Guillermo Almeyra
Cuando
a principios del siglo pasado llegó el ferrocarril a un rincón perdido
del noreste brasileño, los habitantes de una aldea que estaba a tres
días de cabalgata de la terminal ferroviaria enviaron al más despierto
de la comunidad para que estudiase esa máquina de hierro que escupía
fuego y les dijese cómo era. Al cabo de seis días el explorador volvió,
pero sin saber cabalmente cómo contar lo que había visto a gente que no
conocía otra máquina que la de coser. Por eso reflexionó y dijo:
¿Conocen la máquina Singer?Un coro de síes le respondió. Entonces pudo concluir su informe: “La locomotora es igual, pero completamente diferente…”
Como en el cuento, para muchos los paramilitares colombianos y las
autodefensas son similares y responden por igual a la acción encubierta
de la oligarquía local y de la contrainsurgencia estadunidense. Para
los observadores superficiales esos ejércitos no oficiales podrían
describirse por igual como grupos de hombres armados que buscan
restaurar un orden subvertido. Pero resulta que ese orden, en México o
en Colombia, tiene un signo opuesto. Porque los paramilitares
colombianos quieren afirmar el poder de los terratenientes sobre los
campesinos como señores de horca y cuchillo, verdugos y jueces,
mientras que en México las comunidades y pueblos de Michoacán que
forman sus autodefensas quieren en cambio acabar con las violencias,
las violaciones, los saqueos, la tala de bosques, la prepotencia y la
eliminación de las conquistas históricas de la reforma agraria
realizada en los años 30 bajo el gobierno del michoacano Lázaro
Cárdenas.
Mientras los paramilitares colombianos son ejércitos de mercenarios
maniobrados por la mano oculta del poder capitalista y luchan contra
los campesinos que en los años 50, en la llamada República de
Marquetalia, dieron origen a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) formando autodefensas contra la violencia antiliberal
de los terratenientes conservadores que siguió al asesinato de Eliécer
Gaitán y que causó más de 200 mil muertos, las autodefensas mexicanas
luchan hoy contra una fuerza moderna y trasnacional, la de la droga,
parte crecientemente importante del capital mundial, que busca sólo el
lucro y no reconoce límites entre lo legal y lo ilegal y tiene su
principal matriz en el mercado estadunidense y su principal estímulo en
el Departamento de Estado desde la Segunda Guerra Mundial, con los
plantíos de opio de la CIA en el sudeste asiático y su acuerdo con la
mafia siciliana hasta el Irangate que financió con la droga a la contra en Nicaragua.
En una palabra, los paramilitares colombianos nacieron
contrarrevolucionarios, mercenarios, anticampesinos y estuvieron
siempre encuadrados por el ejército y por los servicios de inteligencia
de Estados Unidos, mientras que las autodefensas michoacanas nacieron
de las comunidades y expresan la conciencia generalizada entre los
campesinos de que entre el aparato estatal y las bandas de
narcotraficantes hay conexiones y complicidades así como la
desconfianza de masas en la capacidad y voluntad del aparato estatal
capitalista de mantener las condiciones esenciales para la democracia y
el trabajo honesto y pacífico. Por eso las FARC reclutaban campesinos y
las comunidades odian a los paramilitares, mientras en Michoacán los
campesinos integran las autodefensas y las poblaciones alimentan y
agasajan a las autodefensas. Además, las autodefensas redistribuyeron a
las comunidades campesinas las tierras que los narcos les
habían robado, mientras que los paramilitares colombianos, en cambio,
expulsaron más de 2 millones de campesinos tras robarles las tierras.
Si,
por último, el Estado colombiano tuvo que tratar de desarmar a los
paramilitares es porque éstos, con sus exacciones, empujaban a los
jóvenes a convertirse en soldados de las FARC, cuya disolución sería
imposible mientras en gran parte de Colombia imperase el terror blanco de
la extrema derecha y de los terratenientes. El Estado mexicano, en
cambio, desea desarmar a las autodefensas campesinas porque el fusil en
manos de los trabajadores es la principal garantía de la democracia y
porque la autorganización de los pueblos, la defensa de su territorio y
la selección de nuevos líderes para la acción crea las condiciones para
la autonomía local frente al Estado central, e incluso para el paso
posible a la autogestión para reorganizar la economía popular y crea
bases firmes de un poder popular.
Los medios capitalistas, que sostienen que toda movilización o
rebelión popular responde sólo a la intervención y las maniobras de
fuerzas ajenas a los indígenas y campesinos, porque éstos, según ellos,
serían incapaces de crear instrumentos propios, y que siguen sin
entender el zapatismo de Emiliano Zapata o el neozapatismo de Jaramillo
y los continuadores de Zapata o del EZLN chiapaneco, tratan hoy de
desprestigiar a las autodefensas y de confundir a las clases urbanas
cuyo único alimento cultural es la bazofia que les sirve diariamente la
televisión y la mayoría aplastante de las radios y de los diarios. Por
eso insinúan que un líder de las autodefensas estuvo preso hace 38 años
por vender mariguana.
Ahora bien, en esos años no había aún un
narcotráfico organizado, la mariguana en México circula libremente
desde siempre y debería ser legal, como en Uruguay y, además, la gente
puede cambiar mucho en casi 40 años. Pero lo fundamental es que toda
ola social de fondo arrastra hacia la superficie y politiza a personas
que fueron marginadas por un sistema tan marginalizador que 85 personas
tienen una fortuna similar a la de 3 mil 500 millones de otros seres
humanos. ¿Acaso José Doroteo Arango, alias Pancho Villa, era
un niño de coro en las sacristías del norte? ¿Pero por qué se le
recuerda? ¿Por el cuatrerismo o por su acción revolucionaria?
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