Alejandra Castillo
Doctora en Filosofía, Académica Umce
Con mucha más frecuencia de la que nos gustaría, se ha comenzado a
oír en América Latina que el feminismo o bien ya no tendría razón de
ser, o bien habría agotado su potencial emancipador. Toda vez que sus
demandas habrían sido incorporadas por las agendas de los distintos
gobiernos latinoamericanos en los últimos años.
Con mucha más frecuencia de la que nos gustaría, se ha comenzado a
oír en América Latina que el feminismo o bien ya no tendría razón de
ser, o bien habría agotado su potencial emancipador. Toda vez que sus
demandas habrían sido incorporadas por las agendas de los distintos
gobiernos latinoamericanos en los últimos años. De tal modo, las
políticas de género se habrían convertido en las grandes aliadas a la
hora de demostrar el paso de un orden conservador a uno de signo
progresista. ¿Podemos llamar a esto feminismo?
Asumiendo críticamente algunas de las tesis desarrolladas por Nancy Fraser en su libro Fortunes of Feminism (2013), Verónica Schild en el artículo “Feminism and Neoliberalism in Latin America” -publicado en la revista New Left Review (N° 96, nov/dic., 2015)–
vuelve equivalentes políticas de género y feminismo. Radicalizando este
vínculo, sostendrá que los propios argumentos de la crítica social y
feminista, desarrollados en los años setenta en América Latina serían
los que terminarán por fortalecer, en los años noventa, el orden
neoliberal en la región en lo que tiene que ver con los temas relativos
al género. Esta afirmación se sustenta, principalmente, en los
argumentos desarrollados por Luc Boltanski y Ève Chiapello en Le nouvel esprit du capitalism (1999) y en los aportados por la propia Nancy Fraser.
Hace algún tiempo atrás, Luc Boltanski y Ève Chiapello, ambos
franceses, ponían atención sobre la capacidad de supervivencia del
capitalismo contemporáneo a pesar de la persistencia, y profundización,
de las injusticias sociales. Contrario a ello, el capitalismo, ahora
reformulado en un orden neoliberal, parece gozar de buena salud. ¿Cuál
es ese espíritu que mantiene vivo al cuerpo del capitalismo? Estos
autores entienden por “espíritu”, el conjunto de creencias compartidas,
inscritas en instituciones y expresadas en acciones que implican la
realidad. ¿Quiénes mantienen vivo este “espíritu”?: los cuadros
administrativos, comerciales y técnicos que a partir de los años
ochenta del siglo pasado se transformaron en el contingente laboral
privilegiado en el ámbito de la empresa. Estos cuadros, asalariados y
también portavoces del capitalismo, justificarían la eficiencia del
orden económico, asumiendo las retóricas de la libertad, la
autorrealización y la autonomía. Sin embargo, en el actual contexto
neoliberal, estas retóricas de la autonomía y la autorrealización son
resignificadas desde el ámbito de la empresa. La libertad se
resignificará como libertad para decidir; la autorrealización y
autonomía se resignificarán como las oportunidades necesarias para el
desarrollo personal (potenciación de sí). ¿Cómo estas palabras
que de habitual se asociaban con la democracia, hoy se han vuelto los
argumentos de justificación para el orden neoliberal? ¿Cuál ha sido la
función de la “crítica” en la transformación del capitalismo
contemporáneo? Esta última pregunta es crucial, por sus efectos, para aquellas y aquellos interesados en la transformación social. Boltanski
y Chiapello, no sin provocación, indican que la “crítica” tiene un
papel central en la transformación y supervivencia del capitalismo.
La propia sangre de la crítica anticapitalista terminaría alimentando
al cuerpo/espíritu del capitalismo actual. La extracción de dicha
sangre ocurriría de tres modos. El primer modo tendría que ver con la
capacidad de la crítica de deslegitimar cuerpos de doctrinas y creencias
anteriores, ya sea por opresivas o injustas cuyo efecto sería la
desmovilización en vistas de la superación o transformación de los
escenarios de lucha. Un segundo modo en que actúa la crítica es en la
propia verosimilitud de sus argumentos, volviendo explícito el orden de
dominio capitalista. Sin embargo, paradójicamente, el efecto de eficacia
de la crítica anticapitalista será el “fortalecimiento” del capitalismo
en cuanto éste se ve obligado, de alguna manera u otra, a asumir las
demandas esgrimidas por dicha crítica. Y un tercer modo, se manifestaría
en la incapacidad de la crítica para configurar nuevos escenarios, lo
que implicaría la desorganización social en relación a los referentes
anteriores y la falta de un mapa para la acción futura. Cada una de
estas formas de la crítica, de modo inmunitario, serían incorporadas por
el capitalismo. A la manera de un veneno inoculado en una inyección, el
capitalismo recibiría estas críticas de mala gana y como quien se
recupera de una enfermedad, se inmunizaría de ellas, se trasformaría en
afinidad a ellas. La crítica para estos autores que “se agota, es
vencida o pierde su virulencia permite al capitalismo relajar sus
dispositivos de injusticia y modificar con toda impunidad sus procesos
de producción. Una crítica, por el contrario, que gana en
virulencia y en credibilidad obliga al capitalismo a reforzar sus
dispositivos de justicia, a no ser que constituya –si el entorno
político y tecnológico se lo permite- una incitación a transformarse,
confundiendo las reglas de juego”. Así, el fortalecimiento y
supervivencia del capitalismo estaría asegurado, principalmente, por la
incorporación de demandas, idearios críticos luego “resignificados”
desde la gramática del propio capitalismo. Algo de aquello
sabemos, aquí en Chile, de la incorporación de las demandas por igualdad
para luego ser resignificadas como políticas de “equidad” y
“oportunidades”.
¿Qué le ocurre a la crítica feminista desde esta perspectiva? Esta es
la pregunta que se hace la filósofa Nancy Fraser en su libro Fortunes of Feminism,
particularmente, en el capítulo que lleva por título: “Feminism,
Capitalism and the Cunning of History” (“Feminismo, capitalismo y la
astucia de la historia”). Este capítulo se centra,
específicamente, en el contexto de los feminismos norteamericanos de la
segunda ola y la pregunta que le ronda es la siguiente: ¿los feminismos
de la segunda ola, inadvertidamente, fortalecen el paso de un
capitalismo de Estado a uno neoliberal? En esta línea, Fraser
plantea: “los cambios culturales fomentados por la segunda ola,
saludables en sí mismos, han servido para legitimar una transformación
de la sociedad capitalista que se opone directamente a las esperanzas
feministas de alcanzar una sociedad justa”.
Como es sabido, este feminismo vinculó, con acierto, capitalismo con
patriarcado. La articulación entre ambos se figuraba en la crítica al
“salario familiar” que promovía el Estado benefactor. Las feministas
veían en esta política de Estado la naturalización de la distinción
entre esfera privada/domestica femenina y la esfera pública/masculina. El
feminismo de la segunda ola, a pesar de sus intenciones, terminaría
describiéndose, primero, en políticas de la identidad y, luego, en
políticas de la diferencia ligadas al reconocimiento, olvidando su
contexto de emergencia polémica con el orden capitalista. De
acuerdo a ello, Fraser sostiene que con el paso de los años los
feminismos de la segunda ola terminan describiendo sus políticas como
“meramente culturales”, no incómodos al nuevo espíritu del capitalismo,
no incómodos al orden de acumulación dominante. La crítica a la
mantención de un orden masculino anclado al salario familiar termina por
ser resignificada como un argumento neoliberal a favor de la
incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, pero en términos
de precarización, flexibilización, bajos sueldos y la obligatoriedad de
mantener el espacio familiar con dos sueldos. Es más,
parte del vigor del orden del capitalismo neoliberal pasa por la
recepción positiva de las políticas de género. En este punto, Nancy
Fraser es aún más explícita al señalar que: “las críticas
feministas, por ejemplo, al acoso sexual, el tráfico sexual y la
desigualdad de salarios, que parecían incendiarias no hace tanto, están
aceptadas en general en la actualidad; pero este enorme cambio de
actitudes no ha eliminado en absoluto dichas prácticas. Y con
frecuencia se dice, por lo tanto, que el feminismo de segunda ola ha
provocado una revolución cultural sin parangón, pero el enorme cambio de
mentalitées no se ha traducido (aún) en cambio estructural e institucional”.
Presuponiendo estos argumentos y debates, Verónica Schild se pregunta
qué le ocurre al feminismo en América Latina en los tiempos del
neoliberalismo. Desde una recepción polémica del libro Fortunes of Feminism,
Schild hace visible un supuesto no explícito en el relato de Fraser que
tiene que ver con la universalización de cierta historia del feminismo
norteamericano. ¿Es la historia del feminismo de la segunda ola
válida para el feminismo latinoamericano? Para Schild no lo es y en esto
tiene razón. Cuestionando la pretensión universalista de esta
historia, advierte que mientras las feministas norteamericanas
cuestionaban la distinción sexual del trabajo y la estructura de la
familia, en América Latina se vivía la represión de las dictaduras
militares. Solo será a fines de los años ochenta que la crítica
feminista de la región aportará argumentos que más tarde serán
resignificados por el capitalismo. En este sentido, Schild
indica que si bien para las feministas norteamericanas el argumento de
la división sexual del trabajo fue central, no lo es, sin embargo, para
el feminismo latinoamericano cuya principal demanda se articulaba en
torno a la “autonomía”. En este punto, cabe destacar que si bien Schild
cuestiona el marco universalista que describe a la narración histórica
del feminismo como una entidad unificada que se narra en “una” historia
(la norteamericana), no hace lo mismo con la tesis de Boltanski y
Chiapello, en lo relativo a la crítica, que sirve de base para la
distinción realizada por Fraser entre feminismos culturales y feminismo
sociales. Según esta distinción, de estos dos feminismos, únicamente los
feminismos culturales -supuestamente alejados de sus condiciones
materiales- serían lo suficientemente dóciles para ser transformados e
incorporados en la gramática neoliberal. ¿No es, precisamente,
esta distinción la que ha desplazado a los feminismos en América Latina
para poner en su lugar la siempre eficiente agenda de género? Dejo
pendiente, al menos por ahora, el cuestionamiento a esta distinción.
Es por esta razón que Verónica Schild indicará que será el propio
ideal de la “autonomía” demandado por los años setenta, el que será
asumido por las agendas feministas de los gobiernos latinoamericanos
durante los años noventa. Sin embargo, la autonomía será resignificada, ahora en el contexto neoliberal, como “empoderamiento”. El
caso ejemplar, para esta autora, es Chile. Sería en nuestro país donde
se ha institucionalizado un feminismo que ha transformando su discurso
emancipador en la simple administración de estadísticas para la
inclusión social.
Ante este diagnóstico habría que señalar lo siguiente: en primer
lugar, las políticas llevadas a cabo, primero, por los gobiernos de la
Concertación y, luego, por el de la Nueva Mayoría se han hecho en nombre
de “políticas de género”, lo que quiere decir: “política de mujeres”. ¿Son estás políticas feministas? No, no lo creo. Y si lo fueran, es necesaria la definición. En
este sentido, se podría decir que el feminismo institucional en Chile,
si es que hay algo de eso (algo de feminismo), es “liberal” y de marco
heteronormativo. Distinto a ello, me parece más pertinente
evidenciar la genealogía del feminismo liberal cuya matriz diferencial,
descrita en el par “mujeres-madres” -desarrollada a partir de mediados
del siglo diecinueve- terminará coincidiendo con los argumentos de las
éticas y políticas del cuidado de los años noventa del siglo veinte.
Esta coincidencia, más los insumos de las teorías del desarrollo humano,
terminarán por describir lo que hoy es reconocido como “políticas de
género”. Una agenda para la política de mujeres, sin duda, de corte neoliberal.
Pero ésta no es la única historia, ni la única política del feminismo.
La historia del feminismo, sin duda, no es universal, pero su nombre
tampoco lo es
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