Ocho años atrás la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) declaró a México importador neto de alimentos, pero a
partir de 2016 el actual inquilino de Los Pinos decretó que, de la noche
a la mañana, nuestro país surgió como
potencia y exportadora… de alimentos.
Si la información se limita a los resultados de la balanza comercial
en el renglón referido, desde 2015 México registra superávit, lo que no
sucedía desde, cuando menos, la puesta en marcha del extinto Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Lo anterior, aparentemente, sería una buena noticia, pero, como bien
advierte el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de
la Cámara de Diputados, no hay que irse con la finta, pues el déficit
permanece y se incrementa en los alimentos con mayor peso específico en
la dieta de los mexicanos, como en el caso del maíz.
El CESOP realizó un detallado estudio ( Apertura comercial frente a soberanía alimentaria: lo que comemos los mexicanos,
del que se toman los siguientes pasajes), en el cual advierte que las
importaciones y el saldo negativo de la balanza comercial del maíz a
partir de 1995 –año posterior a la entrada en vigor del TLCAN–, de
acuerdo con las estadísticas de la UNCTAD,
crecieron paulatinamente en los primeros 10 años, pero a partir de 2005 se dispararon significativamente.
En 2018, México conservará su estatus de potencia exportadora de
alimentos (superávit que ronda 5 mil millones de dólares), para
conservar su posición dentro de los 10 principales vendedores o al menos
cerca de ellos. Pero antes de festinar los logros del país hay que
revisar este comportamiento, ya que resulta engañoso si se observan
algunos de los principales productos agrícolas que se llevan más allá de
nuestras fronteras.
En primer lugar se tiene la cerveza, industria que en nuestro país la
producen y comercializan trasnacionales (de Holanda, Bélgica y Estados
Unidos). Caso similar es el de las bebidas alcohólicas, ya que el
tequila o las marcas más grandes pertenecen igual a manos extranjeras
(Reino Unido, básicamente), de tal forma que la mayor parte de las
ganancias de esta actividad terminan abandonando el país.
Caso aparte es la exportación de aguacate mexicano, que vive un boom
de consumo, sobre todo en Estados Unidos, gracias al guacamole; sin
embargo, para cubrir la demanda se han tenido que deforestar en exceso
los bosques michoacanos y de entidades federativas colindantes, lo que
ha llevado a que se promueva un boicot contra el consumo del aguacate
mexicano en ese mercado.
Del otro lado de la balanza está el maíz, el de mayor consumo entre
los mexicanos, el que más se importa en términos del valor de su
producción. Este panorama es el claro ejemplo de lo que critican los
términos de soberanía y seguridad alimentaria, al poner en entredicho el
derecho de la población a sus tradiciones y cultura, que nos aleja del
cumplimiento de las metas de desarrollo sustentable del milenio de la
ONU.
Los alimentos de la chinampa tradicional, entre los de mayor peso en
la dieta del mexicano, prácticamente todos reportan un déficit crónico,
al menos a partir de 1994, que se ha potenciado en la década reciente y
en el que no hay señales de cambio para la década próxima.
Desde 2007 (Foro de Soberanía Alimentaria, Nyéléni, Mali) se advirtió
de los riesgos de la apertura comercial en el campo, pues suponía
favorecer intereses de mercado de las corporaciones extranjeras, en
detrimento de los productores locales y las tradiciones culinarias.
Entonces, hay que abrir los ojos y dirigir la atención a abonar en favor
de la soberanía y la seguridad alimentarias.
Las rebanadas del pastel
Que la reforma energética es un éxito, y como muestra un botón:
Aumenta 63 por ciento la importación de gasolinas y baja 50 por ciento la producción interna(La Jornada, Juan Carlos Miranda). Entonces, ¿así o más exitosa?
Twitter: @cafevega
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