3/22/2010

Columnas...

Soberanía en riesgo

John M. Ackerman

El encuentro de los gabinetes de seguridad de Estados Unidos y México que tendrá lugar mañana podría marcar el inicio de una peligrosa nueva época de la relación entre ambos países. El fracaso del gobierno de Felipe Calderón en asegurar la paz y el estado de derecho en nuestro país constituye la mascarada perfecta para justificar un renovado intervencionismo estadunidense. Es necesario mantenernos en alerta para evitar que se sacrifique la soberanía nacional ante la desesperación por contener la crisis en materia de seguridad pública haiga sido como haiga sido.

Uno de los riesgos más evidentes de la estrategia de Calderón cuando hace tres años envió los militares a las calles fue que la eventual derrota en su guerra contra el narcotráfico dejaría al Estado mexicano en una situación de vulnerabilidad extrema. Dado que el Presidente quemó su último cartucho desde el principio de su sexenio, el Poder Ejecutivo queda hoy con muy pocas opciones para el futuro. En este contexto, Washington está listo para sacar provecho de la situación, eso sí bajo el discurso de salvar al gobierno mexicano de su propia desgracia.

Sería difícil exagerar la importancia de esta reunión, que contará con la presencia simultánea del secretario de Defensa, Robert Gates, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, el presidente de las fuerzas armadas conjuntas, Mike Mullen, la secretaria de Seguridad de la Patria, Janet Napolitano, y el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair.

Si bien es cierto que una visita oficial ya había sido programada desde hace un par de meses con objeto de evaluar los avances del Plan Mérida, la reunión de ninguna manera contemplaba la asistencia de tantos funcionarios de alto nivel. Fueron los acontecimientos en Juárez los que modificaron el escenario y sorpresivamente el jueves pasado se confirmó la inédita asistencia de Gates, Mullen y Blair, junto con Clinton y Napolitano.

La participación simultánea de todo el gabinete de seguridad de Estados Unidos en una reunión oficial en México simplemente no tiene antecedente alguno en la historia moderna del país. Cuando hace dos años Gates realizó una visita rápida a nuestro país, era la primera vez que desde 1996 un secretario de Defensa estadunidense había pisado suelo mexicano de manera oficial. Tampoco es factible pensar que Mullen haya abierto un espacio en su atareada agenda de viajes a lugares en guerra o con intervenciones extranjeras para únicamente permitirse hacer turismo diplomático o político. Todos estos funcionarios vienen con una agenda clara.

Ni siquiera en 1985, en el contexto del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, tuvo lugar un despliegue tan importante de personalidades y autoridades de Estados Unidos en el territorio nacional. Si bien en aquella época el embajador John Gavin presionó de manera importante al gobierno mexicano, las sensibilidades nacionalistas que todavía estaban presentes entre los políticos y los ciudadanos simplemente no hubieran tolerado una visita de Estado de esta naturaleza.

Hoy, sin embargo, la situación es radicalmente diferente. El gobierno actual no esconde su admiración irrestricta para Estados Unidos y hace todo lo posible por complacer a su gobierno en materia política, económica y de seguridad pública. Hoy, la colaboración entre las fuerzas de seguridad de los dos países es cada día más estrecha, lo que ya ha incluido el establecimiento de una oficina de inteligencia binacional en la ciudad de México y la presencia de cada vez más enlaces y agentes especiales en el país.

Después de su visita en 2008, Gates declaró: Yo diría que la relación [militar entre México y Estados Unidos] es limitada, pero ambos lados están buscando oportunidades en que podamos ampliarla de manera cautelosa. El asesinato de tres personas vinculadas con el consulado estadunidense en Ciudad Juárez presenta una excelente oportunidad precisamente para ampliar esta colaboración militar.

En su columna de ayer en el periódico Reforma, Juan Pardinas prepara el terreno para la ominosa presencia de soldados extranjeros en las calles de nuestro país. Propone que México deje de lado su pasado nacionalista e ingrese de una vez por todas a la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), alianza militar bajo la tutela de Estados Unidos. Así, argumenta el columnista, tendríamos derecho a pedir de manera inmediata la presencia de tropas estadunidenses.

Pero ya sabemos en qué terminan este tipo de propuestas. Unos meses después de que Carlos Salinas consiguiera su gran éxito histórico de ingresar a México en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el país se hundió en una de las crisis económicas más grandes de la historia reciente. No vaya a ser que, de lograr el ingreso de México a la OTAN, nos salga de igual modo y nos lleve a la consolidación definitiva de un Narcoestado en nuestro país.

La solución a este grave problema no provendrá de fáciles estrategias mediáticas, internacionalistas o militares, ni mucho menos del sacrificio de nuestra soberanía, sino que se construiría a partir de una renovada voluntad política que recupere lo mejor de nuestra larga tradición de lucha ciudadana y debe partir de las exigencias actuales de transparencia, rendición de cuentas y de un compromiso irrestricto con los derechos humanos y el estado de derecho.

T r a b a jo

León Bendesky

La salida de la crisis no es tan evidente como algunos argumentan ya con mucha soltura. Esta idea no se puede sostener sólo en el comportamiento de los indicadores más directos –llamados de coyuntura– del desempeño económico que, en buena medida, indican un efecto de rebote luego de la fuerte caída del producto en 2009.


Según la Secretaría del Trabajo prácticamente se han recuperado ya los puestos de trabajo perdidos en 2009. Esta es una cuenta en verdad curiosa para considerar el estado del mercado laboral, puesto que ese año se incorporaron el mismo millón y fracción de nuevos entrantes de siempre y, además, incluye a quienes ya no emigraron o tuvieron que volver por la caída del empleo en Estados Unidos. O sea que el mercado no es el mismo, aunque las cuentas oficiales pretendan que así sea.

Esta es una etapa de regreso del nivel de la actividad económica, marcada por los altos índices de desempleo que deja detrás. En Estados Unidos se estima que este año en que habrá un crecimiento del producto, dicha tasa permanezca cercana a 10 por ciento, es decir, en el mismo nivel de 2009. En España el número de desempleados es enorme y no se reduce. La misma situación se advierte en muchos países de la Unión Europea y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.

Esto pone en entredicho el proceso de recuperación al que aspira la economía mundial luego de la crisis. Cómo y cuándo se recupera una economía y en qué condiciones lo hace, me parece que son preguntas indispensables para el análisis económico y el diseño de las políticas públicas.

En todo caso, sin una expansión efectiva del mercado laboral, toda recuperación será incompleta y frágil, y el posible origen de una recaída más fuerte en un par de años. En la base del proceso de producción está el trabajo y, también, en la creación de suficiente demanda efectiva para sostener la rentabilidad de las inversiones.

Cuando se disputa quién debe gastar, si el sector privado o el gobierno, se trata de las fuentes de financiamiento pero no se elude que alguien tiene que hacer el trabajo. En algunas condiciones, como ocurrió recientemente en Estados Unidos, ese trabajo que sirve de combustible a la economía podía importarse de México y Centroamérica y otras zonas o, de plano, comprarse en China o India. Ese esquema hoy no puede extenderse demasiado por las distorsiones creadas en esa economía y en su propio mercado laboral.

Los grandes planes de estímulo del gobierno de Obama no han tenido un impacto suficiente en la creación de empleo, y eso representa un profundo conflicto social que ya está sembrado y crece. Las políticas públicas se enfrentan a nuevas condiciones, pero no parecen capaces de adaptarse a ellas.

La Reserva Federal quería empezar a salirse del esquema de muy bajas tasas de interés que ha mantenido para no deprimir más la economía. No ha podido hacerlo al ritmo que esperaba. La política monetaria desde hace ya muchos años se ha fijado como meta principal el control de la inflación, lo que representa un efectivo medio de control en el proceso de fijación de los precios para las empresas y los trabajadores. Excepto para los jugadores con alto poder de mercado.

Lo mismo ocurre en México con las medidas que aplica el banco central. Se piensa que opera en un entorno de libre mercado, pero la política monetaria funciona en un espacio de poca competencia entre los más grandes jugadores en los sectores productivos, de servicios y de financiamiento. Esa especie de esquizofrenia entre las concepciones teóricas e ideológicas de una parte y la conformación efectiva de los mercados, que es donde se fijan los precios, está ya en ruinas, pero subsiste no sólo en el banco central sino en todos los ámbitos del gobierno.

Ahora le toca directamente el turno al mercado de trabajo. Es una buena oportunidad, mirada desde la perspectiva de quienes proponen y avalan los cambios a la ley laboral, para hacerlo. El poco crecimiento de la economía por más de 25 años, las crisis recurrentes y las condiciones que hoy prevalecen abren las puertas para la iniciativa de la Secretaría del Trabajo.

Es claro que las personas necesitan trabajar y que las empresas requieren quién trabaje y quién consuma lo que se produce, y pida préstamos y los pague. Pero también debería ser claro que esos intereses se contraponen en el terreno concreto del mercado. Entraña una pugna distributiva sobre lo que se produce y enfrenta las posiciones de las partes.

El trabajo no es sólo un asunto de remuneración, por más relevante que eso sea, también importan las condiciones en las que se labora y los derechos que corresponden a quienes trabajan y a quienes emplean. Eso que los economistas llamaban en una época las formas de reproducción de la fuerza de trabajo. Finalmente eso es lo que estructura una sociedad y la hace menos o más decente.

La balanza, por supuesto, no se equilibra por su propio mecanismo. Ya estuvo bueno de creer en máquinas que se regulan solas para entender a la sociedad, por si la actual crisis económica e intelectual no fuese suficiente. Dicha balanza se inclina porque los intereses no son coincidentes. Eso es lo que apunta ahora directamente al gobierno, ver qué tanto quiere y puede inclinar la balanza.

Horizonte político
José Antonio Crespo

Nuevas reglas sucesorias

A esar de que la alternancia implicó, al menos formal y nominalmente, un cambio de régimen político, bien sabemos que muchas de sus prácticas e inercias persisten con nosotros. En materia de sucesión presidencial, el cambio más radical consiste en que, quienes pueden aspirar a la Presidencia ya no provienen exclusivamente del partido en el poder. Así, el famoso tapadismo (“quien se mueve no sale en la foto”) se mantiene sólo dentro de quienes quisieran contar con el respaldo del mandatario en turno. Ahí sí es mejor que no digan nada, que no se adelanten, que no hagan olas. Pero esa regla se ciñe al gabinete presidencial. Afuera de ese círculo conviene más decir a los cuatro vientos (de una u otra forma) que sí se aspira a ocupar La Silla, para atraer reflectores, ser más conocido, ser incluido en las encuestas electorales y generar apoyos dentro del partido o de los ciudadanos.

Pero aun dentro del gabinete, la regla del tapadismo tiene sus límites. Felipe Calderón la rompió, siendo secretario de Energía, y sufrió una reprimenda pública de VicenteFox, que lo orilló a renunciar. Pero, en virtud del desprestigio de Fox, eso se tradujo en una mejor posibilidad de ganar la candidatura presidencial. Es una nueva regla que se perfila: en la medida en que el mandatario en turno se desprestigie por un mal desempeño, su favorito (emergido todavía del gabinete presidencial) tendrá dificultades para ganar la candidatura de su partido. Es temprano para confirmarla, pero dados los conflictos y las quejas que está generando Calderón dentro de su partido por el asunto de las coaliciones y el de los pactos secretos, se puede adelantar una contienda complicada para quien sea el delfín calderonista.

En cuanto a los tiempos, también hay cambios. En virtud de que la fuerza del Presidente en turno decae conforme se acerca su ocaso, y los respaldos políticos se van transfiriendo a los posibles sucesores, el régimen priista fijó el “destape” del candidato oficial lo más tarde posible, hacia fines del quinto año. Así, al mandatario en turno al menos le dejaba los primeros cinco años (si bien en el primero había que consolidar el poder y cobrar autonomía respecto del antecesor). VicenteFox rompió esa dinámica. Al haber iniciado su precampaña a mediados de 1997, y al haber coronado con éxito su empeño, ahora los autodestapes (salvo en el gabinete) son bastante más tempranos.

Pero, además, la sucesión que algunos llaman “adelantada” empieza a ser la norma más que la excepción. El principio de la carrera sucesoria la marca la elección intermedia. Y eso en buena parte puede explicarse por los resultados adversos al partido gobernante, que limitan el margen de maniobra del Presidente en vigor. Así ocurrió en 1997, en 2003 y en 2009. Lo cual parece empujar a los mandatarios a poner en segundo plano sus proyectos de gobierno para concentrarse en la sucesión. A Ernesto Zedillo la oposición le rechazó su reforma energética, y entonces se dedicó a preparar las primarias internas del PRI formalmente abiertas y competitivas, así como a allanar el terreno para una eventual alternancia partidista por la vía pacífica y civilizada. Algo que logró. Cuando el PRI le rechazó a Fox su reforma fiscal (con la defenestración de Elba Esther Gordillo como coordinadora de su bancada), se volcó sobre la sucesión con la prioridad de impedir que el candidato de la izquierda lograra sucederlo en el poder. Su gobierno recurrió entonces, primero al videoescándalo (con participación de la PGR y la Secretaría de Gobernación, según ha sido documentado), al desafuero (cuando la PGR decidió castigar una infracción que en muchos otros casos había desechado) y, después, con una activa campaña contra el candidato de izquierda (que cayó en la trampa de la provocación, radicalizando su lenguaje y posiciones, alejando así buena parte del voto moderado que le daba la ventaja). Fox logró su cometido (“por las buenas, las malas o como fuera”, según rezaba la consigna).

Ahora, Calderón parece haber llegado a la misma conclusión y adoptado la misma estrategia; difícilmente podrá impulsar las reformas pendientes, dado su disminuido respaldo en el Congreso, y considera mejor impedir la entrega del poder al PRI en 2012 (el “pacto de Bucareli” parece contradecir dicha estrategia, pero la coalición en seis estados la confirma). Ese parece el perfil de las nuevas reglas de la sucesión presidencial. Falta por ver si Calderón logrará su cometido, como sí lo hicieron Zedillo y Fox, respectivamente. No será fácil.

Por la ley y el orden
Gustavo Esteva

El diputado Muñoz Ledo describió con precisión el estado de las clases políticas, dedicadas al cochupo, los acuerdos clandestinos y la traición a los intereses del pueblo de México. Ante la escandalosa degradación del debate político, quiso llamar la atención sobre la profunda e insondable decadencia del país (La Jornada, 11/3/10, p. 6).

Es difícil, efectivamente, encontrar otro momento en la historia de México de mayor degradación política y más graves dificultades económicas y sociales. Pero si bien la decadencia del régimen político y económico atrae todo género de desgracias y reduce a millones de personas a una estricta lucha por la supervivencia es, al mismo tiempo, la oportunidad del cambio: la gente toma en sus manos el desafío y se empeña en la transformación desde abajo y a la izquierda, como dicen los zapatistas.

No es el momento de la disputa sectaria y doctrinaria, para acotar el camino en los términos de alguna ideología. Pero es pertinente traer a colación tradiciones políticas que se encuentran en la base de las iniciativas en curso y expresan en términos contemporáneos una forma de ser y gobernarse profundamente arraigada.

Puede ser útil traerlas a nuestro debate desde las credenciales impecables de Howard Zinn, el autor del primer libro de historia del que se vendieron más de un millón de ejemplares en Estados Unidos. Gozó de merecido reconocimiento nacional e internacional hasta su muerte, ocurrida hace un par de meses. En una entrevista reciente mostró su preocupación por el actual estado de cosas sin perder el ánimo. El cambio vendrá de abajo, de la propia gente, comentó; así es como se producen los cambios. Como historiador buscaba rescatar las innumerables pequeñas acciones de gente desconocida que produce los más grandes cambios sociales. Hasta gestos marginales se convierten en las raíces invisibles del cambio social.

Zinn pensaba que el anarquismo era una de las corrientes políticas más vigorosas y persistentes en la tradición estadunidense. “Pero la anarquía –escribió– perturba a los occidentales, porque se le asocia con el desorden, el caos y la violencia. Tememos esas condiciones porque hemos estado viviendo en ellas por largo tiempo… en los poderosos estados-nación que se muestran tan temerosos del anarquismo. No hay otro momento en la historia con mayor caos social. Y es precisamente esa clase de condiciones lo que los anarquistas quieren eliminar. Desean traer orden al mundo. Por primera vez.

“Los anarquistas ven el cambio revolucionario como algo inmediato, algo que necesita hacerse ahora, en este momento, donde quiera que estemos, donde vivimos, en el estudio o el trabajo. Implica comenzar ahora mismo a deshacernos de todas las relaciones crueles y autoritarias entre hombres y mujeres, entre padres e hijos, entre las distintas clases de trabajadores.

No se trata de un levantamiento armado. Ocurre en los pequeños rincones a los que no pueden llegar las torpes manos del Estado. No está centralizado ni aislado: no puede ser destruido por los poderosos, los ricos, la policía. Ocurre en un millón de lugares al mismo tiempo, en las familias, en las calles, en los vecindarios, en los lugares de trabajo. Suprimido en un lugar, reaparece en otro hasta que se encuentra en todas partes. Tal revolución es un arte. Es decir: requiere el coraje no sólo de la resistencia, sino de la imaginación.

Contra el prejuicio general, los anarquistas luchan por la ley y el orden: un sistema normativo como el de los pueblos indios, tejido desde la propia gente, y un orden social como el que soñaban los hermanos Flores Magón, concebido y mantenido por la propia gente, desde sus comunidades. Esto exige luchar contra la maquinaria jurídica impuesta a los ciudadanos, no contra la idea misma del derecho. Los anarquistas consideran que los procedimientos político y jurídico están estructuralmente encajados uno en el otro y juntos forman la estructura de la libertad.

La etiqueta anarquista se ha pegado sobre toda suerte de iniciativas y movimientos, algunos extremadamente violentos y desordenados, de propensiones terroristas, que se confunden con el seudoanarquismo capitalista. Pero el anarquismo característico de la base social se opone explícitamente a la violencia y lucha por la ley y el orden.

La idea de vivir sin gobernante (el significado original de an-arquía) rechaza el gobierno desde arriba, pero afirma el intento de gobernar la realidad social tanto como sea posible. Se trata de gobernar-se, poniendo así fin al desorden, al desgobierno, al caos, que caracterizan infaltablemente a las despóticas sociedades capitalistas aún llamadas democráticas, particularmente en el estado de excepción no declarado que actualmente las caracteriza.

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