Tomás Mojarro
José Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloria de América.
Su idea, su palabra y espíritu: el día anterior a su muerte en combate redactó en este párrafo la síntesis de una existencia de pensamiento y acción:
“Ya estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo-; para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los EEU y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
Otro día, con su sangre, iba a cimentar la palabra. Sí, ¿pero cómo pudo, se pregunta el estudioso martiano, comprender que se abrían nuevos peligros para América Latina y que se hacía necesario declarar la hora de su segunda independencia? ¿Qué elementos de la nueva etapa histórica en que entraba por aquellos años el mundo capitalista alcanzó a conocer Martí? El mismo parece responderlo en unas frases que se han hecho célebre por lo que la repetimos: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”.
Las entrañas del rapaz, que así se expresaba del territorio que se extendía al sur:
“Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma geográficamente y por otros conceptos un todo con los EU. ¡Hermosa provincia tropical para adquirirla para nosotros! De ahí, el pabellón de las estrellas seguirá hasta el Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que recocemos para nuestras ambiciones”.
Y entonces la voz de profeta, las advertencias del baquiano, del adelantado. Si “nuestra” América hubiese escuchado esa voz:
“¡Cuidado! Los EEUU tienen sobre nuestros países miras muy distintas a las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los EEUU –potentes, prepotentes y determinados a extender sus dominios en nuestra América- hacen a las naciones americanas de menor poder”. Y que tal convite: “podrá festejarlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si hay riesgo de que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado.
Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive cerca de un pueblo que por tradición nos desdeña y nos codicia es deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de mover a respeto a los que no podemos evitar. Ellos, celosos de su libertad, nos despreciarían si no nos mostrásemos celosos de la nuestra. Ellos, que nos creen inermes, deben vernos a toda hora prontos y viriles.
Hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena, a ver si es blanda o si resiste. Y hay que poner la carne dura, de modo que eche fuera los dedos atrevidos. ¡Cuidado!”
Y la referencia a su segunda patria:
Más ha hecho México en subir hasta donde está que los EEUU en mantenerse decayendo de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae: Comienza!
José Martí.(A su memoria.)
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