10/31/2009

Los periodistas pal café.....




María Teresa Priego
El suicidio
El Instituto Mexicano de la Juventud hizo hincapié en los resultados de su Encuesta Nacional de la Juventud 2005, realizada entre más de 12 mil jóvenes. Ante la pregunta “¿Cuáles son tus temores?”, la muerte encabeza la lista (EL UNIVERSAL). El 34.4% de los entrevistados la señaló como el más intenso o presente de sus miedos. El pie de foto que acompaña la nota dice: “Contradicción. A pesar de que la muerte es el principal temor de los jóvenes, el suicidio es una de las principales causas de fallecimientos juveniles”. Tal vez no hay contradicción alguna: el miedo a la posibilidad de encontrarse un día ante la inevitabilidad de decidir la propia muerte es —para quien lo experimenta— una zona intensamente angustiante y oscura del miedo a la muerte.
La OMS dio a conocer que el suicidio es la segunda causa de muerte a nivel mundial para los jóvenes de entre 15 y 24 años. Circunstancias asociadas en más de 90% de los casos: “Padecimientos mentales, particularmente depresión y abuso de sustancias o de medicamentos adictivos”. Son estadísticas. Indispensables. Pero, ¿qué se entiende por padecimientos mentales? ¿Cuál es el padecimiento concreto que provoca el sufrimiento de cada persona? ¿Qué condujo a un joven al abuso de “sustancias o medicamentos adictivos”? La singularidad del ser humano. La singularidad de su dolor. En México, los mayores índices de suicidios entre jóvenes se dieron en estado de México, Jalisco, DF, Guanajuato, Veracruz y Nuevo León. Por estrangulación o ahorcamiento (Imjuve). El suicidio es la segunda causa de muerte para los jóvenes después de los accidentes automovilísticos.
“Ella no eligió aún la vida”, escribió A. Pizarnik en su diario, refiriéndose a ella misma. Se suicidó a los 36 años. Temió y necesitó su muerte, a todo lo largo de su vida: “Tanto miedo, Alejandra/ tanto miedo/ la nada te espera/ la nada/ ¿por qué temer?/ ¿por qué?/ por más imaginación que tenga/ no puedo esbozar la muerte/ no puedo pensarme muerta/ ¿he de tener esperanzas?/ ¿he de ser eterna?/ ¿qué es entonces este vacío que me recorre?/ ¿qué es entonces la nada que camina por mi ser?/ Sólo sé que no puedo más”. Y en los últimos días: “He sufrido tanto que ya me expulsaron del otro mundo”. “Todo está tan oscuro”, dijo la poeta Sylvia Plath. Y se fugó. De la oscuridad.
En 2006 se realizó en Guanajuato el primer Foro Nacional de Prevención del Suicidio. Ya entonces la doctora Ana María Chávez, en entrevista con Verónica Espinosa (Proceso), declaraba: “Un 6% de los suicidios que se cometieron en Guanajuato en el último año fue de niños y adolescentes entre 10 y 14 años”. Agregó que México es uno de los países en los que el índice de suicidios entre jóvenes (14-15 años) se aceleró a partir de los 90. Espinosa recoge aportaciones de la doctora Catalina González del Instituto Nacional de Psiquiatría: “Un amplio segmento de jóvenes ha tomado el camino de autoinfligirse diversas lesiones como un acto manifiesto del pensamiento suicida”.
Pero las respuestas de los jóvenes a las encuestas realizadas mostraron —según la doctora González y su equipo— que “los relatos de lesiones autoinfligidas indican que no hay un propósito de los jóvenes de morir o de quitarse la vida, sino de expresar su incapacidad, su dolor o su sufrimiento por la vida que llevan. Es en la realidad que debemos trabajar”. El tercer Foro Nacional de Prevención del Suicidio fue en Guadalajara, en septiembre, organizado por la Asociación Mexicana de Suicidología, cuyo lema es: “Porque el suicidio acaba con más de una vida”. Prevenir. Proteger. Escuchar a tiempo los llamados de auxilio que se manifiestan con los distintos rostros de la autoagresión.
Según el Imjuve, los jóvenes temen también carecer de salud, no tener trabajo, “fracasar”. La soledad. No poder formar una familia. El 83.3% cree en el alma. El 60%, en el infierno. La encuesta no aclara cómo lo imaginan. ¿Cómo se llega allí? ¿Cómo se evita? ¿Cuáles son los imaginarios juveniles sobre el “castigo”? ¿Y qué hacer, cuando el sinsentido y la depresión son el infierno? “El infierno son los otros”, dijo Sartre. ¿O será más bien cuando se instala la certidumbre de la imposibilidad de comunicarse con los otros? De acercarse. De amar y ser amado.
“Eros y tánatos”, escribió Freud en 1920 en Más allá del principio del placer. La continua tensión en el interior de cada ser humano. ¿Cómo el sufrimiento llega a ser tal, que la muerte se concibe como la única posibilidad de descanso? Como si ya nadie pudiera ayudarte. Escucharte. Tomarte de la mano. Sanarte de esa sensación de pérdida. De devorante desamor. Y “no pudo más”, aquella casi niña que eligió suicidarse en la resbaladilla de un parque de la ciudad de México. ¿A quién llamaba desde allí? Desde su desamparo absoluto. Desde ese espacio de los juegos de infancia. ¿O en qué momento? ¿Bajo qué impulso? Supuso que ya no había nadie a quién llamar.
“Ella no eligió aún la vida”, A. Pizarnik. Pero se puede elegir la vida. Quizá la mayoría de las veces cuando el dolor es extremo. No a solas. No sin la ayuda profesional adecuada. Pero los espacios de atención existen, aunque se necesiten más. Tantos más. Contenerse. Sanarse. Trabajar la esperanza. Se puede elegir la vida.
(Ver: Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente, http://www.inprf.org.mx/clinicos/urgencias.html; Línea UAM ¿Y tu salud mental? 54 83 41 99 y http://www.lineauam.uam.mx/index2.php; Asociación Mexicana de Suicidología, http://www.suicidologia.org.mx/index.phpn; Asociación Mexicana para el Estudio y Prevención del Suicidio y del Suicida: 55 24 74 40 y zubiria_ameps@yahoo.com.mx).
Escritora
Porfirio Muñoz Ledo
Tianguis legislativo
Cuando se inauguró el Palacio de San Lázaro, destinado al albergue de ambas cámaras, nos preguntamos por la lejanía del recinto. La respuesta se encontraba en el proyecto de construir una gran avenida que lo uniera a la parte posterior del Palacio Nacional. El diseño nunca aterrizó por el elevado costo económico y político que hubiese significado cercenar el barrio de La Merced.
Nadie imaginó que con los años la sede parlamentaria sería contaminada por los aires de los mercados circunvecinos. La rebatiña por el presupuesto y su condicionamiento a los actores políticos a cambio de apoyo para aprobar impuestos impresentables ha devenido en un tianguis legislativo.
El pecado original reside en que nuestro sistema propicia el vicioso funcionamiento de gobiernos de minoría —y aun de ridícula minoría—. Durante el régimen de partido hegemónico el Ejecutivo no tenía problemas con el Congreso para la aprobación de sus iniciativas legales, fiscales y presupuestales. Las resistencias estaban afuera.
El traslado de la mayoría legislativa a la oposición obligaba a reformas constitucionales que hicieran compatible el poder del Congreso con el ejercicio del gobierno. Así lo propuso la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, sugiriendo —como primer paso hacia un sistema semipresidencial— la creación de un jefe de gabinete, aprobado por el Congreso.
El presupuesto no es sino la expresión en cifras de un programa de gobierno; si éste carece de la mayoría parlamentaria para hacerlo aprobar, debe dimitir. Por ello es aconsejable un sistema de alianzas estables que otorguen al Ejecutivo el número de votos legislativos suficiente para gobernar con transparencia y eficacia.
En la 57 Legislatura la mayoría de oposición exigió que —conforme a la fracción IV del artículo 74— primero se discutieran las contribuciones y una vez determinadas se estableciera el presupuesto. De esta manera pudimos evitar durante escaso tiempo, y en espera de una reforma constitucional apropiada, el chantaje electorero y procaz que hoy denigra las relaciones de poder.
Como tránsito hacia un régimen distinto propusimos además que —a fin de evitar el mercadeo de partidas— se votase el presupuesto en bloque y, si fuese derrotado, los rechazantes presentarían uno nuevo. Es esencial para el juego democrático que los proyectos y compromisos partidarios sean claros ante la opinión pública y se reduzca el espacio para las complicidades ocultas que terminan en mutuas acusaciones verduleras.
Semejante proceso degenerativo se explica también por la deforme estructura hacendaria que instituye al gobierno central en el mecenas de los estados y los municipios. Éstos sólo tienen derecho a disponer de 15% de la recaudación fiscal, mientras que la Federación capta el resto. Ello es contrario al modelo que se pregona y a la práctica de regímenes análogos en todo el mundo.
Setenta años después de que se celebrara la anterior, tuvo lugar en 2004 la Convención Nacional Hacendaria, cuyos objetivos fueron la revisión de las potestades tributarias con criterio federativo y la reforma de los procedimientos para distribuir los apoyos nacionales compensatorios bajo reglas de equidad, descentralización y desarrollo compartido. Ninguno de sus 323 acuerdos ha sido aplicado.
Ante la parálisis de la reforma del Estado, florecen la irracionalidad y el contubernio. Los gobiernos de los estados litigan sus presupuestos con el gobierno federal, a cambio de favores políticos inconfesables, y éste aprovecha la influencia de los poderes locales sobre el Congreso para aprobar impuestos de los que aquéllos no son responsables.
La penuria fiscal que pretende subsanarse es fruto de una caída drástica del producto, junto al declive de las reservas y los precios del petróleo. De no modificarse el rumbo económico, en pocos meses ocurrirá la catástrofe. Ése debiera ser el debate del Congreso.
Diputado federal (PT)

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