La
represión en Iguala contra los compañeros de Ayotzinapa ha detonado un
movimiento hacia la insumisión, cómo ya lo había experimentado la lucha
de los politécnicos, los maestros que se oponen a la reforma educativa
y diversas luchas en diferentes regiones del país. Este camino abierto
y utilizado tanto por un movimiento estudiantil que comienza a
movilizarse y organizarse en todo el país, como por los maestros y
sectores obreros y campesinos que ven en él un mecanismo que permitirá
la estructuración no sólo de fuertes movilizaciones, sino lo más
importante, de formas embrionarias de construcción de espacios de poder
popular.
La burguesía monopólica y su gobierno.
La burguesía monopólica financiera que ha encabezado el proceso de
reformas estructurales, está perdiendo hegemonía en este período, pero
sin perder aún la dirección del proceso de reconversión capitalista
para maximizar la ganancia. Las pugnas son muy fuertes al interior de
la clase gobernante y el comportamiento de algunos sectores de ella,
dejan ver con claridad esta pugna, las molestias por la reforma fiscal
y la resolución de algunas licitaciones marcan, entre otras cosas esta
disputa. Estas pugnas han impedido a los monopolios y su gobierno
enfrenar unificadamente al movimiento popular que crece.
Existen sectores de la propia burguesía monopólica que tratan de que la
tasa de ganancia no sólo se mantenga, sino que permita a sus empresas e
intereses obtener la mayor parte de ella. Quizá el ejemplo más
emblemático, por lo contradictorio del mensaje es la actitud del
consorcio de medios más importante de México y Latinoamérica: Televisa.
Es un hecho de que los dueños y accionistas de la empresa colaboraron
con una amplia alianza de la burguesía, encabezada desde luego por la
monopólica, para colocar en el gobierno a Peña Nieto, porque éste
claramente beneficiaría los intereses del grupo dominante que lo puso
en la silla presidencial. Sin embargo, se presentan fisuras evidentes
de esta alianza estratégica.
El grupo monopólico que dirige
el proceso de producción es tan poderoso que logró someter al sistema
político en su conjunto a sus intereses, armando lo que se llamó el
“Pacto por México”, en el que la llamada “izquierda institucional” jugó
un papel central, con el PRD a la cabeza. Así, cuando los comunistas
decimos que los partidos de la socialdemocracia mexicana han
traicionado nuevamente a los trabajadores, no lo decimos sólo por
consigna, existe suficiente evidencia de que esta nueva traición al
movimiento obrero permitió al capital hegemónico, es decir a la
burguesía monopólica financiera, imponer la ruta de mayor explotación,
del incremento de la tasa de ganancia, desvalorizando el trabajo.
Sin embargo, para lograr su objetivo plenamente, la oligarquía
financiera necesita al Estado y que el gobierno se colocara en línea
absoluta, plegado a sus intereses. Lo anterior no ha ocurrido. El
desmantelamiento del Estado en beneficio del mercado, ha colocado a los
gobiernos de la burguesía sólo en el papel de promotor, animador,
administrador y garante de que sólo con el uso de la fuerza se
garantizará el cumplimiento de los objetivos que se han planteado los
monopolios.
Cuando han querido aterrizar sus líneas
fundamentales, se han encontrado con la resistencia de otras capas de
la burguesía opositoras a la línea marcada, pero sobre todo a la
existencia de los poderes fácticos, quienes han sustituido al Estado y
ejercen el control político, económico y administrativo de las zonas
que controlan. Y ahí la negociación se ha atorado, les ha costado caro
o de plano han logrado imponer a medias las medidas con el uso de la
represión, el terror y el uso al límite de la delincuencia organizada
como método. Sin Estado, sin dirección cada quién hace lo que quiere.
En las regiones el poder del Estado ha sido sustituido por el poder del
gobernador que es a veces socio, a veces empresario, a veces ligado a
la delincuencia y en infinidad de ocasiones, todo a la vez, así como de
los caciques, los grupos empresariales, en ocasiones cada quien por su
lado, lo que ha generado violencia y casi siempre ligados, coordinados
y organizados, pero al margen de las instituciones estatales, que en
infinidad de lugares casi no existen.
Las pugnas entre los
poderes fácticos han derivado en enfrentamientos, ajuste de cuentas,
masacres, pero siempre en el ámbito de quienes se disputan la
hegemonía. La relación de los empresarios, ganaderos, caciques, líderes
sindicales, miembros de la clase política y agentes del gobierno
(policías, militares, marinos, etc.), con los grupos de la delincuencia
organizada no es sólo estrecha, es vinculante. La utilización de la
delincuencia en las regiones del país le ha permitido a la burguesía y
sus asociados imponer sus ritmos de explotación a base de sangre y
fuego, como sucede en Guerrero, Michoacán, Chiapas, etc.
Este
escenario ha generado una profunda crisis política, porque la
representación de la figura presidencial está en entredicho y se ha
debilitado al grado de que la coalición que lo colocó en el gobierno ya
está pensando en removerlo, porque la credibilidad de los partidos del
régimen no existe, porque la democracia burguesa ha mostrado su
verdadero rostro, el de la represión y el terror. Porque los procesos
electorales demostraron que sólo sirven para perpetuar el dominio de
los poderes que oprimen al pueblo y sobreexplotan a la clase obrera.
Los monopolios en su afán de tener un Estado que sólo sirva a sus
intereses han debilitado al extremo la gestión de los gobiernos que lo
dirigen. Como nunca, porque siempre han existido las pugnas
interburguesas y los conflictos de los grupos de poder, un gobierno
esta tan debilitado y en profunda crisis. Estos dos factores se ligan a
la crisis económica estructural. Pero entendamos con claridad los
conceptos. Es una crisis que golpea con dureza a las clases explotadas,
a los trabajadores, a la mayoría, pero para la oligarquía, los
monopolios y la burguesía financiera, la crisis es sólo una de
reducción de la tasa de ganancia a niveles aún tolerables. Los que
dominan, los que controlan al país no sufren esta crisis económica, es
más, están dispuestos a profundizarla si así conviene a sus intereses.
Sin embargo, la crisis política sí puede alterar o cuando menos
retrasar un poco el rumbo que pretenden seguir. Y es en esta esfera en
donde el movimiento popular, las organizaciones obreras
revolucionarias, pero sobre todo un partido comunista bien estructurado
puede actuar.
El movimiento popular.
El
movimiento estudiantil se colocó a la cabeza del movimiento que estalló
desde el rechazo a las reformas en el Instituto Politécnico Nacional.
Al ser una represión contra estudiantes normalistas, era lógico que el
movimiento estudiantil mantuviera la iniciativa durante los primeros 30
días de las movilizaciones. La suma de sectores de trabajadores, de
empleados, de pequeños comerciantes, de sectores de la clase media, fue
cambiando poco a poco la vanguardia. Y con esto paso a ser de un
movimiento estudiantil a uno más popular, con expresiones de una
estructuración que rebasaba a las demandas de justicia y se colocaba en
los preámbulos de la creación de nuevas formas organizativas, incluso
de cierto poder popular, alterno, en este caso al gobierno de Guerrero.
Ahora nuevamente ha tomado la iniciativa un sector que ha
encabezado prácticamente sólo la lucha contra la reforma educativa, los
maestros guerrerenses. El movimiento estudiantil poco a poco ha perdido
movilidad y presencia en este período, aunque conserva la vanguardia,
disminuida pero presente. Sin embargo, no ha podido estructurar una
coordinación revolucionaria, y se presenta a las marchas sin consignas
propias, sin retomar las banderas de los explotados y la lucha
anticapitalista o con reivindicaciones recogidas de otros sectores, se
ha concretado a demandar justicia, la salida de Peña y la presentación
con vida de los desaparecidos, pero exhibiendo una pobreza de
reivindicaciones producto de que la coordinación está en manos de los
sectores mediatizadores de clase media, de la socialdemocracia y del
oportunismo.
Los pocos sectores de trabajadores que han
participado esporádicamente en las movilizaciones, han sido los
empleados de la UNAM, con el cacicazgo sindical oportunista y traidor y
los trabajadores del sindicato de telefonistas, que lo hicieron
siguiendo al parecer una consigna que tenía que ver más con las
disputas del poder interburgés que con una reivindicación de clase. Si
bien se han incorporado trabajadores del INBA y del INAH, pero por el
momento son poco numerosos, esporádicos y también sin consignas
anticapitalistas, de poder popular, revolucionarias.
El punto
central de este período está ubicado en el estado de Guerrero,
especialmente en Chilpancingo y Acapulco. En Iguala con la presencia de
la fuerza pública en desmedida, el movimiento se ha detenido o está en
espera de otra coyuntura. En otras regiones del estado, los cacicazgos
y los poderes fácticos mantienen aún el control, pero ya existen zonas
en donde se manifiestan gérmenes de un nuevo poder en gestación, muy
embrionarios pero latentes. Aunque por ahora su composición es digamos
sólo “popular”, sin contenido de clase aún, la incorporación de
sectores de la clase obrera y del movimiento campesino le darán sin
duda esa impronta decisiva de clase.
A pesar de que en estos
momentos no se aprecian elementos que permitan al movimiento tomar las
calles en apoyo a los maestros y normalistas de Guerrero, básicamente
por el período de vacaciones en las escuelas y en muchos centros de
trabajo, lo real es que existe una tensa calma. Los propios medios de
la burguesía señalan que entre lo que llaman “opinión pública”, existe
un ambiente de solidaridad y de simpatía con las demandas de los
familiares, sobre el que ya por cierto, los intelectuales orgánicos de
la burguesía y los medios de comunicación de los monopolios trabajan en
modificar.
En este lapso, diversas organizaciones
revolucionarias han tomado posición en relación con los acontecimientos
descritos. Cada una con sus propias visiones, ideas, ideología,
propuestas y consignas. Pero, por el momento ninguna ha logrado
imprimir un rumbo, un sello, un camino alternativo al que está tomando
la lucha en estos momentos, como tampoco ha logrado imprimir un sello
de clase a las movilizaciones.
Sin duda, por los
posicionamientos de muchos de los padres de familia y un sector
importante de los dirigentes de la normal rural, por el tipo de
movilizaciones, las acciones realizadas y las consignas planteadas al
parecer los grupos que tiene la dirección del núcleo que trata de
coordinar las acciones se está radicalizando y sobre esta dinámica es
la que los poderes fácticos, el gobierno y los medios mediatizadores de
la burguesía trata de centrar la atención.
Las filtraciones
en la prensa, radio y televisión que trataron de ligar, primero, a los
normalistas con la delincuencia organizada y el narcotráfico y ahora
con la guerrilla, persiguen el mismo objetivo, quitar legitimación a la
lucha de los familiares y presentar a la dirección política del
movimiento como un grupo “violento”, dispuesto a destruir las
instituciones y romper “la armonía y la paz social”. Detrás de esta
retórica está la estrategia de reprimir al movimiento y sus diferentes
gérmenes de insumisión popular antes de que se fortalezca. Para el
gobierno y los monopolios, el “asunto” Ayotzinapa ya pasó. Ahora la
aplicación de una política de control de daños pasa por la represión
selectiva y masiva si es necesario, como la han dejado muy claro, tan
el secretario de la defensa como el de la marina.
Los
acontecimientos del verano mexicano han dejado constancia de dos hechos
ligados y contradictorios, pero que arrojan una lección definitiva para
los comunistas mexicanos. Por un lado la irrupción de un potente
movimiento popular que ha roto las cadenas de la sumisión y ha salido a
las calles a reclamar justicia, alto a la corrupción gubernamental y ha
mostrado sus rechazo al sistema de partidos y al sistema político en
general, todo aún en los marcos de la democracia burguesa. Y por otro
lado, la potencia del movimiento popular ha dejado constancia de que
las organizaciones que se reclaman marxistas, socialistas, comunistas o
revolucionarias carecen de estructura, organización y en muchos
sentidos de un programa que permitan influir, proponer, conducir los
procesos de lucha popular, hacia movilizaciones políticas, que caminen
en la construcción de una estructuración clasista de los movimientos y
que permita la incorporación de la clase obrera y el movimiento
campesino.
Las consignas, las banderas, las solicitudes
recogen sí el coraje, la frustración, la tristeza, la insumisión de
miles, pero son sólo sentimientos, no hay en ellas ningún
posicionamiento clasista. Todos estos sentimientos pueden ser
superados, olvidados, abandonados, las lecciones de la insumisión
pueden ser abortadas por las acciones del gobierno y los monopolios,
sin dejar rastro de lucha anticapitalista. Y esta verdad, dura verdad,
nos obliga a redoblar esfuerzos en la construcción de un partido
revolucionario que ayude a posicionar el camino de la insumisión al que
se incorporen con fuerza la clase obrera y sus aliados.
La
insumisión asoma los gérmenes de un nuevo poder, la consigna de “fuera
Peña Nieto”, debe ser acompañada por elementos de propuesta hacia la
participación en el proceso de elección de un nuevo gobernante de los
sectores en lucha así como la incorporación del movimiento obrero, lo
que dará un contenido de clase a las próximas movilizaciones y luchas
en el marco del período que se ha abierto.
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