Alejandro Encinas Rodríguez
2012 no será el fin del mundo como lo quiso hacer creer la superflua cultura hollywoodense en una frívola interpretación comercial de la cosmogonía maya, pero sí será, como lo anuncia el advenimiento de Bolon Yokte (dios de la muerte), el fin de un periodo mítico o, para el caso que nos ocupa, el fin de un periodo de fracasos y desatinos, que en un corto tiempo hundió al país en la violencia y la zozobra.
Sin embargo, el advenimiento de una nueva era no implica necesariamente que los cambios que se avecinan representen avances y saldos positivos. Por el contrario, la incertidumbre que prevalece implica que el desenlace de este proceso no lo definirá un poder divino, sino la mundana acción de los hombres y mujeres que habitamos este territorio al emitir el voto.
Es mucho lo que está en juego este año, no sólo la definición del rumbo que adoptará nuestro país en la eventual alternancia en la Presidencia de la República y en distintos órdenes de gobierno, sino además la posibilidad de recuperar el rumbo de un país en el que han prevalecido la impunidad ante la corrupción, la indiferencia ante el desamparo y la incertidumbre ante la violencia.
Lo que está en litigio es la posibilidad de recuperar un gobierno que ha dado la espalda a la mayor parte de los mexicanos, lo que exige superar al menos dos retos: el primero es crear las condiciones de una competencia que garantice legalidad y equidad, así como el reconocimiento del derecho de la izquierda a asumir la presidencia que —a pesar de haberlo logrado a través de los cauces democráticos— le ha sido negado. Se trata de garantizar un entorno democrático, que permita el desarrollo de las campañas y la libre emisión del sufragio. Ello exige erradicar la presencia de poderes fácticos y mafiosos del proceso electoral, la tentación de emprender una nueva guerra sucia, la presencia desmedida del dinero, bien o mal habido; la intimidación de grupos criminales e incluso la pretensión de usar las instituciones judiciales para saldar asuntos que por su naturaleza deben dirimirse en urnas.
El segundo reto es dar por terminada, de una vez por todas, la fallida estrategia que ha dejado una secuela de más de 50 mil asesinatos en episodios de violencia vinculados con la delincuencia organizada, y que a la par viola derechos humanos, desacredita a las Fuerzas Armadas y criminaliza a jóvenes y luchadores sociales.
Calderón ha señalado que 90% de estas víctimas son miembros de cárteles asesinados por bandas rivales o en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Sin embargo, existen dudas fundadas sobre la fiabilidad de estos datos, ya que en muchos casos elementos de las fuerzas de seguridad han alterado la escena del crimen o no se ha realizado ninguna investigación.
Human Rights Watch obtuvo pruebas de 24 casos, donde miembros de las fuerzas de seguridad realizaron ejecuciones de civiles, muerte a causa de tortura o en retenes militares. La PGR ha reconocido que 337 civiles han muerto en el fuego cruzado, confundidos con maleantes o por no acatar retén u orden de “alto”. La cifra de ejecuciones reconocidas es mínima, lo que de acuerdo con Steven Dudley, codirector de In Sight Crimen Organizado en las Américas, refleja dos realidades: impunidad sistemática y criminalización a priori de las víctimas.
A ello se suma la violencia política, como los lamentables hechos de que fueron objeto normalistas de Ayotzinapa, así como la desaparición de los ecologistas Eva Alarcón y Marcial Bautista en Guerrero, que dan cuenta del abuso de la fuerza letal por parte de las autoridades encargadas de salvaguardar la seguridad.
Pese a las falsas profecías sobre el 2012, y pese a este escenario adverso, a la tentación de restaurar el viejo priísmo, así como a la obsesión de mantener los equívocos, nuestro país entra a una encrucijada donde la izquierda, con sus limitaciones y errores, arriba unida y con un candidato que renueva la esperanza de que un México con justicia y con valores es posible.
Diputado federal del PRD
José Antonio Crespo
Sicología del poder
Politólogos, analistas políticos y periodistas debiéramos estar más atentos a lo que la sicología política tiene que decir sobre el acontecer público, las decisiones que toman los políticos. La ciencia política y la economía están dominadas por enfoques que destacan el aspecto racional de tales decisiones, sin tomar en cuenta los elementos irracionales, producto de nuestras enfermedades, traumas y complejos sicológicos, y que suelen jugar una parte sustancial en conductas y decisiones públicas (no sólo privadas).
La sicología política podría muy bien ofrecer explicaciones alternativas a las decisiones que toman políticos, gobernantes y legisladores a partir de sus componentes irracionales, patológicos, incluso inconscientes. Pero resulta aventurado explicar conductas o decisiones de los actuales gobernantes a partir de sus patologías sicológicas; se requeriría de algún fundamento para ello, que difícilmente puede estar al alcance de cualquiera, por muy buen analista que sea. Si acaso, serían sus sicoterapeutas los más calificados para explicar tales o cuales conductas de sus pacientes, pero faltarían al principio profesional de confidencialidad. A veces escriben libros al respecto después de la gestión pública de sus pacientes, o cuando han muerto, pero no antes.
Lo que sí es posible hacer es reflexionar sobre los móviles generales de la gente, ciudadanos o políticos (pues los políticos son ciudadanos con poder formal o aspiraciones a conseguirlo) para buscar y ejercer poder, para explicar su uso y abuso. Dicen siquiatras, filósofos y politólogos que la búsqueda del poder, en primer lugar, no se limita a quienes lo ejercen desde el Estado o posiciones formales. Muchos otros gozan de poder informal, a veces mayor que el poder formal (los famosos poderes fácticos); prelados de diversos cultos, grandes empresarios, líderes sindicales o escritores prestigiados pueden llegar a tener una influencia enorme, frecuentemente capaz de imponerse sobre el poder formal. Pero existe también poder en las demás esferas de la sociedad, aunque sea pequeño y limitado. Burócratas, policías, maestros y padres de familia tienen cierto poder, que no siempre ejercen de manera desinteresada.
Se ha dicho que el poder corrompe, si bien algunos filósofos y sicólogos heterodoxos dicen que la corrupción (o su propensión) ya existe en quienes ocupan tales posiciones. Pero no es sino hasta entonces que pueden desplegar dicha corrupción y obtener privilegios (como enriquecerse ilícitamente, adquirir aires de superioridad, ser adulados por sus subordinados, cobrar notoriedad pública o humillar a rivales y enemigos). Tales deseos existen en casi todas las personas, al margen de su posición social o profesión. Responde, dicen, al vacío interior que prácticamente tenemos todos; el escaso control que ejercemos sobre nosotros mismos es compensado con poder sobre los demás. Y de ahí también la tendencia a abusar del poder, independientemente de su tamaño; poco poder también puede ser utilizado abusivamente. Un marido abusa de su mujer, golpeándola; un policía de crucero o un burócrata de barandilla abusan de su pequeña autoridad, extorsionando al ciudadano o humillándolo (lo que los hace sentir, así sea por un momento, superior, y amainar de esa forma la enorme sensación de inferioridad que la sociedad les ha generado). Un maestro o sacerdote puede abusar de sus alumnos y feligreses —y no me refiero sólo a la pederastia— inculcándoles falsos valores y principios no necesariamente sanos; los padres suelen abusar de sus hijos, totalmente indefensos, a partir de regaños injustos, golpes, amenazas, infundiéndoles temor y haciéndolos sentir inferiores. Todo ello quizá con la mejor de las intenciones, pero con probados efectos dañinos.
El poder genera una efímera sensación de superioridad. De ahí la imperiosa necesidad, a veces compulsión, de conseguirlo a cualquier nivel posible, en cualquier ocupación, en toda situación social. Se trata en realidad de una droga potente: distorsiona el sentido de realidad, provoca alteraciones de personalidad y produce adicción. El poder es, en efecto, una droga adictiva que no se combate por ningún medio. Lo más que puede hacerse (en bien de la sociedad) es limitarlo institucionalmente, y castigar sistemáticamente su abuso. Cosa que ni de lejos ocurre en este país.
cres5501@hotmail.com
Politólogos, analistas políticos y periodistas debiéramos estar más atentos a lo que la sicología política tiene que decir sobre el acontecer público, las decisiones que toman los políticos. La ciencia política y la economía están dominadas por enfoques que destacan el aspecto racional de tales decisiones, sin tomar en cuenta los elementos irracionales, producto de nuestras enfermedades, traumas y complejos sicológicos, y que suelen jugar una parte sustancial en conductas y decisiones públicas (no sólo privadas).
La sicología política podría muy bien ofrecer explicaciones alternativas a las decisiones que toman políticos, gobernantes y legisladores a partir de sus componentes irracionales, patológicos, incluso inconscientes. Pero resulta aventurado explicar conductas o decisiones de los actuales gobernantes a partir de sus patologías sicológicas; se requeriría de algún fundamento para ello, que difícilmente puede estar al alcance de cualquiera, por muy buen analista que sea. Si acaso, serían sus sicoterapeutas los más calificados para explicar tales o cuales conductas de sus pacientes, pero faltarían al principio profesional de confidencialidad. A veces escriben libros al respecto después de la gestión pública de sus pacientes, o cuando han muerto, pero no antes.
Lo que sí es posible hacer es reflexionar sobre los móviles generales de la gente, ciudadanos o políticos (pues los políticos son ciudadanos con poder formal o aspiraciones a conseguirlo) para buscar y ejercer poder, para explicar su uso y abuso. Dicen siquiatras, filósofos y politólogos que la búsqueda del poder, en primer lugar, no se limita a quienes lo ejercen desde el Estado o posiciones formales. Muchos otros gozan de poder informal, a veces mayor que el poder formal (los famosos poderes fácticos); prelados de diversos cultos, grandes empresarios, líderes sindicales o escritores prestigiados pueden llegar a tener una influencia enorme, frecuentemente capaz de imponerse sobre el poder formal. Pero existe también poder en las demás esferas de la sociedad, aunque sea pequeño y limitado. Burócratas, policías, maestros y padres de familia tienen cierto poder, que no siempre ejercen de manera desinteresada.
Se ha dicho que el poder corrompe, si bien algunos filósofos y sicólogos heterodoxos dicen que la corrupción (o su propensión) ya existe en quienes ocupan tales posiciones. Pero no es sino hasta entonces que pueden desplegar dicha corrupción y obtener privilegios (como enriquecerse ilícitamente, adquirir aires de superioridad, ser adulados por sus subordinados, cobrar notoriedad pública o humillar a rivales y enemigos). Tales deseos existen en casi todas las personas, al margen de su posición social o profesión. Responde, dicen, al vacío interior que prácticamente tenemos todos; el escaso control que ejercemos sobre nosotros mismos es compensado con poder sobre los demás. Y de ahí también la tendencia a abusar del poder, independientemente de su tamaño; poco poder también puede ser utilizado abusivamente. Un marido abusa de su mujer, golpeándola; un policía de crucero o un burócrata de barandilla abusan de su pequeña autoridad, extorsionando al ciudadano o humillándolo (lo que los hace sentir, así sea por un momento, superior, y amainar de esa forma la enorme sensación de inferioridad que la sociedad les ha generado). Un maestro o sacerdote puede abusar de sus alumnos y feligreses —y no me refiero sólo a la pederastia— inculcándoles falsos valores y principios no necesariamente sanos; los padres suelen abusar de sus hijos, totalmente indefensos, a partir de regaños injustos, golpes, amenazas, infundiéndoles temor y haciéndolos sentir inferiores. Todo ello quizá con la mejor de las intenciones, pero con probados efectos dañinos.
El poder genera una efímera sensación de superioridad. De ahí la imperiosa necesidad, a veces compulsión, de conseguirlo a cualquier nivel posible, en cualquier ocupación, en toda situación social. Se trata en realidad de una droga potente: distorsiona el sentido de realidad, provoca alteraciones de personalidad y produce adicción. El poder es, en efecto, una droga adictiva que no se combate por ningún medio. Lo más que puede hacerse (en bien de la sociedad) es limitarlo institucionalmente, y castigar sistemáticamente su abuso. Cosa que ni de lejos ocurre en este país.
cres5501@hotmail.com
Facebook: José Antonio Crespo Mendoza
Investigador del CIDE
Alberto Aziz Nassif
Empezamos
Independientemente de los eventos programados este año se abren interrogantes e incertidumbres que iremos despejando en el transcurso de los próximos 365 días. Empezamos.En este 2012 habrá múltiples cambios político-electorales y se producirá un debate de ideas y de proyectos; la economía internacional tendrá un comportamiento variado entre las regiones que crecerán y las que tendrán recesión. Terminamos el 2011 en medio de un clima de crisis económica en Europa, con un rescate del euro y con severos planes de ajuste. Las previsiones para este año apuntan hacia una recesión en el Viejo Continente (-0.2% en Europa occidental, según The Economist), con crecimiento moderado en Estados Unidos (1.4%), con crecimiento medio en América Latina (3.5%) y con la tasa más alta en Asia (6.5%). En México se ha bajado la expectativa de crecimiento hasta un 3%, mala noticia en un año electoral.
2012 será un año de definiciones electorales. En varios países los ciudadanos iremos a las urnas. En Estados Unidos se jugará la posible reelección de Obama, en donde a pesar de la falta de crecimiento económico la aprobación del presidente ha empezado a recuperarse y los republicanos no tienen hasta el momento un candidato competitivo. También en Francia habrá elecciones (primera vuelta el 22 de abril y segunda vuelta el 6 de mayo) y la batalla será entre la reelección de Sarkozy o un posible triunfo socialista de Hollande. En Venezuela habrá comicios el 7 de octubre, y el nombre del juego es otra reelección de Chávez o una alternancia; el proceso oscilará entre la salud del presidente y la posibilidad de construir una candidatura fuerte de oposición.
En otros países se definirá gobierno, quizá en Egipto haya elecciones presidenciales; también en Kenia, Taiwán y Rusia. En China el Congreso del Partido Comunista definirá el recambio de gobernantes. En todas las elecciones democráticas habrá definiciones ideológicas, debate entre proyectos que tensarán la cuerda entre izquierdas y derechas, liberales y conservadores, estatistas o neoliberales.
En México el 1 de julio se definirán la presidencia y el Congreso (500 diputados y 128 senadores), además habrá elección de seis gubernaturas (Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Tabasco y Yucatán) y Distrito Federal. También se disputarán 887 alcaldías y 580 diputaciones locales. Los comicios mexicanos serán, quizá, el evento más importante del año. Hay dos interrogantes que acompañarán el proceso: el tipo proyectos en disputa y el número de competidores con posibilidades de ganar. El primero tiene que ver con la definición de las ideas en juego, con los debates que se logren plasmar para darle contenido a una contienda con muchos distractores, que será muy mediática y que abundará en una millonaria cantidad de spots. Es factible que se vaya a dar de nuevo una polarización de proyectos, sin que necesariamente lleguemos al nivel de encono de 2006. Si se logran posicionar candidatos y opciones de proyecto de forma diferenciada —más allá de la guerra sucia que será el clima de la contienda— veremos una confrontación entre proyectos y, como hace seis años, habrá una coalición de tipo distributivo, que es la propuesta de la izquierda, frente a una coalición de continuidad con los últimos cuatro sexenios, que podemos llamar estabilizadora.
El segundo factor que se despejará en los próximos meses tiene que ver con el número de opciones que realmente estarán en la pelea. Los últimos datos del 2011 mostraban a un puntero y dos competidores por el segundo lugar. Bajo el supuesto de que el puntero baje por la competencia y por los errores que ya empezó a cometer, entonces habrá una pelea por el segundo lugar, con mucho voto útil, de nuevo una competencia entre dos con un lejano tercer lugar. Otra posibilidad es que el ajuste de preferencias perfile una competencia entre tres opciones cercanas, lo cual abrirá una disputa que no hemos visto en las últimas sucesiones presidenciales. Estas dos posibilidades se definirán en los próximos meses.
Más que hacer predicciones y caer en la tentación del profetismo sobre quién ganará, es más importante señalar algunas posibilidades que veremos: es factible que en próximas semanas se inicie un nuevo ciclo de competencia que empezará a acomodar las preferencias con las que cerramos 2011. Este reacomodo puede tener grados de ajuste, si se profundiza se pueden producir escenarios muy diferentes a los que tenemos hoy; si el reacomodo no se profundiza lo único que veremos serán pequeños movimientos dentro de la misma tendencia con la que cerramos el año pasado. Por lo pronto, empezamos…
@AzizNassifInvestigador del CIESAS
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