Carlos Bonfil
El arte de llorar en coro.
El conserje Lee Chandler (Casey Affleck) es un hombre de 40 años,
taciturno y enigmático, que cumple sus faenas diarias de modo
disciplinado y metódico, pintando paredes y destapando caños, aun cuando
a la menor provocación manifiesta un temperamento irascible, de
consecuencias impredecibles, acompañado de fuertes dosis de intolerancia
y violencia. Vive recluido en un modesto sótano en un barrio de Boston,
gana apenas el sueldo mínimo, y se mantiene alejado de lo que aún le
queda de familia.
Fotograma de la cinta, protagonizada por Casey Affleck |
La noticia de la muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler), le obliga a
regresar al pueblo portuario de Manchester, mismo que tuvo que
abandonar años atrás por otro acontecimiento trágico que no ha terminado
de amargarle la existencia.
Manchester junto al mar (Manchester by the Sea, 2016), tercer largometraje del dramaturgo, realizador y guionista neoyorkino Kenneth Lonergan (You Can Count on Me, 2000; Margaret,
2011), es un soberbio melodrama familiar construido en dos tiempos y
centrado en la compleja figura de Lee Chandler. La narración en presente
refiere el inesperado dilema moral a que se enfrenta el protagonista
cuando por disposición testamentaria debe ocuparse de Patrick (Lucas
Hedges), un adolescente temperamental, hijo de su hermano fallecido, en
una responsabilidad tan inesperada como inoportuna para la cual no
tiene, en su actual estado anímico, la menor paciencia.
Al tiempo que procura resolver esta situación enfadosa, surgen, a través de flashbacks
reiterados, los recuerdos lacerantes de su pasado como un hombre
armoniosamente casado con Randi (Michelle Williams), padre de tres
niños, que por un lamentable descuido vuelto fatalidad irreparable
pierde toda estabilidad emocional, se ve orillado al suicidio, y termina
aceptando una suerte de muerte virtual y exilio autoimpuesto,
alejándose por completo del universo familiar que hasta entonces había
conocido.
Lee Chandler es, por decisión propia y por acuerdo tácito de toda una
comunidad, el paria absoluto al que pareciera estarle negada, en su muy
larga penitencia, toda posibilidad de una redención moral verdadera.
El dramaturgo Kenneth Lonergan maneja con delicadeza y sobriedad el
intenso guión de una película casi novelada. La decisión de tomar
distancias con un relato lineal y presentar los flash-backs de
un modo tan imperceptible, sin fracturas muy definidas, confundiendo
casi la experiencia pasada con el presente, puede desconcertar a un
espectador acostumbrado a transiciones temporales más convencionales.
Conviene por ello desenredar este relato fílmico como se suele descifrar
un imbricado texto literario.
No es sino muy avanzada la trama cuando los espectadores
descubren al fin los motivos del naufragio anímico de Lee Chandler, los
pormenores agravantes de una pesadísima culpa, y las razones por las que
a ese hombre misterioso, encerrado en un mutismo hermético, le cuesta
tanto trabajo reconciliarse con su entorno social, y aceptar y compartir
toda empatía y entendimiento afectivo con el sobrino Patrick que, a su
modo muy peculiar, comparte con él la perturbadora experiencia de un
duelo familiar.
Aunque en este relato tan marcadamente masculino las mujeres tienen
una presencia episódica, con existencias difuminadas en largas elipsis
narrativas, su importancia es capital. Son ellas las que con mayor
dramatismo y contundencia expresan el dolor que sus pares masculinos
reprimen ya sea en el silencio, como Lee Chandler, o, como Patrick, a
través del expediente de un despreocupado sexo rápido.
Las mujeres viven aquí la pérdida afectiva sumiéndose en el desvarío
mental o en el alcoholismo, cuando no en la larga frustración de una
segunda vida sentimental al lado de compañeros apagados o mediocres. El
director de la cinta observa con lucidez esta triste comedia de
paradojas existenciales y desencuentros afectivos, combinando momentos
de franco humorismo y desenfado con otros de un dramatismo vigoroso y
cruel, como si deseara así mostrar hasta qué punto una fatalidad o una
suerte irónica pueden sacudir las mayores certidumbres morales.
Manchester junto al mar cuenta con un guión formidable y
actuaciones que le hacen enteramente justicia. Tiene toda la apariencia
de un filme independiente y se cuela con facilidad entre las favoritas a
los próximos premios hollywoodenses. Se arriesga, en su arrebato
lírico, con los clichés musicales de Albinioni y su explotadísimo
Adagio, para luego saltar a un Mesías o a una melodía de Ella Fitzgerald.
Es una cinta divertida y profundamente melancólica, con tintes también de tragedia griega. Como si la sombría parábola moral de El dulce porvenir (The
Sweet Hereafter, Atom Egoyan, 1997) se hubiera cruzado de pronto con los destellos de ironía del mejor Woody Allen. Imperdible.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
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