1/26/2020

Columnas y opinión del periódico La Jornada


Tiempos malos o crisis
¿Vivimos en crisis? Una crisis es la alteración en un sistema estable que puede terminar en la conjuración, en la reforma o en el cambio de sistema. En las últimas décadas, México ha vivido un estancamiento económico y la agravación de viejos problemas. Los jóvenes nacidos a finales del siglo pasado se dicen la generación de la crisis. Es fácil confundir a los malos tiempos con las crisis, no son lo mismo.
Si vemos en forma panorámica la historia contemporánea de México, inicia con la consolidación del sistema presidencialista en 1940 y llega hasta nuestros días. Daniel Cosío Villegas ya hablaba de la crisis de México en 1948. En ese momento no había signos claros de una grave alteración, pero él logra percibirla de manera perspicaz. La crisis se debía a que las vagas metas de la revolución se habían abandonado: no había democracia, persistía la desigualdad social y perdíamos soberanía frente a Estados Unidos.
Las metas de la revolución coincidían con la modernización de México, abandonarlas significaba diferir los cambios que nos podrían convertir en una potencia. Los gobiernos que se llamaron a sí mismos revolucionarios, abandonaron las metas y esto produjo una serie de crisis muy fuertes que pusieron en peligro la estabilidad del sistema. Los cuatro gobiernos, entre Manuel Ávila Camacho y Adolfo López Mateos, lograron mantener la estabilidad política y una economía próspera, pero desigual. Esta habilidad ya no fue suficiente cuando ocupó la presidencia el autoritario Gustavo Díaz Ordaz y entonces estalló la primera gran crisis en 1968.

El abogado evangelista sionista Jay Sekulow se dice enviado por Dios para defender a Trump
Cierto prototipo de presidentes y funcionarios de la proto-teocracia de EU usa a Dios para justificar sus invasiones, anexiones y extorsiones.
Ya Baby Bush –quien tuvo una vida disoluta antes de su salvación por el tele-evangelista Billy Graham (https://bit.ly/2U3dZIS)– justificó que Dios le ordenó invadir Afganistán e Irak (https://bit.ly/2RoFFGu).
El evangelista sionista Mike Pompeo, hoy secretario de Estado, proclamó como milagro de Dios la anexión del Golán por Netanyahu (https://bit.ly/2Go1uQs)”.
Mas allá de las nuevas guerras religiosas que libra hoy el evangelismo sionista contra la teocracia chiíta de Irán (https://bit.ly/2vfLWM2), en el equipo legal de defensa contra el impeachment de Trump aparecen Kenneth Starr, anterior fiscal para el fallido impeachment de Clinton –lo cual erizó los cabellos hasta de Mónica Lewinsky–, el polémico israelí-estadunidense Alan Dershowitz (https://lat.ms/2REpcNm) –vinculado a la red de pe­dofilia de Epstein, suicidado agente del Mossad (https://bit.ly/2NS8B7F)–, y, sobre todo, el multimillonario abogado evangelista sionista Jay Sekulow (JS), de 63 años: fundador de Judíos con Jesús, quien se define como un bonito niño judío convertido al cristianismo que reza por Cristo y quien asevera sin desparpajo que “fue llamado por Dios (¡ mega-súper-sic!) para defender a Trump”, según amplia reseña del portal judío Forward que lo define como “un campeón (sic) de la derecha cristiana en la Suprema Corte y en la radio (https://bit.ly/2GcV3zh)”.
JS, hermano del rabino Scott, no comparte la “noción, popular en algunos (sic) círculos de derecha, de que el impeachment es algún género de conspiración (sic) judía debido a que los principales demócratas de la Cámara de Representantes involucrados, que incluyen a Adam Schiff (AS) y a Jerry Nadler, son judíos (https://bit.ly/36qb5AA)”.

Niños soldados
Al involucrar a menores –muchos ni siquiera púberes– en actividades de prevención y combate al delito en sus comunidades, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias Pueblos Fundadores, cuya zona de influencia se ubica en La Montaña, la región más pobre de la entidad, viola no sólo los derechos de los pequeños, sino también directrices consensuadas por los organismos internacionales que velan por la integridad física, mental y emocional de ese sector de la población del mundo.
Tienen razón en ello el gobierno del estado y la Comisión de los Derechos Humanos estatal al reprochar a los dirigentes de esa organización la decisión de entrenar a niños y niñas en tan peligrosa tarea, de lo cual están dando cuenta hoy los medios de comunicación locales y naciona-les, como lo han hecho en ocasiones anteriores, pues no es la primera vez que un grupo de autodefensa presenta a menores como reclutas de sus filas armadas.
Sin embargo, también la organización comunitaria tiene una parte de razón, porque esos niños ya han sido involucrados –debido a la grave y reiterada omisión de las autoridades respecto de ejercer el monopolio legal de la fuerza de las armas para mantener el imperio de la ley– y han sido convertidos en víctimas por criminales, que ven en ellos objetivos válidos de ataques violentos y letales.
Sería ideal que los menores de edad quedaran al margen de todo conflicto, sobre todo de los armados. Pero la realidad siempre acaba por imponerse sobre las buenas intenciones, y en todo el mundo, no sólo en México, es deplorable verlos involucrados.

El renacer de Rijeka, una antigua urbe yugoslava que este año es Capital Europea de la Cultura
Muchos almacenes del puerto están vacíos, no hay vida en las fábricas, el astillero casi en bancarrota con su laberinto de muelles y grúas sólo se mantiene a flote gracias a las garantías del gobierno.
En las empinadas montañas los edificios socialistas se elevan majestuosamente sobre el mar. Así se ve a primera vista la ciudad portuaria croata de Rijeka, que este año será la Capital Europea de la Cultura, junto con la irlandesa Galway.
Nadie pensó que ganaríamos el título, dice abiertamente Ivan Sarar, director cultural de esta ciudad de 200 mil habitantes y jefe de la agencia de la Capital de la Cultura Rijeka 2020. Éramos absolutamente desconocidos, reconoce.
Pero Rijeka tiene algo que ofrecer: los magníficos edificios del casco antiguo tienen un estilo italiano y austrohúngaro. Un escenario joven de gente creativa y pioneros de empresas startup le dan un aura de apertura urbana con un aire despreocupado.

Callar
Una cosa más qué callar. El hecho rebasó a todos los anteriores. Fue demasiado y generó un silencio permanente, sin tregua. Entonces, sin haberlo planeado, empezaron a vivir la extraña situación del aislamiento compartido. La familia se hizo añicos, lo mismo que aquel vaso de vidrio azul –visto como reliquia– que rompiste, que rompió, que rompimos, pero nadie se atribuyó la falta. ¿Fue ante aquella diablura la primera vez que conjugaron el verbo callar?
Es probable que haya sido antes: la noche que se les ocurrió entrar en el último cuarto de la casa para comerse, a escondidas, los nomeolvides de betún que adornaban el pastel que iba a ofrecerse en la ya muy próxima boda. Cuando una de las tías descubrió la falta y llamó a los niños para interrogarlos, ninguno se mostró asustado ni dijo media palabra. Formaban un pequeño ejército que procedía bajo la misma consigna: callar.
Un silencio se sumó a otro y después a otro hasta que se convirtió en ese abismo que nadie fue capaz de saltar para ir al encuentro de los demás, también dispuestos a esconder lo que realmente había ocurrido con ese Niño. Su trágico final era el oscuro motivo del silencio que terminó por desmembrar a la familia, por fragmentarla de tal modo que ya nunca sería posible reconstruirla.

Recuerdos / Empresarios (CXXII)
Del toreo, al canto y al box...
Al regresar de una rumbosa fiesta en Caracas, conoció Conchita a Gene Tunney, quien, según lo dejó consignado, la dejó espantada al saberlo campeón mundial de boxeo de todos los pesos. Tenía la nariz y las orejas intactas y su cara no era de quien fuese capaz de romper una quijada. Se ven caras… y si no, que lo diga él, que nunca creyó que fuese torera.
“Y de toros, me pregunto yo, ¿qué pasó? Pues no lo sé. La plaza era bonita, parecía un teatro y alegre. Corté algunas orejas, mas algo aconteció que me dio la sensación de frío; no conseguí encontrarme en aquel ambiente. Siempre albergué la esperanza de regresar un día a Caracas y vencer la impresión que me llevé y que seguramente el público también sintió. Mas el destino no lo ha querido…”


Los comentarios hechos ayer por el presidente Andrés Manuel López Obrador en torno a la participación y el comportamiento de las empresas privadas en la construcción de obra pública, induce a reflexionar sobre un tema que en México (pero no sólo en México) ha sido motivo de muchas discusiones y no pocos escándalos: los a menudo irregulares manejos de esas empresas primero para que les sean adjudicadas las licitaciones correspondientes, y luego durante el desarrollo de los trabajos que se comprometieron a hacer.

Síndrome de Hibris
Alos dirigentes de Morena: yo, simpatizante del Movimiento de Reconstrucción Nacional, veo con tristeza y preocupación que algunos de ustedes padecen el síndrome de Hibris.

Debería ser evidente, pero no lo es. Sin un Estado capaz de articular la miríada de intereses que conforman la economía y, al mismo tiempo, promover, sostener y auspiciar, mediante la inversión y el gasto público, la inversión privada no hay posibilidad de cambio. Simplemente, nohay crecimiento económico, ni de la producción, ni del empleo. No puede haber desarrollo porque éste depende, en buena medida, del trabajo suficiente y bueno y de que el Estado produzca los bienes públicos indispensables para la vida de cualquier sociedad. Un Estado pobre no puede superar la pobreza de su gente. Sólo reproducirla.

Sin lugar a dudas, desde el punto de vista macroeconómico una de las variables de las que más se hace seguimiento es el denominado déficit fiscal, que en términos sencillos es la diferencia entre los ingresos que percibe un Estado menos sus gastos efectuados en una gestión.

Si 2020 empezó con el mandatario brasileño Jair Bolsonaro respaldando el asesinato del general iraní Quasem Soleimani por órdenes directas del presidente estadunidense, Donald Trump, lo que siguió confirma algo que desde que el ultraderechista asumió la presidencia se hizo inmutable: su personalidad, en la cual destaca un permanente desequilibrio con actitudes de sus ministros que impulsan una rutina de desastres y ridiculeces.

La decisión de no utilizar la técnica de la fracturación hidráulica ya ha sido tomada por el Presidente de la República. Se espera mayor información, por parte de la Secretaría de Energía para fundamentar la prohibición del fracking en México.

Recordemos. El Banco de México (BdeM) publica datos mensuales sobre la balanza de pagos. Entre ellos, el de remesas, componentes de la cuenta de ingresos primarios. Con las cuentas de bienes y servicios y la de ingresos secundarios, esa cuenta forma parte de la cuenta corriente de esa balanza. El Banco Mundial (BM)publica datos históricos y estimaciones prospectivas sobre los flujos de remesas, ingresos y egresos, en cerca de 220 países. Hay series históricas. Permiten ver tendencias.

El gran filósofo del siglo XVII, Baruch Spinoza, escribió que los dos sentimientos básicos del ser humano (afectos, en su terminología) son el miedo y la esperanza. Y sugirió que es necesario lograr un equilibrio entre ambos, ya que el miedo sin esperanza conduce al abandono y la esperanza sin miedo puede conducir a una autoconfianza destructiva. Esta idea puede extrapolarse a las sociedades contemporáneas, especialmente en una época en la cual con el ciberespacio, las comunicaciones digitales interpersonales instantáneas, la masificación del entretenimiento industrial y la personalización masiva del microtargeting comercial y político, los sentimientos colectivos son cada vez más parecidos a los sentimientos individuales, aunque siempre sean agregaciones selectivas. Es por ello que actualmente la identificación con lo que se oye o se lee resulta tan inmediata (eso es precisamente lo que pienso, aunque nunca antes se haya pensado sobre eso), al igual que la repulsión (tenía buenas razones para odiar eso, a pesar de que nunca se haya odiado eso). De este modo, los sentimientos colectivos se convierten fácilmente en una memoria inventada, en el futuro del pasado de los individuos. Por supuesto, esto sólo es posible porque, a falta de una alternativa, la degradación de las condiciones materiales de vida se vuelve vulnerable a una reconfortante ratificación del statu quo.

Los que no se cuecen al primer hervor recordarán esa pegajosa canción que enaltecía los gozos que ofrece el mar, la playa, el calorcito. Nos vino a la mente en reciente visita a Huatulco, subyugante lugar de antigua historia que tiene el encanto especial de nueve bahías, cada una con su particular encanto.

Foto
El mandil, 1988. Captada en San Simón de la Laguna, estado de México. Foto Mariana Yampolsky

Desde 1989, cuando vi por primera vez una exposición de Martín Ramírez, he estado esperando la publicación de una biografía crítica suya que lo registre como artista y como hombre de su tiempo de manera conocedora, afectiva y permanente. Es decir, desde hace un par de décadas he estado esperando la aparición de Martín Ramírez: arte, migración y locura, el libro de Víctor M. Espinosa que por fortuna hoy finalmente está en mis manos, una oración atendida, el mapa de una vida y de una obra que, por mil razones y por miles de sinrazones me ha estado atrayendo, tentando, no sé por qué, pero sí sé para qué, para acompañarme, para hacerme estremecer y sonreír; para ilustrarme y para orientarme como brújula en medio de la noche o del silencio o de este oscilante vaivén de luz y de sombra que es la existencia, o la existencia de quienes, como Martín Ramírez, pasan por locos porque no se expresan en otro lenguaje que el propio; es decir, el propio del artista, ser sin límites, ser libre frente a todo tipo de amenazas de detenerlo, de callarlo, de minimizarlo, de malinterpretarlo, de encasillarlo.

Sólo soy Judy Garland una hora cada noche; el resto del tiempo, sólo quiero lo que todo mundo quiere. Esta declaración –lacónica, exasperada– la profiere la célebre cantante, bailarina, actriz y memorable intérprete de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), ante el asedio inquisidor de un presentador de televisión. Y lo que la película Judy (2019), del británico Rupert Goold (True Story, 2015), refiere, a partir de la obra teatral End of the Rainbow, de Peter Quilter, es la amarga ironía y el catastrófico saldo físico y moral que significó para la estrella haberse visto obligada a ser, desde la infancia hasta el final de sus días, a los 47 años, el producto mercantil que Hollywood siempre quiso que fuera: la talentosa niña precoz sin una vida propia fuera del estudio de cine o la figura frágil pronto convertida en ídolo popular e icono gay, y objeto de tiránicas rutinas laborales sobrellevadas con el alcohol y las anfetaminas.

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