9/17/2009

Las relaciones internacionales y algunos mitos (Parte I)




Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)

Mientras las naciones elevan sus capacidades bélicas mediante mayores inversiones en armamentos, las relaciones internacionales se presentan como el espacio de los mitos más pedestres, mitad verdad mitad mentira. Lo que se dice y se ve no siempre es.
Las verdaderas relaciones entre las naciones, más que secretos entre Estados, que bien podría ser algo plausible y previsible con códigos y límites forjados a fuego, son secretos de sistemas políticos cuyos liderazgos no siempre reflejan estabilidad y autoridad.

Por la esencia de esa naturaleza mitad verdad, mitad mentira, las relaciones internacionales están expuestas al factor imprevisto, y más allá de la coordenada básica de proteger estado y soberanía estarán con frecuencia sometidas a una falta de continuidad. Esto independiente del estado que sea y es algo que la globalización no ha podido modificar.

¿Para qué se arman las naciones si debería existir un esquema, o un consenso para la integración y cooperación internacional, en un marco de relaciones y no de confrontaciones?

Son preguntas legítimas desde un inocente transeúnte hasta un niño en conciencia precoz. Sin embargo pueden fácilmente desecharse como inquietudes ingenuas en la evaluación de los intereses estratégicos de las naciones.

Y ese es el problema mayor: cuáles son esos intereses estratégicos y quienes los determinan. Palpamos periódicamente que esa operación de cuáles son y quiénes los determinan está cada vez más alejada de la gente.

Por cierto esta operación nunca ha sido un ejercicio ciudadano, sino que responde a la caja negra de “la seguridad nacional”, una figura que podrá venir desde tiempos remotos cuando se protegían reinados y castas a costa de masacres masivas, pero que adquiere cuerpo incisivo en el circuito próximo de las personas en las dos últimas y únicas guerras definidas hasta el momento como mundiales.

Es así que el período post segunda guerra mundial, corresponde a un fragmento de la historia donde se establece en forma central la seguridad nacional como doctrina (y base estratégica) para la conservación de la integridad territorial de una nación. La doctrina ha servido al mismo tiempo como el instrumento que asegura las bases de la estructura social y económica.

Sobre esta base se sustenta el status quo, el elemento central de la conservación del sistema que consiste en proteger la nación respecto a la penetración de la idea comunista como una fuerza desestabilizadora. Esto se ha articulado siempre como una amenaza de carácter externa e internacional como que fuera el mismo fantasma que rondaba al que se refería Carlos Marx algo más de un siglo y medio atrás.

En el fondo, las relaciones internacionales han estado por todo ese tiempo profundamente influidas por las estrategias de la contención al comunismo. Este fenómeno se hace particularmente evidente en el período post Segunda Guerra Mundial, y su vigencia adquiere más fuerza aún después de la caída del sistema soviético.

El sistema multilateral representado por la ONU se transformó en ese período en un espacio de negociación para esa contención, de allí que con el fin de la bipolaridad, el organismo que promueve una comunidad de naciones se muestre a veces con el rumbo extraviado. El extremismo de algunas localidades islámicas, no ha alcanzado ni remotamente la compactación de la amenaza comunista que hacía funcionar al sistema de relaciones internacionales.

No en vano, las primeras palabras del secretario de defensa de los EEUU Donald Runsfeld, al caer la primera estatua de Saddam Hussein en la toma de Bagdad en abril 2003 señalaban “que la imagen de Hussein se agregaba al panteón de los tiranos como Lenin y Stalin”.

En su particular visión, ni siquiera Rumsfeld se acordó de Hitler, Suharto, Mobuto, los generales argentinos del 60 y 70, Pinochet, o los genocidas que han intentado exterminar al pueblo palestino.

Este énfasis en mantener los mismos esfuerzos de la guerra fría para contener al comunismo, se constata después de la invasión a Irak en emblemáticos medios occidentales como The New York Times, Le Nouvelle Observateur, El País, The Guardian, con una vigorosa producción de reportajes periódicos sobre los crímenes de Stalin, Mao, y últimamente con una ofensiva para contrarrestar la influencia del Che. Había que esconder la nueva aberración occidental en el Asia occidental con la anterior disputa.

Es decir, a más de una década de haber decretado EEUU arbitrariamente el fin de la guerra fría en 1991, la idea de la contención al comunismo era el foco ideológico de la operación. Que Saddam Hussein haya formado parte privilegiada del circuito antisoviético de la Alianza Occidental, y no tuviera nada que ver con el comunismo se omitía.

En el peso específico en el tiempo, por antigüedad, y por los resultados hasta hoy, en la absurda competencia de evaluar tiranías, frente a los escasos experimentos comunistas, el capitalismo tiene claramente la delantera en el daño genérico al ser humano. Tiene toda la razón Vladimir Putin, no necesariamente reconvertido en comunista, en reclamar al mundo que la URSS jugó un papel vital en el empeño de contener el fascismo y el nazismo en la Segunda Guerra Mundial.

Se infería muy directamente que José Stalin al final no era tan pernicioso como se le continúa pintando. Y hay algo más. Una vez colapsado el sistema soviético, cuando Boris Yeltsin asume el poder, en las repúblicas asociadas al concepto de “unión soviética”, se corta los circuitos de producción, se suspenden las líneas de abastecimiento, se interrumpe el flujo económico del sistema de producción más básico. En suma, se produce el desplome del cual no se han vuelto a recuperar esas repúblicas causando una diáspora tan dramática como la que provocó la llegada del bolchevismo.

Con una gran dosis de sagacidad y oportunismo, las potencias occidentales han confinado a las relaciones internacionales a convertirse finalmente en un instrumento propio de la naturaleza capitalista de las naciones, descartando de la partida la coexistencia de dos o más sistemas de organización social.

Este es el punto central del mito de las relaciones internacionales: concibe un mundo capitalista solamente, de allí que predomine el exceso de protección del sistema por el expediente de las armas y la beligerancia.

Con la última crisis económica expandida al sistema político, las convicciones básicas del capitalismo se han visto avasalladas por una desconfianza generalizada. En un sistema que no se cree a sí mismo, las relaciones internacionales tienen razón de ser en el plano de la inestabilidad de las naciones, con las más fuertes dispuestas a dar el zarpazo. De allí la carrera armamentista en todas las naciones: bajo un clima de inestabilidad, la mejor receta son ejércitos fuertes. Cómo lo sabía el nazismo alemán de la década del 30.

Foto: Naciones Unidas - Edificio de la sede central de la ONU. / Autor: UN

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