida, lo que Roberta Avendaño guardaba en su memoria sobre el 68 era la cara alegre del movimiento.
"No eran los discursos, las respuestas del gobierno, la represión de la que fue víctima y padeció, sino que recordaba la parte bonita, el entusiasmo de la gente que se unía a las manifestaciones, los cánticos, todo ello con un objetivo claro, la resolución de los puntos petitorios", refiere.
Y añade: "Me platicaba anécdotas. Por ejemplo, que una vez cuando hablaba en el zócalo, se cayó del camión; que en otra ocasión tuvo que brincar una barda para escapar cuando el Ejército tomó CU; que para librar un retén militar se hizo pasar por una deportista rusa que venía a las olimpiadas; que una vez en una marcha, orgullosa, quiso cargar la bandera de la UNAM y después de dos horas ya estaba agotada, etcétera".
Aunque antes del 68 La Tita ya había participado en otros movimientos sociales, dice García Avendaño, ella "no era teórica. No se sabía el `Manifiesto Comunista`, no era socialista, ni comunista, como tampoco lo era el movimiento, pues una de las exigencias era el respeto a las libertades democráticas".
Añade: "Mi mamá nunca creyó en los partidos políticos. Ella pensaba que si se está en un partido, es para hacer lo que éste diga, por lo que no estaba dispuesta a hacer lo que un partido dijera, porque dónde estaba su conciencia; y por otro lado, decía que el objetivo de los partidos políticos era llegar al poder, no ayudar a la gente".
Cuenta que la exdirigente estudiantil estaba convencida de que la apertura de los archivos oficiales sobre el movimiento del 68 no sería útil para hacer justicia sobre los crímenes y desapariciones cometidos por las fuerzas del Estado en esa época.
"Es como engañarnos a nosotros mismos. No es algo que vaya a arrojar nueva luz sobre lo ya conocido", declaró Roberta Avendaño a este reportero en 1998, un año antes de su muerte, cuando crecían las demandas de que se dieran a conocer los documentos gubernamentales sobre la lucha estudiantil.
Dijo: "La historia la escriben los vencedores y hoy, aunque nos pese, los vencedores siguen siendo los del gobierno, porque mantienen el poder.
Cuántas cosas que los involucran habrán desaparecido de los archivos; van a sacar sólo lo que quieran que veamos, lo demás no, quizá porque ya esté destruido o guardado en la casa de alguien a nivel particular".
Poco antes de cumplirse 30 años de la matanza del 2 de octubre, Roberta Avendaño consideró que el del 68 era "un movimiento inacabado, en el sentido de que no se ha logrado lo que se pensó, que era la injerencia real del pueblo en el gobierno; no la hay todavía y eso era realmente lo que pretendía el movimiento de 1968".
El interrogatorio de Nazar
Acompañada por su inseparable tanque portátil de oxígeno --padecía insuficiencia respiratoria crónica y cardiaca--, La Tita dedicó la última etapa de su vida a dar pláticas y conferencias sobre el movimiento del que formó parte, ante estudiantes y otros públicos de Colima y de varios estados del país, a donde era invitada por sus excompañeros.
Inmersa en esa dinámica, cuenta su hijo, concibió el proyecto de escribir un libro sobre sus vivencias en la cárcel. La idea se afianzó cuando fue entrevistada por la Editorial Clío sobre su participación en el movimiento.
"Esa fue la gota que derramó el vaso para que se animara a escribir el libro, que no trata propiamente del 68, pues ella consideraba que ya se habían dicho muchas verdades y muchas mentiras sobre eso; su idea era mostrar su experiencia en la prisión", dice.
Así surgió el libro De la libertad y el encierro, publicado por la editorial La idea dorada en julio de 1998. En dicho texto, Roberta Avendaño contó las experiencias que vivió desde su detención hasta que obtuvo su libertad, así como historias de vida de personajes que conoció en la cárcel. Ahí reprodujo también copias facsimilares de las cartas recibidas de los presos políticos de Lecumberri y del manuscrito de José Revueltas.
No obstante, comenta García Avendaño, la exdirigente estudiantil en algún momento tuvo intenciones de escribir sobre el 2 de octubre, pero era un proyecto que había planeado con la escritora Elena Poniatowska.
"Llegaron a tener varias charlas al respecto, pero nunca se concretó nada por cuestiones de agenda de Elena, o de salud de mi mamá".
En el libro De la libertad y el encierro, Avendaño narra que, aunque fue detenida el 3 de enero de 1969 en el cruce de la Avenida Central y Doctor Vértiz, en la colonia Doctores, permaneció seis días recluida en una prisión clandestina, donde fue interrogada por el policía Miguel Nazar Haro, quien años después sería nombrado titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Cuando Avendaño preguntó por la orden de aprehensión que justificara su detención, Nazar respondió que ella estaba ahí como invitada.
"Pues esta invitada ya quiere irse, le contesté, caminando un poco hacia la puerta, moviéndose rápidamente los guaruras y echando mano a sus fuscas", cuenta La Tita.
Nazar Haro le dijo que antes tenían que platicar. Le advirtió que se grabaría la conversación y sacó un gran número de tarjetas informativas de donde le enumeró la lista de movimientos sociales en los que ella había participado: el movimiento magisterial de Othón Salazar, en 1958; el movimiento de normalistas en 1960; en la entrada del Ejército a la Normal; en las protestas de 1966 contra el rector de la UNAM, y en el movimiento de 1968.
--Para qué hablamos, si ahí ya tiene todo --le dijo Avendaño.
--No le hace, podemos puntualizar algunas cosas --respondió Nazar.
Y así se inició el interrogatorio, que se prolongó todo el día. Días después fue trasladada a la prisión.
En declaraciones a este reportero, La Tita contó en 1998 que Nazar la catalogaba a ella como una dirigente del sector "ultra", porque su postura era que no regresaran a clases hasta que hubiera respuesta a las demandas, pero ella no estaba de acuerdo con esa definición.
"Considero que nunca he sido 'ultra'. He tenido ideas fijas que no he variado a través del tiempo; siempre hablo más o menos en el mismo tenor... A mí siempre me identificaron como comunista, pero nunca lo fui. Creo que el sustento tanto del comunismo como de cualquier otra corriente debe ser la mejor repartición de la riqueza, la justicia, la mejor estadía de la mayoría de la gente y para eso no se necesita tener una ideología etiquetada".
Según García Avendaño, cuando su madre salió de la cárcel, en 1971, sufrió una etapa de shock porque "muchos de sus amigos habían sido desaparecidos, otros seguían en la cárcel, habían huido del país o del Distrito Federal y, los menos, se habían suicidado, se habían hecho adictos a las drogas o se habían metido a la guerrilla.
Prosigue:
"Se encontró un escenario totalmente distinto al que ella había vivido. Esa alegría del 68 ya en el 71 se encontraba totalmente desdibujada. Ya no había una estructura, una organización. Las estructuras que había estaban cooptadas por instituciones, pero ese shock, en vez de apagarla, la fortaleció y se dedicó a liberar presos políticos, entre ellos a mi papá, Roberto García Pérez".
El que sería esposo de Roberta Avendaño no participó en el movimiento del 68, pero se enroló en una organización clandestina vinculada con la Liga Comunista 23 de Septiembre. "Ellos intentaron secuestrar un avión, pero fueron detenidos en una casa de seguridad antes del operativo", narra Roberto García Avendaño.
Si bien La Tita siguió participando en reuniones con algunos de sus excompañeros, ya lo hizo con un perfil más bajo y tomó cierta distancia de los movimientos sociales.
Dice su hijo: "Constantemente la molestaban. Llegaban los judiciales a hostigarla preguntándole por nombres de personas, datos sobre gente que andaban buscando; ella, con su carácter, los mandaba por un tubo".
De acuerdo con García Avendaño, su madre no participó en la guerrilla porque tenía mucho respeto por la vida. "Ella decía que tomar un arma, por más ideal que sea la causa, y quitar la vida a otra persona, era terrible. Ya era otro nivel al que ella no estaba dispuesta a acceder, pero eso no le iba a quitar sus aspiraciones sociales, y en ese sentido siempre siguió colaborando, ayudando, trabajando con distintas organizaciones".
Lo que le interesaba, dice, era despertar conciencia en los jóvenes, primero desde sus clases en el CCH y después a través de las pláticas que sostenía ante diversos auditorios en el país.
García Avendaño recuerda por último que la enfermedad que arrastraba su madre no le quitaba la posibilidad de andar por todos lados. "Algo que criticaba de la realidad que vivíamos y vivimos todavía es esa apatía hacia lo social, hacia lo político, no preocuparse por los otros, ensimismarse. Hasta el último momento, ella se esforzó por poner su granito de arena", dice.
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