8/28/2009

MUJERES-AMÉRICA LATINA:

Bicentenario arropado por las heroínas

Por Humberto Márquez


Libertadoras americanas buscan su sitio en el bicentenario.

Crédito: Cortesía del gobierno de Venezuela.

CARACAS, ago (IPS) - Juana Azurduy o Manuela Sáenz, Bartolina Sisa o Gertrudis Bocanegra, Luisa Cáceres o Policarpa Salavarrieta, las heroínas testifican la participación femenina en la lucha por la independencia americana de España, gesta cuyo bicentenario comienza a conmemorarse este año en América Latina.

Pero, a la vez, encarnan el solapamiento político e historiográfico del papel de la mujer, que masivamente combatió o padeció en ese proceso de un cuarto de siglo, entre 1809 y 1824.

El 14 de julio, la presidenta argentina Cristina Fernández ascendió post-mortem al grado de generala a la teniente-coronela Juana Azurduy (1780-1862), quien perdió cinco de sus seis hijos mientras guerreaba por la independencia del Alto Perú, hoy Bolivia, dependiente de Buenos Aires al final del período colonial.

Dos años antes, el presidente ecuatoriano Rafael Correa ascendió también a generala a Manuela Sáenz (1797-1856), la llamada "amante inmortal" de Simón Bolívar (1783-1830) y coronela del ejército libertador, al conmemorar un aniversario de la batalla de Pichincha (1822), en la que participó esa heroína nacida en Quito.

"Eso es política, no es historia", dijo a IPS Inés Quintero, vicedirectora de la Academia Venezolana de la Historia. "No se revaloriza el papel de la mujer en el proceso de independencia otorgándole un título más a una de ellas, eso no tiene sentido, porque la historia no es para saldar cuentas", agregó.

Según la académica ocurre más bien que "en la medida en que el tema femenino da dividendos en relación con la visibilidad que demandan las mujeres, existen unos íconos, las heroínas, que se incorporan como parte del discurso para hacer ver que se atiende el tema de la mujer".

Para Sara Beatriz Guardia, del peruano Centro de Estudios de la Mujer en la Historia de América Latina, "es posible advertir un cambio del discurso ante la importancia que ha cobrado en las últimas décadas el estudio de la presencia de la mujer en la historia".

La tendencia calza con los fastos del "ciclo bicentenario", una conmemoración que se inició este año con evocaciones de los gritos libertarios de 1809 en Quito y La Paz, y que seguirá en los próximos años recordando declaraciones y batallas.

Ese proceso y la sangrienta confrontación que lo marcó despuntaron con movimientos precursores, algunos con innegable presencia femenina y con una cuota de heroínas que unas veces destaca y otras solapa la historiografía oficial.

Es el caso de Micaela Bastidas (1745-1781), esposa de Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui, 1738-1781) y su compañera en la rebelión que encabezó en Perú. Fueron ejecutados el mismo día, con la menos conocida Tomasa Condemayta, capitana de un batallón de mujeres que ganó batallas a las fuerzas españolas.

O el de Bartolina Sisa (1753-1782), heroína aymara y esposa de Túpac Katarí (Julián Apaza, 1750-1781), quien movilizó a 40.000 indígenas contra el poder español en Alto Perú.

Sisa comandó batallones y demostró dotes de estratega al sitiar las ciudades de Sorata y La Paz. Vencido el movimiento, ella fue cruelmente vejada y torturada antes de ser ahorcada.

"Después, los criollos (blancos) conquistaron la independencia, indispensable para el desarrollo de sus intereses, y las gestas emancipadoras dirigidas por indios fueron minimizadas y olvidadas, no obstante que sacudieron los cimientos del sistema colonial", apuntó Guardia en su ensayo "Las mujeres y la recuperación de la historia".

Asimismo, "la participación de estas mujeres fue borrada, como si el hecho de ser mujer y morir por la patria no tuviese los mismos significado y dimensión que las acciones de los héroes, todos masculinos, de nuestra historia", señaló la académica peruana.

Las mujeres de nuevo destacaron cuando se urdió la independencia, como Manuela Cañizares (1769-1815), anfitriona de los conspiradores que dieron el grito de Quito en 1809, o María Ignacia Rodríguez (1765-1817), animadora de los patriotas en México.

Gertrudis Bocanegra (1765-1817) urdió una red de insurgentes mexicanos. Capturada por españoles se negó a delatarlos pese a las torturas, y murió fusilada por los realistas, como se denominaban las fuerzas que respondían a la metrópoli europea.

Empujaron a padres, hijos, hermanos, esposos o novios para que abrazasen la causa, como la chilena Javiera Carrera (1781-1862), adversaria dentro del campo patriota del prócer Bernardo OHiggins, o la neogranadina (colombiana) Policarpa Salavarrieta, gran luchadora clandestina, fusilada en Bogotá en 1817, junto con su novio, Alejo Sabaraín.

La heroína venezolana más conocida es Luisa Cáceres (1799-1866), esposa del general Juan Bautista Arismendi, a quien quisieron doblegar sometiendo a la joven embarazada a una atroz prisión en 1814-1816, que le hizo perder un hijo, y luego con su destierro.

En la milicia destacaron figuras como Azurduy, participante en guerrillas e importantes batallas como las de Ayohuma (1813), Potosí y La Laguna (1816), en la que fue herida y murió su marido, Manuel Padilla, cuando acudía en su rescate.

Sáenz, participante en la batalla de Pichincha, tras la cual los ejércitos colombianos ingresaron a Perú, acompañó a Bolívar en sus campañas y quehacer político, y tras impedir su asesinato por opositores en Bogotá en 1828 comenzó a ser llamada "la libertadora del libertador".

Pero en toda la guerra participaron muchas mujeres más, integradas a los ejércitos, en la retaguardia, en la logística (las soldaderas) y como combatientes. El fallecido historiador venezolano Vinicio Romero recordó a IPS en una ocasión que en la batalla de Carabobo (1821) muy probablemente murieron decenas de mujeres, en uno y otro bando.

En México hubo importante participación de mujeres entre las tropas, así como en el ejército colombiano (de las hoy Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) y en la subregión andina fueron incorporadas comunidades indígenas, mujeres incluidas, al quehacer de la guerra.

Miles de indígenas acompañaron por ejemplo al general argentino Juan Álvarez de Arenales (1770-1831), lugarteniente de José de San Martín (1778-1850) durante su campaña por la sierra peruana en 1819-1820.

LA HISTORIA QUE NO AMA A LAS MUJERES

"Apenas ha habido una sola guerra que no haya contado con participación femenina", escribió el periodista y novelista sueco Stieg Larsson (1955-2005) como apertura de la última parte de su trilogía "Millennium", que acaba de ser lanzada en castellano.

Como ejemplo, el autor del fenómeno literario del momento mencionó que en la guerra civil estadounidense (1861-1865) "se estima que combatieron 600 mujeres. Lo hicieron disfrazadas de hombres".

En una reflexión que bien puede aplicarse a la gesta emancipadora americana, Larsson dice: "A los libros de historia siempre les ha resultado difícil hablar de las mujeres que no respetan la frontera que existe entre los sexos. Y en ningún otro momento esa frontera es tan nítida como cuando se trata de la guerra y del empleo de las armas".

Por eso, para Quintero, "la comprensión del proceso no apunta a la excepcionalidad, a la heroína, sino a entender que la dinámica histórica incorpora a todos los actores en función de su condición para cuando esos acontecimientos ocurren".

"Fuera del código heroico o de excepcionalidad se podrá comprender lo que significó la participación femenina. Por ejemplo, que los ejércitos admitiesen la necesaria incorporación de las mujeres, pero que las constituciones políticas que siguieron a su esfuerzo no les reconociesen participación en los asuntos del poder", señaló Quintero.

Se precisa aprehender que "las mujeres guerrearon, pero también huyeron, se ocultaron, sufrieron, sembraron, cuidaron casas, familias y fincas, amaron, criaron los hijos y enviudaron, y además estuvieron en el bando contrario, como las olvidadas realistas", dijo Quintero.

La historiadora es autora de una biografía de María Antonia Bolívar, hermana del libertador y partidaria de la corona española.

Guardia sostuvo que "la tendencia prevaleciente en el estudio de la historia descalifica como objeto de estudio el ámbito de la vida cotidiana y, por lo tanto, a las mujeres que han actuado principalmente en ese espacio. No obstante, la vida cotidiana está en el centro del acontecer histórico".

Para Quintero "cuando se establece distancia entre la realidad y seres excepcionales, como con Sáenz, no se revaloriza historiográficamente el papel de la mujer sino la significación de una heroína desde el código patriótico de quien elabora el discurso".

"Pero eso no tiene consecuencias sobre la significación de la mujer en la historia, ni sobre la vida femenina ni sobre los problemas de la mujer contemporánea", remató. (FIN/2009)

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