Carlos Monsiváis
Notas de la semana
25 de enero de 2009
Notas de la semana
25 de enero de 2009
De los derechos humanos en 2009La llegada de Barack Obama a la Presidencia de Estados Unidos ha provocado la apoteosis de la esperanza, tanto más encendida cuanto que se le compara con el perfecto horror que fueron los años de George W. Bush. En su discurso, Obama fue enfático: “Somos los defensores de este legado (la democracia estadounidense); guiados por estos principios podemos encarar esas amenazas que requieren un mayor esfuerzo, más cooperación y entendimiento entre las naciones; comenzaremos de manera responsable dejando a Irak en manos de su pueblo y para consolidar la paz en Afganistán con viejos amigos y enemigos, trabajaremos incansablemente para reducir la amenaza nuclear y el fantasma de un planeta en calentamiento”. En primera y última instancia, Obama se refiere a los derechos humanos, tan violados en Guantánamo y Abu Ghraib, o muy recientemente en Gaza. Lo de Irak, además de los crímenes de guerra evidentes, ha sido una operación regida por los procesos deshumanizadores. Si se revisan las movilizaciones recientes de protesta y reivindicación en cada país y en escala internacional, se verá la presencia de ese concepto, esa práctica, ese dato ya imprescindible en la conciencia: los derechos humanos.
* * *
En unos cuantos años, se agrega a México el término derechos humanos (una interminable movilización, un patrimonio moral y político, un instrumento de uso jurídico y burocrático). Nada distinto a lo de casi todos los países, en muchos de los cuales resultan el dique básico contra la impunidad. En estas décadas, ningún otro asunto expresa con tal claridad el desarrollo de la conciencia social y de la ética colectiva y personal e, incluso, el desarrollo y las limitaciones de las fuerzas políticas, los movimientos sociales, las reclamaciones familiares y personales. Donde la barbarie lleva de nuevo al humanismo En 1945, el fin de la Segunda Guerra Mundial libera un caudal informativo sobre el nazifascismo. Las informaciones sobre los campos de concentración (Auschwitz, Treblinka) se vuelven certezas trágicas que se van ampliando. En momentos especiales no hay límites tanto en la transformación del ser humano en verdugo, como en el poder de resistencia de la víctima que lo transforma en símbolo moral. A la matanza de millones de personas por motivos de raza, filiación política, conducta “ilegítima” (orientación sexual) o fuerza de trabajo, se añaden las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki y las revelaciones sobre los inmensos daños de la contaminación radioactiva.
Para entonces resultan tan incontrovertibles como inaudibles los alegatos de los pacifistas luego de la Primera Guerra Mundial: las guerras son inútiles y abominables y siempre las aprovecha una minoría rapaz que detesta el pacifismo por ser tan poco rentable. La Segunda Guerra Mundial se explica y se legitima por la urgencia de contener al nazismo y al fascismo, pero la tecnología de guerra, la bomba atómica y el altísimo costo en vidas le ponen cerco al patriotismo, difundido como la voluntad de dar la vida por la patria tal y como la representa el grupo gobernante. Si la guerra contra el nazifascismo es justa, no consigue eliminar las dudas sobre la naturaleza inevitable de los esfuerzos bélicos. ¿Qué guerras son necesarias? Se requiere detener a Hitler y el Holocausto, se exige justicia para los millones de seres liquidados por el nazifascismo, ¿pero qué justicia hay para los destruidos en el holocausto atómico en Japón? ¿Y por qué durante largo tiempo nada se dice de las veintenas que a causa de su “anormalidad” son también exterminados en los campos de concentración: los comunistas, los gitanos, los homosexuales? Y se establecen dos vertientes de conflictos éticos y morales.
La primera surge de lo inconcebible de la Segunda Guerra, que obliga a numerosos intelectuales y literatos, en especial de origen judío, a reflexionar sobre la deshumanización: ¿dónde se origina la pérdida de la sensibilidad moral? ¿Se vive en las sociedades la muerte de Dios o la muerte del espíritu ético? ¿Cómo es posible que, por ejemplo, Mengele y Eichmann, buenos católicos, amorosos padres de familia, sean tan eficaces instrumentos de la barbarie? ¿Por qué motivos, en el centro de “la civilización occidental”, se aniquila a millones de personas? La segunda versión es la pacifista, a la que intenta manipular el aparato de propaganda soviética, y cuyo vigor genuino se desprende de las grandes interrogantes: ¿cómo es posible que mueran tantos a causa de guerras provocadas por la lucha por el poder y el control de los recursos naturales?
Francisco Valdés Ugalde
Fallas de Estado
25 de enero de 2009
Reconocer que México no es un Estado fallido no conlleva admitir que no existan graves fallas de Estado.
El gobierno de Felipe Calderón afirma como línea definitoria de su política exterior que el Estado mexicano no está al borde del colapso. Esta definición se produjo en ocasión de la reunión anual de embajadores y cónsules de México en el extranjero, y a raíz de la preocupación estadounidense de que Paquistán y México serían dos focos rojos por el grado de penetración del crimen organizado y la corrupción que padecen.
México no aparece en los índices de estados fallidos, aunque sí evidencia rasgos muy preocupantes por la condición que guardan la inseguridad, la corrupción, los derechos humanos y el sistema de justicia, entre otros.
Se trata de fallos del Estado que provienen de una compleja interrelación de factores, entre los cuales vale mencionar algunos de los más importantes.
En primer lugar, una herencia del sistema autoritario que no ha sido atajada por las fuerzas democráticas emergentes. Es del todo natural que a partir de la instauración de la pluralidad, los actores e instituciones acostumbrados a operar bajo una autoridad vertical y centralizada se descompongan en ausencia de esas condiciones para el ejercicio del poder, y ante la carencia de formas, conductas y reglas nuevas que erradiquen o, por lo menos, permitan el control creciente de esas lacras.
Lo que tienen en común los problemas mencionados es que la organización institucional del Estado para hacerles frente proviene de situaciones anteriores en las que el pluralismo político era inexistente. El funcionamiento de las procuradurías, la validación de los derechos humanos e individuales, la rendición de cuentas por parte de los funcionarios públicos y la impartición de justicia son cada uno ámbitos del sistema político que fueron organizados para funcionar bajo condiciones diferentes a las que hoy prevalecen.
En segundo lugar, la ausencia de compromiso claro y firme por parte de los principales partidos y actores políticos para atacar con suficiencia estos problemas refleja una doble realidad. De un lado, un acomodo a la conveniencia de las viejas prácticas, y de otro, la falta de interés para dar prioridad al diagnóstico esclarecedor, a la legislación pertinente y a la acción conducente a superar esas fallas.
La decisión del gobierno de combatir al narcotráfico en una magnitud nunca antes practicada somete a una prueba del ácido a las instituciones del Estado. Esta es una prueba de tensión extraordinaria que evidencia el grado en que son insuficientes. De esta tensión debería resultar un diagnóstico para reformar normas, prácticas y modalidades de organización de la vida pública que ya no sirven en los tiempos actuales. Lamentablemente, todas ellas convergen en los problemas de seguridad de la ciudadanía y del clima de desconfianza que se profundiza conforme se aclara que son inoperantes.
Es cierto que el Estado mexicano no es un Estado fallido, pero puede llegar a serlo si se profundiza el deterioro que deriva de la resistencia a su modernización para que se corresponda con la pluralidad democrática.
ugalde@servidor.unam.mx
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
Jean Meyer
Gasputin, el petrodictador
25 de enero de 2009
Hace tres años, cuando el entonces presidente Vladimir Putin cerró la llave del gasoducto que atraviesa Ucrania para abastecer a la Unión Europea, escribí: “La guerra del gas entre Rusia y Ucrania, aparentemente terminada, puso en evidencia la estrategia energética de Putin para devolver a Rusia su estatus de gran potencia. En 2010, Europa estará al borde de la crisis del gas: los yacimientos del mar del Norte que la alimentan se están acabando, y en Noruega y Gran Bretaña la producción disminuye; el aumento de las entregas rusas con la llegada del gasoducto de Europa del norte será la salvación”.
Lenin dijo alguna vez que los capitalistas le venderían hasta la soga para colgarlos; Europa tiene años con la soga al cuello y no ha hecho nada para escapar a una amenaza tan evidente que el comentarista se queda estupefacto. Así como la UE, con todo su peso económico, demográfico, cultural, no tiene ni diplomacia ni defensa común, tampoco tiene política energética.
En lugar de interconectar entre todos sus miembros la energía que produce e importa, la unión ha dejado que cada uno se rasque con sus uñas. Así, Alemania e Italia han negociado con su “gran amigo” Putin convenios de abastecimiento de gas por muchos años y están dispuestas a aumentar su dependencia, financiando Gazprom, el monopolio estatal ruso, para construir nuevos gasoductos, al norte, debajo del mar Báltico, y al sur, en el Mediterráneo, para que Rusia no tenga más que transitar por Ucrania.
El ex canciller alemán, Gerardo Schroeder, compadre (de verdad) de Vladimir Vladimirovich, es director de la compañía ruso-alemana encargada del ducto báltico que debería servir a los clientes del norte europeo, mientras que Silvio Berlusconi, gran “cuate” de Putin, apoya la construcción del ducto que atravesará Grecia para desembocar en Italia del sur.
No es casual que los dirigentes rusos que han tomado la responsabilidad de cerrar totalmente la llave del gas pidan ahora a los europeos apoyar y acelerar la construcción de los dos gasoductos: sería aumentar, si es posible, la dependencia energética de Europa, y dejar que Rusia dictara las prioridades europeas.
La guerra de Georgia en agosto de 2008, esperada por algunos expertos cuando Kosovo proclamó su independencia, debió despertar a los europeos de su siesta prolongada y recordarles que en enero de 2006, brevemente, es cierto, Putin los había tomado como rehenes en su pleito con Ucrania. Debieron entender en ese momento que Rusia es algo más que un socio difícil pero tratable: una amenaza para su seguridad material. El momento no pudo haber sido mejor escogido, cuando una ola de frío excepcional cubrió a todo el continente, cuando las industrias están duramente golpeadas por la crisis económica, cuando Ucrania, cuyo presidente Putin detesta, está al borde de la quiebra y sumida en una crisis política que Moscú atiza. No hay que olvidar que entre el presidente ucraniano Yushchenko y el presidente, luego primer ministro Putin la guerra es permanente desde que la “revolución naranja” derrotó en el invierno de 2004-2005 al candidato del Kremlin. De vez en cuando, según el momento, Putin apoya la primera ministra Yulia Timoshenko (que hace unos años quería encarcelar), porque es enemiga mortal de Yushchenko. Como Yushchenko apoyó a Georgia en agosto de 2008, la reciente guerra del gas II tuvo, entre otras metas, la de preparar las elecciones presidenciales de 2009 en Ucrania, para lograr, por fin, un gobierno en la órbita de Moscú.
Los optimistas dicen que un gasoducto, un oleoducto tiene dos extremidades, y que si bien los clientes dependen del vendedor, la reciprocidad no es menos cierta; que Gazprom, es decir, Rusia, ha perdido mucho dinero durante el periodo de cierre de la llave; que no es tan fuerte como parece y que tiene grandes dificultades para cubrir sus compromisos con una producción insuficiente: los ucranianos dicen que la llave fue cerrada para echarles la culpa a ellos de las deficiencias de Gazprom. Lo cierto es que los hidrocarburos rusos representan la cuarta parte del PIB y que Rusia es el primer productor y exportador mundial de un gas que forma la cuarta parte de sus entradas fiscales. Gazprom es el brazo económico del gobierno y una palanca estratégica de primera clase.
¿Sabrá Europa renunciar al espejismo de que ese mal rato no volverá a ocurrir? Ciertamente, la URSS no usó nunca, ni en los peores momentos, el arma del gas, pero Putin no es Brezhnev, mucho menos un octogenario soviético.
jean.meyer@cide.edu.
Profesor investigador del CIDE
El Despertar
José Agustín Ortiz Pinchetti
José Agustín Ortiz Pinchetti
■ ¿Y el racismo en México?
El lunes pasado leí un estupendo artículo de Jacobo Zabludovsky sobre el racismo en Estados Unidos y su evolución. Los estadunidenses han reconocido su racismo y lo han removido un tanto. Nosotros nos hacemos ilusiones de que somos igualitarios. Revisemos los hechos.
En México, el grupo predominante es de los criollos. Representan con dificultad 10 por ciento de la población. Son de origen europeo, están orgullosos de su raza blanca y se casan entre sí para perpetuar su casta. Dominan al Estado, son los principales cuadros de la clase política y dirigen los grandes monopolios privados. Todo el sistema funciona para su beneficio. Están inmersos en las ideas, modas y manías occidentales. Aunque tienen una relación intensa, conflictiva y a veces entrañable con su país. Si uno quiere saber cómo se sueñan a sí mismos los criollos y cómo su imagen es impuesta a los demás, hay que ver los “comerciales” de la televisión.
El sector intermedio de los mestizos, mestiblancos y mestindios, mestinegros son la abrumadora mayoría, 80 por ciento; tienen un gran impulso a la modernidad. Pero los detiene un “techo de cristal”, las políticas públicas los excluyen en forma involuntaria o inconsciente. Los criollos se refieren a ellos con desprecio y con un temor latente. Los llaman “nacos” y les atribuyen incapacidad para los buenos modales y la modernidad. En realidad los criollos son muchísimo más arcaicos. En el último estrato están los indígenas (10 por ciento), cuya situación desesperada no ha variado en los últimos 100 años. Los inútiles proyectos para salvarlos forman una montaña.
Yo soy criollo y me siento orgulloso, porque la criollada ha hecho grandes aportaciones a México. Pero un poco de autocrítica nos permite darnos cuenta de lo que es obvio para los extranjeros: que nuestra sociedad está dividida en estamentos raciales y culturales y que mientras no cambiemos estas formas de exclusión no vamos a progresar.
Como diría Obama, “una nación no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los prósperos”.
El mito criollo de la igualdad y la fraternidad raciales sólo beneficia a la dominación.
Alfredo Jalife-Rahme
Las reservas de los hidrocarburos en el Golfo de México constituyen la mayor parte de los activos de Pemex y, dependiendo de quien las estime o mida, oscilan desde el doble hasta 10 veces las de tierra firme.
Los gobiernos panistas de Fox y Calderón se han consagrado deliberadamente a engañar sobre las cantidades reales de las reservas en tierra firme. Fox se dedicó en su aciago sexenio a jugar con el acordeón de las cifras en tierra, que un día eran de 18 mil millones de barriles y otro eran reducidas a 10 mil millones, dependiendo de los intereses coyunturales.
No hay problema: nos podemos quedar con ambas cifras en tierra firme, justamente para contrastarlas con las reservas más pletóricas en las profundidades del Golfo de México, que para el gobierno calderonista oscilan con abultada imprecisión desde 40 mil millones de barriles (según Jesús Reyes Heroles junior), pasando por los 60 mil millones de barriles de Calderón, hasta los exuberantes 100 mil millones de la Secretaría de Energía (en la etapa de Georgina Kessel).
Si nos enfocamos sólo en las cifras de dos gobiernos panistas consecutivos, en uno de los cuales el mismo Calderón fue titular de Energía durante ocho meses (es decir, que carga con la responsabilidad de los mendaces números foxianos en año clave de 2004), las reservas en las aguas profundas del Golfo de México serían, en un caso máximo, 10 veces mayores a las reservas en tierra firme, y dos veces mayores, en un caso mínimo.
El foco de atención de las trasnacionales anglosajonas, así como su ventaja competitiva debido a su control tecnológico (es decir, donde obtendrían suculentas ganancias con poca transparencia y vigilancia), es el “tesoro” de los hidrocarburos en el Golfo de México, como se desprende de un “estudio” de Stratfor (“Producción en declive de Pemex”, 20/1/09).
Pone en relieve la caída de la producción en 9 por ciento en 2008 que se debe primordialmente al abrupto declive del yacimiento Cantarell (el tercero del mundo), en la zona campechana, que provee la tercera parte del total.
A su juicio, el declive es “irreversible” en el “corto tiempo” debido a la “capacidad limitada (sic) para conducir perforaciones en las aguas profundas, el clima de inversiones inestable y una industria energética sujeta a pesadas (sic) restricciones legales”.
Luego realiza cuentas alegres y cita la “pérdida” de 20 mil millones de dólares en 2008 por la declinación en la producción. Más que perder, sería más juicioso indicar que Pemex dejó de ganar tal cantidad, que no es lo mismo.
Por cierto, hoy la producción total de Pemex se encuentra en 2.8 millones de barriles al día, es decir, un millón de barriles al día menor que en 2004 (año clave).
Queda por explicar por qué Pemex en 2004, es decir, en plena etapa foxiana (justamente con Calderón como su titular de Energía), aumentó en forma irresponsable la producción a 3.8 millones de barriles al día mediante la inyección de nitrógeno cuando los precios se hallaban sumamente bajos. Por cierto, la inyección de nitrógeno ha sido una práctica demencial y muy costosa.
Stratfor critica que Pemex “nunca desarrolló una capacidad de perforación en aguas profundas que le permitieran explotar nuevos yacimientos más allá en las profundidades marítimas (donde se encuentra la mitad de las reservas de crudo de México)”. ¡Hallazgo mayúsculo! : mínimamente, la mitad de las reservas de Pemex se encuentran en el Golfo de México.
Repite las mismas críticas de la prensa anglosajona: “Pemex carece sencillamente del dinero (sic) o de la capacidad (sic) técnica doméstica para explotar los yacimientos profundos en el Golfo de México”.
“Dinero” es lo que sobra a Pemex y la tan cantada “capacidad técnica” (por donde se han agarrado las trasnacionales con sus “rendijas legales”), no es nada del otro mundo y se aprende entre dos o tres años como máximo.
Como buen abogado de los intereses petroleros unilaterales estadunidenses, Stratfor fustiga la “prohibición de la Constitución para formar asociaciones con las empresas trasnacionales que les permitiría poseer (sic) parte (sic) de la producción petrolera”.
Esta es una verdadera falacia, pues las cuentas alegres de las trasnacionales pueden ser abultadas en la cuenta final cuando aparezca que se gana más perforando, extrayendo y distribuyendo en el Golfo de México, que siendo dueños de los hidrocarburos: éste es justamente el gran negocio de la perforación en las aguas profundas donde el “factor tecnológico” confiere un valor agregado muy superior a la materia prima subvaluada. Si no fuera negocio, ¿para qué se quedan en México a perforar?
Stratfor se estancó en el pasado de la década de los 70 y miente cuando afirma que la tónica mundial siguen siendo tanto los “acuerdos de participación en la producción” como las “asociaciones estratégicas” que son “métodos comunes de atraer inversiones foráneas”.
Acepta que el “gobierno mexicano aprobó un paquete de reforma energética” el pasado octubre que “restructurará a Pemex para aumentar su eficiencia y permitir alquilar (¡supersic!) a las petroleras internacionales con el fin de aumentar el acceso (sic) del país al conocimiento tecnológico (¡supersic!). ¡Este peine está muy visto!
Insiste en la “dificultad de Pemex para conseguir el financiamiento (sic) que necesita con el fin de alquilar (sic) el conocimiento foráneo (sic)” y oculta que el verdadero problema de Pemex no son sus ingresos, sino el manejo fiscal al que le obliga la Secretaría de Hacienda que, sin contar la desnacionalización bancaria, en vez de estimular la producción se ha dedicado a especular con los “derivados financieros” (ver Bajo la Lupa, 23/11/08).
Para paliar el declive de Cantarell a la mitad de su producción en los “próximos años”, Stratfor desestima su compensación mediante la apertura de yacimientos en tierra firme (Veracruz y Puebla) que serán efectivos hasta 2021. Vuelve a la carga sobre el verdadero tesoro: la “prometedora (¡supersic!) exploración en las aguas profundas”, con “reservas de 24 mil millones de barriles”, cuyo único problema es la carencia de “capacidad tecnológica” de Pemex. ¡Este disco está muy rayado!
Asevera que las dos plataformas de Pemex en aguas profundas, más tres que llegarán el año entrante, “producirán menos de 100 mil barriles al día hasta 2015”.
Como se nota, Stratfor cierra todos los caminos a la producción doméstica de Pemex, cuya “salvación” pasa inevitablemente por la “ayuda tecnológica” de las trasnacionales anglosajonas. ¡Cómo no!
Guillermo Almeyra
Obama, o al rengo se le ve cuando camina
Obama, o al rengo se le ve cuando camina
Es peligroso confundir a Barack H. Obama, el personaje político del establishment estadunidense, con el movimiento social de protesta aún informe y desorganizado que se opuso a Bush e impuso al desconocido Obama, primero como candidato presidencial –venciendo a los elefantes blancos conocidos y conservadores del Partido Demócrata que apoyaban a Hillary Clinton bajo la dirección del marido de ésta–, y después como encargado de barrer al desprestigiado y odiado Bush.
El primero es un político segundón, sin experiencia ni mucha claridad (votó contra la guerra en Irak diciendo “no me opongo a la guerra, sino a guerras estúpidas”) y despierta si no las esperanzas, al menos las expectativas de los grandes capitalistas. Éstos, en efecto, desean que siga alimentando con fondos de los contribuyentes las arcas de los grandes bancos y de las grandes empresas que ellos mismos vaciaron por “codicia e irresponsabilidad”, como dijo Obama, pero sobre todo porque en eso consiste el capitalismo, que no es otra cosa que la búsqueda desesperada de la ganancia a cualquier precio, explotando, colonizando, matando, sin ética ni norma moral alguna. Hay que decir a este respecto que el gran capital no está muy contento con Obama a pesar de su evidente continuismo con las políticas esenciales de Bush y de su carácter conservador y, en el día de la asunción del mando y tras su discurso, votó a su manera haciendo caer todas las bolsas del mundo…
El segundo (el hombre que la ola de protesta llevó a la Casa Blanca esperando que haga un cambio, que dé trabajo digno y bien pagado, evite que le roben sus casas a la gente, les dé planes de asistencia médica, escuelas decentes, paz y libertades pisoteadas por Bush) siente en su nuca el aliento de millones de negros, latinoamericanos, asiáticos, discriminados (recordó, en efecto, que su padre “no hubiera podido entrar en un restorán” hace 40 años). Si 2 millones de personas, con varios grados bajo cero, sin centro ni organización colectiva, unidos por el mismo sentimiento, llenaron las calles de Washington para apoyar a Obama en su asunción del gobierno, es porque quieren empezar a tener poder y dejar de ser nadie, y para eso se agarran de Obama y le exigirán medidas sociales.
La degradación política y social en Estados Unidos es vieja, pero el Día sin inmigrantes (un paro nacional sui generis) dio conciencia a los trabajadores pobres y a los oprimidos de que podían contar, y la candidatura de Obama les dio posteriormente un centro político y una esperanza, deformados, pero de gran importancia. Porque no se puede separar el triunfo de los obreros que ocuparon e hicieron funcionar una fábrica de puertas y ventanas de ambos procesos: el de la acción en autogestión de los inmigrantes y el electoral, que dio el impulso inicial a una politización y organización de millones de estadunidenses trabajadores, con una plataforma de reformas democráticas y económicas que el capitalismo no puede conceder, particularmente en esta época de crisis. Aparece así, potencialmente, un proceso político de masas que va mucho más allá de Obama, su canal transitorio.
Si en los años 30 un proceso similar fue canalizado por los sindicatos y después absorbido por Franklin D. Roosevelt (al cual Obama no nombra, y no por casualidad), eso fue gracias a la preparación de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué base hay hoy, en cambio, para un keynesianismo masivo y para la domesticación por el Estado de los trabajadores estadunidenses? ¿Dirige Obama un cambio?
A riesgo de desilusionar a muchos “progresistas”, gobernantes o no, Obama no ha hablado, entre sus prioridades, ni de planes masivos para dar trabajo ni de los emigrantes. Cuando mucho, tiene un plan que, si tiene éxito, podría crear en dos años 3 millones de empleos, o sea, apenas la cantidad que se perdieron en los últimos seis meses. Por otra parte, ni ha mencionado el genocidio en Gaza.
Además, si piensa reforzar las tropas en Afganistán, aunque reduzca gradualmente las que están en Irak, y si va a salvar a los bancos y las grandes empresas, ¿podrá dar seguro social a 70 por ciento de personas que no lo tienen?, ¿y podrá devolverles sus casas y el nivel de vida y los empleos que perderán en este año cuando sostiene que la crisis se debe sólo a algunos “irresponsables y codiciosos” y no a la estructura misma del sistema? ¿Cuál cambio prepara con respecto de la paz si tiene como jefe de gabinete al doble ciudadano estadunidense e israelí Rahm Emanuel Israel, que fue soldado en el ejército judío? ¿O cuando mantiene como ministro de Defensa a Robert Gates, elegido por Bush, y manda a Afganistán al general Petraeus, dictador en Irak, también del equipo de Bush? ¿El clan Bill e Hillary Clinton, que controla la política exterior, asegura acaso un cambio cuando la primera es ardientemente filoisraelí y el segundo pidió en el Senado medidas firmes de Obama contra “la amenaza” de Venezuela y Cuba? ¿El propio Obama no declara acaso que Hugo Chávez “exporta actividades terroristas y apoya a las FARC”, intoxicando a la opinión pública con mentiras insostenibles como hizo Bush respecto de Irak? ¿Qué puede esperar América Latina si uno de los principales asesores de Obama para la región es Greg Craig, abogado del ladrón y asesino Gonzalo Sánchez de Lozada, ex presidente de Bolivia refugiado en Estados Unidos, que sigue negando su extradición? En lo económico, ¿qué cambio puede producir cuando el jefe de sus asesores es Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de Clinton, responsable de la más amplia y masiva desregulación bancaria?
Es seguro que Obama no es igual a Bush. También que se verá obligado a hacer concesiones a quienes reclaman cambios urgentes y profundos. Pero éstas serán simbólicas, superficiales. Porque Obama, aunque mulato, es un hombre del sistema, educado en Harvard. Sin duda es histórico que en un país donde el Capitolio fue construido por esclavos y en el que en los años 60 un negro no podía entrar en un restorán ni utilizar el mismo baño que un blanco, un mulato sea presidente. Pero, como dicen los haitianos, “un mulato pobre es negro y un negro rico es mulato”. No estamos sólo ante un problema racial, sino ante la más profunda crisis del capitalismo y muy posiblemente el comienzo de un vasto conflicto entre las clases.
Arnaldo Córdova
El movimiento cívico: perspectivas y desafíos
El movimiento cívico: perspectivas y desafíos
La gran asamblea popular que hoy se realiza en el Zócalo de la capital es, desde muchos puntos de vista, emblemática. Es, para empezar, la ocasión para hacer un recuento de los logros y peripecias de este gran movimiento cívico que ha promovido y encabezado Andrés Manuel López Obrador; también lo es para trazar en una forma definitiva el curso de acción en los aciagos tiempos que esperan a nuestra nación. Vale la pena meditar, aunque sea brevemente, acerca de la naturaleza de esta movilización ciudadana que se ha vuelto permanente.
Los políticos panistas están convencidos (y lo dicen abiertamente) de que el gran demiurgo, el creador de este movimiento no fue López Obrador, sino Vicente Fox, con todas sus burradas en la bitácora. Lo hizo con la estupidez, así la llaman, de promover el desafuero del Peje cuando era jefe de Gobierno del DF. Olvidan que el tabasqueño sólo hizo lo único que le quedaba: recurrir al pueblo para que se diera cuenta de la enorme injusticia de que se le hacía víctima y convocarlo para ser informado por él mismo de lo que encerraba aquella monstruosa trama. Lo que sí es cierto es que de ahí viene este movimiento que ahora nadie puede contrarrestar.
Como ha dicho en numerosas ocasiones Rafael Segovia, no hay, hoy por hoy, nadie ni ninguna fuerza que llene las plazas de México como lo hace este movimiento, ni el mismo Presidente de la República, ya no digamos los partidos políticos, incluidos los que tienen tradición de lucha de masas. ¿De dónde sale toda esa gente?, se preguntan todos. Un día, en la última concentración que se llevó a cabo frente al Palacio de Bellas Artes, José Agustín Ortiz Pinchetti y yo lo comentamos. Concluimos que, por lo que podíamos ver, todos los asistentes o una inmensa mayoría de ellos eran de clase media. Los campesinos y los obreros, pensamos, sólo muy de vez en cuando pueden participar en semejantes movilizaciones, porque están copados en organizaciones corporativas.
Basta la sola convocatoria de López Obrador para que el centro de la capital se colme de ciudadanos deseosos de participar en la política nacional. Es lo que podríamos llamar, parafraseando el título en español que se dio a una hermosa obra de Benedetto Croce, la hazaña de la libertad participativa de nuestra ciudadanía. Eso ha desatado bocanadas de maledicencias e insultos: son puros “acarreados”, son “adoradores” de López Obrador, son simples “autómatas” y todo lo que la más sucia imaginación puede dar. Por supuesto, se ignora que esos ciudadanos, venidos de todas partes del país, vienen porque quieren y porque tienen la iniciativa de organizarse por sí mismos para participar en la política real que les queda, la de la calle, y con sus propios medios.
Ahora a todo mundo le resulta claro que este es un auténtico movimiento cívico, forjado por fuera de los conductos tradicionales de los partidos políticos y de las clientelas corporativas. Eso incluye al PRD, partido al que pertenece López Obrador y, como lo he sostenido, muchísimos perredistas, muchos de los cuales se han quedado dentro de ese partido para rescatarlo de sus burocracias y liderazgos clientelares. ¿Adónde va, entonces, ese “engendro”, como lo llaman los priístas? Las cosas deben aclararse.
Ante todo, este movimiento no es apéndice de ningún partido, ni siquiera del PRD y eso ha podido verse últimamente. Que algunos digan que el “lopezobradorismo” está representado por el “encinismo” no es más que una ocurrencia. Ese movimiento está ligado a la política nacional, por tanto, al Estado, por tanto, al gobierno, por tanto, a los partidos, por tanto, al PRD, por tanto, al destino que se dibuja en el presente para este país. Ese movimiento no está en las nubes, sino sólidamente anclado en la realidad y, por eso mismo, la realidad lo condiciona de mil maneras.
El golpe interno del chuchismo en el PRD, no se puede negar, generó mucha confusión en las filas del movimiento. Hubo deserciones y conclusiones descabelladas. “¿Para qué necesitamos ese partido si tenemos nuestro movimiento?”, oí decir muchas veces. El problema es que este movimiento no puede marchar al margen de la política ni de los partidos de los que, en más de un sentido, nació. Para seguir siendo un movimiento con responsabilidad política nacional debe incidir en la política. De otra manera acabará en lo que en la jerga política latinoamericana se llamó movimientismo, el movimiento por el movimiento mismo, sin alternativas políticas, sin programa movilizador y convocatorio, sin convicciones convincentes para la sociedad, sin armas.
No dudo de que muchos deseen eso, dentro y fuera del movimiento. Endiosarse con la propia fuerza y engolosinarse con las apariencias (contemplar cientos de miles de seres humanos reunidos, por ejemplo) son una fuerza poderosa que puede enceguecer a los más templados y, éstos, como es bien sabido, son escasos. Aterrorizarse de semejante fuerza reunida y buscar destruirla a como dé lugar es la otra cara de la moneda.
Que a los chuchos se los lleve el carajo y, con ellos, al PRD, no es una convicción política nacida de la reflexión; es un sentimiento espontáneo que no toma en cuenta que esa corriente no es todo el PRD. ¿Es que nadie ha pensado que un desastre, como se ha anunciado tantas veces, del PRD puede erosionar y debilitar al propio movimiento, porque éste, a pesar de todo, sigue siendo un movimiento de izquierda y así es percibido?
A los chuchos se los puede llevar el carajo de todos modos. Al PRD no, en beneficio del propio movimiento, porque se trata de una fuerza política nacional que muchos militantes del movimiento han construido. Que el movimiento no trata de tantos problemas que a todos interesan (por ejemplo, la defensa del Estado laico, las reformas laboral y judicial, la cultura y tantos otros), pues bastaría con sugerírselo. Sus líderes sabrán si caben en su agenda. Pero que a nadie se le oculte que éste es y quiere ser un movimiento político nacional. Por fortuna, López Obrador lo ha entendido a la perfección. Él está por la unidad de la izquierda en un bloque electoral y está trabajando en ello. Ese, en mi opinión, debería ser un interés esencial para el movimiento.
La próxima contienda electoral es un asunto de vida o muerte para el movimiento, por la sencilla razón de que de ella puede resultar un escenario totalmente negativo para el mismo.
Rolando Cordera Campos
De espejos negros y arrebatos
De espejos negros y arrebatos
Las señas de identidad de la crisis son inequívocas hasta para Hacienda, mientras Calderón pierde el tiempo en remembranzas petroleras para contribuir a ahondar el desorden mental que ha acompañado a su gobierno. En todo caso, una o tres refinerías, con dinero privado o público, no nos sacarán del hoyo lodoso en que estamos. En el mejor de los casos, las refinerías “perdidas” en la versión calderoniana podrían contribuir en el futuro a mejorar el balance externo petrolero y a reforzar nuestras capacidades energéticas, pero no a estimular la demanda y el empleo para impedir que la economía caiga en una depresión que nos lleve al pasado sin posibilidades ciertas de retorno al de todas formas oscuro futuro que nos ofrece la convulsión actual.
Las proyecciones son brutales, pero la realidad presente no lo es menos: la economía caerá este año en uno, dos o más por ciento, pero desde un techo de por sí bajo y estancado; el empleo se paralizará o se encogerá, como lo empezó a hacer desde el año pasado; la informalidad explotará sin contar con el aceite de un mínimo crecimiento del consumo popular, y la emigración encarará la rudeza americana. Lo que no está claro es si las autoridades están dispuestas a afrontar la tormenta con nuevas armas conceptuales y de política.
No puede decirse que el no tan célebre “Acuerdo nacional” sea una primera muestra de que hay un giro de esta naturaleza. Ni el monto de gasto anunciado ni las medidas propuestas están a la altura del chaparrón desatado el año pasado; mucho menos parecen diseñadas o pensadas para encarar la furia que viene, que en realidad ya está aquí. No hay propuestas concretas para el campo, la protección de la planta productiva y el empleo existentes, o para el amparo de los más débiles, ni hay señales de que el aparato estatal se mueve para dejar atrás los años de inercia y óxido que lo han inhabilitado para actuar pronto, con oportunidad y una mínima eficiencia para invertir y gastar donde se necesita y donde pueden empezar a crearse nuevas capacidades.
A unos días de terminar enero, no hay sino quejas: no fluye el apoyo a las Pymes, no se desata el gasto en la medida requerida y pescadores y productores rurales no comparten más el (mal) sentido del humor del inefable secretario de Agricultura. Los trabajadores urbanos no pueden celebrar el relativo descenso de la presión inflacionaria porque los precios de la canasta básica, y en especial de los alimentos, crecen por encima de la media mientras los salarios mínimos y probablemente la mayoría de los contractuales lo hacen por debajo de la inflación observada y esperada. Con estas perspectivas no se puede suponer que el acuerdo anunciado y extrañamente apoyado, pero no comprometido por las fuerzas vivas, vaya a desatar una acción firme del Estado y la sociedad contra los impactos más severos de la caída.
La fragilidad del tejido social se hace evidente en la frontera donde cunde el miedo y se impone la violencia criminal que devasta lo que quedaba de esperanza. Ahí, como lo muestra el estrujante reporte de Proceso sobre Ciudad Juárez, sólo hay cabida para el pavor, la huída hacia adentro y, de venir la visa, hacia fuera, para El Paso, donde según The New York Times se registran los más altos índices de seguridad de la Unión Americana. En alto contraste ensangrentado, las asimetrías estructurales que el libre comercio abatiría emergen como el vértice de una realidad descompuesta que hace peligrar al Estado y la mera convivencia.
Éste es hoy el cuadro oscuro de una nación que no puede presumir, como lo hiciera Obama parafraseando a Keynes, de que a pesar de la crisis sus recursos naturales y humanos siguen intactos, a la espera de ser puestos en movimiento por la acción pública. De esto podíamos todavía presumir hace unos años, cuando, por ejemplo, se pudo remontar la recesión de 1995 al calor del auge americano, el inicio del TLCAN y la devaluación que impulsó las exportaciones.
Después de 2000 todo cambió, y Fox y su vicepresidente económico compraron la paz política, amenazada por el federalismo salvaje desatado por el desplome del presidencialismo autoritario, con los excedentes petroleros, abriendo la puerta a una petroadicción cuya cura no será indolora. El desatino se volvió rutina dizque democrática y la inercia burocrática se apoderó de la política económica y social.
Es cierto: no es la redición del muro de los lamentos o del espejo negro lo que podrá inspirar la recuperación económica y social. Pero mirarnos en ellos es condición esencial para no extraviarnos más en pequeñas especulaciones y grandes confusiones, como las que se empeña en cultivar y auspiciar la derecha en el gobierno o la sacristía. Hay que poner la carreta delante del caballo y asumir que sin cambiar ya, pronto, la pauta de desarrollo y la organización del Estado, no queda sino caminar para atrás.
Pero de esto no se habla ni en susurros en los corredores de Palacio. Sólo arrebatos y espejismos de aldea con rezos y rezongos. Forjar otra voz, realmente popular, es el recurso que queda para evitar la estampida y reconstruir la lealtad entre nosotros. Éste es el mandato mayor para la política democrática que será popular o no será.
Mario Di Costanzo Armenta
Debo, no niego; pago lo justo
Sin lugar a dudas la tarjeta de crédito (TDC) es uno de los productos financieros de mayor penetración en México: en la actualidad se estima que existen 24 millones de “plásticos” con una cartera de aproximadamente 321 mil millones de pesos, mismas que son ofrecidas a través de 18 bancos y se pueden encontrar en más de 120 marcas, entre las que destacan las llamadas clásica, oro y platino.
Sin embargo, la falta de una adecuada cultura financiera, la estrategia implementada por los bancos al utilizar el llamado “crédito al consumo” como una herramienta de penetración de mercado y el deterioro del ambiente económico (mayor desempleo, pérdida de poder adquisitivo y elevadas tasas de interés) ocasionan que muchos tarjetahabientes hayan caído en un sobrendeudamiento que genera que la cartera vencida del crédito al consumo observe un crecimiento de 57 por ciento entre diciembre de 2006 y septiembre de 2008.
De esta manera, las agresivas campañas para la colocación de “plásticos” bancarios y comerciales, la ampliación de líneas de crédito sin previa opinión del cliente, la falta de análisis de su capacidad crediticia y la penetración de este producto entre la población de menores ingresos ha llevado a que la “cartera vencida” del crédito al consumo se ubique ya en casi 25 mil millones de pesos, cifra que resulta 206 por ciento superior a la registrada en diciembre de 1997, cuando los bancos que operaban en México fueron rescatados de manera ilegal y con recursos públicos a través del Fobaproa.
Lo anterior cobra relevancia en virtud de que –de acuerdo con la propia Comisión para la Defensa de los Usuarios de los Servicios Financieros (Condusef)– se estima que cada usuario posee en promedio 1.5 tarjetas de crédito, lo que arroja entonces que en México existen 16 millones de personas que poseen tarjetas de crédito.
Más aún, la propia Condusef estima que cada línea de crédito revolvente que otorga uno de estos plásticos es de 17 mil pesos en promedio, por lo que se puede concluir que esta situación afecta ya a cuando menos un millón y medio de personas y seguramente este número se incrementará durante el presente año debido al incremento en las tasas de interés y el deterioro cada vez mayor del ambiente económico.
En este punto, conviene preguntarnos: ¿cómo es posible que la línea de crédito promedio de estos “plásticos” sea de 17 mil pesos, cuando de acuerdo con la Encuesta Ingreso Gasto de los Hogares 80 por ciento de las familias del país vive con un ingreso inferior a 10 mil 500 pesos mensuales?
Esto refleja una gran irresponsabilidad de los bancos, al haber otorgado un crédito superior en 70 por ciento al ingreso máximo de millones de familias.
Pero más graves aún resultan los ilegales mecanismos que utilizan los bancos –y los despachos jurídicos que éstos contratan– para recuperar los adeudos de las personas que han caído en cartera vencida.
Estos mecanismos incluyen desde el acoso permanente a los deudores y a sus familias, hasta el cobro “a lo chino” de cuentas de ahorro o de nómina que los deudores poseen en las instituciones bancarias.
Y lo señalo porque en la página de Internet de la Condusef, bajo el título de Los nuevos derechos de los usuarios de las tarjetas de crédito aparece como “derecho del banco que te puede cargar a tu cuenta de cheques u otras cuentas” el adeudo vencido en tu tarjeta de crédito.
Sin embargo, no explica que para que el banco pueda hacer esto debe estar claramente estipulado en el contrato que celebró con el usuario de la tarjeta de crédito y del cual debió entregar una copia al tarjetahabiente. Por ello, si el banco no entregó dicho contrato en tiempo y forma, está imposibilitado para cobrarse “a lo chino”.
Por tanto, es conveniente que los deudores tengan muy presentes los siguientes consejos para que no se dejen sorprender por las arbitrariedades que cometen las instituciones de “agiotismo” llamadas bancos:
No te dejes acosar por los bancos o las compañías administradoras de cartera o despachos jurídicos de cobranza.
No firmes ninguna restructura crediticia a menos que hayas tenido la asesoría jurídica de alguna asociación de deudores, con autoridad moral, honradez y honestidad probada.
Los bancos no pueden congelar tus cuentas de ahorro, de nómina o de pensionado, aun cuando tengas adeudos con las instituciones bancarias, si no está claramente estipulado en el contrato que firmaste cuando te otorgaron tu tarjeta de crédito.
Existen mecanismos jurídicos para defendernos de las arbitrariedades que se cometen en contra de los deudores. Sin embargo, la atención de estos casos requieren de asesoría técnica y jurídica,
No es un delito haber caído en cartera vencida y con más razón si perdiste tu empleo o si eres víctima de la negligente política económica, implantada por el gobierno de la “estabilidad y el empleo”.
No puedes ser embargado: una tarjeta de crédito es un “préstamo dado sin ninguna garantía”.
De hecho, si a Felipe Calderón en verdad le interesa el bienestar de la gente debería impulsar un programa de restructuras de adeudos que involucrara al gobierno, a los bancos y a los deudores, el cual funcionaría de la siguiente manera:
El gobierno absorbería 20 por ciento de la cartera vencida de las tarjetas de crédito; los bancos tendrían que absorber 25 por ciento, y los deudores pagarían el restante 55 por ciento de su cuenta actual en seis mensualidades fijas. En el caso de los trabajadores desempleados, su adeudo se congelaría hasta que pudieran encontrar un nuevo empleo. Por eso digo: debo, no niego; pago lo justo.
Emir Sader
FSM en Belem: la hora de las alternativas
FSM en Belem: la hora de las alternativas
El Foro Social Mundial surgió como alternativa al Foro Económico de Davos, en medio del auge mundial del neoliberalismo. Primero hubo manifestaciones antidavos en Suiza; luego los movimientos de resistencia al neoliberalismo –siguiendo la iniciativa de Bernard Cassen– se propusieron organizar un Foro Social Mundial (FSM) antagónico al de Davos. Porto Alegre fue escogida como sede, por estar en la periferia del capitalismo en América Latina, víctima preferida de las políticas neoliberales y donde se desarrollaba una importante resistencia a éstas, como la de los zapatistas, el brasileño Movimiento de los sin Tierra (MST), los de indígenas de Bolivia y Ecuador, entre otros. Elegir a Brasil reconocía, a la vez, la acción de las más destacadas formaciones de su izquierda –el Partido de los Trabajadores, la Central Única de Trabajadores, el MST– y al hacerlo en Porto Alegre, las políticas inauguradas allí de presupuesto participativo.
Los foros se caracterizaron por la afirmación de que “otro mundo es posible”, frente a los intentos de imponer un “pensamiento único”, del Consenso de Washington y del “fin de la historia”, sumándose a la percepción de que las alternativas políticas habían perdido vigencia ante un modelo que se pretendía incontrolable, basado en los “ajustes fiscales”. La adhesión de muchas fuerzas políticas a este modelo –primero de la derecha, luego los nacionalistas y los socialdemócratas– inducía a confirmar la existencia de una única vía.
El FSM se oponía frontalmente a esa interpretación reduccionista proponiéndose agrupar a todas las fuerzas de oposición al neoliberalismo –cuya capacidad para abarcarlas había quedado confirmada con las manifestaciones contra la Organización Mundial de Comercio, que comenzaron en Seattle y se extendieron a otras ciudades–, intercambiar experiencias y coordinar sus luchas.
En una primera etapa, se trató de la resistencia contra la “libre circulación del capital”, la dictadura de la economía sobre la esfera social, el mundo unipolar imperial estadunidense, la devastación ambiental, el monopolio privado de los medios de comunicación.
Las movilizaciones contra la guerra en Irak fueron el punto culminante de esa etapa, aunque las organizaciones no gubernamentales –predominantes en la organización de los foros– se resistían a incluir los temas de la guerra y la paz entre las cuestiones principales de los encuentros.
Las sucesivas crisis neoliberales –desde la mexicana a la argentina, pasando por la asiática, la rusa y la brasileña– llevaron al agotamiento del modelo neoliberal, lo que coincidió con el surgimiento de gobiernos electos en Latinoamérica en una dimensión que expresaba la disputa por la hegemonía, que pasaba a colocarse como central en la lucha contra el neoliberalismo –que inició Hugo Chávez en 1988 y continuó la impresionante sucesión de Luiz Inacio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo–.
Los foros pasaron a tener que enfrentarse a nuevos dilemas: ¿qué actitud se toma frente a esos gobiernos, representantes de la avanzada en la confrontación al neoliberalismo y por la construcción de alternativas a su modelo? No estaban preparados, porque se habían organizado para la fase de resistencia limitando su acción a una supuesta “sociedad civil”, excluyendo la esfera política y, con ella, a los partidos políticos, el Estado, los gobiernos, la estrategia. En ese contexto, los foros fueron girando en falso, dejando de ser el centro de la oposición antineoliberal, transferida ésta a los gobiernos, que pusieron en práctica niveles mayores o menores de ruptura con el modelo.
El próximo foro, que significativamente se realizará en América Latina –el eslabón más débil en la cadena neoliberal–, tiene la posibilidad de superar esa descomposición y redefinir su esfera de actuación, tanto en relación con el restablecimiento –de otra forma– de relaciones entre la esfera social y la política –única manera de disputar una nueva hegemonía, de enfrentar realmente la construcción de “otro mundo posible”– como en la lucha contra las guerras imperialistas estadunidenses. El escenario latinoamericano favorece la fuerte impronta regional que debe tener la reunión, con análisis y balances de los 10 años transcurridos desde la elección del primer gobierno alternativo en el subcontinente.
Por eso, serán temas centrales del Foro de Belem una nueva arquitectura financiera internacional; la definición de plataformas posneoliberales; la construcción de procesos de paz justos en los epicentros de las “guerras infinitas” –Irak, Afganistán, Palestina, Colombia–; el avance en la organización de una prensa pública alternativa y los caminos de tránsito hacia un mundo multipolar. Es el momento de la construcción de alternativas concretas al neoliberalismo, a escala mundial, regional y local. Es la ocasión del foro para reciclarse y estar a la altura del mayor desafío al que se coloca a la izquierda en el comienzo del nuevo siglo. América Latina ha avanzado significativamente en esa dirección. Resta al FSM aceptar el desafío y reinsertarse claramente en la construcción de “otro mundo posible”, que ya comenzó en esta parte del mundo, justamente donde el FSM escogió para darse su sede privilegiada.
Traducción: Ruben Montedónico
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