Carlos Bonfil
El fracaso a cualquier precio. A pesar de que los hermanos Coen aseguran con su habitual desparpajo que su cinta más reciente, Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis),
no tiene argumento muy preciso o motivaciones muy claras, y que sólo se
limita a seguir las peripecias de un hombre que pierde a un gato, o
dicho con mayor justeza, del gato que se ha liberado de ese hombre, lo
cierto es que hay en la cinta los ingredientes necesarios para seducir
a un amante de la música folk, de la bohemia neoyorquina de los años
70, y de la romántica mitología de un guitarrista que lleva a cuestas
la derrota y el sistemático desencuentro emocional con todos los que le
rodean.
Greenwich Village, 1961. Los realizadores y también guionistas de
esta balada melancólica se inspiran libremente en aspectos de la vida
real de un cantante de folk de aquellos años, Dave van Ronk, para
construir la pequeña odisea circular de Llewyn Davis (Oscar Isaac),
quien sucesivamente pierde a su socio musical (que se suicida), a su
amante que prefiere vivir con un amigo mutuo, un trabajo alternativo en
la marina mercante, así como otras oportunidades laborales, y de paso a
Ulises, el gato favorito de sus dos últimos amigos benévolos. A través
de esta serie de infortunios, los Coen consiguen, de modo sorprendente,
animar y volver casi encantador, al personaje taciturno y a ratos
engreído del que todos huyen por temor de atrapar el maleficio de la
adversidad ajena.
De manera irónica, el actor que interpreta a Llewyn no parece tener
el carisma requerido para ocupar casi todas las escenas de la cinta, y
sin embargo cumple con un acierto a medias, como su mismo personaje que
es músico talentoso, pero jamás genial, y cuyas melodías canta con su
propia voz, ya que Oscar Isaac, de origen guatemalteco, es, en la vida
real, además de comediante, también guitarrista y cantante. Los
realizadores optaron por presentar completas las melodías del soundtrack, y no sólo fragmentos, como suele acostumbrarse.
La inmersión del espectador en esta bohemia musical folk de los años
60 neoyorquinos pretende entonces ser total, como también intensa su
posible empatía con este perdedor abúlico y desencantado que tanto se
parece al hombre común en estos tiempos nuestros de crisis moral y
económica.
Las comedias de los Coen son cada vez más negras, su tono más
irónico e inclemente, y a ratos cruel, como en el diseño de personajes
secundarios tan brillantes como el jadeante y obeso Roland Turner (John
Goodman), la vociferante ex amante irascible Jean Berkey (Carey
Mulligan) o el cínico empresario musical Bud Grossman (F. Murray
Abraham), tres figuras apocalípticas que perturban o desquician el ya
precario equilibrio emocional de Llewyn Davis, blanco favorito de la
fatalidad urbana.
Los
hermanos Coen capturan en esta cinta algo de aquel tributo musical que
el veterano Robert Altman dedicara en 1975 a la música folk en la
espléndida Nashville (recuérdese a Keith Carradine a la guitarra cantando I’m easy), o en A prairie home companion (2006), su último homenaje musical. Sin la ambición coral, caleidoscópica y fragmentada de Altman, los realizadores de Balada de un hombre común describen
con buen ritmo y concisión estilística el pulso de una ciudad y de una
época, así como las inclemencias meteorológicas y anímicas que azotan a
Llewyn, ese punching bag humano, cuyos sueños rotos,
infortunios y existencia a la deriva bien podrían caber en el espacio
de una melodía de Bob Dylan, ese alter ego suyo, con grandes éxitos en puerta, que azarosamente alterna con él en un bar de mala muerte.
De nueva cuenta los hermanos Coen ofrecen la parábola mordaz,
perversamente divertida, de un hijo pródigo para quien el éxito semeja
no sólo una meta inalcanzable, sino al parecer también indeseada. Este
personaje es un experto en técnicas de auto sabotaje personal, el
desmentido viviente de cualquier manual de autoayuda, o como lo señala
T-Bone Burnett, productor musical de la cinta:
Llewyn Davis no sólo tiene una relación tortuosa con el éxito, también combina en su vida un mal timing y unas tendencias autodestructivas relacionadas con su manera de entender la integridad.
Cuando los hermanos Coen insisten a su vez en que casi no hay intriga ni historia en la película, añadiendo con malicia:
nosotros lo único que hicimos fue seguir al gato, posiblemente aluden a ese personaje tipo, recurrente en muchas de sus cintas, engañoso perdedor, triunfador a medias, con siete vidas y estrategias múltiples para seducir y estafar y confundir a un número incalculable de incautos. Un personaje que sólo los Coen son capaces de inventar para ese cine suyo que sigue siendo la más fascinante simulación en Hollywood.
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