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A Jessica no le gusta lavar trastes, pero aquí debe hacerlo para ganar puntos adicionales en su calificación. Otras de sus compañeras como Yulisa, Carolina, Ana Laura, Andrea y Brenda, en otras de las secundarias “para señoritas”, no elaboran pasteles ni galletas: aprenden a maquillarse, hacen elaborados peinados, manicures, pero también bordan, ponen botones, remiendan, pintan y decoran. Todas son alumnas de esta opción educativa que subsiste desde hace casi 90 años en el sistema de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
En la mayoría de los casos, son las mamás quienes eligen estas escuelas para sus hijas. Consideran que así, alejadas de los niños de escuelas mixtas, le ponen distancia a la violencia, a las burlas, al acoso y hasta a los embarazos adolescentes, dice María del Carmen Suárez, subdirectora de la secundaria diurna 2 Ana María Berlanga.
Al conocer que este tipo de escuelas persisten, el presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), Ricardio Bucio, hace un llamado a la SEP para emprender una revisión de los planes de estudio, a fin de evitar crear estereotipos sobre el tipo de trabajo que pueden realizar las mujeres en la sociedad.
Sin embargo, este tipo de propuesta educativa ha incrementado su demanda, al menos en los últimos dos años, en la secundaria 2. “Si hoy damos de baja a una niña, dos más quieren entrar”, comenta Suárez Ochoa al explicar el aumento de solicitudes para ingresar al plantel, en el que se atiende a 687 alumnas en un solo turno.
“La creencia es que donde hay mujeres hay mayor seguridad. Es la creencia y la preferencia de las madres que tienen a sus hijas aquí. Incluso muchas de las niñas que se cambian a esta escuela es precisamente por eso: creen que así van a evitar muchas de la tentaciones de la adolescencia, del despertar del sexo y el noviazgo”, dice Diana Obdulia Vázquez, directora de la secundaria 8 Tomás Garrigue Masaryk.
En las seis secundarias del Distrito Federal “exclusivas” para mujeres se da continuidad a una tradición en el sistema público de ofrecer educación básica y al mismo tiempo formar a las niñas en actividades útiles en el hogar.
“Estudien lo que estudien, les va a servir siempre”, dice María Cristina Llamas, maestra del taller de corte y confección de la secundaria número 34, ubicada en la colonia Portales.
El plan de estudios de estas secundarias incluye el programa regular con clases de Matemáticas, Español, Geografía, Historia, Ciencias, Inglés, Computación, Actividades Deportivas o Artísticas, pero la oferta de talleres para desarrollar otro tipo de habilidades es diferente, tiene otros énfasis.
Desde hace casi un siglo, los talleres que se ofrecen son los de corte y confección, cocina, cultora de belleza, artes plásticas y decoración, aunque las maestras dicen que hace un par de años la SEP modificó el plan de estudios y ahora se llaman “preparación y conservación de alimentos”, “industria textil y dibujo técnico”, entre otras. Pero en la práctica, alumnas y maestras los nombran igual que hace nueve décadas.
Etapa “no superada”
Luis Ignacio Sánchez, administrador federal de Servicios Educativos para el DF, de la SEP, asegura que estas escuelas son una “tradición… Se crearon cuando estábamos en una sociedad diferente, cuando se hacían escuelas para niñas, para niños, indígenas, para sordos y mudos; y hoy lo que vemos como la mejor posibilidad de educación para los niños es la integración”.
Tener escuelas “exclusivas” debería ser “una etapa superada”, reconoce; sin embargo, dice que la SEP “respeta esa dinámica porque, efectivamente, socialmente tiene aceptación”.
Es cierto, “estamos obsoletos en tener escuelas para puras alumnas, debemos estar actualizados, es necesario. Pero también es benéfico lo otro (los planteles “exclusivos”); y si todavía pueden existir escuelas para señoritas, adelante”, dice Diana Obdulia Vázquez, directora de la secundaria más grande de ese tipo en el país, desde una oficina que huele a madera y libros viejos.
En las aulas y patios del edificio, que sirvió de convento en la Colonia, de estación de revolucionarios y, desde hace 86 años, como secundaria Tomás Garrigue, se han formado hijas de ex presidentes, empresarios, políticos y artistas. Hoy hay más de mil 300 alumnas.
Ubicadas en las delegaciones Benito Juárez, Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc e Iztapalapa, las directoras descartan que en los planteles haya discriminación inversa, es decir, hacia niños.
Ellas y la mayoría de las maestras de esos planteles se concretan a seguir “una tradición”, porque han perdido el registro de cómo se iniciaron (este tipo de escuelas) y también por qué subsisten a pesar que desde hace medio siglo se reconocieron los derechos civiles y políticos de las mujeres y se iniciaron las políticas públicas para promover la equidad de género.
Ricardo Bucio, presidente del Conapred, dice que la “exclusión es injusta y desventajosa” para el grupo excluido, a pesar de que este tipo de escuelas se hayan creado para “dar ventaja y protección a un grupo de población —específicamente a mujeres— para acceder a este derecho de mejor manera”.
Considera que en tanto esa desventaja “fue abatida”, estos planteles se constituyen en modelos de desigualdad, en este caso para los niños.
Bucio propone a la SEP que haga una revisión a los planes de estudio de esas escuelas, porque los “contenidos de la educación que ahí se ofrecen son con una perspectiva claramente estereotipada. Es decir, está proponiendo una formación con base en un imaginario del tipo de trabajos que pueden efectuar las mujeres en la sociedad, cuando eso se ha modificado sustantivamente y hoy se les permite tener acceso a cualquier educación o puesto de trabajo, aunque sea en desventaja, pero asumiendo que no es el sexo el que determina una u otra profesión u oficio”.
Asistir “por obligación”
En el segundo piso de la secundaria 34, la maestra de decoración de interiores Patricia Gutiérrez da indicaciones a las niñas sobre cómo elaborar jabones de distintos colores y formas. Itshya Stefanía y Jocelyn Guzmán relatan que es “raro” convivir sólo con niñas.
La directora del plantel, María Fernanda Lucio, comenta que los talleres donde las niñas aprenden a cocinar, a “embellecerse”, a decorar, coser y pintar, son espacios “para que desarrollen su creatividad. El objetivo es formarlas, educarlas y darles una línea para hacerse responsables de su vida”.
En el patio, Karla dice que eligió esa secundaria “porque me gustó que fuera de puras niñas, y porque a mi mamá le queda cerca de su trabajo”. Su compañera Sara dice que se inscribió “porque a mi mamá le pareció buena escuela y ahora tengo buenas calificaciones”.
En el taller de cocina de la secundaria 8, Jessica Vargas talla fuerte un gran sartén. Jala un par de trapos sucios mientras inspecciona a su lado derecho y verifica que todo quedó limpio, un detalle que le puede hacer perder un punto en la calificación del día.
—¿Te sueñas siendo chef? —se le pregunta.
—No, sólo cocinas. Mi mamá eligió esta escuela para mí… Aquí vinieron mis tías y ellas decían que yo debía estudiar aquí. No me pidieron mi opinión. Me inscribieron aquí como castigo; saqué malas calificaciones (en la primaria) —responde.
A Jessica no le gusta lavar trastes, “pero lo tengo que hacer”, dice resignada.
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