1/02/2020

Libros (FCE) a la calle


Cuando uno se entera de que alguno de los proyectos personales que ha empezado en una servilleta –típico– y no ha podido ver realizados en la práctica está de alguna manera plasmado en una iniciativa oficial, se dice a sí mismo que no andaba tan extraviado.
Y eso me ha ocurrido con la noticia de que el Fondo de Cultura Económica (FCE) sacará sus libros para ofrecerlos al público lector mediante unas motolibrerías que recorrerán la Ciudad de México. Pienso cómo planea hacerle Paco Ignacio Taibo II (él, que desde la sociedad civil ha impulsado, al lado de Paloma, su esposa, múltiples vías para promover la lectura) con la finalidad de que las librerías móviles lleguen a todo el país, pues de eso se trataría, supongo.
El proyecto del FCE me vuelve a la servilleta y a los primeros pasos (frustrados). En mi caso le puse un título: Lo leído ya nadie te lo quita. Por antecedente tenía, claro, la empresa cultural de José Vasconcelos (que permitía-promovía, oh guardianas conciencias de la propiedad privada, el robo de libros) desde la SEP; una librería, La Lectura, tan fugaz como ambidextra –libros nuevos y leídos–, que iniciamos en la Oficina de Información y Difusión del Movimiento Obrero AC, allá cuando Paco Ignacio II andaba en el mismo tema; las ediciones populares de empresas privadas, partidarias y oficiales, extranjeras y nacionales (en un artículo como éste mencionar algunas no dejaría de ser injusto por la importancia que todas ellas tuvieron para varias generaciones de lectores); otra querida vivencia: la lectura en nuestras hemerotecas de antes –las peluquerías– convertidas ahora en frívolas estéticas; un sello editorial –Empresas Culturales–, casi clandestino, y una visita a principios de la década de los 80 a la Biblioteca Teófilo Borunda, de la ciudad de Chihuahua.
Como pocos lugares del mundo, en la Ciudad de México la venta de libros es proteica y promotora de la lectura a precios muy bajos: los vendedores ambulantes en el transporte colectivo, los que ponen aquí y allá, sobre el piso, sus tenderetes de libros, aquellos que tienen sus puestos en mercados al aire libre, en anticuarios, ferias alternativas –populares– del libro, los numerosos puestos de periódicos y revistas donde también se venden libros y otros lugares parecidos.
Lo leído empezó a adquirir forma en una conversación en 2004 con Natividad González Parás, por entonces gobernador de Nuevo León. Pronto estuvo el proyecto en la Secretaría de Educación y desde allí se lo vendió a Telmex. Ya listo el cheque para iniciar la operación se encontró que no había un mecanismo para que esa secretaría pudiese vender nada. Plop. Se acabó el proyecto.
Cuando llegué a la dirección de la Biblioteca Vasconcelos quise revivir Lo leídopara promoverla. El intento llegó hasta unos dummies diseñados en playeras por Carlos Méndez. Pero muy motivador fue lo que esta gran biblioteca encierra: sus acervos, diversas salas –la infantil, la llamada multimedia, la de música donde se prestan instrumentos musicales, un considerable espacio que alberga 400 computadoras, una bebeteca, la sala braille–, espacios donde se practica desde meditación hasta música popular, así como actos institucionales como cinedebate. Recordé entonces la Biblioteca Teófilo Borunda, de Chihuahua. Para su época era ya lo que debieran ser todas las bibliotecas: centros múltiples de información y cultura.
A estas alturas, tanto la librería como la biblioteca requieren ser replanteadas tanto en su concepción como en su operación. A la iniciativa del FCE espero que vengan otras complementarias. Y esto tiene que ver con la extensión.
Si se pensara en ese concepto, tal como se lo consideró durante el cardenismo con la presencia de los ingenieros extensionistas, que enseñaban a las comunidades rurales cómo resolver sus problemas por ellas mismas, ya se tendría un punto de avance. Es decir: extender las bibliotecas y las librerías territorial y estratégicamente para no dejar que la cultura viaje en el sidecar de la información epidérmica.
No permitir lo que en la misma China se ha dejado a la influencia del mercado capitalista (que sea éste el que en cada esquina, en cada supermercado o tienda de conveniencia discrimine lecturas, las banalice y supla la lectura por un divertimento cursi y de orden secundario).
La educación fuera del aula es cada vez más amplia. Y en este gran espacio, el capitalismo (sencillo o doble) ejerce su propensión natural: monopólica, por un lado, e ideológica, por otro (no hay alternativa posible a sus fuerzas, ni debe haberla).
Extenderse territorial y estratégicamente supone recuperar espacios y ganar otros para la lectura. La crítica futura puede empezar con un cuento de hadas. O con historias tan magistralmente contadas como en los relatos de la colección Vientos del Pueblo, que debieran estar en todos los lugares de concurrencia habitual y que, por desgracia, no están.
A la actual dirección del FCE le sobran recursos para hacer que ese extensionismo educativo y cultural se cumpla en todo el país. Esperemos que haga un uso intensivo de ellos.

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