1/26/2014

El Lobo de Scorsese, de parodias y thrillers tóxicos de Wall Street


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The Wolf of Wall StreetLa mancuerna afortunada de Martin Scorsese, como director, y Leonardo Di Caprio como actor principal vuelven a sorprendernos en su quinta colaboración fílmica, The Wolf of Wall Street, una extensa y trepidante biografía de Jordan Berfort, fundador de una compañía igual de fraudulenta que las otras grandes corredoras del circuito financiero más famoso del mundo.

Las referencias al crack (no sólo inhalado sino bursátil) son múltiples en este filme que resume y dialoga con muchas otras películas que han documentado este proceso (El Poder  y la Avaricia, de Oliver Stone, Margin Call, de JC Chander, Inside Job y Company Men, por mencionar algunas). La diferencia es que aquí lo tóxico de ambos procesos es la esencia misma de la naturaleza de la depredación, no su excepción.

El mismo día que Berfort recibe su licencia como corredor de bolsa fue el famoso “lunes negro” del crack bursátil de 1987. Belfort decide emprender su propia aventura. Toma en cuenta los consejos de su primer jefe (Matthew McConaughey en breve, pero intensa aparición de zombie financiero), quien le recomienda adoptar el estilo de vida del circuito de los poderosos de Wall Street: cocaína y prostitutas.

La esposa de Belfort le recomienda trabajar en una empresa que se dedica a hacer dinero con acciones de centavos de dólar, sin acceso a Wall Street. El ambicioso vendedor descubre la mina de oro. Y emprende su creación: crear una gran compañía que extraiga dinero de los más pobres para volverse él millonario. Algo así como lo ha hecho en México el regiomontano Ricardo Salinas Pliego, con Grupo Elektra y sus otras compañías, protegidas por la pantalla de TV Azteca.

Belfort es gurú y es el líder de una corte de fracasados que aspiran lo mismo que él, literal y metafóricamente. Lo único que le faltó fue tener una televisora o un medio poderoso que lo protegiera. A falta de eso, la revista Forbes lo bautiza como El Lobo de Wall Street en un reportaje de mala leche que acabó utilizándolo a su favor.

La astucia de Scorsese en esta película radica en no caer en el adoctrinamiento explícito de Oliver Stone en El Poder y la Avaricia (1987) para retratarnos no sólo el capitalismo depredador de Wall Street sino desentrañar el mito del sueño americano que mucho se parece a una sobredosis de metacualona, la droga que despierta el delirio y el embrutecimiento. Una de las mejores secuencias de El Lobo es cuando Di Caprio-Belfort vive los efectos de este químico y no se da cuenta de los destrozos que deja a su paso.

Los discursos de Belfort frente a su corte de vendedores (un Og Mandino que se mezcla con Salinas Pliego) recuerdan, en tono paródico, el famoso speech de Michael Douglas, en el papel de Gordon Gekko, el voraz financiero de El Poder y la Avaricia, cuando quiere comprar la empresa Teldar Paper.

“La codicia es buena”, sentenció Gekko en aquella interpretación que le ganó el Oscar al mejor actor a Douglas, mientras lo observaba el imberbe bróker que quiere ser como él (Charlie Sheen en el papel que lo encumbró).

Belfort dice lo mismo, pero como un payaso de Og Mandino. La farsa, recetada hasta intoxicarnos, es la película misma. Al estilo de Casino, su otra gran película sobre el auge y caída de Las Vegas de los setentas, Scorsese nos lleva de la mano a una vorágine en la que casi todos formamos parte en algún momento.

Lo tóxico es el delirio americano por el dinero rápido. Bien podrían ser Zetas o integrantes de Los Caballeros Templarios. Pero son jóvenes gorditos, feos y ridículos que imitan a quienes salen en Forbes, Fortune, Time.

Margin Call, del excelente documentalista J.C. Chander, anticipa antes que Scorsese y después de Stone, la ola de thrillers financieros que documentaron el segundo gran crack reciente: el de septiembre de 2008.

Aquí no hay farsa explícita, pero sí un trabajo de precisión de relojero y crudeza de cirujano. Relata la larga madrugada cuando un joven analista descubre la volatilidad de los valores respaldados por hipotecas que pronto superará los niveles de volatilidad histórica. La empresa va a sufrir una pérdida mayor que su nivel de capitalización. Entonces, su CEO John Tuld (Jeremy Irons en una interpretación soberbia) decide vender todos los activos tóxicos e intoxicar el mercado. Tal como sucedió en 2008 con Goldman Sachs y Lehman Brothers.

El contrapunto del personaje que interpreta Irons es su viejo amigo, responsable del departamento de gestión de riesgos y venta, quien termina intoxicado en su delirio: entierra a su perro muerto de cáncer en el patio de una casa que ya no es suya (Kevin Spacey).

Esta gran película se asemeja en algo con El Lobo de Scorsese: lo tóxico no son las acciones ni la droga o el “estilo de vida” de los excesos. Lo tóxico es el sistema.



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