1/30/2014

Pocos hombres quedamos



Tomás Mojarro

Y yo, dolorido y nostálgico, me tengo que rendir a la evidencia: ya no hay hombres en mi región. Y pensar que más antes, como allá decimos...

Cierro los ojos, en la añoranza contemplo mi tierra zacatecana, por aquel entonces ella tan nueva como yo mismo, que estrenaba mi primera juventud (hoy doy remate a la póstuma), y declaro a toda voz: aquellos hombres muy hombres que conocí en mis derrumbaderos zacatecanos, desde el hazañoso Pánfilo Natera hasta una Jovita Valdovinos, cristera de arriscada tradición, con el padre y los hermanos caídos a media serranía delCañón de Juchipila mentado, la 30-30 en las manos y el Viva Cristo Rey en el último aliento. Bien haya los de corazón bandolero y redaños en su nidal...

            De ahí le venía lo bragado a los valientes en la región: de la militancia cristera, con sus secuelas de odios, rencores y reconcomios, de modo tal que al valor de un sotol o un tequila salía en hervores la mala sangre por razón de la mujer, los linderos de la tierra o agravios que van heredándose de padres a hijos y familiares. Y quién que es no lo es con el arma en la diestra, fusca o puñal cachicuerno, de esos afamados de Jalpa, Zac. que ya deben tantos muertitos. Y qué familia que se respete no tiene un cristiano en el panteón, en la conciencia, en el recuerdo y los rezos del oficio de los fieles difuntos...

            Dos calles paralelas tenía mi pueblo, y los bragados mantenían la sana costumbre: fusca en la diestra y en cuaco prieto retinto o alazán tostado, desde el arranque de ambas calles se venían uno por esta calle y el otro por la paralela, a pasito corto como sin prisa mayor,  rumbo a la plaza, donde ambas calles desembocaban. Los aldeanos, observando desde la puerta del zaguán, desde la ventana. Alguna estrujaba el escapulario. Animas del purgatorio...

            Allá vienen los dos jinetes, y al llegar a la boca-calle ambos quedan al descubierto, y entonces se apuntan ya con la 45, ya con la 38 especial. Y a descargarla contra el rival en amores cuando no en odios mortales, y si la puntería andaba falla o era voluntad de Dios, ambos buscaban la próxima bocacalle, y llegaban a las cuatro esquinas, y vuelta a empezar. ¿Que resistían hasta llegar a la plaza? Ya ahí obstáculo ninguno les impedía el sano propósito de darse en la madre, a soltar toda la carga contra las carnes del aborrecido rival. Y uno cae, cuando no los dos, y aquí se acaban pasiones. Dios los haya perdonado. Los machos de mi región...

            Pero no, mis valedores, no quedan hombres en mi querencia, donde yo conocí el sabor del miedo, uno que no me abandona, que conmigo se vino como mi segunda naturaleza. Me acuerdo.

            Ocho, nueve años tenía de vida, con mi padre ausente, cuando yo, del barrio de arriba, me trencé en amigable discusión con uno del barrio de abajo e hijo del matancero del pueblo. La negra noche de mi mal en un callejón sombrío nos topamos, e intercambiamos razones él con un leño y con una piedra yo, a quien el pánico llevó a ganar la polémica y las manos tintas en sangre de mi rival. Y ahí la amenaza de muerte. Yo, de ahí en adelante, el miedo pánico.

Años después me atreví a salir, y ahora pronto lo supe: ya no hay hombres en mi región. La certeza me la dio el matutino del pasado lunes, y qué dolorosa: “Zacatecas, Zac. La alta migración deja sin hombres a muchos municipios zacatecanos que, por esa migración, se convierten en pueblos fantasmas, o donde sólo quedan hogares con jefas de familia y mujeres solas”.

De esto alguno o algunos tienen la culpa, ¿pero quién, quiénes? (Lóbrego.)
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