Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)
El agravamiento de la crisis ya forma parte del paisaje cotidiano. Los informativos invariablemente incluyen el desmoronamiento de algún banco, el desplome de las Bolsas y anuncios de masivos despidos. La intensidad del temblor está a la vista, pero sus causas permanecen en la oscuridad. Las explicaciones neoliberales y keynesianas que ocupan la primera plana, no aportan respuestas significativas.DesenfrenoCuándo los bancos comenzaron a desmoronarse los neoliberales se quedaron afónicos y sólo atinaron exigir la protección del estado. Archivaron sus doctrinas de libre competencia y reclamaron el socorro del sistema financiero. Argumentaron que las entidades privadas bombean el dinero requerido por toda la sociedad y deben ser preservadas con los fondos públicos. (1)Pero si el corazón del capitalismo requiere ese sostén carecen de sentido todas las alabanzas al riesgo y a la competencia, como pilares de una nueva era de ese sistema. La consistencia de esos cimientos se verifica en los momentos críticos y en las áreas estratégicas. Es incongruente postular que las privatizaciones y las desregulaciones son sólo aptas para la prosperidad. Lo importante es registrar su viabilidad en los momentos revulsivos y es evidente que no lograron pasar la prueba.Los neoliberales desconocieron todas las advertencias del estallido. Ignoraron el descontrol del endeudamiento, los apalancamientos y los colapsos bancarios registrados en numerosos países. Cuando era evidente que estas eclosiones conducían a un vendaval en el centro del sistema reforzaron las supersticiones mercantiles. Asignaron un impacto pasajero a esas conmociones y atribuyeron su irrupción a las rémoras de una “cultura populista”. Esta ceguera expresó los intereses de una elite que ha rivalizado por acaparar los lucros del negocio financiero.Los neoliberales descubren ahora el costado adverso de esa exacerbada competencia y explican el desmoronamiento de las entidades por la codicia de los banqueros. Pero olvidan cuán absurdo es reclamar moderación en una actividad tan competitiva. La rivalidad que rige al capitalismo exige mayor fiereza en las finanzas. Todos los sermones en boga para restaurar la “ética de los negocios” omiten esa compulsión. (2)Los economistas ortodoxos han detectado repentinamente las adversas consecuencias de la predisposición al riesgo. Se olvidan de los elogios que propinaron a esa postura, en desmedro del conservadurismo empresario. En el auge enaltecieron las virtudes del aventurero y en la crisis resaltan las ventajas de la cautela. Pero siempre ignoran que los grandes estallidos financieros no obedecen a una u otra conducta individual.Lo que determina la marcha ascendente o descendente de la acumulación son las propias contradicciones del sistema y no las inclinaciones psicológicas de cada capitalista. Todos los protagonistas de este régimen están forzados a valorizar su inversión con medidas que afectan a sus competidores y no pueden impedir los desequilibrios sistémicos que genera esa actitud.
(Parte II)
Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)El agravamiento de la crisis ya forma parte del paisaje cotidiano. Los informativos invariablemente incluyen el desmoronamiento de algún banco, el desplome de las Bolsas y anuncios de masivos despidos. La intensidad del temblor está a la vista, pero sus causas permanecen en la oscuridad. Las explicaciones neoliberales y keynesianas que ocupan la primera plana, no aportan respuestas significativas.“Financiarización”La gravedad de la crisis ha recreado el interés por la interpretación marxista, que postula el carácter intrínseco de los desequilibrios capitalistas. Este enfoque rechaza las interpretaciones psicológicas o naturalistas y subraya la gravitación que tiene la rivalidad por el beneficio en el estallido de esas conmociones. Partiendo de este principio hemos resaltado dos causas específicas del temblor en curso (sobre-acumulación y sobreproducción) y un detonante (encarecimiento de las materias primas). (13)La crisis de sobre-acumulación se gestó junto a la enorme masa de liquidez agolpada en la esfera financiera. Estos fondos quedaron desconectados de la acumulación productiva y se transformaron en capitales ficticios carentes de contrapartida real. El rendimiento que devengó la actividad financiera potenció, a su vez, una atrofia que condujo al desmoronamiento de los bancos. (14)Este proceso de sobre-acumulación presenta tres singularidades. En primer lugar, incluye sofisticadas modalidades de securitización y apalancamiento. Al titularizar la colocación de bonos emitidos sobre otros bonos, los banqueros empapelaron el planeta con papeles vulnerables. Perpetraron esta transferencia del riesgo envolviendo los títulos más insolventes en paquetes fragmentados. Estados Unidos exportó por esta vía la mitad de sus títulos tóxicos, colocando especialmente CDS y CDO (seguros del sofisticado combo financiero). Las municipalidades, universidades o fondos de pensión que adquirieron estos documentos -atraídos por su alto rendimiento- deben responder ahora con sus propios activos por esas operaciones.La mundialización de los desequilibrios financieros constituye el segundo rasgo de la crisis de sobre-acumulación. Desde los años 80 los capitales excedentes se volcaron a innumerables mercados, provocando el colapso de las Sociedades de Ahorro y Préstamo de Estados Unidos, el sacudón del sistema monetario europeo y el temblor bancario japonés. Posteriormente precipitaron la tormenta del sudeste asiático (1994-95) y el terremoto global, que sucedió a la caída del fondo LTCM vinculado a inversiones en Rusia (1998). Ya aquí el descontrol sobre títulos derivados influyó sobre el alcance de dos estallidos, que presagiaron el desmoronamiento actual.
Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)El agravamiento de la crisis ya forma parte del paisaje cotidiano. Los informativos invariablemente incluyen el desmoronamiento de algún banco, el desplome de las Bolsas y anuncios de masivos despidos. La intensidad del temblor está a la vista, pero sus causas permanecen en la oscuridad. Las explicaciones neoliberales y keynesianas que ocupan la primera plana, no aportan respuestas significativas.“Financiarización”La gravedad de la crisis ha recreado el interés por la interpretación marxista, que postula el carácter intrínseco de los desequilibrios capitalistas. Este enfoque rechaza las interpretaciones psicológicas o naturalistas y subraya la gravitación que tiene la rivalidad por el beneficio en el estallido de esas conmociones. Partiendo de este principio hemos resaltado dos causas específicas del temblor en curso (sobre-acumulación y sobreproducción) y un detonante (encarecimiento de las materias primas). (13)La crisis de sobre-acumulación se gestó junto a la enorme masa de liquidez agolpada en la esfera financiera. Estos fondos quedaron desconectados de la acumulación productiva y se transformaron en capitales ficticios carentes de contrapartida real. El rendimiento que devengó la actividad financiera potenció, a su vez, una atrofia que condujo al desmoronamiento de los bancos. (14)Este proceso de sobre-acumulación presenta tres singularidades. En primer lugar, incluye sofisticadas modalidades de securitización y apalancamiento. Al titularizar la colocación de bonos emitidos sobre otros bonos, los banqueros empapelaron el planeta con papeles vulnerables. Perpetraron esta transferencia del riesgo envolviendo los títulos más insolventes en paquetes fragmentados. Estados Unidos exportó por esta vía la mitad de sus títulos tóxicos, colocando especialmente CDS y CDO (seguros del sofisticado combo financiero). Las municipalidades, universidades o fondos de pensión que adquirieron estos documentos -atraídos por su alto rendimiento- deben responder ahora con sus propios activos por esas operaciones.La mundialización de los desequilibrios financieros constituye el segundo rasgo de la crisis de sobre-acumulación. Desde los años 80 los capitales excedentes se volcaron a innumerables mercados, provocando el colapso de las Sociedades de Ahorro y Préstamo de Estados Unidos, el sacudón del sistema monetario europeo y el temblor bancario japonés. Posteriormente precipitaron la tormenta del sudeste asiático (1994-95) y el terremoto global, que sucedió a la caída del fondo LTCM vinculado a inversiones en Rusia (1998). Ya aquí el descontrol sobre títulos derivados influyó sobre el alcance de dos estallidos, que presagiaron el desmoronamiento actual.
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