En esa reunión de Cancún, llamada Cumbre Mundial Antinarco, se han escuchado voces ominosas. El secretario de Seguridad de México, Genaro García Luna, predice la prolongación del combate armado...
Salvador del Río | Alainet
Inexplicablemente, la ciudad de Cuernavaca, la capital del Estado de Morelos donde Emiliano Zapata nació y luchó por la tierra de labor para quien la trabaja, desde hace décadas es identificada, sobre todo en Europa, como el escenario donde se desarrolla la banal historia de Geoffrey Filmin, Bajo el Volcán, una historia de alcohol y desasosiego escrita por Malcolm Lowry y llevada luego al cine con absurdo éxito.
Hoy Cuernavaca proyecta al mundo una verdad distinta, la de uno de los sucesos de sangre que han concitado la indignación internacional como uno de los cientos, miles de episodios de la "guerra" declarada contra el narcotráfico y la "delincuencia organizada", una guerra que el presidente Felipe Calderón se niega a reconocer como tal pese a que desde su comienzo en 2006 así la llamó públicamente.
Mientras en Cuernavaca el padre de uno de los siete jóvenes masacrados, el poeta y periodista Jorge Sicilia, se declara en plantón frente a la alcaldía de la ciudad y emplaza al gobierno federal, a todas sus instancias, a resolver en cinco días el crimen múltiple, en otro lugar de gran atractivo turístico, Cancún, frente al Caribe Mexicano, se escuchan inquietantes pronunciamientos en nada tranquilizadores respecto a las operaciones policíacas y militares en la batida que ha costado ya entre 35 mil y 40 mil vidas -delincuentes, mexicanos, extranjeros, militares, civiles, inocentes o culpables, pero todos seres humanos-desde diciembre de 2006.
En esa reunión de Cancún, llamada Cumbre Mundial Antinarco, se han escuchado voces ominosas. El secretario de Seguridad de México, Genaro García Luna, predice la prolongación del combate armado al narcotráfico cuando menos por siete años más; es decir, lo que resta de la administración de Calderón y el próximo sexenio, seguro como parece de que la política del siguiente gobierno será una continuación de la guerra por encargo dirigida por Estados Unidos.
Que se trata de una guerra de subordinación lo confirma, aunque la ratificación no fuera necesaria, el tono de unas declaraciones producidas en Cancún por el subsecretario antinarcóticos del Departamento de Estado de Estados Unidos, William Brownfield, quien en todo momento usó el plural al referirse a la guerra que se libra en México. Estamos convencidos, continuaremos atacando a la delincuencia, repitió el funcionario norteamericano para luego, en una conferencia de prensa, vaticinar que esta guerra llevará varios años y sostener que más de cien millones de mexicanos "han decidido" mantenerla hasta derrotar al tráfico de estupefacientes.
Si los mismos conceptos -"seguiremos siendo contundentes en la persecución de los delincuentes"-fueron expresados por el presidente Felipe Calderón en la clausura de la llamada Cumbre, el subsecretario Brownfield estableció una serie de comparaciones entre la situación que actualmente se registra en México, especialmente en la fronteriza Ciudad Juárez, y la que presentaban las ciudades de Medellín, en Colombia en los años ochenta y noventa del siglo pasado y Chicago en la época de la prohibición del alcohol de 1920 a 1933.
Desafortunada comparación la del subsecretario Brownfield, especialmente en lo que se refiere a la llamada Ley Seca, establecida bajo la presión de los círculos puritanos de los Estados Unidos. En 1920 entró en vigor la enmienda constitucional que prohibía la venta y consumo de bebidas alcohólicas, conocida como la Ley Voestead, por el apellido de su autor; en trece años de su vigencia surgió en Estados Unidos el comercio ilegal del alcohol y la actividad de una delincuencia simbolizada por las mafias cuya insignia fue el legendario al Capone, encarcelado sólo cuando se logró imputarle delitos contra el fisco. Las administraciones norteamericanas de esa época no resolvieron el problema y en 1934, ante el fracaso de la batida contra las bebidas, la cerveza incluida, la Ley seca fue derogada y los episodios de esos fallidos combates fueron convertidos en películas y series de televisión que hoy perduran en la figura de Eliot Ness como el "héroe" en la lucha contra el mal. Una lucha que en la realidad fue una derrota, tardíamente reconocida en medio del comercio ilegal proveniente de Canadá, de la Cuba dominada por Estados Unidos e inclusive de México, en cuya frontera con Estados Unidos se instalaron destilerías clandestinas para la introducción del alcohol al territorio norteamericano, donde el consumo nunca ha sido eliminado.
Equiparar, pues, los años de la prohibición del alcohol con la "guerra" contra el narcotráfico equivaldría a reconocer que se trata, como en los años veinte, de una batalla perdida que no podría ser exitosa sino con el reconocimiento de la imposibilidad de acabar con el consumo, o bien con la legalización de las drogas, como insistentemente se ha demandado.
Mientras tanto, la guerra por procuración, por encargo, seguirá costando vidas y recursos y dañando la imagen de un país al que se somete por la fuerza de una subordinación sin precedentes en su historia.
- Salvador del Río es Periodista y escritor mexicano
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