Ricardo Raphael
“México tiene que hacer una apuesta más enfática hacia la energía nuclear. Hemos logrado alargar la vida útil de Laguna Verde y cabe ahora pensar en nuevas centrales. No perdamos de vista que son proyectos de larga maduración. Tardan entre diez y quince años. Por ello hay que decidirnos ya.”
Esta fue la respuesta que el secretario de energía del gobierno mexicano, José Antonio Meade, me ofreció en una entrevista que le hiciera a penas el pasado mes de febrero. Este funcionario, como el resto de las autoridades en el mundo, estaba convencido de que la energía nuclear era la principal apuesta de la humanidad para sustituir el uso de combustibles fósiles y, por tanto, para enfrentar el cambio climático.
Un año atrás, en los Estados Unidos el Congreso aprobó 54 mil millones de dólares para la construcción de cien nuevos reactores nucleares. Ángela Merkel, canciller alemana, libró también durante 2010 una difícil batalla política para convencer a su parlamento de invertir varias centenas de millones de euros para actualizar su planta atómica.
Chernobyl era hasta hace cuatro semanas un fantasma prácticamente superado. Durante los últimos veinticuatro años, desde que ocurriera aquella desastrosa crisis radioactiva de 1986, la mala fama de las centrales nucleares se había ido extinguiendo. Ganó convicción, en revancha, entre las naciones más desarrolladas, que la tragedia nuclear sucedida en Rusia se debió únicamente a la negligencia de sus operadores.
Despejada tal amenaza, y frente al riesgo que para el planeta significa la acumulación de gases de efecto invernadero, lo nuclear resurgió como una opción privilegiada. Ninguna de las otras energías alternativas ofrecía tantas ventajas. Las fuentes eólica, solar, geotérmica o los biocombustibles son todavía pobres a la hora de sustituir las fósiles que actualmente ofrecen el 90% de la energía utilizada por las sociedades humanas.
Sin embargo, el 11 de marzo pasado, un terremoto de 9.0 grados y un tsunami en las costas de Japón transformaron los presupuestos del razonamiento previo. Tales fenómenos naturales detonaron una crisis radioactiva en la región de Tohuku, que ha mandado al cubo de la basura buna parte de las expectativas nucleares.
Por lo pronto, frenó en seco el plan a quince años que el gobierno alemán traía para extender la vida de las centrales más viejas. Y también obligó a apagar siete reactores en ese país. Fue una ágil reacción política de Merkel, frente a lo que el comisario europeo de energía, Gunter Oettinger, llamó “la situación apocalíptica de Japón.”
Los gobiernos de Suiza, Estados Unidos y Francia también pusieron a enfriar sus ambiciones atómicas. La semana pasada, la Unión Europea emprendió la redacción de un documento que servirá para evaluar acuciosamente el estado que guardan cada una de las centrales situadas en ese continente. Probablemente, de este esfuerzo deriven otros cierres de intalaciones nucleares. En México poco se ha hablado del tema, pero los trágicos hechos del Pacífico asiático vuelven inviable cualquier futura iniciativa relacionada con el asunto.
No es exagerado afirmar que las atroces circunstancias de la planta de Fukushima habrán cancelado, por varias décadas, el desarrollo de esta alternativa energética. Hay quien ya festeja el hecho y, sin embargo, debe reconocerse que sus consecuencias serán lamentables para la lucha emprendida contra el cambio climático.
Sin energía nuclear, los combustibles fósiles seguirán reinando sobre la economía mundial. ¿Cómo pedirles a China, la India o Rusia, por ejemplo, que disminuyan sus respectivas emisiones contaminantes si la posibilidad nuclear ha sido clausurada?
La paradoja del asunto radica en que, con la tragedia japonesa, la cuestión energética ha salido del control de los gobiernos. Quienes desde el poder toman las grandes decisiones, lo hacen siempre seleccionando a partir de opciones viables. Y, francamente, no existe hoy alternativa energética frente al gas o al petróleo.
Luego, el balón ha pasado casi por entero a la cancha de los científicos. Si la humanidad no halla pronto una salida tecnológica que deje atrás, tanto a los combustibles fósiles como a la energía nuclear, en breve tendremos los seres humanos más graves cosas que
Esta fue la respuesta que el secretario de energía del gobierno mexicano, José Antonio Meade, me ofreció en una entrevista que le hiciera a penas el pasado mes de febrero. Este funcionario, como el resto de las autoridades en el mundo, estaba convencido de que la energía nuclear era la principal apuesta de la humanidad para sustituir el uso de combustibles fósiles y, por tanto, para enfrentar el cambio climático.
Un año atrás, en los Estados Unidos el Congreso aprobó 54 mil millones de dólares para la construcción de cien nuevos reactores nucleares. Ángela Merkel, canciller alemana, libró también durante 2010 una difícil batalla política para convencer a su parlamento de invertir varias centenas de millones de euros para actualizar su planta atómica.
Chernobyl era hasta hace cuatro semanas un fantasma prácticamente superado. Durante los últimos veinticuatro años, desde que ocurriera aquella desastrosa crisis radioactiva de 1986, la mala fama de las centrales nucleares se había ido extinguiendo. Ganó convicción, en revancha, entre las naciones más desarrolladas, que la tragedia nuclear sucedida en Rusia se debió únicamente a la negligencia de sus operadores.
Despejada tal amenaza, y frente al riesgo que para el planeta significa la acumulación de gases de efecto invernadero, lo nuclear resurgió como una opción privilegiada. Ninguna de las otras energías alternativas ofrecía tantas ventajas. Las fuentes eólica, solar, geotérmica o los biocombustibles son todavía pobres a la hora de sustituir las fósiles que actualmente ofrecen el 90% de la energía utilizada por las sociedades humanas.
Sin embargo, el 11 de marzo pasado, un terremoto de 9.0 grados y un tsunami en las costas de Japón transformaron los presupuestos del razonamiento previo. Tales fenómenos naturales detonaron una crisis radioactiva en la región de Tohuku, que ha mandado al cubo de la basura buna parte de las expectativas nucleares.
Por lo pronto, frenó en seco el plan a quince años que el gobierno alemán traía para extender la vida de las centrales más viejas. Y también obligó a apagar siete reactores en ese país. Fue una ágil reacción política de Merkel, frente a lo que el comisario europeo de energía, Gunter Oettinger, llamó “la situación apocalíptica de Japón.”
Los gobiernos de Suiza, Estados Unidos y Francia también pusieron a enfriar sus ambiciones atómicas. La semana pasada, la Unión Europea emprendió la redacción de un documento que servirá para evaluar acuciosamente el estado que guardan cada una de las centrales situadas en ese continente. Probablemente, de este esfuerzo deriven otros cierres de intalaciones nucleares. En México poco se ha hablado del tema, pero los trágicos hechos del Pacífico asiático vuelven inviable cualquier futura iniciativa relacionada con el asunto.
No es exagerado afirmar que las atroces circunstancias de la planta de Fukushima habrán cancelado, por varias décadas, el desarrollo de esta alternativa energética. Hay quien ya festeja el hecho y, sin embargo, debe reconocerse que sus consecuencias serán lamentables para la lucha emprendida contra el cambio climático.
Sin energía nuclear, los combustibles fósiles seguirán reinando sobre la economía mundial. ¿Cómo pedirles a China, la India o Rusia, por ejemplo, que disminuyan sus respectivas emisiones contaminantes si la posibilidad nuclear ha sido clausurada?
La paradoja del asunto radica en que, con la tragedia japonesa, la cuestión energética ha salido del control de los gobiernos. Quienes desde el poder toman las grandes decisiones, lo hacen siempre seleccionando a partir de opciones viables. Y, francamente, no existe hoy alternativa energética frente al gas o al petróleo.
Luego, el balón ha pasado casi por entero a la cancha de los científicos. Si la humanidad no halla pronto una salida tecnológica que deje atrás, tanto a los combustibles fósiles como a la energía nuclear, en breve tendremos los seres humanos más graves cosas que
No hay comentarios.:
Publicar un comentario