CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Dicen que el peor enemigo de Andrés Manuel López Obrador es él mismo y muchos recuerdan aquella frase dedicada a Vicente Fox “¡Cállate chachalaca!” que le restó votos en 2006, o también: “¡Al diablo con las instituciones!” que le causó una gran animadversión en todos los sectores sociales, lo mismo que el cierre de la avenida Reforma por varios meses.
Muchos de sus detractores también recuerdan su poca apertura para escuchar en las dos contiendas pasadas qué ocasionó su distanciamiento con gente importante como Carlos Monsivais, quien intentó darle algunas ideas para quitarse esa lápida que le endilgaron Felipe Calderón, empresarios, la ultraderecha y hasta la iglesia católica conservadora, de que era “un peligro para México”.
Hoy parece que eso ha quedado atrás y los mismos que lo atacaron en 2006, los calderonistas principalmente, más los priistas encabezados por su líder Enrique Ochoa Reza, se han dedicado a querer boicotear su imagen y su primera posición en las encuestas, tratando de vincularlo a escándalos de corrupción como la acusación de haber recibido dinero del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte, o llamándole infructuosamente “mesías” o “loco” en un intento por compararlo con Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
La desesperación de panistas y priistas se nota en esta campaña sucia que han desatado con más coraje que inteligencia contra López Obrador quien, contrario a sus deseos de minar su fuerza, sigue creciendo su popularidad.
La intención de llevarlo a tribunales a través de la denuncia en la Fepade por la acusación del expriista y ahora panista Miguel Ángel Yunes, de que el partido Morena recibió dinero de Javier Duarte, sólo le dio más espacio en los medios a López Obrador dejando a un lado el grave equívoco que tuvo al acusar a la Marina de haber matado a menores de edad en el operativo realizado en Nayarit recientemente.
Sus detractores se olvidan de lo ocurrido con el caso del predio El Encino, las acusaciones contra López Obrador por un presunto acto de corrupción como jefe de gobierno de la Ciudad de México en la venta de ese terreno, que al final se convirtió en un episodio a su favor al comprobarse que todo había sido un montaje.
Ahora los Calderón, Margarita y Felipe, se han dedicado a atacarlo sin tener hasta el momento ningún efecto negativo en las encuestas que favorecen a López Obrador. Esta campaña que ahora han arrancado, de compararse con Michelle y Barak Obama bajo el lema “la gente dice que nos extrañan”, suena hueca y burlona.
También es una burla la decisión aparentemente altruista de Felipe Calderón de donar 200 mil pesos mensuales que cobra como expresidente a alguna asociación civil o el hecho de que aparezca en el supermercado haciendo las compras de la familia.
Estas puestas en escena y los ataques constantes del PRI, PAN y el gobierno de Enrique Peña Nieto, en lugar de debilitar la figura de López Obrador la fortalecen porque hacen más evidentes las diferencias de comportamiento, ética y forma de vida del tabasqueño en comparación con los Calderón, los Peña Nieto, los Ochoa Reza, etc., quienes viven de la riqueza obtenida del usufructo de su desempeño político.
El único que podría afectar su carrera hacia la presidencia en las elecciones del 2018 es el propio López Obrador, quien habrá de cuidar su carácter irascible, sus palabras, sus alianzas y sobre todo cualquier acto de corrupción que seguramente se le presentará con tentadoras ofertas de negocios en este año y medio que falta para llegar a las elecciones del 2018.