La
publicación de un texto-ensayo periodístico de la autoría de Juan E
Pardiñas (Reforma, 27 de septiembre de 2015) titulado “E1 caballo de
Calígula”, tras su atenta lectura sobre el nombramiento de Arturo
Escobar –el de las mil y una transas para posicionar al Partido Verde
Ecologista de México (PVEM), que ni es verde ni es ecologista y, más que
de México, es de Enrique Peña y su Partido Revolucionario Institucional
cuando lo dirigía el “¡ave césar… Camacho!”–, me motivó ir a las
páginas de Seutonio: Vidas de los césares (obviamente no está entre
ellos Camacho Quiroz, uno más de los mexiquenses en la tablita floja en
el último tramo del peñismo al borde del despeñadero). Y es que el
analista Pardiñas, tras semejar el nombramiento como subsecretario de
ese Escobar en pago a sus servicios de cachavotos, concluye que Peña
“toca el arpa y observa el hermoso paisaje de pinos afuera [agrego yo:
desde el mirador de Los Pinos] de su ventana. Él cree que mira la
serenidad de un bosque dormido, pero detrás del follaje hay un volcán
despierto”. Al inicio de su artículo cita a Calígula, quien nombró a su
caballo senador y –agrega Seutonio– que también le regaló una mansión y
el consulado para burlarse del Senado… “¿por qué debería sorprender que
el presidente Peña Nieto designe a Arturo Escobar como subsecretario de
Gobernación?”.
Así
que entre las perversas enseñanzas de Calígula, emperador del año 12 al
41 dC, a Nerón, césar del 37 al 68 dC, debemos ubicar la semejanza del
peñismo, que insiste en continuar dando pasos al precipicio de la
renuncia, para la cual no sólo tiene enfrente Ayotzinapa, Tlatlaya, sino
la suma de sus errores políticos, desaciertos económicos y la creciente
amenaza de un estallido social por desempleo, pobreza… y el gobierno
fallido por los secuestros, los miles de homicidios y las desapariciones
forzadas. Es un desastre total el mal gobierno presidencial del imperio
sexenal, que zozobra con el peso de sus 11 fracasadas reformas de
ajuste estructural. Al haber impuesto contra viento y marea a Escobar,
un pillo de la politiquería electorera a sabiendas de lo que iba a
provocar en la opinión pública, Peña está tentando su caída con
insistencia consciente, ya que nada hace por cambiar el rumbo de la nave
estatal que va a la deriva y sin ancla, por el desprecio, entre
Calígula y Nerón, con el caballo subsecretario y el arpa entonando loas
al autoritarismo.
El caballo de Peña,
Arturo Escobar, es el colmo del abuso del poder. Ni con los dos
césares, tras la caída de la República, los emperadores llegaron a tales
excesos, como el que ahora presenta el peñismo. El periodista Juan E
Pardiñas concibió certera comparación entre Calígula-Nerón y Peña ante
el desastre nacional y provocaciones como la de nombrarlo segundo de a
bordo de Miguel Ángel Osorio Chong (que éste aceptó en el colmo del
servilismo, sin siquiera el derecho al pataleo tras bambalinas) en
Gobernación, en calidad de… ¡subsecretario de Prevención del Delito [y
Participación Ciudadana]!”. Un delincuente electoral, con hechos de por
medio que recorrieron todo el abanico de delitos como para haberle
cancelado el registro al PVEM.
Ha
llegado Peña al colmo del autoritarismo cesarista, para pagar facturas
con cargo a su destrozada credibilidad; y en gravísimo riesgo para la
sangrienta inseguridad que con ese nombramiento puede volverse la tierra
de nadie; y de Escobar: ¡sálvese el que pueda! ¿Por qué esa decisión,
cuando la crisis general del país demanda decisiones para virar la
dirección del Estado y cambiarle el rostro a los actos, negligencias y
omisiones del peñismo? El nombramiento de Escobar fue un desafío, un
reto al creciente descontento nacional. No es una manipulación
involuntaria inocente, sino colmada de “intrigas que encubren delitos de
Estado, crímenes de los poderosos y demás infamias… que difunden
falsedades para conseguir o conservar el poder” (ensayo de Claudio
Magris, “Información y mentira”, de su libro La historia no ha
terminado: ética, política, laicidad).
Estamos
en un quiebre del sexenio de Peña, donde Luis Videgaray, su Osorio
Chong, su Aurelio Nuño (digno sucesor de Chuayffet, no de Vasconcelos) y
todos sus corifeos le aconsejan que siga asomándose al despeñadero,
arrastrando al país al estallido del volcán social que no se ve desde
Los Pinos, con su atmósfera arreglada para que no se escuchen los gritos
de repudio al césar de Atlacomulco. Calderón entregó a Peña más de 100
mil homicidios. Ya Peña le agrega más de 50 mil (sin contar los demás
hechos que tienen a la nación al borde de su explosión por el fracaso de
las políticas públicas).
Y para
colmo, premia a Escobar. El ejemplo de la perversidad política, para que
sepamos los mexicanos “quién manda, eso es todo”, en palabras
despóticas de la reina, de Lewis Carroll, para éste que es el país de
las desgracias. Peña no parece darse cuenta que con los componentes de
la diluida separación de poderes ha conducido a la sociedad a un
desastre donde sólo prevalecen los problemas. No hay soluciones a las
injusticias y sobre éstas se cometen otras más; mientras señala el
“populismo” a su adversario López Obrador, estando él mismo inmerso en
otro populismo. Uno de derecha sustentado en la división “entre un
sector tradicional y el sector moderno” (Ludovico Incisa y Comité
editorial del Diccionario de política, dirigido por Norberto Bobbio y
Nicola Matteucci), que puede llevarnos a una salida neofascista, como
sucede en los populismos históricos. La división peñista que hizo desde
Chiapas, con sus dos zonas: la del Norte y la del Sur, peca de lo que ha
considerado como “amenaza para el mundo”, en su aparición en la
Organización de las Naciones Unidas. Y designar a Escobar es un
reconocimiento al populismo del PVEM, al estilo de Calígula nombrando a
su caballo senador.
*Periodista
Álvaro Cepeda Neri*
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]
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