Lydia Cacho
05 de enero de 2009
El 3 de enero llegué a un restaurante de la Condesa en el Distrito Federal, el menú ofrecía unos deliciosos camarones al limón y no pude resistir pedirlos. El capitán de meseros me dijo que no tenían camarón fresco, su proveedor de Campeche no estaba trabajando. En la mesa acabamos hablando del alza de 35% del diesel marino y del paro de los pescadores en todo México.
Los pescadores exigen al gobierno federal que subsidie el diesel, al estilo de los gobiernos paternalistas priístas, lo que significaría posponer la explosión de una bomba de tiempo. Lo que es preocupante es que este paro de pescadores no es un síntoma aislado, sino parte de un grave desplome de las economías locales de los países pobres y en vías de desarrollo, producto de una globalización salvaje que ha aplastado los valores humanistas y de desarrollo social.
El primero de enero Juan Ramón de la Fuente planteó en su columna de EL UNIVERSAL el regreso del concepto renovado de Estado-nación, como una salida a la crisis mundial. El argumento es que el planeta está devastado: el medio ambiente, la economía, las finanzas y la violencia del crimen organizado insertada en redes globales. Todo ello como resultado de los excesos de una globalización creada por los intereses de las corporaciones a quienes les da lo mismo que empobrezcan o mueran de hambre mil o 10 mil personas. Sabemos que los ejecutivos y los brokers de las transnacionales son más poderosos que los jefes de Estado. Padecemos de los estragos de un orden mundial regenteado por intereses comerciales ajenos a cualquier tipo de responsabilidad moral; estamos en un momento en que el cambio sí es posible, pero hay que mirar más allá del barco camaronero.
De la Fuente, como otros y otras intelectuales, nos recuerda la urgencia de regresar a un orden mundial en el cual participen personas y grupos que representen a toda la sociedad, y sobre todo que estén sujetos a responsabilidades sociales. No podemos pensar en el futuro sin repensar un nuevo concepto de Estado. Un Estado en que estemos los hombres y las mujeres, los pescadores y las campesinas, las obreras y los empresarios. La crisis mundial que estamos viviendo nos exige un impulso vital y la valentía para insistir en la construcción de otro mundo global posible. Este es el peor momento para someternos al pesimismo, el mejor para conspirar con el fin de construir un Estado-nación incluyente y humanista, que prevea la entrada de todas y todos los mexicanos a una realidad global.
Felipe Calderón tendría que decidir en qué modelo de globalización se quiere colocar. Puede dejar, como ha sucedido con la agricultura, que desaparezcan los pescadores mexicanos, triturados por las leyes del mercado global, o introducir mecanismos que permitan la sustentabilidad de estas comunidades haciéndolas competitivas para el futuro. No podemos mantenernos rehenes de una falsa disyuntiva que plantea que operen las leyes del mercado competitivo y salvaje que destruye a las comunidades locales, o que el Estado paternal sostenga artificialmente con nuestros impuestos a productores ineficientes y sin recursos tecnológicos. Hay otras salidas, y a la sociedad le toca exigirle a Calderón que reaccione adecuadamente. Lo que me queda claro es que el 2009 no es un año para cobardes ni para retrógradas, es el de la oportunidad para la conspiración global.
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