Jesús Cantú
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Afectos a buscar conspiraciones y complots detrás de
toda acción que daña de cualquier forma su poder, los políticos
mexicanos ya buscan “la(s) mano(s) que mece(n) la cuna” de los medios
de comunicación internacionales (The Wall Street Journal, The
Economist, The New York Times y Le Monde, entre otros) para difundir la
información sobre las propiedades e inversiones del presidente y su
familia, así como de integrantes de su gabinete y priistas cercanos a
su grupo político.
Ellos no entienden que “en las democracias modernas, a
las que México aspira a pertenecer, el tipo de relación de
rascaespaldas que aparentemente emprendieron con Grupo Higa es vista
como un comportamiento inaceptable”, como les dijo The Economist. Por
supuesto que menos aún puede ser aceptado el inexplicable y desorbitado
enriquecimiento de los políticos de la República Mexicana que aflora en
cada una de las investigaciones desarrolladas por los periodistas.
Para los medios de “las democracias modernas” son noticia
la corrupción, el tráfico de influencias, el conflicto de interés y
todas las demás expresiones de captura de los órganos del Estado o de
enriquecimiento desproporcionado de los gobernantes. Por ello dedican
una buena parte de sus esfuerzos de investigación a descubrirlos; el
recuento de los reportajes y las notas relacionados con esto sería
interminable.
Particularmente el periodismo estadunidense cree que su
función de “perro guardián” es indispensable en una democracia, porque
es parte de los pesos y contrapesos entre poderes (político, económico
e ideológico) que limita o impide los abusos y excesos de poder.
Los comunicadores se aferran al menor indicio de una
irregularidad o un delito y no paran hasta que descifran la trama o
definitivamente descartan dicha posibilidad. Esa es precisamente la
función del periodista (afortunadamente hoy ya también tenemos buenos
ejemplos en los medios mexicanos), y por ello nadie se sorprende cuando
publican sus denuncias.
En este caso se conjuntaron cuatro vertientes: una,
México había logrado capturar la atención de la comunidad internacional
por las llamadas reformas estructurales y los posibles impactos que las
mismas tendrían sobre la economía nacional e internacional; dos, medios
mexicanos (particularmente Aristegui Noticias y Proceso) abrieron “la
caja de Pandora” con la denuncia de la llamada Casa Blanca de Las
Lomas; tres, las nuevas tecnologías permiten acceder a información
antes inaccesible, ya sea por las filtraciones o por la posibilidad de
analizar y cruzar bases de datos con rapidez; y, cuatro, la apertura a
la inversión extranjera como consecuencia de las reformas legislativas
también provoca que los potenciales inversionistas observen más
detenidamente a México y, por consiguiente, que la información sobre
éste se vuelva más atractiva para las audiencias de esos países.
Fueron los mismos comunicadores oficiales los que
atrajeron la atención de los medios internacionales. Ellos fueron los
que sobrevendieron su proyecto, sobrevaloraron sus consecuencias e
impactos y menospreciaron la capacidad periodística de sus
interlocutores. Basta recordar cómo festejaban el famoso Memo (Mexican
Moment), a pesar de los llamados a ser más cautelosos.
Con la mirada puesta en México, los medios
internacionales también dieron cuenta del crimen de los soldados en
Tlatlaya y de la desaparición de los normalistas de Ayotizinapa, en
Iguala; pero aunque pusieron al descubierto los crímenes de Estado y
cuestionaron la actuación de las autoridades mexicanas, no fue sino a
partir de noviembre, al destaparse la información sobre la casa que el
Grupo Higa había vendido en condiciones muy favorables a Angélica
Rivera, cuando empezaron las críticas severas. Visibilizaron la
incapacidad para frenar la ola de violencia y la violación de los
derechos humanos, lo cual explicaron por los antecedentes inmediatos;
pero al combinarse dicha situación con la deshonestidad y el cinismo
del mismo presidente y su familia, se desató la crítica.
Por supuesto que el Wall Street Journal colocó como una
de sus prioridades la investigación de las propiedades del presidente y
su círculo cercano; se dedicó (o se dedica todavía) a escudriñar toda
la información relacionada con el patrimonio del grupo gobernante y
denunciará todas las irregularidades y delitos que logre detectar.
Los casos del New York Times y Le Monde son muy
distintos, pues los nombres de los políticos mexicanos aparecieron en
medio de investigaciones más amplias y junto a millonarios de muy
diferentes nacionalidades. Claro que llama la atención el hecho de que
los acompañantes de los políticos mexicanos sean empresarios y
celebridades del espectáculo o los deportes, principalmente.
Los políticos de México tampoco entienden que las
posibilidades de mantener oculto su patrimonio, especialmente por lo
abundante del mismo y por las prácticas irregulares o, claramente,
ilegales a las que recurren, se redujeron sustancialmente con el arribo
de las nuevas tecnologías de la información.
Como tampoco están dispuestos a reconocer lo irregular,
ilícito o incluso delictivo de sus prácticas, y mucho menos a cambiar
su proceder, intentan respuestas y toman decisiones que los hunden más.
Así, cuando les avisaron (antes de que se difundiera públicamente)
sobre la información de la Casa Blanca, decidieron cancelar la
licitación del tren rápido México-Querétaro, para intentar controlar
los daños, sin darse cuenta de que esa era precisamente la aceptación
tácita de la irregularidad.
La revisión de todas las medidas y declaraciones que han
anunciado en relación con estos controvertidos hechos arroja un
resultado similar. Y ello atrae más la atención de los medios de
comunicación (nacionales e internacionales), y permite a éstos abordar
y detectar ángulos que originalmente habían pasado desapercibidos.
Contrario a lo que sucede en el gobierno mexicano (que se
resiste a transparentar la información pública), en este caso no hay
nada reservado y mucho menos confidencial: Los únicos responsables de
que el presidente, su familia, su gabinete y su grupo cercano ocupen
espacios destacados en los medios internacionales son ellos mismos,
porque nunca midieron las consecuencias de sus actos y pensaron que
jamás los iban a descubrir.
El problema está en la forma en que ejercen el poder, no en la difusión de sus abusos.
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