9/13/2009



Nuevos ritos

Samuel Schmidt


El gobierno nos ha ofrecido grandes cambios en todos los rubros posibles, lo que de suyo implica altos riesgos porque podemos esperar más de lo que pueden o están dispuestos a dar, lo que puede causar nuevas decepciones que se sumen a la desilusión actual.

La alternancia no mejoró la moral pública ni la eficiencia de los funcionarios. Hemos visto caer la eficacia de los gobiernos y la generación del descontrol en las acciones y la desconexión entre los diferentes niveles de gobierno, no se podría decir que compiten por hacer las cosas, sino que buscan desprenderse de la responsabilidad tratando de cargársela al otro, lo que se acentúa si se trata de partidos distintos. Este cuadro ha generado la impresión de tener gobiernos incapaces de cumplir con su encargo y la sociedad se ha vuelto suspicaz, al grado que está dejando de creer en la validez de las instituciones.

Las fechas públicas entraron al espacio de la disputa, lo que acarrea un riesgo tal vez mayor, porque se pone en la palestra la historia, los héroes y la simbología sobre la que se ha construido el entramado social y político que sustenta a los gobiernos.
El PAN se ha confrontado con el legado político del siglo XIX y trata de minar la simbología sobre la que se sustentó el PRI para consolidar su poder en el siglo XX. Estamos llegando al punto de cuestionar hechos históricos y su impacto sobre la conciencia nacional, lo que va de la mano de la negación de evidencias científicas para hacer avanzar agendas ideológicas.
El informe presidencial que acaba de NO suceder es sin duda uno de estos eventos que está quitando más cosas de las que debería aportarnos.

Es ridícula e innecesaria la discusión sobre si se trata del día del presidente o del congreso, porque en realidad debería ser y no es el día de la nación, porque a final de cuentas, el Estado debe rendir el estado de cuentas en que se encuentra la nación y por supuesto su gobierno.
Y esto es justamente lo que no hizo Felipe Calderón. Omitió la información más sustancial sobre la condición del país y evadió la explicación de las causas por las que su gobierno ha sido poco efectivo.
Si de cambiar el gobierno se trata debió haber iniciado un nuevo estilo de comunicación con la sociedad y no como hizo, de ocultar la realidad.

Parece ser que intentando ocultar la realidad de encabezar a un grupo de administradores que no se encuentran a la altura de las circunstancias, en un brinco al parecer innovador, a tres años de haber iniciado su gestión, el presidente renueva sus promesas.
Sería importante que explicara la causa para no haber cumplido con las primeras promesas que hizo (creación de empleo, reducción o eliminación de impuestos), pero al tender el nuevo paquete promisorio trata de poner un velo para evitar ser cuestionado sobre el incumplimiento anterior.
Ya tendremos oportunidad de reclamar el nuevo incumplimiento, lo que le da un año o dos de respiro.

Los gobiernos actuales se caracterizan por poner oídos sordos al clamor societario y el de Calderón no es la excepción. A gritos se le pide que haga cambios radicales en su gabinete y el actúa como los infantes caprichosos y rebeldes, mientras más le piden más se empecina en no hacen lo que le solicitan.

Mientras más le ruegan que se empeñe en hacer grandes reformas estructurales, empezando por ejemplo en su propio gobierno, el aparentemente ha decidido salvar al aparato de empleo que compra lealtades aunque para sostenerlo se ayude a hundir a la economía nacional.

Para cualquier mente sensata se podría esperar que los políticos reaccionen con diligencia ante las señales de una crisis profunda que amenaza con empeorar, pero parece suceder más bien todo lo contrario: la resistencia al ajuste, negarse a sacrificar la auto-gratificación y privilegiar la satisfacción de las promesas facciosas.
El gobierno se ha esmerado en generar esquemas de engaño a la sociedad, en el montaje de aparatos mediáticos que nos hagan creer lo que no es real, y paradójicamente terminan creyéndose las patrañas que han generado en las oficinas de manejo de la opinión pública.

No es nuevo el auto-engaño, pero en tiempos de crisis es mucho más delicado y su impacto más pernicioso.

El gobierno juega a un esquema modificado de los tres simios que se tapan los ojos, los oídos y la boca. El gobierno habla, habla y habla rogando que terminemos por creerle, pero para su desgracia y la nuestra no termina por funcionarle y mientras tanto la nación se hunde en un hoyo cada vez más profundo, del que tal vez no nos alcance a sacar la verborrea gubernamental.

Así que nuevo rito, vieja parafernalia para vestir a un gobierno tan ineficaz como los que lo precedieron.

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