Sandra Lorenzano
“Nosotras somos todas madres solteras”. La cámara muestra las vías, un vagón abandonado. Hace un acercamiento a un alambre de púas. Hay algo que se ha enganchado. ¿Un pedazo de tejido? ¿Pelo? Primer plano de perfil a una de las mujeres hondureñas entrevistadas en alguna parte del larguísimo camino que va de nuestra frontera sur al otro lado del río Bravo. “Todas dejamos a nuestas familias”, continúa. Sus dos compañeras asienten en silencio. La que habla no se intimida ante la cámara. “Queremos ir a Estados Unidos para ayudarlos, porque en nuestro país no hay trabajo.” ¿Qué es lo que más miedo les da del viaje? “¿Miedo?”, preguntan. No quieren pensar en el miedo.
Piensan en que en el último año no tuvieron dinero para que sus hijos pudieran ir a la escuela. Piensan en darles todo lo que ellas no pudieron tener. Los hijos son el verdadero sentido de la travesía que han emprendido. Y ahí sí, la más fuerte, la que lleva adelante la conversación, se truena; se le quiebra la voz, se tapa la cara con las manos, llora. “Quiero ir para darles a mis niños todo lo que yo no tuve. Para poder darles estudios.
Eso es lo que más deseo en la vida”. Pero el miedo está; claro que está. A lo que más le temen es a los secuestros. Los datos son espeluznantes: en 2009 se produjeron 10 mil secuestros de migrantes ilegales. “Piden mucho dinero y nosotras no tenemos para pagar un rescate”. Y tienen miedo de ser violadas. ¿Cómo no tenerlo? Se calcula que 6 de cada 10 mujeres son abusadas sexualmente en su camino a Estados Unidos. Muchas se hacen dar una vacuna anticonceptiva antes de salir de sus lugares de origen. Dalila tiene 17 años y viene de El Salvador. Mientras escuchamos el testimonio que dio sobre su propia violación vemos su rostro en primer plano. Seria, sostiene la mirada ante la cámara.
Escucha su voz en off al mismo tiempo que nosotros. Y nos mira de frente. Ella sostiene la mirada. Nosotros nos vemos obligados a desviarla. Son los invisibles. A los que nadie quiere ver. De los que nadie quiere saber nada. Y de ellos habla el documental dirigido por Marc Silver y Gael García Bernal, llamado precisamente así, “Los invisibles”. Formado por cuatro partes, cada una de las cuales puede ser vista también de manera autónoma, el film – que contó con el apoyo de Amnistía Internacional para su realización – trata diversos aspectos de la atroz realidad de los migrantes en nuestro país.
“La odisea se inicia al sur de México, entre Oaxaca y Chiapas. Hasta allí llegan, todos los días, cientos de inmigrantes centroamericanos, camino hacia los Estados Unidos. Allí esperarán en albergues atendidos por voluntarios, la llegada y la partida de ‘La Bestia’: un lento tren de carga que zigzaguea y se detiene a cada tanto, a lo largo de una ruta de más de cinco mil kilometros.”* Cinco mil kilómetros plagados de peligros, de maltrato, de injusticias, de persecuciones. Crear conciencia, poner el tema en la mesa de discusión, denunciar, presionar a las autoridades para que los migrantes reciban un trato digno y justo, exigir que termine la impunidad con la que actúan secuestradores y traficantes de personas. Ésos son los objetivos de la serie. Y acabar con la indiferencia.
Con nuestra indiferencia. Hacer visibles a los que no se ven. Algo de todo esto pasó el jueves pasado cuando fue aprobada por el Senado la nueva Ley de Migración. Una ley “esperanzadora” como dijo el padre Alejandro Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, Oaxaca, y uno de los más comprometidos defensores de los derechos de los migrantes. Mientras tanto, las tres mujeres que escuchamos al comienzo cargan las bolsas en las que llevan algo de ropa y siguen su camino. Algún chiquito en Honduras sueña con recibir una bicicleta desde Estados Unidos, y extraña la caricia de su mamá. http://sandralorenzano.blogspot.com twitter.com/sandralorenzano
* Las cuatro partes de “Los invisibles” pueden verse en http://blogacine.com
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