Ernesto Villanueva
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCI), organismo financiado por la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex, el principal sindicato patronal del país), ha tenido iniciativas afortunadas y otras no tanto. Es el caso de su postura sobre la Fiscalía Anticorrupción. En un comunicado MCI señaló que van tres veces que las comisiones legislativas no envían a la Junta de Coordinación Política del Senado sus propuestas de titulares para esa fiscalía. Qué bueno que recuerden esa violación del estado de derecho. No es la primera vez que eso ocurre, y peor aún: ya se volvió un sello distintivo. El Senado predica, pero no practica.
Ahora bien, ese
atendible recordatorio se viene abajo –espero que por ignorancia y no
por colusión– cuando dicho grupo “exige” que se permita la
“participación ciudadana” en el proceso –es decir, que se abran las
puertas a los integrantes de MCI. No sé por qué o cómo se proclaman
representantes de la comunidad. No son –por lo menos– los míos, nunca
voté por ellos ni les di una carta notarial para que me representen. Y
me gustaría saber cuál es el fundamento legal de la “patente de
representación comunitaria”.
Me preocupan las exigencias concretas
al Senado para designar al fiscal anticorrupción: a) transparencia y b)
“participación social”, pero no de cualquiera, sino la de ellos o de
quienes ellos avalen. El primer aspecto, la transparencia, es, por
supuesto, un punto de partida, pero no un puerto de llegada. Nadie en su
sano juicio puede estar en desacuerdo.
La segunda parte hace las
veces de un aval, y vale lo que valgan los miembros seleccionados,
quienes –según ellos– representan a México. El problema es que los
aspirantes deben ser seleccionados mediante un proceso transparente, y
“la participación social” puede decir mucho o nada. En realidad es un
acto de fe. Y los actos públicos no están para ser creídos, sino para
comprobar que se ajusten a la ley y a la ética pública. Las exigencias
son muy pobres. Creo, armado sólo con mi propia representación, que el
proceso debería observar las siguientes “buenas prácticas”:
1.
Practicar un examen de salud física y mental. Si este requisito no está
en la normativa sí puede estar en las “exigencias de la sociedad”. Esto
debería ser un acto de ponderación entre el legítimo derecho a la vida
privada de los aspirantes –y los expedientes médicos lo son, en
principio– y el interés público, que demanda que no haya un aspirante
con un problema de salud tal que eso pueda influir en el ejercicio de
sus atribuciones.
¿Se acuerdan del sedicente gobernador de
Michoacán Fausto Vallejo; del exsenador Alonso Lujambio, quien mostraba
abiertamente su enfermedad; del secretario de Cultura Rafael Tovar y de
Teresa, quien mintió al decir que no estaba enfermo “sino perfecto,
perfecto”, y falleció a las pocas semanas de cáncer; o, en el colmo de
la corrupción, Manuel Camacho Solís, quien duró un año “firmando de
asistencia” al Senado pero sin ir ni un día a la sede legislativa –en
colusión con su partido y dicha cámara– porque estaba agonizando de
cáncer?
Todos ellos mintieron a la sociedad. ¿No creen los
autoproclamados representantes de los mexicanos que se trata de un tema
que debe atenderse?
2. La Secretaría de Marina o, en el peor de
los casos, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) deben
investigar los antecedentes de cada aspirante. Estos datos deben servir
para crear reactivos personalizados para un test de integridad con
polígrafo y EyeDetect. Ahí mismo pueden incluirse las preguntas de la
“sociedad civil”.
Estos exámenes tienen un margen de confiabilidad
de más de 98%. Deben ser practicados por un tercero experto
independiente, como la Asociación Internacional de Profesionales en
Poligrafía, A.C., y validados por la American Polygraph Association, con
el fin de garantizar su credibilidad, imparcialidad y calidad.
Esto,
como puede verse, sería un sistema mucho mejor que el juicio retórico y
simulador del: “tiene buen currículum”, “se le ve la honestidad en sus
palabras”, “hace buena química con los representantes ‘sociales’ y, por
ende, debe ser honesto y puro o casi”. Estas son tonterías. Ahí no hay
metodología científica, sino la técnica del “a ojo de buen cubero”.
¿Por
qué los representantes de los mexicanos no explican a la sociedad las
razones por las que no consideran conveniente que los aspirantes a
fiscales se sometan a estos exámenes? ¿Por qué, en cambio, sí los
realizan a sus altos directivos Coca Cola, American Express y otras
empresas que forman parte de la Coparmex? ¿Por qué al fiscal le piden
menos requisitos, aunque no sea un mandato legal, sino, como dicen, “una
buena práctica”?
3. De la misma forma debe hacerse analizarse el
vello corporal para detectar si los aspirantes han consumido drogas o
han estado sujetos a tratamientos de enfermedades mentales que con el
estrés puedan regresar. Este tipo de examen permite detectar el consumo
con hasta dos años de antigüedad, por lo que es mucho mejor que el de
orina.
¿Cómo MCI puede informar que esto no se requiere y que
basta la “transparencia” como garantía de “pureza ética”? ¿No cree usted
que algo deben decir nuestros egregios “representantes”, o ya
“acordaron” por el bien de la patria hacerle al juego a la transparencia
para que la corrupción siga intacta? l
ernestovillanueva@hushmail.com
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