Ricardo Rocha
Nunca tantos lo habían deseado tanto. Y es que, sin albur, está más demandado que el que suele degustarse en las legendarias tortas de La Vaquita en plenos portales toluqueños. Aquí, tres historias alrededor de él.
Eruviel el plebeyo y el príncipe nada idiota.
A riesgo de añadirme a los candidatos al Evenflo de Oro del año debo citarme cuando el 7 de enero de este año dije en este espacio: “Ahora el PRI y concretamente los señores Moreira y Peña Nieto están presionados y en serio. Encinas ya está en campaña y los priístas no pueden seguir como señorita indecisa, deshojando la margarita. Les urge un candidato ya y fuerte. Y ahora menos que nunca pueden darse el lujo de escoger al más bonito, al más cuate o al más incondicional. Tendrán que optar por el más sólido, el más probado. Y en su baraja sólo hay uno así. Y ellos lo saben. Si se equivocan será el suicidio político de Enrique Peña, quien podría ver derruida su ventaja en las encuestas rumbo al 2012”.
Y hete aquí que, de la baraja inicial de cinco cartas, sólo dos quedaron para el momento decisivo: el más bonito y el más fuerte. Y que hasta las horas límite las apuestas de los no expertos pero sobre todo de los sí expertos estaban con el primero, que había desatado una desesperada campaña de encuestas patito y filtraciones columníferas —de fuentes siempre “muy confiables”— que aseguraban que el señor Peña Nieto lo había señalado a la antigüita con el consabido y tricolor dedazo. Así que cuál sería su sorpresa cuando resulta que no, que el príncipe no optó por el joven de la corte y prosapia, de sangre azul y triple linaje, sino que, desafiando a los dioses del Olimpo atlacomulquense, eligió a un plebeyo que, sin embargo, le ampliaba considerablemente sus posibilidades de triunfo.
Aunque desde luego que andan sueltos los demonios de las más diversas versiones: las llamadas mefistofélicas; los amagues, los devaneos y las mantas ya impresas con la imagen sonriente de Alfredito y el salón de cabildos de Huixquilucan que el viernes por la noche se quedó con las luces prendidas. Algún día se sabrá qué pasó exactamente en esas horas oscuras. Lo cierto es que Eruviel Ávila es candidato del PRI al gobierno del Edomex y es un candidato fuerte. El más fuerte que los priístas podían tener.
El cuento de Alejandro y el lobo, pero al revés.
Se los dijo una y otra vez y no habían querido creerle: “con el PAN no voy ni a la esquina”. Pero ahí tienen que por convicción o conveniencia siempre mantuvieron la ilusión y hasta la certeza de que Encinas se echaría para atrás, que sería incapaz de resistir la tentación de llegar vía fast track —de una alianza tan impensable como soñada— a la anhelada gubernatura de una de las joyas de la corona de este país.
El caso es que el no de Encinas se ha mantenido incólume. Y a base de porfía todo indica que ha acabado convenciendo a todos de que va en serio. Y que está dispuesto a lo que sea necesario para convencer a las tribus regionales del territorio y a los jefes bautistas, higinios y otros apaches de que sí van todos juntos y por el flanco izquierdo con PT, Convergencia y los conversos de Morena de López Obrador tienen un chance de ganar una batalla cruenta y decisoria. En la que por cierto hay más de un cuero cabelludo en juego.
No es el milagro de los panes,
es el del PAN a secas.
Y es que de pronto se apareció San Felipe Bravo Mena para salvar la honra del partido ya para ayer profundamente ultrajada luego de la esperanza efímera del domingo. A ver, luego del conmovedor esfuerzo ciudadano, el resultado fue muy claro pero dirigido a la nada. Como aquellos reflectores disparados al cielo hasta que desaparecen. Porque después de la negativa de Encinas y la quimera de Eruviel, los panistas —como la novia que se quedó esperando a la puerta de la iglesia— agarraron al primero que pasó por la banqueta. Que para eso se pinta solo don Luis Felipe, que igual está para jefe de partido que representante eclesial, secretario privado o candidato “único” del panismo mexiquense. O para desaparecer igual de misterioso, si es que así se lo requieren su medio tocayo o el nuevo señor Madero.
Por lo pronto, todo apunta ahora a una contienda tan cerrada como sabrosa. Son dos pesos medios de buena movilidad y de gran pegada. Con colmilludos mánagers en cada esquina. Fogueados y entrenados cada uno en sus respectivos establos y listos para agradar al respetable en un agarrón de pronóstico reservado. Y eso que apenas es la semifinal.
ddn_rocha@hotmail.com
Twitter: @RicardoRocha_MX
Facebook: Ricardo Rocha-Detrás de la Noticia
Periodista
Eruviel el plebeyo y el príncipe nada idiota.
A riesgo de añadirme a los candidatos al Evenflo de Oro del año debo citarme cuando el 7 de enero de este año dije en este espacio: “Ahora el PRI y concretamente los señores Moreira y Peña Nieto están presionados y en serio. Encinas ya está en campaña y los priístas no pueden seguir como señorita indecisa, deshojando la margarita. Les urge un candidato ya y fuerte. Y ahora menos que nunca pueden darse el lujo de escoger al más bonito, al más cuate o al más incondicional. Tendrán que optar por el más sólido, el más probado. Y en su baraja sólo hay uno así. Y ellos lo saben. Si se equivocan será el suicidio político de Enrique Peña, quien podría ver derruida su ventaja en las encuestas rumbo al 2012”.
Y hete aquí que, de la baraja inicial de cinco cartas, sólo dos quedaron para el momento decisivo: el más bonito y el más fuerte. Y que hasta las horas límite las apuestas de los no expertos pero sobre todo de los sí expertos estaban con el primero, que había desatado una desesperada campaña de encuestas patito y filtraciones columníferas —de fuentes siempre “muy confiables”— que aseguraban que el señor Peña Nieto lo había señalado a la antigüita con el consabido y tricolor dedazo. Así que cuál sería su sorpresa cuando resulta que no, que el príncipe no optó por el joven de la corte y prosapia, de sangre azul y triple linaje, sino que, desafiando a los dioses del Olimpo atlacomulquense, eligió a un plebeyo que, sin embargo, le ampliaba considerablemente sus posibilidades de triunfo.
Aunque desde luego que andan sueltos los demonios de las más diversas versiones: las llamadas mefistofélicas; los amagues, los devaneos y las mantas ya impresas con la imagen sonriente de Alfredito y el salón de cabildos de Huixquilucan que el viernes por la noche se quedó con las luces prendidas. Algún día se sabrá qué pasó exactamente en esas horas oscuras. Lo cierto es que Eruviel Ávila es candidato del PRI al gobierno del Edomex y es un candidato fuerte. El más fuerte que los priístas podían tener.
El cuento de Alejandro y el lobo, pero al revés.
Se los dijo una y otra vez y no habían querido creerle: “con el PAN no voy ni a la esquina”. Pero ahí tienen que por convicción o conveniencia siempre mantuvieron la ilusión y hasta la certeza de que Encinas se echaría para atrás, que sería incapaz de resistir la tentación de llegar vía fast track —de una alianza tan impensable como soñada— a la anhelada gubernatura de una de las joyas de la corona de este país.
El caso es que el no de Encinas se ha mantenido incólume. Y a base de porfía todo indica que ha acabado convenciendo a todos de que va en serio. Y que está dispuesto a lo que sea necesario para convencer a las tribus regionales del territorio y a los jefes bautistas, higinios y otros apaches de que sí van todos juntos y por el flanco izquierdo con PT, Convergencia y los conversos de Morena de López Obrador tienen un chance de ganar una batalla cruenta y decisoria. En la que por cierto hay más de un cuero cabelludo en juego.
No es el milagro de los panes,
es el del PAN a secas.
Y es que de pronto se apareció San Felipe Bravo Mena para salvar la honra del partido ya para ayer profundamente ultrajada luego de la esperanza efímera del domingo. A ver, luego del conmovedor esfuerzo ciudadano, el resultado fue muy claro pero dirigido a la nada. Como aquellos reflectores disparados al cielo hasta que desaparecen. Porque después de la negativa de Encinas y la quimera de Eruviel, los panistas —como la novia que se quedó esperando a la puerta de la iglesia— agarraron al primero que pasó por la banqueta. Que para eso se pinta solo don Luis Felipe, que igual está para jefe de partido que representante eclesial, secretario privado o candidato “único” del panismo mexiquense. O para desaparecer igual de misterioso, si es que así se lo requieren su medio tocayo o el nuevo señor Madero.
Por lo pronto, todo apunta ahora a una contienda tan cerrada como sabrosa. Son dos pesos medios de buena movilidad y de gran pegada. Con colmilludos mánagers en cada esquina. Fogueados y entrenados cada uno en sus respectivos establos y listos para agradar al respetable en un agarrón de pronóstico reservado. Y eso que apenas es la semifinal.
ddn_rocha@hotmail.com
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