Por: Cirenia Celestino Ortega*
Cimacnoticias | México, DF.- Los ámbitos de la sexualidad y de la reproducción históricamente han sido los escenarios donde se ha potenciado la violencia contra las mujeres a través del disciplinamiento e intentos violentos por contener, distorsionar y/o suprimir su deseo sexual, incluidas todas las formas de violencia.
La sexualidad es un fenómeno cultural que supone tres condicionantes: género, clase social y grupo étnico, que a su vez, caminan sobre la base biológica, las relaciones sociales y la ideologización.
De la cultura náhuatl prehispánica, propia de la zona en la que se ubica el municipio Cuetzalan del Progreso, Sierra Norte de Puebla, sabemos lo que escribieron los frailes, desde su mirada de hombres y católicos, quienes enfocaron sus estudios a la parte central de la Nueva España: Valle de México, Tlaxcala y Puebla.
El término sexualidad no existía en el siglo XVI y la doctrina sexual que los frailes predicaron tenía como fundamento los valores de la Iglesia de la época.
Cuetzalan es reflejo de una cultura ancestral impregnada en los usos y costumbres de su población mayoritariamente indígena, donde las mujeres constituyen el sector más tradicional por ser quienes cumplen la función de transmitir y preservar la cultura.
La salud es una materia en la que la mirada indígena coloca a las mujeres con pocas posibilidades de decisión sobre su cuerpo, más aún la salud sexual, alrededor de la cual se construyen una serie de mitos que justifican el nulo acceso de las mujeres indígenas a información científica sobre su sexualidad.
Así la mayoría de las mujeres ha sido especializada en sexualidad procreadora y el resto en sexualidad erótica, pero para otros, no para ellas.
Asimismo, la salud encarna la posibilidad de ejecutar las funciones propias del ser humano que se traducen en el desarrollo real, efectivo e integral de la vida humana, de la libertad y da al ser humano las posibilidades de desarrollo sin límites físicos.
Para las culturas ancestrales, la salud y la enfermedad tienen un referente mágico-religioso, un simbolismo asociado y una curación prescrita, que envuelve las ideas sobre esterilidad, embarazo, alumbramiento, fertilidad, uso del baño de vapor o temazcal, reproducción y prácticas y procedimientos de atención al parto.
En materia de salud supone que una enfermedad fría se cura con remedios calientes, y en ocasiones con remedios fríos y a la inversa. En cuanto al cuerpo, las personas pueden nacer frías o calientes, o con una naturaleza débil o fuerte, respectivamente.
La concepción indígena dual indica que las menstruantes, embarazadas, puérperas o parturientas tienen exceso de calor, por lo que se les aconseja no exponerse a enfriamientos de ningún tipo, a fin de evitar complicaciones que puedan culminar en la esterilidad.
La llegada de la menstruación era vista como un período caliente y como un indicador de que la joven estaba preparada para la procreación. Una vez terminado el período menstrual y pasado el parto, la puérpera no regresa a su estado “térmico” normal y para que recupere un cierto equilibrio debe bañarse en el temazcal.
Bajo la concepción frío-calor, la atención al embarazo y el parto es brindada por sobadoras y parteras, incluso en aquellos casos en que existe la posibilidad de recibir atención especializada en una clínica, las mujeres prefieren alumbrar en la casa, en presencia de una terapeuta tradicional.
La Nueva España nació en medio de una auténtica conquista sexual que entendió la violencia como una herramienta de poder.
Posteriormente, las relaciones entre indígenas y españoles se estabilizarían, dando lugar a vínculos de todo tipo, entre ellos el matrimonio, el cual constituye uno de los ritos más importantes de la sociedad indígena debido a sus implicaciones en términos de parentesco (consanguíneo, descendencia y compadrazgo); económicos (acceso a bienes), y de reproducción social (reforzamiento y continuidad de representaciones).
La familia era un bien venerado, se resguardaba la sexualidad del marido sobre la mujer y los frailes instauraron en la Nueva España el matrimonio cristiano: “estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará”.
Señalaban que “el mandamiento de Dios, que dice y manda a las mujeres, que sean y estén a la sujeción y poderío de sus maridos”. Exhortaban a la obediencia: “No le seas desacatada; mas en mandándote hacer algo, óyelo y obedece, y hazlo con alegría”. “…De su naturaleza todas aquellas gentes, más que nación en el mundo son las mujeres a sus maridos…”. Enseñaban a sus hijas a mostrar “amor y reverencia de su marido”.
El patrón es que los padres den en matrimonio a sus hijas desde niñas a partir de los 12 años con hombres que le pueden triplicar la edad. En algunos casos, se debe al pago por un préstamo, ayuda o ante la incapacidad de la cabeza de la familia de seguir manteniéndola.
Así, de los 3 a 4 años de edad las mujeres indígenas inician su colaboración en las tareas domésticas; a los 7 u 8 son las madres sustitutas de sus hermanos más pequeños; a los 10 acarrean el agua, recolectan leña, ayudan en las tareas domésticas, se hacen cargo de los hermanos menores y ayudan en las tareas artesanales.
A los 12 años tienen responsabilidades de adultas en las labores domésticas y agrícolas; entre los 13 y 16 están listas para el matrimonio; entre los 16 y 19 empiezan su vida de casadas e inician un largo periodo de procreación, con alrededor de 12 o 15 embarazos, de los que sobreviven 4 o 5 hijos –a menos que sean esterilizadas, generalmente sin su conocimiento–.
A los 40 años han dejado de ser fértiles y representan 15 o 20 años más de los que tienen y tendrán un alto riesgo de violencia en sus relaciones de pareja, es decir, que en la vida de las mujeres indígenas, la sexualidad, el matrimonio y la maternidad están íntimamente ligadas; ellas apenas podrán diferenciar sexualidad de reproducción.
Las indígenas viven en constante violencia sexual al interior de sus hogares y viven con sus agresores. Su sexualidad se concibe como una obligación-servicio para su marido y al embarazarse no tienen otra alternativa que concluir con su embarazo con amigas, parteras o lugares inseguros en los que su vida está en juego.
Presentan constantes abusos médicos institucionalizados: maltrato, discriminación, negación de servicios, desinformación y esterilizaciones forzosas.
*Investigadora de la Coordinación de Redes de Periodistas de CIMAC.
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