Juan Carlos Ruiz Guadalajara*
Dos de octubre no se olvida ni
se olvidará. Por uno de esos inexplicables artificios del tiempo
confluyeron en la data dos acontecimientos significativos: el nacimiento
de Gandhi en Porbandar, India (1869), y la masacre de Tlatelolco
(1968). Ante lo primero, la Organización de las Naciones Unidas aprobó
en 2007 una resolución que declaró el 2 de octubre Día Internacional de
la No Violencia en homenaje a Mahatma Gandhi. Ante lo segundo, el Estado
mexicano finalmente declaró en 2011 el 2 de octubre Día de Luto
Nacional con bandera a media asta. Ambas memorias se han entrelazado.
Sin embargo, en este 2018 el 2 de octubre ha sido especialmente
significativo no sólo por el aniversario 50 de la matanza de Tlatelolco
perpetrada por el gobierno mexicano de entonces, sino también por el
factor Ayotzinapa y por la deriva generalizada que vive México,
haciéndolo uno de los aniversarios más tristes y desconcertantes, pese a
que el cincuentenario ha sido el resorte de múltiples libros,
conferencias, simposios, programas especiales, películas, obras de
teatro, documentales y debates, más lo que se acumule.
Este despliegue de las voces que han pedido un lugar en la
conmemoración tiene como realidad de base la crueldad de un país enfermo
de violencias tan variadas como socialmente destructivas. Bástenos
visualizar el desfile de atrocidades tan sólo de septiembre,
representativas de lo que se vive desde 2006: 12 tráileres cargados de
cadáveres de mexicanos asesinados dando vueltas por el país; más fosas
clandestinas en Veracruz, estado-cementerio donde suceden con
regularidad desapariciones forzadas con participación policial; sicarios
vestidos de mariachi que ejecutan a tiros a un grupo de personas en pleno Garibaldi; una hielera abandonada en Bácum, Sonora, con siete cabezas humanas más su narcomensaje;
un video disponible en redes que muestra el plagio de una estudiante a
las puertas de su casa; más linchamientos y quema de personas vivas en
plazas públicas, con transmisión vía redes sociales y el beneplácito de
políticos; porros que intentan asesinar a estudiantes en plena universidad; crecientes cifras de homicidios dolosos; feminicidios al alza...
El salvajismo imperante desde hace dos sexenios es una cara de la
moneda, la otra es la violencia, corrupción e imbecilidad política, que
demasiados mexicanos aprovechan para justificar su propia decadencia
moral y desprecio a la ley. La lista del mes reciente es inabarcable: un
presidente convertido en desgracia histórica por el nivel de corrupción
normalizada y mentiras recurrentes, que cierra su gestión a tambor de
frivolidad batiente; la enésima confirmación mensual del aumento de la
pobreza y la precarización de la vida de los mexicanos frente al aumento
de las grandes fortunas; el saqueo de los dineros públicos en todos los
niveles; imposición de proyectos de muerte; la enorme violencia que
asfixia al ciberespacio; las alianzas inconfesables de legisladores
morenistas en un golpe profundo a la anunciada cuarta transformación;
políticos evidenciados por su violencia hacia la mujer; una proxeneta
que en vez de estar presa es diputada en el Congreso capitalino; una
lista inmensa de corruptos que se han enriquecido desde el poder con la
complacencia de un podrido Poder Judicial; profesores de preparatorias
públicas convertidos en acosadores tolerados por las autoridades
universitarias...
Por la mentira y simulación que nos rige, México está convertido en
una variante nacional del basurero de Cocula. La ilegalidad y la
impunidad hacen que vivamos cotidianamente expuestos a alguna de las
múltiples manifestaciones de la violencia, incluida una muerte absurda y
brutal. Cualquiera puede ser el siguiente, no sólo de morir arrollado
por un conductor que atiende su teléfono
inteligente, o prensado por un doble remolque, o en un socavón, o linchado en algún pueblo, o en un enfrentamiento, o víctima de policías y criminales que practican la desaparición forzada, o en un robo violento, o en una taquería, o a las puertas de casa, o dentro de la misma...
Ante un país a la deriva, inoculado de violencia extrema, sin
justicia y con un futuro incierto, atender los significados del Día
Internacional de la No Violencia mediante el mensaje de Gandhi, así como
del legado del movimiento del 68 a 50 años de distancia, puede
representar una de las pocas luces al final del túnel. Tal es el
sentido de las palabras que en nombre del Comité 68 pronunció Raúl
Álvarez Garín el 2 de octubre de 2006 en el monumento a Gandhi:
reivindicar nuestra convicción respecto a la eficacia de la no violencia y de reafirmar nuestra confianza en el poder transformador de la moral política y la solidaridad humana. Avanzar en ese camino es el mayor desafío que tenemos por delante. Por ello, 2 de octubre no se olvida, ni se olvidará.
*Investigador de El Colegio de San Luis
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