3/31/2011

Infamia


Rosario Ibarra

En reciente sesión del Senado de la República, el senador Ricardo Monreal subió a la tribuna un tema, al que a muchas familias de este país ha llenado de dolor: la tortura.

Su exposición era fuerte, contundente, en contra de la práctica infame que sigue en oprobiosa vigencia en instalaciones policiacas y militares, según quejas y testimonios de quienes la han sufrido.

En la larga lucha que madres y familiares de los desaparecidos políticos hemos sostenido en busca de justicia, uno de los temas más crueles ha sido el de la tortura. Las narraciones de quienes hemos liberado y que fueron víctimas de ella, a manos de perversos y sádicos personajes, aparte de la tristeza que dejan en nuestras mentes, han sembrado duda y desconfianza en pasadas y actuales “autoridades” de todos los niveles de gobierno y en la pomposa judicatura, que ya en el presente —preciso es decirlo— se han tornado en verdades absolutas, no sólo para nosotros, sino para la mayoría del pueblo de México.

Sobra decir que se aprobaron las reformas que propuso el compañero senador, pero no pocos pensamos y dijimos ¡ojalá se cumplan! Porque podrá la ley ser perfecta, podrá estar escrita con claridad, ser “diáfana como la luz del día”… pero nunca han faltado ministerios públicos y jueces que hagan caso omiso de leyes y mandatos constitucionales y algo mucho más grave: hay testimonios de las exoneraciones de quienes ordenaron y/o practicaron la tortura, con nombres y apellidos de los torturados y de los verdugos… de qué sirven, sino para oprobio y vergüenza de este país.

En el que tres terribles males con nombres femeninos galopan como nuevos Jinetes del Apocalipsis: la corrupción, la impunidad y la simulación, la más peligrosa de todas, porque vive y “trabaja” en todas las dependencias gubernamentales ataviada con el esplendoroso ropaje de una honradez que es falsa, con un discurso mendaz, creíble por su capacidad para el engaño que nació y ha vivido solapada por quienes tienen la obligación de ser hon rados y limpios, pero (dicen quienes los han escuchado) que afirman, con un vergonzoso desparpajo de machismo, que “las leyes (como algunas mujeres), son para violarlas”.

Mientras escuchaba al senador llegaron a mi mente algunos de los recuerdos más amargos de mi vida. Rememoré la triste noticia que me dieron algunos pacientes de mi esposo, el doctor Jesús Piedra Rosales, testigos de cómo a empellones y golpes de judiciales, lo sacaron del consultorio y se lo llevaron a las oficinas donde los esperaba su jefe Carlos G. Solana Macías, amigo “íntimo” (decían los enterados) del gobernador Pedro G. Zorrilla Martínez, doctorado en la Sorbona de París, que al reclamarle por qué no presentaba a mi hijo, ya para entonces capturado “por la Judicial”, según la prensa, me contestó airado: “Señora, su hijo no es una mansa palomita”… No se lo dije, pero pensé (o es muy tonto, o no le enseñaron lo que debían en la Sorbona, porque las leyes deben de cumplirse a cabalidad).

A mi pobre esposo, que tenía entonces 62 años, le fracturaron la cuarta vértebra lumbar y lo aventaron sobre envases de refrescos que le produjeron un intenso dolor que le hizo desvanecerse, pero alcanzó a escuchar que el “jefe Solana” les dijo a los judiciales: “este viejito ya caminó, quítenle lo que lo identifique y tírenlo en otro estado”. Se incorporó como pudo y lo volvieron a golpear, pero por suerte, en ese momento llegó el abogado que nosotros, su familia había logrado conseguir, para gestionar —conforme a derecho— su inmediata libertad.

Mi esposo, compañero de mi vida por 50 años, lloraba al pensar “¿qué le estarán haciendo a mi hijo?” y ya han pasado 35 años desde su secuestro, al igual que de muchos otros compañeros de aquellos años de lucha, contra los sátrapas del 2 de octubre, del 10 de junio y a la vez (“este, el del 10 de junio, el iniciador de ese crimen de lesa humanidad que se llama: desaparición forzada... delito imprescriptible, sujeto a penas imprescriptibles, que el actual ocupante del sitial del Poder Ejecutivo federal trata de rebautizar con el inocuo y hasta soez vocablo de levantón y además, ha dicho que las desapariciones “caducan” a los 35 años, pero mientras las madres y los familiares tengamos vida; mientras haya gente honrada en este país, mientras la juventud rebelde diga lo que piensa y haga lo que quiera, mientras se mantenga viva la memoria de los agravios sufridos en todos y cada uno de los gobiernos de cualquier color, ese delito, ese crimen de lesa humanidad, jamás prescribirá. No se puede arrojar al olvido esa INFAMIA.

Dirigente del comité ¡Eureka!

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