Un día en la vida inútil del joven alemán Niko Fischer. La apuesta del realizador y guionista Jan Ole Gerster en Oh, Boy!,
su primer largometraje de ficción, es arriesgada y atractiva. Su
minuciosa crónica de las 24 horas en las que el taciturno Niko (Tom
Schilling) asiste impotente a las contrariedades que le depara Berlín,
una ciudad tan imprevisible y complicada como las personas que le
rodean, es el pretexto para una serie de viñetas humorísticas un tanto
amargas sobre la vida diaria en la Alemania contemporánea.
Filmada en blanco y negro y con un continuo fondo musical de jazz suave, Oh, Boy!, 24 horas en Berlín
relata las desventuras del joven desempleado por decisión propia y
atenido a sus 30 años a la ayuda financiera de un padre burgués un
tanto distante. Las situaciones de comicidad absurda se suceden a lo
largo de las primeras horas del día: frustraciones continuas, en un
café al no poder pagar la cuenta, en un cajero automático que se traga
su tarjeta, al dar una limosna a la ligera y no poder recuperarla, al
toparse con un sicólogo malhumorado que lo declara inapto para
recuperar su licencia de manejo, y finalmente al no poder negociar una
multa absurda en el metro. Un día iniciado de tal manera no augura
evidentemente nada bueno, y en efecto las tribulaciones del joven le
darán muy pocos momentos de respiro durante el resto de la jornada.
El joven cineasta rinde un tributo a sus aficiones de cinéfilo,
desde el cine de la Nueva Ola francesa, aludido en la primera escena en
que Niko conversa con una amiga joven, hasta las películas de Jim
Jarmusch en esos episodios de bufonería agridulce que son las
secuencias del joven protagonista en un café o en un bar, o a lado de
su amigo Matze, un comediante incomprendido, o lidiando con un vecino
impertinente o con un director teatral esforzadamente vanguardista. En
esta sucesión de pequeñas calamidades que marcan la jornada de Niko no
hay el tono apocalíptico ni el ritmo vertiginoso de ese otro posible
modelo que sería Después de hora (After hours,
Scorsese, 1985), aunque sí algo similar en el diseño tragicómico de un
personaje juvenil atrapado en una ciudad crecientemente hostil. No es
un azar si en algún momento, y en un juego de trivia fílmica, el amigo
Matze cita frases de hartazgo urbano tomadas de la película Taxi driver (1976).
A diferencia de Scorsese, sin embargo, el retrato que hace Jan Ole
Gerster de Berlín es particularmente melancólico. Se trata de un Berlín
popular, alejado del glamur y la modernidad apabullante, situado un
poco más al oriente, con sus muros tapizados de grafiti y su
contracultura erizada y las huellas todavía recientes de un pasado
conflictivo.
Oh, Boy! no
se limita a construir una comedia juvenil de desventuras personales y
desencuentros afectivos. También revela algo novedoso en Alemania, la
capacidad de ese país y de su cine de lanzar una mirada irónica,
incluso mordaz, a su pasado histórico. Niko asiste a dos tonos muy
distintos en la manera de contemplar ese pasado. Primeramente la
filmación de una película con un protagonista nazi en situaciones
dramáticas de humor involuntario; luego, el diálogo con un anciano en
un bar, un hombre que aún recuerda los tiempos del silencio
obligadamente aquiescente, y los 60 años de exilio autoimpuesto, y el
regreso sin gloria a una patria casi ajena, totalmente desconocida.
En estos pequeños apuntes irónicos, el poder de observación del
joven realizador es sorprendente. Con agudeza semejante captura también
el tímido y tierno diálogo generacional entre Niko y la abuela de un
joven camarada. O en un extremo opuesto, la virulencia de un altercado
callejero en el que su antigua compañera de clases Julika (formidable
Friederike Kempter) somete verbalmente a un grupo de machistas rijosos.
Los episodios tienen entre sí la transición lírica de vistas urbanas a
cargo de un camarógrafo, Philipp Kirsamer, realmente inspirado. Una
larga tradición artística confunde las atmósferas melancólicas de
Berlín con los estados anímicos de algunos de sus habitantes, y esto
tiene aquí la virtud de hacer de una crónica intimista también una
suerte de radiografía de una ciudad en mutación continua. El resultado
es notable. Oh, Boy! ha recibido un fuerte reconocimiento
popular en Alemania. Huelga señalar que en nuestra cartelera comercial
tiene además la rara distinción de ser un trabajo sutil e inteligente.
Se exhibe en salas de Cinemex, Cinemark y Cinépolis.
Twitter: @CarlosBonfil1
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