El silencio cómplice sobre Colombia
Lo que sucede también en el caso de Colombia forma parte de esa misma red de silencios. Ahora se revelan acuerdos con Estados Unidos para la instalación de bases que ya estaban establecidas desde hace tiempo.
El mensaje que se da al mundo no es la instalación de siete bases, sino que Washington las reconoce abiertamente, dejando de lado los eufemismos de “instalaciones de avanzada”. Se le informa a América Latina sobre la ocupación abierta del país sede del Plan Colombia y que este es el comienzo de una nueva historia para “colombianizar” a toda la región.
En ese país andino mueren en un mes tantas personas como los que murieron durante toda la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, y así viene sucediendo desde hace años, la mayoría víctimas del terrorismo de Estado y el paramilitarismo.
También se pone en blanco y se legaliza la presencia de mercenarios, a los que llaman “contratistas” que en realidad son “contratados” en el nuevo negocio de las “agencias privadas” y de la privatización de la guerra. No existen contratistas en Colombia, son mercenarios y paramilitares.
El pasado 18 de agosto, el embajador estadounidense William Brownfield anunció en Bogotá que las tropas militares de su país combatirán junto a las colombianas contra las guerrillas de las FARC.
Esto significa el comienzo de la futura expansión del Plan Colombia con las derivaciones que puedan tener esos combates, y la posibilidad de implicar a otros países en la presunta persecución de los “terroristas”, después que el ex presidente Bush dejó en claro que su país desconoce las fronteras en su nuevo esquema de guerra..
Ninguna de las estrategias trazadas por los “halcones” de Estados Unidos, y que llevaron al primer genocidio del siglo XXI en Afganistán e Irak, se han desmantelado.
Es importante recordar que hubo equipos, helicópteros y tropas de Estados Unidos e israelíes en el asalto y bombardeo de marzo de 2008 al campamento ubicado en Sucumbíos, territorio ecuatoriano, donde se preparaban pasos importantes para comenzar acuerdos de paz en Colombia, lo que estaba autorizado por el propio presidente Álvaro Uribe. Y también el modelo de guerra sucia que fue el asesinato del comandante de la FARC Raúl Reyes y otras personas, entre ellos mexicanos y ecuatorianos
Fue en esos momentos cuando el gobierno colombiano intentó imponer la tesis de que la guerra antiterrorista (de Estados Unidos) hacía necesaria una modificación del concepto de soberanía en la región, lo que fue rechazado por el conjunto de países de América Latina, que condenó la intervención militar de Colombia en Ecuador.
Asumido ahora que los soldados estadounidenses lucharán junto a las tropas colombianas y los mercenarios de la Guerra Sucia , se llega a una conclusión lógica: estamos ante otro hecho consumado, como el golpe en Honduras.
Esas tropas extranjeras serán inmunes ante los tribunales internacionales en un país donde cotidianamente son violados los derechos humanos, sociales, políticos, económicos y donde existe un terrorismo de Estado encubierto responsable de miles de crímenes de lesa humanidad.
Si hay penetración de tropas colombianas y estadounidenses en países vecinos, en alguna supuesta persecución de “terroristas”, esto ya no derivaría en un enfrentamiento o conflicto entre países de la región. Estaría involucrado Estados Unidos, lo que facilitaría, sin trámites, una mayor intervención militar.
La gravedad de esta situación debe ser asumida por los gobiernos y pueblos de América Latina. De hecho, al admitir que intervendrán en la guerra interna de Colombia, ni el gobierno de Estados Unidos y menos el colombiano pueden asegurar a nadie que sus bases no representarán una amenaza para las naciones vecinas, tan atractivas para los intereses que están detrás de esas acciones militares.
De acuerdo a los objetivos declarados, las tropas estadounidenses pueden realizar labores de espionaje, inteligencia y una variedad de intervencionismos en los países vecinos, varios de los cuáles en mayor o menor escala integran el llamado “eje del mal”.
Por eso se activó en los últimos meses “la guerra sucia” mediática, acusando a los presidentes de Ecuador, Rafael Correa y de Venezuela, Hugo Chávez de vínculos estrechos con las FARC. No se necesita leer entre líneas para entender que esos gobiernos pasan a ser “enemigos” al considerarlos asociados al enemigo número “uno” de Washington.
Por lo tanto son pasibles de la retaliación “antiterrorista”, intervención y ocupación como en el caso de Afganistán e Irak.
Por supuesto que serán oficiales de Estados Unidos los que tracen los diseños de guerra en Colombia y conduzcan a las tropas de ese país, ya que el Pentágono considera como “subordinados” a los ejércitos de la región.
Alejandro Torres Rivera, profesor en el Instituto de Relaciones del Trabajo de la Universidad de Puerto Rico al estudiar los nuevos diseños de guerra de Estados Unidos, y de cómo afecta la situación de su país y de Colombia mencionó un artículo (”Transforming the Military”) publicado en la revista Foreign Affaire de mayo-junio de 2002, donde el ex Secretario de la Defensa Donald Rumsfeld explicaba cual era la base del “esfuerzo de transformación” de las fuerzas armadas iniciado por su país.
Consideraba Rumsfeld que se debía ver esto como un “proceso y no como un evento” y que se trataba de “una transformación revolucionaria” ya que los nuevos conceptos “no podían depender estrictamente de la construcción de nuevas armas basadas en alta tecnología, sino de la forma en que se piensa y desarrollan los nuevos esquemas para llevar a cabo la guerra, lo que debe permitir adaptarse a los nuevos retos”
Esta es la visión que orientó el proceso de transformación en las Fuerzas Armadas estadounidenses a partir del fin de la Guerra Fría y la entrada en la última década del Siglo XX y especialmente en este nuevo siglo, bajo el argumento de la “vulnerabilidad militar de Estados Unidos ante nuevas formas de terrorismo”.
En este proceso de transformación milita Rumsfeld partía de la premisa de que las guerras del Siglo XXI requerirían un incremento en las operaciones “económicas, diplomáticas, financieras, policiales y de inteligencia”, todo lo que se había trazado en el nuevo esquema de la Guerra de Baja Intensidad.
El ex ministro, que mantiene un enorme poder en sombras, dijo que debía llevarse la guerra “hasta donde se encuentre el enemigo; llevar a la percepción del enemigo que Estados Unidos está dispuesto a utilizar cualquier medio o fin para derrotarlo, independientemente de los sacrificios que conlleve; la importancia que juegan las operaciones de tierra y el incremento en las campañas aéreas; y finalmente informar al país lo que Estados Unidos hace”.
Esto es lo que planteó Rumsfeld en su momento y lo que nadie desactivó en Washington.
Estados Unidos trazó una estrategia política y militar para salir de su crisis favoreciendo a sus mayores empresas y priorizando incrementar el aparato militar y la industria bélica. Su estrategia en América Latina, demanda la instalación de nuevas bases militares, reforzar las existentes, profundizar el entrenamiento de los ejércitos de la región, vender más armas, mientras extiende su red tecnológica de espionaje, vigilancia y control, además de la radarización.
En tanto, sus fundaciones trabajan para manejar el poder político, judicial y parlamentario. El golpe en Honduras comenzó además por la cooptación de los dirigentes de partidos tradicionales y de legisladores, la imposición política de una Corte Suprema bajo su control, todo lo cual actuó en conjunto en el momento en que el ejército secuestró al presidente de ese país.
El hombre que aparecía como defensor de los Derechos Humanos Ramón Custodio, quien fue repudiado por sus pares en el mundo por defender el golpe, fue uno de los que en junio de 2008 mantuvo encuentros con el ex embajador de Estados Unidos en Honduras en los años 80, John Negroponte, como también los legisladores, los jueces de la Corte Suprema, los empresarios y militares, cuando estaban preparando el golpe.
Esta es una nueva metodología. Asegurarse el control del aparato político, legislativo, judicial empresarial y militar, dar el golpe e intentar mostrar un matiz “institucional” que no existe.
Quienes crean que se pueden hacer acuerdos respetables en estos temas de guerras, militarización y contrainsurgencia, deben leer a fondo los nuevos y viejos trazados de seguridad hemisférica, que presuponen el más severo avance de Estados Unidos desde los tiempos de la expansión.
El mensaje de la IV Flota patrullando los mares de América Latina y el Caribe con cada vez más bases en su desplazamiento y trayecto, habla de la contundencia del mensaje que está enviando Washington.
El Plan Colombia y sus otros anexos, es el mayor proyecto geoestratégico que se haya trazado para recolonizar América Latina, como valientemente lo denunciaron desde un principio una serie de analistas colombianos, que advirtieron la militarización como el mecanismo prioritario de Estados Unidos para ejercer su dominio económico y geopolítico.
(Fin de la Tercera y última parte de esta serie de Stella Calloni)
Expansión militar de Estados Unidos: Golpe en Honduras y bases en Colombia
Honduras: Nuevo escenario de la CIA y otros socios
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El mensaje de Washington para América latina
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