Carlos Martínez García
Hace poco menos de dos
centurias comenzó el proceso de diversificación religiosa en el país.
Tras la consumación de la Independencia, en 1821, algunos personajes
visualizaron y propusieron que México diera espacio a otras prácticas
religiosas distintas de la tradicional, la católica romana.
Quien más abogó y escribió en favor del
tolerantismo religioso, así le llamaba, fue José Joaquín Fernández de Lizardi. De 1813 a 1827, año de su deceso, Lizardi redactó encendidas críticas contra el dominio del clero romano. También trató a protestantes residentes en México, principalmente a diplomáticos y comerciantes. En La nueva revolución que se espera en la nación (1823), expresó:
Ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas.
En los debates sobre la Constitución de 1824, Andrés Quintana Roo
solicitó a los constituyentes que se diese lugar al tema de la apertura
religiosa, porque
la intolerancia religiosa, esta implacable enemiga de la mansedumbre evangélica, está proscrita en todos los países, en que los progresos del cristianismo se han combinado con los de la civilización y las luces para fijar la felicidad de los hombres. El diputado Juan de Dios Cañedo se manifestó en favor de Quintana Roo. Por abrumadora mayoría quedó en el artículo tercero que
la religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana.
En abril de 1827 llega James Thomson, de confesión bautista. Por tres
años cumple con el encargo de la Sociedad Bíblica Británica y
Extranjera. Distribuye ejemplares de los evangelios, nuevos testamentos y
biblias. Encuentra algunos apoyos e interés de personas por adquirir la
literatura que ofrece. Respalda las actividades de Thomson el sacerdote
y teólogo José María Luis Mora. Hizo una clara defensa en las páginas
de El Observador de la República Mexicana.
Lo que no quedó explícito en la Constitución de 1857, sí lo hace
Benito Juárez en la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de
1860. Para cuando dicho instrumento es promulgado ya existían por varias
partes del país pequeños núcleos protestantes/evangélicos. Lo que
Juárez realiza es darle visibilidad a un proceso que ya estaba
gestándose, no, como desde el conservadurismo han sostenido, crear la
disidencia religiosa.
Con claridad desde hace dos décadas se han multiplicado las
investigaciones sobre la forma en que por distintas regiones del país
fue asentándose la diversificación religiosa. Estos acercamientos han
mostrado cómo conversos locales a religiosidades distintas del
catolicismo crearon una opción antes inexistente por la inercia
religiosa/cultural del país. En Oaxaca, Tabasco, Michoacán, Zacatecas,
Nuevo León, estado de México y la capital mexicana, principalmente, se
consolidaron comunidades protestantes durante el último tercio del siglo
XIX. Incluso hoy es posible conocer vestigios de esfuerzos religiosos
diversificadores acontecidos poco después de iniciada la segunda mitad
del siglo antedicho.
Un caso muy interesante, y sobre el cual ha rescatado mucha
información Christian Barraza, es el de la Iglesia evangélica de Villa
de Cos, Zacatecas, de la cual data sus antecedentes en 1863. En
Zacatecas coincidieron extranjeros y liberales de la entidad que pasaron
de ser disidentes del catolicismo romano a constructores de una
alternativa religiosa organizada. En el esfuerzo es posible distinguir,
por un lado, las tareas efectuadas por los practicantes de la nueva
creencia, como, por otra parte, la reacción del establishment religioso que vio amenazado su predominio.
Bien observa el investigador en la ponencia
Muerte a los protestantes. Motín en contra de los conversos protestantes de Villa de Cos, 1869, la estigmatización a los heterodoxos y los ataques padecidos a manos de quienes buscaban evitar el enraizamiento del protestantismo: “El clero y conservadores de la entidad señalaron a la doctrina protestante (sin distinción de la denominación cristiana), como desmoralizadora y combatiente contra la ‘virtud de toda verdad’ que tenía la Iglesia católica. Apuntaban que la congregación evangélica de Villa de Cos había declarado la guerra a la moral y al evangelio por echar mano de falsedades que destrozaban la historia y volvían contra los católicos todos los males con que la sociedad acusaba a los protestantes”. En su tesis de doctorado, próxima a ser presentada en El Colegio de San Luis, seguramente el autor hará mayores aportes acerca del grupo zacatecano.
Como en Zacatecas, por diversos lugares del país fue abriéndose
camino una expresión religiosa señalada por sus adversarios como
peligrosa y disolvente de la pretendida cohesión social. El proceso
tiene larga data, aunque distintos periodos de inicio y ritmos en el
territorio nacional. El proceso no fue, ni es, unidireccional.
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